martes, 25 de diciembre de 2012

FERNANDO, EL PERRO BOHEMIO Y MELÓMANO ÍCONO DE UNA CIUDAD


La autoría de este relato que a continuación leerán, no me pertenece. Es (creo) una recopilación de notas periodísticas de la época en que este perrito, por derecho propio ícono de Resistencia, alegró y enterneció la vida de quienes en esa ciudad moraban. 
Sí puedo dar fe de la veracidad de su historia; porque mi padre, que lo conoció y que era uno de los tantos pasajeros de hoteles y parroquianos de bares que disfrutaron de su siempre grata y confortante compañía, me la relataba siempre.
Viví y trabajé muchos años en Resistencia y tengo dos hermosas hijas allí nacidas. Por y para ellas, que al igual que yo, aman los perros, quise engalanar y enriquecer este mi website con la historia del símbolo imperecedero de la bohemia, la libertad, la ternura y la amistad: Fernando, el perro bohemio y melómano que distingue a Resistencia.

-Juan Carlos Serqueiros-

Esta historia comenzó al despuntar la década del 50, un día que el recuerdo no ha registrado. En Resistencia, capital de la provincia del Chaco, apareció un forastero con una guitarra al hombro y un perrito blanco que no se despegaba de su lado. El hombre entró a una humilde pensión, y con voz serena preguntó si allí se podían hospedar él y su perro. El dueño, tras mirarlo de reojo, le respondió: “-Si vos no cantás y el perro no ladra, pueden”.
Jornadas después, el artista ambulante del cansancio pasó al descanso eterno. El propietario de la pensión se quedó frío con un cadáver aún caliente. La municipalidad dio sepultura al cantor desconocido. En tanto, el dueño de la pensión y algún vecino, compasión en ristre; resolvieron quedarse con el perro. Vano intento. El perrito no se sometía a nadie y al instante tomó la ciudad como su casa.
Poco a poco, aquel valiente cuzquito de espíritu callejero se fue adueñando del cariño de la gente. Sus andanzas y alegría calaron hondo, pues entregó su amistad a los niños y su compañía a los ancianos. Pero seguía siendo libre. De todos obtenía buen trato, y respeto por la libertad que demandaba.
Mas un aciago día al perrito blanco lo atropelló un automóvil y lo dejó a orillas de la muerte. Los niños quedaron estupefactos y doloridos. Ellos sabían que el perro necesitaba un doctor, y sólo conocían a Pipo Reggiardo (un médico que en la plaza Belgrano, a veces jugaba un ratito a la pelota con ellos). Se lo llevaron. El doctor Reggiardo lo auxilió con presteza y, al tratarse de un animal sin dueño, lo "internó" en su consultorio adentro de una caja de cartón. La entrega del médico y el preciso tratamiento, en pocos semanas consiguieron la total recuperación.
El animalito volvió a la calle enarbolando su natural propensión a la amistad. Así, el simpático vagabundo, fue dejando tras de sí una estela de modestia, agradecimiento y saber estar.
Sin embargo, no es posible interpretar la historia de este perrito, sin conocer a su amigo del alma, al que algunos llaman (erróneamente) su "dueño" (porque Fernando nunca tuvo "dueño", ya que fue un símbolo de la libertad, y si en todo caso perteneció a alguien -fuera de aquel hombre con el cual llegó-; fue a todo el pueblo de Resistencia), el cantante Fernando Ortega, más conocido por su pseudónimo artístico: Fernando Ortiz; (fragmentos de una larga entrevista concedida por el cantor unos años antes de su fallecimiento):

