sábado, 23 de agosto de 2014

SARAH BROWN, LA CLEOPATRA DEL ESCÁNDALO. TERCERA PARTE






















Escribe: Juan Carlos Serqueiros

ES CONTINUACIÓN DE SARA BROWN, LA CLEOPATRA DEL ESCÁNDALO. PRIMERA Y SEGUNDA PARTES (ENLACE I Y ENLACE II)

La Goulue, cette flamboyante catin, a mis le feu à Paris (La Goulue, esa puta extravagante, prendió fuego a París.)
-Henri de Toulouse-Lautrec-

Ocurrió que los estudiantes de bellas artes, lejos de estimar absolutorio el veredicto; lo tomaron como suficiente causal para mostrar su disconformidad con el mismo, convocando, para la noche del sábado 1 de julio, a concentrarse en la plaza de la Sorbonne para marchar desde allí al senado en repudio a Bérenger. Llevaban en sus solapas una hoja de parra, en obvia alusión irónica a "esconder la desnudez". 
La guardia municipal quiso detenerlos, pero se demostró impotente para ello; ya que cerca de dos mil almas se habían juntado, producto de sumarse a la manifestación los estudiantes de medicina (había entre ellos y los de bellas artes una muy estrecha relación, tal como escribí en mi artículo ¿Vamos al Bal de l'Internat?, al cual puede accederse a través de este ENLACE). Encima, seguían llegando a la plaza más y más estudiantes, cuando sorpresivamente cayó sobre ellos un escuadrón de la prefectura de policía, atacándolos sin decir agua va. Los estudiantes corrían por la calle en procura de guarecerse donde pudieran, y un buen número de ellos entró al café y brasserie d'Harcourt, uno de los sitios más populares y concurridos de París, que quedaba en el N° 47 del boulevard Saint-Michel y hasta allí fueron tenazmente perseguidos por los agentes, que irrumpieron en el local, en el cual se hallaban personas que nada tenían que ver con los sucesos de la calle; sino que estaban tranquilamente allí tomando o comiendo algo. Y había entre esas gentes ajenas a todo, un joven de 22 años, dependiente de comercio, llamado Antoine Nuger quien, sorprendido por la insólita situación y al verse agredido; intentó alejarse de allí corriendo.
Por esa época, era habitual en los cafés parisinos colocar en las mesas unas fosforeras cerámicas grandes y pesadas, destinadas a su uso por parte de los clientes. Los policías las utilizaron para tirárselas como proyectiles a los que huían, sin distinguir, en medio de la batahola, si eran estudiantes o parroquianos. Una de esas fosforeras dio de lleno en la cabeza de Nuger quien resultó, por ser muy alto y por la corta distancia a la que se hallaba, blanco fácil para el policía que se la arrojó y quien, a pesar de ser derivado al hospital de la Charité; falleció allí a las 3 de la madrugada del 2 julio.




 
El prefecto de policía, Henri-Auguste Lozé, era la viviente y andante representación de la imbecilidad consumada con un grado de perfección asombroso; un politicastro bueno para nada que hizo lo que mejor sabía hacer, o sea... nada. Sin nadie que la dirigiera -porque Lozé era eso: nadie- desde el sentido común y con instrucciones precisas; la policía salió a reprimir una manifestación la cual, sin su intervención, se hubiera agotado en una gritería hostil ante el senado, unas cuantas marchas por las calles de París insultando al bueno de Bérenger y nada más.
En las tarde y noche del domingo 2 de julio, los estudiantes volvieron a concentrarse en la plaza de la Sorbonne, exhortando a la población a asistir al sepelio de Nuger, y después marcharon hasta la prefectura de policía a reprobar e insultar a Lozé. El lunes 3 las cosas se agravaron: un diputado opositor al gobierno (por entonces, el presidente de Francia era Marie-François-Sadi Carnot) pidió en la cámara que se interpelara al ministro de Interior (y también primer ministro), Charles Dupuy, quien trató de bajar la tensión haciendo esparcir por conductos extraoficiales el rumor de la renuncia de Lozé; lo cual desde luego, alegró a los estudiantes (y a tout París, porque si algo tenía Lozé, era que generaba uniformidad en la opinión acerca de él: era unánimemente odiado). Pero paralelamente, alguien se fue de boca y trascendió que el gobierno estaba resuelto a impedir que el entierro de Nuger se transformara en una concentración popular; para lo cual se aprestaba a sacar subrepticiamente su cadáver de la ciudad, y entregarlo a sus familiares fuera de la misma (todo lo cual era cierto, como veremos a continuación). Los estudiantes se dirigieron al hospital para comprobar que el cuerpo de Nuger siguiera allí, y previsiblemente, chocaron con la policía. Luego fueron a la plaza de Saint-Michel y comenzaron a incendiar los kioscos, tanto los que servían de garita a los policías; como los de venta de diarios y revistas. Hubo esa noche durante los enfrentamientos más de cien heridos.

