sábado, 14 de enero de 2012

EL MAHOMA DEL ALTIPLANO





















Escribe: Juan Carlos Serqueiros


“Con los cholos de mi pueblo haré la felicidad de Bolivia.” (Manuel Isidoro Belzu)

La transformación política y las reivindicaciones sociales en Bolivia, llevadas adelante por el gobierno que preside Evo Morales, han tenido un antecedente en la obra (trunca, debido a su asesinato) del general Manuel Isidoro Belzu, “el tata” (padre) Belzu, o el “Mahoma del altiplano”; para el pobrerío boliviano.
Belzu nació en La Paz, el 14 (según algunos; el 4 según su esposa) de abril de 1811. Mestizo, llevaba en sus venas la sangre india de su madre Manuela Humeres (o Humerez) y la hispano - árabe de su padre, el comerciante español Gaspar Belzu.
Tuvo una infancia pobre y escasa en juegos, a raíz del abandono de hogar que hiciera su padre, convirtiéndose su hermano mayor en su tutor y protector virtual; ya que su madre se veía obligada a pasar el día en las plazas de La Paz vendiendo las velas y fósforos que ella misma fabricaba, de modo de arrimar unas pocas monedas con que sustentar la magra, escuálida economía familiar. Su única instrucción regular (primaria) la recibió en el Convento de San Francisco. Pero el temperamento de Belzu no se llevaba bien con la escuela, y siendo un adolescente de 15 años, se integró al ejército peruano del general Gamarra primero, y a los de los mariscales Sucre y Santa Cruz después.
Rebelde, orgulloso, indómito, arrojado, de temeraria valentía, poseedor de unas despierta inteligencia y aguda perspicacia; Belzu ya nunca abandonaría las armas.
Por elementales razones de espacio, no voy a consignar en esta nota los hitos que fueron jalonando su carrera militar; simplemente apuntaré que fue ascendido al grado de capitán coincidentemente con la época en que, estando destinado (como castigo por supuestas insubordinaciones) por el mariscal Santa Cruz en Tarija, conoció en esa ciudad a quien después sería una destacada escritora: la salteña Juana Manuela Gorriti, que estaba emigrada allí con su familia por ser su padre, José Ignacio Gorriti, opositor a Juan Facundo Quiroga y Juan Manuel de Rosas.
Luego de un romance fulminante y de sortear trabajosamente la obstinada negativa del padre de la novia; Manuel Isidoro y Juana Manuela se casaron en 1833, cuando ella no había cumplido aún los 15 años. De ese matrimonio nacieron dos hijas: Edelmira y Mercedes.
A las órdenes de Santa Cruz peleó Belzu (a pesar de que desaprobaba la política de aquel) en Yungay, donde el 20 de enero de 1839 el ejército chileno del general Manuel Bulnes (aliado de la Confederación Argentina que presidía Juan Manuel de Rosas) derrotó estrepitosamente al de aquella efímera entelequia creada por Santa Cruz que fue la Confederación Perú - Boliviana (batalla esta que también modificaría el panorama político argentino de ese entonces; pero eso será materia de otra nota). Luego de la aplastante derrota, Santa Cruz huyó al Ecuador, y Belzu cayó prisionero de las tropas peruanas que se habían mantenido tenazmente contrarias a la confederación creada por Santa Cruz.
De regreso en Bolivia, Belzu era ya un hombre de gran prestigio en su patria. Luego de la caída de Santa Cruz; era presidente José Miguel de Velasco, quien lo recibió con muestras de afecto y lo ascendió a teniente coronel. Esa época marca el inicio de la participación activa de Belzu como una de las figuras influyentes y principalísimas de la política boliviana.
En un golpe de estado contra Velasco, dirigido por el general Agreda, que tenía intenciones de restituir al mariscal Santa Cruz en la presidencia; Belzu se mantuvo neutral, convencido como estaba de ser el fiel de la balanza. Sorprendido mientras dormía, fue hecho prisionero, pero el general José Ballivián, ahora aliado con Velasco frente al común "enemigo peruano", lo liberaría. El 18 de noviembre de 1841, se enfrentaron en Ingavi el ejército peruano al mando del general Gamarra y el boliviano al frente de Velasco y Ballivián, quedando la victoria para los últimos. En esa batalla, Ballivián ascendió a Belzu al grado de coronel, por su bravura y heroísmo en combate; pero las buenas relaciones entre ellos no durarían mucho, y ambos hombres más adelante se convertirían en enconados y mortales enemigos. Todo esto coincidiría con una profunda crisis de pareja, de resultas de la cual el matrimonio Belzu - Gorriti se deshizo en 1843.
Y aquí “ajustarse los cinturones, pues vamos a entrar en una zona de extrema turbulencia”: en Bolivia se ha intentado (y en buena medida, se logró hacerlo) instalar en el imaginario colectivo la idea de que la enemistad entre Belzu y Ballivián surgió a partir de infidelidades conyugales en las que, con el último como tercero en discordia, habría incurrido Juana Manuela Gorriti; y que eso habría llevado a su esposo Belzu a reaccionar con “celo moro” (Indio Solari dixit). Por ejemplo, Joaquín Aguirre Lavayén -con más que dudosa caballerosidad-, en una nota periodística que le hicieron con motivo de su mediocre -y de escasa resonancia fuera de Bolivia- obra Guano maldito, afirmó:

Belzu es el árabe cornudo que se traga en silencio el veneno que le sirve Ballivián... le quita a su bella esposa Juana Gorriti y le degrada al rango de humilde sargento. ¿Sabes querido mago lo que es un árabe cornudo? ¡Es un volcán! En ese corazón de Belzu bulle un volcán reprimido que en su profunda amargura encuentra alivio amando a sus dos hijas y amando a esos indios quechuas y aimaras tan infelices y explotados como él. (sic)

En la misma sintonía, Humberto Vázquez Machicado, se escandalizaba de que “por un drama de amores y celos, se ensangrentó casi diez años la historia de Bolivia" (sic), y atribuyó a la “deshonra” de Belzu y su afán de venganza, nada menos que… ¡ser la causa originaria y principalísima de todas las luchas internas bolivianas desde 1847!
Pero veamos también qué tenía para decir al respecto, la vilipendiada supuesta esposa infiel, Juana Manuela Gorriti. En su libro “Panoramas de la vida”, en el capítulo correspondiente a la biografía de su marido, consigna claramente: “Demasiado jóvenes ambos esposos, no supieron comprender sus cualidades ni soportar sus defectos; y aquellas dos existencias se separaron para no volver a reunirse sino en la hora suprema al borde del sepulcro.” (sic). Y al referirse a las relaciones entre Belzu y Ballivián, Juana Manuela escribe: “Aquellos dos hombres, sintiéndose de igual fuerza en arrojo, audacia y valentía, eran también demasiado semejantes en cualidades y defectos, para que pudieran respirar en paz la misma atmósfera.” (sic). Asimismo, atribuye a “toda suerte de recelos” y a “sugestiones” de terceros, la malquerencia de Ballivián hacia Belzu.
Sin embargo, de seguro ni Aguirre Lavayén ni Vázquez Machicado deben haberse tomado la “molestia” de leer a la Gorriti (¡ay, el machismo!), ya que si lo hubiesen hecho; no podrían haber dejado de notar que en el capítulo “Una querella”; la escritora relata una situación equívoca de celos, curiosamente similar a la acontecida en su caso (por supuesto, “similar” si nos atenemos a su versión, o sea, a su verdad relativa). Vaya y pase en Aguirre Lavayén, que en definitiva escribió una novela, la cual por ser precisamente eso, no tenía por qué ceñirse a la verdad histórica, pero lo de Vázquez Machicado es inadmisible por donde se lo mire; ya que escribir la historia desde una perspectiva limitada a las intimidades de alcoba y/o a las infidelidades conyugales, hayan sido estas ciertas o inexistentes, resulta, cuanto menos (y siendo en exceso benevolente); pueril. Y mejor ni acordarnos de lo de reducir las abismales diferencias de pensamiento político entre Belzu y Ballivián a un problema de celos e inferir desde allí que la inestabilidad consuetudinaria en Bolivia, se debía a amores contrariados en conflicto… ¡Pobre Bolivia con semejante “historiador”! En fin, se ve a las claras que los Rial y demás personajes miserables por el estilo, no inventaron nada…
Retomemos la ilación: luego del mandato de Ballivián, extendido entre 1841 y 1847, y después de una fugaz rentrée de Velasco; ahora lo tenemos a Belzu ya instalado en la presidencia de su país, luego de derrocar a este último, entre las aclamaciones y el delirio de los pobres y desposeídos de Bolivia.“La narradora (nos dice Juana Manuela Gorriti refiriéndose a sí misma en tercera persona) rehúsa seguirlo en aquel elevado puesto en que la esposa (o sea, ella misma) rehusó acompañarlo también.” (sic).
Belzu, en su gestión, se apoyó en la clase humilde y despreció a la oligarquía boliviana, sectaria y extranjerizante. Tendió a favorecer invariablemente a los pobres; estableció el proteccionismo económico más férreo que las circunstancias le permitieron; castigó con rigidez y severidad las arbitrariedades que se cometían contra las comunidades indias; estableció la prohibición del ejercicio del comercio para los extranjeros; hizo construir escuelas de artes y oficios en todas las capitales departamentales y fijó la bandera y el himno bolivianos tal como hoy se conocen. Durante su período de gobierno, Belzu tuvo que afrontar nada menos que ¡40 intentos de golpes de estado y revoluciones en su contra!
Y hasta sobrevivió milagrosamente a un atentado contra su vida perpetrado el 6 de setiembre de 1850, en el cual recibió un balazo en el cuello y otro en la cara.
Al terminar su mandato, hizo elegir presidente a su yerno Jorge Córdova, a quien entregó el gobierno el 15 de agosto de 1855 y se fue a Europa, dedicando los años siguientes a viajar por el mundo.
Una feroz anarquía iría a cernirse sobre Bolivia al abandonar Belzu el poder. Las luchas intestinas y los golpes de estado se sucederían, hasta que un dipsómano analfabeto de extraordinaria crueldad, pero de hercúlea fuerza e irresponsable arrojo, llamado Mariano Melgarejo; se haría con el gobierno hacia fines de 1864. Obedeciendo al clamor incesante de su pueblo, Belzu volvió a su patria, a derribar al tirano que la oprimía con sanguinaria fiereza.
El 20 de marzo de 1865, la noticia de hallarse Belzu próximo a La Paz, corrió como el remanido reguero de pólvora, y los humildes, los desposeídos, los pobres, los oprimidos, en fin, el cholaje todo; acudiría presuroso a su lado, ovacionándolo y llevándolo en andas al palacio sede del gobierno.
A su paso, los propios soldados de Melgarejo se le unían; hasta que éste, viéndolo todo perdido, se dirigió al salón donde estaba Belzu, con la aparente intención de rendirse ante él. Con su proverbial generosidad sin límites, Belzu se levantó de su asiento y le extendió los brazos al tiempo que exclamaba: “¡Te perdono!”. En ese mismo instante, Melgarejo extrajo un revólver y le descerrajó un balazo en la sien, asesinándolo. Era (según sostiene la historiografía oficial de Bolivia) el 23 de marzo de 1865. Trascartón, aquel abominable engendro del infierno salió a la galería y gritó: “¡Belzu ha muerto! ¿Quién vive ahora?”; y según la tradición (a veces, tan poco confiable, ¿no?), la muchedumbre habría respondido con un estentóreo: “¡Viva Melgarejo!”.
Cabe destacar que la biografía de Belzu que hace Juana Manuela Gorriti (que en esos días se hallaba circunstancialmente en La Paz, en casa de sus padres; que se dirigiría personalmente a rescatar el cadáver de su esposo asesinado y que presidiría el velatorio que le haría el pueblo boliviano), sitúa todos esos sucesos el 27 de marzo, y no el 23 como oficialmente se acepta. Existe, pues, incongruencia en las fechas, siendo harto difícil determinar cuál de ellas es la correcta.
En fin, ese fue el hombre; un héroe y mártir, para el pueblo que lo idolatró hasta el fanatismo; o un villano cornudo y déspota, para la aristocracia que lo odió con enconada y prolija saña.