-Lo conocí en el 51, en el bar Los Bancos, junto a la plaza. Era un perrito blanco, chiquito, y tenía más o menos un año. Cuando lo ví, lo comparé con un capullo de algodón. No lo llamé, pero él vino directamente a echarse a mis pies. Los mozos me preguntaron si molestaba. Les respondí que no. Se quedó a mi lado, y cuando salí me siguió hasta el hotel Colón, donde yo vivía. A la mañana siguiente lo encontré debajo de mi cama. Como hacía calor y yo no cerraba la puerta, seguramente entró mientras dormía. Entonces lo bañé, le di de comer, y comenzó la amistad. -En el hotel, al principio, yo disimulaba su presencia. Hasta que Coco Lucas, el dueño, lo descubrió. Coco, conmovido por mi mirada y la mirada del perrito, en vez de echarlo le hizo colocar una cucha para que pudiera descansar. -Yo actuaba en Los Bancos con una orquesta, y cuando actuábamos, el perro se iba a echar detrás del piano. No se separaba de mí. A la salida, siempre me ladraba de manera especial. Yo sabía que era su forma de invitarme a la plaza, donde cumplía una especie de rito: perseguir a los gatos. No los agredía. Jugaba corriéndolos. -En una oportunidad hubo una reunión de artistas. El perro se sentó junto a mí en la punta de la mesa. Los muchachos decidieron ponerle mi nombre. Él respondió bien al nombre de Fernando y jugó con todos ellos. En la amistad era como los humanos. A mí me parecía un ser humano vestido de perro. -A Fernando le gustaban mucho los picantes y el azúcar, y eso no podía ser bueno para un perro. Como era blanco se ensuciaba mucho, y en cualquier casa lo bañaban. Hasta tres o cuatro veces por semana. Y eso tampoco podía ser bueno para un perro. -Una noche que hacía mucho frío se me ocurrió darle grappa con azúcar. Al principio no le gustó, pero al rato, empezó a pedir más. Cuando nos fuimos, le costó bajar de la silla, y caminaba de costado, borracho. -De vez en cuando visitábamos a un gran amigo; el pintor René Brusseau. Fernando se hizo muy amigo de René. Otro de sus amigos fue el escultor Víctor Marchese. Con Juan de Dios Mena, iba al Fogón de los Arrieros. En el Fogón, lo aceptaron y lo hicieron socio de la institución. Allí destacó como crítico musical. Su mayor virtud era su oído. Como nadie, captaba la belleza de los sonidos. -Para él, lo fundamental era la noche. Recorría el bar Sorocabana, el bar Los Bancos y el Club Social. Y si oía música se acercaba. La música le encantaba. Pero si no le gustaba algún artista, se iba. Y la gente lo seguía. -No se perdía ninguna fiesta. En los conciertos se colaba y se iba a echar cerca de la orquesta, o del solista. Cuando meneaba la cola aprobaba la actuación, pero ante las pifias gruñía, y a veces aullaba. Él nunca fallaba. Y los músicos admitían haber metido la pata en el punto indicado por el perro. Era un crítico riguroso. Y ninguno se atrevía a pedir que lo pusieran de patitas en la calle, porque la gente se fiaba de su oído. -Recuerdo que el maestro Hermes Peresini, eximio violinista, sabía ponerlo a prueba. Tocaba un fragmento de las Czardas de Monti, y en algún momento colocaba mal alguna nota. Fernando respondía dando un salto y se ponía a gruñir, mientras el maestro se reía. El perro tenía un oído musical muy desarrollado. Quizás esa fue la herencia que le dejó el artista que lo trajo a Resistencia.
Como perro que era, Fernando se ceñía a su código de costumbres: pernoctaba en la recepción del hotel Colón (en ocasiones, en El Viejo Rincón), a primera hora de la mañana entraba con los empleados al Banco de la Nación Argentina, y se dirigía al despacho del gerente, donde éste le hacía servir el desayuno: café con leche y medialunas (en la imagen, podemos verlo en la oficina del gerente, con su taza):


Después, iba a visitar la peluquería que estaba al lado del Bar Japonés. A continuación, dormía un rato en el Sorocabana sin que nadie lo molestara. Almorzaba en el restaurante El Madrileño. En casa del doctor Reggiardo hacía la siesta (un ladrido y un arañazo a la puerta eran la contraseña para entrar). Y tras la siesta, se cruzaba a la plaza 25 de Mayo a divertirse hostigando a los gatos. Al atardecer, corría al bar La Estrella, a merendar lo que le daban los dueños y la clientela.
En La Estrella le ocurrió un desagradable episodio cierta vez que un "chistoso" pasado de vinos, le pegó una patada. A su aullido de dolor replicaron los parroquianos, que querían linchar al agresor. La trifulca se saldó con la expulsión a puntapiés del tipejo, y con Fernando comiendo maníes bajo una mesa.
Fernando volvió a callejear por la ciudad. No hubo evento artístico o social que no contara con su asistencia. Todo le atraía: fiestas, tertulias, conciertos, espectáculos, bailes populares; y él, sirviéndose de su don para hacerse querer, recalaba en cualquier reunión.
Con su presencia alegró bodas y cumpleaños, y fue motivo de orgullo para aquellos que lo recibían en sus casas.
En los velorios pasaba otro tanto; si asistía era un honor, pero si no aparecía; derivaba en desdoro para el fallecido y sus familiares.
En las exposiciones pictóricas, los organizadores temblaban al verlo entrar. Si Fernando recorría la sala y luego se echaba en un rincón, todos contentos. Mas, si se marchaba; el pintor ya podía ir descolgando sus cuadros.

