domingo, 29 de noviembre de 2020

LO QUE NO SE PUEDE DEJAR PASAR

 



Escribe: Juan Carlos Serqueiros

La omisión (que raya directamente en lo demencial y es culpa de todos: dirigentes —a quienes, dicho sea de paso, les cabe la máxima responsabilidad—, manager deportivo, staff técnico y jugadores), de realizar un homenaje a Diego Maradona en el partido disputado con los All Blacks es imperdonable. No es que "retrocedimos 10 casilleros", como con una liviandad inadmisible se afirma en la muletilla que circula hasta el hartazgo en las redes, porque no se trata de un juego de mesa destinado a pasar el rato sobre un tablero para que un dado o una perinola decidan. La Secretaría de Deportes de la Nación ya debería estar tomando cartas en un asunto que es gravísimo. Y tendrían que rodar cabezas (las de la dirigencia de la UAR entre las primeras).
Ya les ganamos a los All Blacks en la cancha; ahora deberíamos poner más alto la vara y superarlos fuera de ella. Lo cual, por supuesto, es mucho más difícil que la obtención de un triunfo deportivo meramente circunstancial.
A quienes no siguen el rugby y no lo juegan o hayan jugado, les cuento: las diferencias culturales existentes entre las potencias rugbísticas y la estructura profesional del juego en nuestro país son siderales. Reitero: sólo en lo que taxativamente consigné, esto es, lo cultural, y no en lo deportivo, ya que de hecho, los Pumas integran por derecho legítima e incuestionablemente adquirido en la cancha, la élite mundial de selecciones (estamos entre las ocho o nueve mejores); porque no debe perderse de vista que un seleccionado o un exponente individual, sea del deporte que fuere, está representando integralmente a su país, es decir, lo encarna no sólo en lo simbólico: bandera e himno, sino también en los valores de la sociedad en que nació y vive.
Por ejemplo, el mejor árbitro de rugby del mundo, el galés Nigel Owens, es homosexual; los All Blacks viajan sin utilero: cada uno carga su propio bolso, ellos mismos, antes de abandonar el estadio en que jugaron, limpian el vestuario que hayan utilizado, y tienen un riguroso protocolo traducido tanto en reglas escritas como no escritas, al que deben atenerse estrictamente: nunca se los ve en actitudes inconvenientes o vergonzantes, nunca emiten declaraciones altisonantes, desubicadas u ofensivas, deben interiorizarse aunque más no sea someramente, sobre la historia del país que visiten, y nunca se encuentran envueltos en escándalos tales como evasión impositiva o en aberraciones tales como violencia contra las mujeres. El mundo entero pudo comprobar cómo Jonah Lomu rechazó ocupar un lugar de privilegio entre quienes necesitaban un trasplante de riñón; cómo Sonny Bill Williams le regaló su medalla de oro a un pibito que se había metido en la cancha sólo para abrazarlo; cómo el tipo llega a nuestro país e inmediatamente se va a las cárceles a dar clínicas de rugby y a los barrios desangelados (Solari dixit) donde habita la niñez desvalida; cómo Dan Carter, Ma' a Nonu y Richie McCaw, entre otros muchos, continúan siendo virtuales embajadores volantes de su país vayan donde vayan; y, en fin, todo el mundo vio cómo Sam Cane, capitán de los All Blacks, homenajeaba a Diego Maradona, ante la mirada atónita de nuestros jugadores, que impasibles, no atinaron a nada (y eso es lo que dolió más, infinitamente más, que los 38 puntos que nos comimos).
En cambio, en nuestro país siguen vigentes, por desgracia, actitudes sectarias, hay tilinguería, machismo, soberbia y costumbres repugnantes como el tristemente célebre "rito de iniciación". Y todavía está fresco en el colectivo nacional el recuerdo de los inmundos, asquerosos y cobardes asesinos que mataron a golpes a Fernando Báez Sosa. En todo eso no hay casualidades; hay causalidades. 
Ya a esta altura, el gobierno nacional debería intervenir en la cuestión, exigiendo la renuncia de toda la mesa directiva de la UAR e imponiendo a rajatabla el cumplimiento efectivo de los valores que propugna el rugby y que constituyen el sustento del juego. La batalla no es deportiva, esa ya la dimos; ahora tenemos que librar la otra, la más difícil: la cultural. 
Y la manera de arreglar el entuerto no era disfrazarlo con una enmienda peor que el soneto, poniéndose de apuro un pedazo de cinta aisladora negra en señal (improvisada, mentirosa, hipócrita y pour la gallerie nomás) de luto (duelo nacional que, por otra parte, se había establecido por decreto del presidente de la República y en el que esos tipos se cagaron olímpicamente). 
La omisión de un homenaje puma a Diego Maradona no es en modo alguno un hecho menor y anecdótico, antes bien; se trata de algo grave, gravísimo, en tanto exponente claro y evidencia patente de todo lo que está mal en nuestro rugby y que resulta imprescindible y urgente corregir. 

-Juan Carlos Serqueiros-