Cuando hablamos de fidelidad y de felicidad, solemos referirla a lo externo. El afuera nos hace de metro patrón, y comenzamos desde temprano a ajustar las medidas de nuestro deseo a sus requerimientos. "Yo quiero hacer tal cosa, pero a Fulana o a Mengano le vendría bien o le gustaría que yo haga tal o cual otra, y modifique un poco de acá y otro poco de allá, porque...".
Y así seguimos, hasta que nos deformamos de tal manera, que quedamos irreconocibles. Y todo para calzarnos en un vestido o un traje que nos chinga o nos queda ajustado o corto o largo, y que definitivamente; no es ni remotamente parecido al nuestro.
Como nos preocupa que nos mientan, que nos hagan el vacío, que se olviden de nosotros, que no nos escuchen, que no nos reconozcan, que no nos aplaudan, que no nos acepten, que nos rechacen, que nos corran de lugar y de todo aquello que implique quedar fuera del radio de aceptación de las personas; terminamos por convertirnos en alguien que ha quedado tan lejos de su centro, que en el único lugar en el que nos reconocemos, es en el espejo. Y no podría ser de otra manera, porque el espejo... también está ahí fuera.
La palabra infante significa indefenso, y es exactamente esa la situación en la que nos hallamos cuando desde el inicio nuestros mensajes y gestos dependen de lo que mamá decodifique y llegue a intuir en ellos. Quizá tuvimos hambre y nos llevaron al médico, quizá tuvimos frío y nos desabrigaron más, o tal vez estábamos furiosos por un dolor de panza y nos obligaron a comer; hasta que adoptamos todas esas interpretaciones ajenas como necesidades propias; siendo estos los primeros escalones subidos en la carrera que implica el encuentro con quienes realmente somos.
Detrás de ese instante en el cual es absolutamente necesario que alguien nos haga de voz y de piernas en el mundo, existe una infinidad de otros instantes en los que, a pesar de poder hablar y caminar; conservamos el modelo que nos enseñó a acomodarnos a las señales externas, y poco a poco y sin darnos cuenta, terminamos por adaptarnos a lo que otro dice, enuncia, requiere o interpreta acerca de nosotros y de quienes deberíamos ser. Y claro: llega un momento en que quedamos tan lejos de nuestra esencia, que junto con ello se nos escapa la definición de la felicidad.
Perder el centro es adoptar uno que no nos pertenece, y vivir descentrados no pareciera otorgarnos ni dicha ni plenitud, ni un sentimiento de saber quiénes somos, ni sobre los pies de quiénes estamos parados.
El camino no es fácil, pero para recobrar el sentido de la propia existencia, es necesario registrar qué sucede cuando nos vemos frente a una decisión o una elección. El grado de malestar, de comodidad o de disgusto que percibimos ante los requerimientos, es un buen termómetro como para saber cuánto vamos a traicionarnos, otra vez. Y vendrá bien recordar que ya no somos indefensos infantes, sino que tenemos voz, tenemos voto, y por sobre todo; queremos el vestido o el traje que está hecho a nuestra medida.
¿El costo? Puede ser un poco de soledad al principio, para luego comenzar a reconstruir un centro a cuya luz se acercan sólo los que la ven hermosa.
Lic. Gabriela Borraccetti
Psicóloga Clínica
M. P. 16814
* Gabriela Borraccetti (n. 1965, Vicente López, Buenos Aires), es licenciada en Psicología por la Universidad Argentina John F. Kennedy. De extensa trayectoria profesional, ejerce como psicóloga clínica especializada en el diagnóstico y tratamiento de la angustia, el estrés, los temas de la sexualidad y los conflictos derivados de situaciones familiares, de pareja y laborales. Es, además; poetisa, cuentista, artista plástica y astróloga. Para contactar con ella por consulta o terapia, enviar e-Mail a licgabrielaborraccetti@gmail.com o Whatsapp al +54 9 11 7629-9160.
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