ALGUNAS DE LAS ANÉCDOTAS QUE LO LLEVARON AL BRONCE
En 1954 (y en un momento de alarma social, pues se habían producido muertes de niños por mordeduras de perros), la vacuna antirrábica llegó al Chaco. Se estableció la obligatoriedad de vacunar a todos los canes. En la municipalidad se llevó a cabo el cometido, y a la Municipalidad acudió Fernando sin que nadie lo llevara. Por propia voluntad dejó que el doctor Andreu lo inmunizara. Tal actitud, impropia en un animal, obtuvo su justo premio: le concedieron la patente número uno, y lo nombraron Primer perro civilizado de Resistencia. Sin embargo, ni la patente número uno ni el título de "Perro civilizado", lo libraron de un aciago incidente. Una mañana, los hombres de la perrera lo cazaron, y medio dormido lo introdujeron en la jaula del camión. Mas, la providencial intervención de Tatalo Dominguez (campeón chaqueño y argentino de boxeo) y de Moisés Zaín (promotor de espectáculos artísticos y deportivos) trastocó las cosas; porque además de reprender a los de la perrera, instaron a otras personas a unirse a la protesta. Se armó un alboroto. Hasta que una mano anónima abrió la puerta de la jaula. Entre los aplausos y las risas de la gente, Fernando, como un balazo, se metió en el Sorocabana seguido por el resto de perros capturados.
Cuenta el periodista y escritor chaqueño Mempo Giardinelli:
-El 57 o el 58, visitó Resistencia un famosísimo pianista polaco, Paderewsky, y ofreció un único concierto en el Cine Teatro Sep, y por supuesto mis padres me llevaron. La sala estaba repleta, y Fernando se acomodó bajo el piano de cola (los organizadores siempre explicaban a los músicos visitantes de la ineludible presencia del cuzquito). Y a la vista de cientos de personas, se diría que Pederewsky y Fernando comenzaron el concierto. Nunca olvidaré la impresión de aquel público cuando en medio de una sonata de Beethoven, Fernando se puso de pie alzando las orejas y soltó un gruñido. Pareció que el mundo se detenía, pero Paderewsky, todo un profesional, siguió como si nada. Hacia el final, nuevamente el perro sacudió las orejas y miró fijo al pianista, como diciéndole: "-Oiga, la está pifiando". Entonces, Paderewsky, con europea elegancia, detuvo las manos, miró al perrito y dijo en duro castellano: "-Tiene razón, equivoqué dos veces". Hizo un da capo y repitió la sonata, que le salió perfecta. El concierto acabó con una ovación, un par de bis, y el discreto mutis de Fernando.
Y siguen las anécdotas:

