jueves, 18 de octubre de 2012

UNA FUGA FRUSTRADA. PRIMERA PARTE



Escribe: Juan Carlos Serqueiros

La mayor parte de los oficiales realistas y una porción de las tropas a su mando, prisioneros emergentes de los triunfos patriotas en las batallas de Chacabuco y Maipú, fueron confinados en San Luis, donde gozaron de cierta libertad de movimientos y hasta llegaron a alternar normalmente con la sociedad puntana, e incluso con las autoridades.
Hasta que el diablo metió la cola: una serie de factores confluyeron y... se desató el drama, principiado en una revuelta.
El 8 de febrero de 1819, lunes, cerca de las 8 de la mañana, el teniente gobernador de San Luis, teniente coronel Vicente Dupuy, fue avisado por su ordenanza que un grupo de entre los prisioneros realistas pedía entrevistarlo, a lo cual aquél accedió de inmediato, recibiéndolos en su despacho (cabe aclarar que Dupuy vivía en una casa que había sido del vecino de San Luis, don Tomás Osorio, sita en el terreno donde actualmente se alza la catedral). El gobernador estaba acompañado por su asistente, el capitán de las milicias puntanas José Manuel Riveros; y por un médico español, el doctor José María Gómez (que también se encontraba confinado allí). Los prisioneros que entraron al despacho de Dupuy fueron: el coronel Antonio Morgado, el teniente coronel Lorenzo Morla y el capitán Gregorio Carretero.
La conversación se desarrollaba informal, amable y distendida cuando, de pronto, Carretero extrajo un cuchillo de entre sus ropas y se abalanzó sobre Dupuy, gritándole: "¡So pícaro, estos son los momentos en que toca a usted expirar! Toda la América está perdida y de esta no se escapa usted". El gobernador -que no era precisamente de los que se arrean con el poncho-, reaccionó instintivamente y acertó a darle un manotazo a Carretero que le hizo caer a éste el cuchillo. Al ataque contra Dupuy de Morgado y Morla, se sumaron el general José Ordóñez, el coronel Joaquín Primo de Rivera y el teniente Juan Burguillo, que venían de reducir al soldado Domingo Ledesma (el ordenanza que había avisado a Dupuy de las visitas), que estaba de centinela en la puerta, y de darle una puñalada al secretario de Dupuy, Riveros, que se dirigía a la calle pidiendo auxilio ante la agresión de que era víctima el gobernador.
Paralelamente a esto, otro grupo de oficiales realistas se había dirigido a la casa en que se alojaba el doctor Bernardo de Monteagudo, con el propósito de reducirlo o asesinarlo, mientras que simultáneamente, otros conjurados intentaban copar el cuartel y cárcel (que distaba exactamente una cuadra de la casa del gobernador), en cuyas dependencias se encontraba una cincuentena de "montoneros" que había enviado presos a San Luis el gobernador de Córdoba. Los montoneros no sólo no quisieron saber nada con los realistas que les proponían plegarse a ellos, sino que además; encabezados por el entonces capitán de milicias de los Llanos, Juan Facundo Quiroga, quien estaba "armado" solamente con un asta que le servía de chifle;  los corrieron.
Al sentir los gritos de pedido de auxilio provenientes de la casa del gobernador que profería el doctor Gómez, la gente salió a las calles en tropel, dirigiéndose a ese punto; mientras que en fulminante reacción, las milicias puntanas -destacándose entre ellas el por entonces alférez Juan Pascual Pringles-, sofocaron la sublevación realista, dando muerte a cuanto prisionero encontraban al paso y matando asimismo a los que momentáneamente habían logrado tomar el depósito de armas del cuartel.
A todo esto, los conjurados que se hallaban en el interior de la casa del gobernador, aterrados, imploraban a éste que contuviera a la gente agolpada frente a ella que intentaba derribar la puerta, y le pedían que les garantizase la vida, a lo cual parece que accedió Dupuy, quien se dirigió, armado con un sable que los realistas le permitieron tomar, a quitar los cerrojos de la puerta. En cuanto lo hizo, una multitud se precipitó dentro de la casa, y el gobernador les gritó: "¡A matar godos!", dando el ejemplo él mismo, decapitando con su sable a Morgado. En cuestión de instantes, la gente del pueblo que había irrumpido en la casa, acabó con Ordóñez, Carretero, Morla y Burguillo; mientras que Primo de Rivera lograba escapar por los corredores e introducirse en la habitación de Dupuy, en la cual halló una carabina con la que se suicidó disparándose en la cabeza.


Alrededor de las 9 de la mañana, todo había terminado. La revuelta había sido sofocada, ahogada en sangre, y en la habitualmente apacible San Luis, conmocionada por el suceso; su teniente gobernador disponía se sustancie un proceso tendiente a esclarecer los hechos, determinar los culpables y estipular su castigo, para lo cual comisionó como juez a Bernardo de Monteagudo, quien se encontraba allí confinado por decisión del general San Martín.
El 13 de febrero, Monteagudo elevó a Dupuy el resultado de la instrucción de la causa. Al día siguiente, éste solicitó a aquél su dictamen definitivo; contestándolo Monteagudo el mismo día, declarando inocentes a los realistas mariscal Francisco Marcó del Pont, coronel Ramón González de Bernedo y soldado Antonio Olmos; también inocentes a los confinados -presos por razones de seguridad, pues se los tenía por enemigos de la causa (es decir, por españoles de ideas y convicciones opuestas a la independencia)- Nicolás Ames (un comerciante vizcaíno radicado en San Luis) y Pedro Bouzas (un campesino natural de Galicia, también habitante de la Punta); y culpables al resto, sentenciando a muerte a todos los que habían quedado con vida luego de la represión, a los que se les había comprobado su participación en la conjura o que habían confesado; con la sola excepción de un paisano conocido en San Luis como José Marín, que en realidad se llamaba José María Guarda, al que habían apalabrado para que les hiciera de baqueano, y para el cual estableció la pena de reclusión perpetua.
El gobernador ratificó el dictamen de Monteagudo y fueron todos fusilados, menos el teniente Juan Ruiz Ordóñez, un adolescente de 17 años, sobrino del general Ordóñez; que pidió clemencia a Dupuy y éste le conmutó la pena, al parecer, accediendo a súplicas en ese sentido de la familia Pringles.
El 3 de marzo, Dupuy ordenó despachar copias del expediente ya finalizado y cerrado al Director Pueyrredón y al gobernador intendente de Cuyo, coronel Toribio de Luzuriaga, y el original al general  San Martín.
Éste, que al recibir el 17 de febrero la primera noticia de la conspiración se encontraba en Curimón, en viaje desde Chile a Buenos Aires, temía una eventual alianza de los prisioneros realistas con la montonera que sabía alentaban desde Montevideo José Miguel Carrera y Carlos de Alvear, y albergó en principio serias sospechas de que Monteagudo pudiera haberse involucrado en algo que el Libertador reputaba como muy peligroso para la causa independentista, y receloso, apresuró su marcha. Al llegar a Mendoza, Luzuriaga lo tranquilizó al informarle que la revuelta había sido reprimida, y al arribar finalmente a San Luis, se interiorizó debidamente de todos los sucesos y aprobó sin reservas lo actuado por Dupuy y Monteagudo, dando por terminado el confinamiento de este último y nombrándolo auditor del ejército en Mendoza.
El 9 de marzo, San Martín remitió el original del proceso al Auditor General Matías de Irigoyen
Asimismo, el general San Martín pidió llevasen a su presencia a Juan Facundo Quiroga, y después de encomiar su actitud durante la revuelta y felicitarlo, dispuso fuera puesto en libertad. También solicitó ver al adolescente Juan Ruiz Ordóñez, y luego de hablar con él, ordenó le fueran quitados los grillos, se le proveyera ropa nueva y se atemperasen las condiciones de su prisión, dejándolo en una virtual libertad. Al año siguiente, Ruiz Ordóñez se casó en San Luis con Melchora Pringles, hermana del por entonces alférez de milicias puntanas Juan Pascual, que se había distinguido durante la represión de la conjura.
Hasta aquí la relación de los hechos, tal cual surgen de la clara y abundantísima documentación al respecto; en la próxima entrega, daré mi interpretación de los mismos.

(Continuará)