 

En la mañana del martes 4, la cita de los estudiantes era en el hospital de la Charité. El choque con la policía fue una verdadera batalla campal.


Los disturbios continuaron durante todo el día y toda la noche. Literalmente, ardió París. El Quartier Latin fue un escenario dantesco. Los manifestantes (que ya no eran tales sino combatientes en toda la línea; porque además empezó a ser notoria la presencia de agitadores que tenían otros móviles que no eran precisamente la rebeldía estudiantil) armaban barricadas con ómnibus y tranvías (de caballos ambos, obviamente) que daban vuelta para parapetarse tras ellos, y con kioscos y columnas publicitarias, y apedreaban los faroles de alumbrado público, con lo cual las calles se iluminaban sólo con los disparos de armas de fuego y los vehículos y demás que eran incendiados.


 


Para la población, para el ciudadano común, se tornó más que evidente que los sectores radicalizados de la política y los elementos activos más virulentos del anarquismo, no sólo fogoneaban los disturbios; sino que en esos momentos eran quienes los protagonizaban. Y eso... no; de ninguna manera habría de tolerarse.
El gobierno se puso serio. El presidente Carnot y el primer ministro Dupuy asieron la ocasión por los cabellos: en la madrugada del miércoles 5, el gobierno mandó al hospital de la Charité dos batallones de caballería para que, retirado el cadáver de Nuger en la furgoneta de una funeraria (en la cual iría también su padre), lo escoltaran hasta Clermont-Ferrand, de donde eran oriundos tanto el occiso como su familia y donde sería sepultado, rindiéndole previamente honores militares en Charenton, como consignó, en su edición del día siguiente, el diario Le Gaulois: 



Y mandó el gobierno al ejército a cerrar la Bourse de travail, en una actitud que dejó en claro para todo el mundo dos cosas: que estaba dispuesto a ejercer su autoridad (o, según se interprete, autoritarismo, pues al emplear el ejército; paralelamente estaba desechando la vía judicial), y que reputaba a los sindicatos anarquistas (a los que declaró ilegales) como culpables de los disturbios.


El jueves 6, París amaneció ocupada por 50.000 soldados que el poder político distribuyó por toda la ciudad. A pesar de ello; durante ese día y el siguiente hubieron todavía algunas escaramuzas y manifestaciones, pero ya sin destrozos; y la presencia militar en las calles terminó por disuadir cualquier intento de alterar el orden público.
El sábado 8, se dejó trascender que la Bourse de travail "se reabriría tan pronto como fuera posible", y esa misma jornada, en la cámara de diputados se aprobó la conducta del gobierno durante los disturbios. Dos días después, éste informó que introduciría modificaciones de fondo en la policía, que principiarían con el reemplazo de Lozé por un "duro": Louis Lépine.
Y quizá debe de haber existido algún "cambio de figuritas", porque simultáneamente a eso; los estudiantes anunciaron que organizarían una gran colecta con el objeto de recaudar fondos para resarcir económicamente a los damnificados por los incendios y destrozos.
Finalmente, el 13, el ministro Dupuy declaró que el gobierno indultaría a los estudiantes que se hallaban detenidos por los desórdenes. 
El 14 de julio, día de la fiesta nacional de Francia, los actos oficiales, desfiles militares y festejos populares se llevaron a cabo con absoluta normalidad. El chubasco había pasado.
Hasta aquí, estimado lector, hemos visto cómo se produjeron los hechos, quiénes los protagonizaron y cómo terminaron; pero ¿podemos también afirmar que sabemos por qué pasó lo que pasó? Tengo para mí que no, no podemos.
Entonces, le propongo que en la cuarta y última parte de este artículo, intentemos dilucidar ese aspecto fundamental de la cuestión: el motivo.

Continuará