-Un afamado violinista europeo, en tournée por el noreste del país, se presentó en el Cine Teatro Sep. Fernando asentó su alba figura entre la primera fila y el escenario. El concertista tocaba con dulzura, y el perro, como buen melómano, disfrutaba con la música. De pronto abrió los ojos, levantó las orejas y lanzó un aullido. El músico había errado unas notas y el animal lo percibió. El hombre, contrariado, interrumpió la actuación, abandonó el escenario y entre bambalinas, exigió la inmediata evacuación del perro. La respuesta, muy a la chaqueña, fue tajante: "-Fernando sabe lo que hace" -le dijo uno de los responsables. "-Así que, tocás bien o el que se va sos vos" -agregó otro.
Agonizaba la década del 50, y a fin de inaugurar unas obras visitó Resistencia el militar golpista Aramburu. En el Club Social se organizó un acto. Comparecieron el presidente de facto y las autoridades provinciales. Aramburu ocupó la cabecera de la mesa, y a su derecha se sentó el gobernador. De repente, sobre el alfombrado apareció Fernando. Su irrupción provocó estupor, murmullos y risas. Entonces, ante la confusa mirada de Aramburu y su séquito, el gobernador se puso de pie, y tal como si presentara a un embajador en el Vaticano, dijo en voz alta: "-Señor presidente, el perro Fernando". Fernando miró a todos, y se retiró. Él no comulgaba con golpistas y asesinos en el poder.
René Brusseau (prestigioso artista plástico) y Fernando, establecieron una agradable relación de amistad. Muchas veces el perro le hacía compañía en su estudio mientras él pintaba. Mas, una tarde del año 1956, Fernando salió a la calle poseído de una repentina urgencia. Sus ladridos y movimientos extrañaron a la gente. Comprendiendo que algo pasaba, varias personas entraron al estudio, y encontraron tirado en el suelo el cuerpo sin vida del pintor. Su mano izquierda aún sujetaba la paleta. Se ignora cómo, pero Fernando supo que René iba a ser velado en El Fogón de los Arrieros. Cuando el vehículo fúnebre llegó con el cuerpo, el perro estaba esperando. Pasó la noche junto al ataúd del amigo. Al otro día acompañó el cortejo. Tras el entierro, todos abandonaron el cementerio. Pero Fernando, no; él se quedó unas horas más.
En el bar La Estrella, una noche de invierno y una audición de tangos, que el bullicio y la humareda no invitaban a escuchar. O al menos, eso pensó uno de los dueños del bar, ya que apagó la radio. Al instante retumbaron los ladridos de Fernando. Se hizo un breve silencio. Conectaron nuevamente el receptor. El perro se calló y se tumbó junto al mostrador a deleitarse con la música.
Una mañana muy temprano, la plaza 25 de Mayo tembló con los ladridos de Fernando. Los taxistas que estaban en la parada acudieron a ver qué ocurría, y encontraron un señor mayor tirado en el suelo. Uno de los taxistas, hábil en primeros auxilios, le practicó ejercicios de reanimación. Luego, en uno de los taxis llevaron al anciano al hospital Perrando. A Fernando le impidieron el paso, mas él quedó merodeando. Los taxistas regresaron contentos; el señor, que había sufrido un infarto, se salvó.
Aún se recuerda su "colaboración" con el Coro Polifónico de Resistencia (galardonado dos veces en certámenes internacionales en Italia: Arezzo-1968, y Pescara-1974). Ocurrió en el Cine Teatro Sep. Iba a dar comienzo la función y Fernando subió al escenario. Miró uno a uno a los cantantes, y luego de agitar la cola ante la mítica directora, Yolanda de Elizondo, fue a tenderse al lado de la candileja. La señora de Elizondo captó el mensaje de anuencia e inició la actuación.
Durante una representación teatral, y en el momento en que la protagonista era acosada por un hombre lobo, Fernando entró en escena y lamió la cara de la actriz, Delma Ricci, tal como si le dijera: "-No tengas miedo, aquí estoy". En ese punto, concluyó la obra. El perrito conoció el aplauso.
SU MUERTE
Fernando murió de diabetes el 28 de mayo de 1963, y sus restos fueron enterrados en la vereda, junto a la entrada del Fogón de los Arrieros, una institución cultural y artística, peña literaria y museo de la ciudad. Allí, junto a su estatua, puede leerse un epitafio que dice: "A Fernando, un perrito blanco que errando por las calles de la ciudad, despertó en infinidad de corazones un hermoso sentimiento".
En Resistencia, conocida justamente como la ciudad de las esculturas, hay tres que representan a Fernando. La primera de ellas es la que está en su tumba, a la entrada del Fogón de los Arrieros, en calle Brown 350:


Otra, frente a la Casa de Gobierno, en la esquina de avenida 25 de Mayo y calle Mitre:


Y la tercera, ubicada en la platabanda de la avenida Avalos, frente al parque 2 de Febrero y al club Regatas: