miércoles, 1 de noviembre de 2023

EL ESPIANTE QUE NO FUE


















Escribe: Juan Carlos Serqueiros

Él quería rajar de la ciudad. Alejarse, dejando atrás los abigarrados edificios, la opresión del cemento y del vapor asfixiante que irradia el asfalto, la locura del tránsito vehicular, la morosidad exasperante y riesgosa de los semáforos, el anonimato entre la multitud, el ruido alienante, la tortura de las bocinas, el parpadeo de las luces de neón, la urgencia mentirosa del teléfono celular, los papeles, la cumbia a todo volumen del esquenún del 10° C, los alaridos del borderline del 9° F en sus brotes psicóticos, la repulsiva resignación complaciente del cornudo consciente del 8° H cada vez que encontraba a su jermu encamada con algún tipo y a sus hijitos sentados en la escalera esperando que la mami termine su laburo de hetaira, la perversa sonrisa del psicópata del 7° A en alguna nueva fechoría, la falsa y coimera predisposición “amable” del portero, y en fin; el insoportablemente lento y tedioso transcurrir de días y más días de hastío, tabicados y amarretes.
Él quería huir… creyendo que el motivo real no era escapar de sí mismo y de sus fantasmas; sino el hartazgo de una vida que no merecía ser considerada tal, toda vez que se trataba meramente de una existencia agobiante sin por qué ni para qué. La cual, dicho sea de paso; en vano procuraba llenar saltando de cama en cama, trajinando noches, gastando madrugadas y despreciando la magia de las auroras.
Él quería irse a un pueblito. Pero… ¿en busca de qué? Tal vez de la bucólica tranquilidad, del concierto de los pájaros al amanecer, de los plácidos ocasos y las semisombras de las tardes-noches, de la calidez de los leños ardiendo en la salamandra, de la templanza del vino bebido con el fondo musical de los grillos, de la redondez de la luna reflejada en la mansedumbre del agua, de las tradiciones y del ser nacional que yacían irremisiblemente archivados en las grandes urbes de una Argentina que se iba desdibujando lenta pero sostenidamente hasta desvanecerse como una víctima más de esa peste que han dado en llamar globalización.
Felizmente, descartó la ocurrencia aquella, porque en el verdemar misterioso e insondable de unos ojos de ensueño, encontró ¡al fin! el amor que tanto había buscado; sin darse cuenta que estaba… en su propio corazón.

-Juan Carlos Serqueiros-