miércoles, 20 de diciembre de 2023

PETRONIO, EL ÁRBITRO DE LA ELEGANCIA










































Escribe: Juan Carlos Serqueiros

Si hemos de dar crédito a lo estipulado por el historiador Tácito —que se refiere a él como arbiter elegantiae (árbitro de la elegancia)—, Petronio (ese era su nomen gentile, es decir, el equivalente al apellido), a quien algunos atribuyen por praenomen (el equivalente a lo que llamamos nombre de pila) Tito, otros Cayo y otros Publio; no faltando quienes a su nomen adicionan el de Nigro, fue un aristócrata latino que vivió en el siglo I d. C. y gozaba del favoritismo del emperador Nerón, quien lo puso a cargo de una especie de "ministerio": el del buen gusto.
Hay quienes afirman que el apodo asignado a Petronio devenía del corte irreprochable de las togas que usaba, mientras que otros aducen que era por el exquisito gusto que sabía evidenciar en tanto esteta y epicúreo. Las malas lenguas —sin duda, de puro envidiosas nomás— aseveraban que dormía de día y vivía de noche, disfrutando de todo género de placeres.
Siempre según Tácito, caído en desgracia Petronio por conspirar contra Nerón; éste lo obligó a suicidarse, entonces; en una especie de venganza póstuma por su condena, Petronio, antes de quitarse la vida, habría enviado a Nerón un escrito en el cual detallaba prolijamente las miserias, la infamia y los vicios del emperador. ¿Será verdura el apio? Chi lo sa...
Sea como haya sido, lo cierto es que Petronio (y obviamente, también Nerón), tenían bien claro cómo era eso de “living la vida loca”.
Nos dejó como legado su obra maestra (o, dicho más apropiadamente; los fragmentos que de ella se conocen, ya que se ha perdido la mayor parte, conservándose sólo los libros XV y XVI): P.A. Satiricon libri (las iniciales insertas en el título son, precisamente, por Petronius Arbiter, esto es, Petronio Árbitro), escrita en prosa y verso en una mezcla de latín clásico y vulgar, a la que conocemos como Satiricón. En ella se narran las aventuras de tres jóvenes libertinos y errantes: el protagonista principal, Encolpio, que sufre de impotencia; su amante adolescente y homosexual, Gitón; y Ascilto, a quien Encolpio hace destinatario de sus celos por Gitón.
Petronio es el arquetipo, el primus inter pares, del realismo en la literatura latina. Combinando con erudición el latín clásico propio tanto de él mismo como así también del público a quien dirige su novela (la clase alta); con el latín vulgar usual en los personajes que describe, acierta a pintarnos con maravillosa objetividad la vida cotidiana, la cultura y la sociedad en el Imperio Romano; a la par que aborda temas como la corrupción, la lujuria y la decadencia, haciendo gala (y vaya si tenía con qué) de un magistral empleo de la ironía y la parodia, incluyendo, además; efectos cómicos.
Pero cuidado con atribuir a Petronio fines moralistas o reformistas, o tan siquiera disconformidad o hastío con y por el mundo de su época. Para nada. Muy por el contrario; Petronio era un aristócrata y estaba satisfecho con el orden social vigente en el tiempo en que vivió y actuó. Si escribió lo que escribió, satirizando a los nuevos ricos encarnados en los libertos enriquecidos, si mostró la hipocresía y las fallas profundas existentes en una sociedad que educaba a sus jóvenes en una retórica efectista pero absolutamente vacía, una sociedad en la cual los mercaderes habían reemplazado a los filósofos, una sociedad en la cual la molicie y el lujo sibarítico de los ricos contrastaban con la miseria en que vivían inmersos los pobres (envilecidos también en vicios), y en fin; una sociedad depravada que había degradado a la mujer hasta el punto de su incursión en excesos y degeneraciones en los que hasta allí “sólo” habían caído los hombres; no lo hizo en procura de redimir ni por afán regenerador ni revolucionario, sino que ello se debió a que era un perpetuo devoto del amor al arte, al cual concebía como representación fidedigna de lo natural y lo real, y a su condición de patricio que propugnaba el retorno a los viejos valores. “Nada hay tan falso como un necio prejuicio de la gente, ni tan insensato como una fingida austeridad” (sic), consigna inequívocamente en su Satiricón, como un alerta, un llamado a los de su propia clase (a quienes, además; llama irónicamente “Catones”, burlándose sin disimulo alguno de sus intenciones de censurarlo), instándolos a percibir una realidad que se empeñaban en ignorar y despreciar. Y asimismo, no es precisamente Petronio quien procura la igualdad de género en tanto nos pone frente a la Matrona de Éfeso, la evidentemente misógina historia de una viuda que se proclama inconsolable por la pérdida de su esposo, pero se deja seducir por un desconocido, ¿no?
Para finalizar este opúsculo, y por si acaso hubiese incurrido usted en el sacrilegio de no haber leído aún el Satiricón, dígame, por favor: ¿qué espera para hacerlo?

-Juan Carlos Serqueiros-




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