sábado, 23 de febrero de 2013

SU CEREBRO CABE EN UNA CAJA DE FÓSFOROS



Escribe: Juan Carlos Serqueiros

¡Este Sabattini no entiende nada! Su cerebro cabe en una caja de fósforos. (Juan Domingo Perón)

Perón aprendió y aprendía con gran velocidad porque era muy inteligente. Por ejemplo, sobre la vieja política argentina, creo haberle sido muy útil para informarle o para conocer, pero aseguro que pronto sabía más que yo. Y tenía ciertas aptitudes revolucionarias que los hombres ya formados no tenemos, una capacidad para no sorprenderse de nada, para aceptar hechos nuevos y para adaptarse a la realidad. (Arturo Jauretche)

Promediando el año 1944, bajo la presidencia del general Farrell, el por entonces coronel Juan Domingo Perón detentaba los cargos de vicepresidente de la Nación, ministro de Guerra y secretario de Trabajo y Previsión. Había logrado triunfar en la interna que mantenía en el seno del gobierno con el general Luis César Perlinger, ministro del Interior quien, sustentando criterios opuestos a los suyos, lo había venido obstruyendo cuanto podía. Desembarazado de Perlinger, Perón era el hombre fuerte del gobierno y como tal, tenía innegablemente parte del poder; pero de ninguna manera -como lo hiciera notar sagazmente Jauretche- todo el poder. ¿Cuáles eran los motivos de la controversia que entre esos dos hombres se había desatado?
La historiografía liberal, antiperonista toda ella, y también la de inspiración marxista (la contraria al peronismo y aún la que le es afecta) sostienen que Perlinger era un nacionalista de derecha, pro nazi, que por pureza de principios no aceptaba la actitud híbrida de Perón (?). Nada más lejos de la realidad. En todo caso, se trataría de algo discursivo, pour la gallerie, o de últimas, metodológico; porque Perlinger integraba el GOU, con lo cual deben descartarse matices ideológicos en el enfrentamiento. Lo que en verdad ocurría, era que Perlinger y quienes lo seguían, entendían que el gobierno militar debía sostenerse y prolongarse sin término definido, hasta que el pueblo, "una vez que estuviese regenerado y reeducado", acertara a elegir a "los mejores" que habrían de gobernarlo (y de suyo, ellos descontaban que estarían entre esos "mejores", obviamente). Perón, en cambio, tenía una postura más pragmática y creía que había que profundizar las reformas introducidas hasta allí, fortalecer la política obrerista y las conquistas sociales, y luego de todo eso llamar a elecciones.
En medio de esa disputa con Perlinger, Perón empezó a tomar contacto con los referentes políticos de distintos sectores del conservadurismo y del radicalismo, y entre estos últimos; con Amadeo Sabattini, exponente ineludible de la intransigencia radical. La intención de Perón era absorberlos para la fuerza política que estaba empeñado en formar. José María Rosa le escucharía pronunciar: "La realidad efectiva, hoy por hoy, son los radicales y conservadores. Fagocitemos a los que están más próximos a nosotros". 
El historiador Norberto Galasso deja entrever, sin afirmarlo taxativamente, que Arturo Jauretche fue fundamental artífice a la hora de concretar esa entrevista: "Jauretche ha mantenido varias conversaciones con el caudillo cordobés, de las cuales nace una reunión Perón-Sabattini, hacia mediados de 1944, que se realiza en el despacho del administrador de Ferrocarriles del Estado, mayor Juan C. Quaranta", dice. La verdad es que por entonces, Jauretche se hallaba disgustado con Perón, con quien había tenido un cortocircuito (que no fue el primero ni sería el último), y la iniciativa de la reunión entre Perón y Sabattini (que dicho sea de paso, no era cordobés, como consigna Galasso; sino porteño afincado en Villa María) había sido de Quaranta; no fruto de las gestiones oficiosas de Jauretche.
Y séame permitida aquí una digresión: hay en el llamado progresismo, una tendencia a presentar a los forjistas como teniendo una capital influencia sobre Perón, a quien pintan siguiendo sus consejos como si se tratasen del infalible Oráculo de Delfos. La cosa era bien distinta: Jauretche, Manzi, etc., fueron hombres de extraordinaria relevancia en el campo del pensamiento y las letras; pero actuaron como asesores de Perón, aportándole a éste ideas y acercándole personas. No era que los forjistas formaron a Perón, sino que éste se formó a sí mismo; porque siempre fue hombre de inducir sus propios raciocinios.
Volviendo a lo de Perón-Sabattini, mucho se ha escrito sobre la reunión que mantuvieron y mucho más se ha especulado acerca de ello por parte del radicalismo y del antiperonismo en general.
Y claro, se comprende: es una manera de exaltar la importancia de Sabattini (y de paso, del desprestigiado, alicaído radicalismo) en el mapa político argentino de la época y de poner de relieve aquellos supuestos grandes méritos de su férrea intransigencia, factor este que, afirman, lo habría conducido a rechazar una supuesta candidatura a la vicepresidencia que en esa oportunidad le habría ofertado Perón.
Pamplinas. No hubo nada de eso. La reunión duró como mucho 15 minutos, que bastaron para que ambos se diesen cuenta de que estaban en las antípodas el uno del otro. Según afirmó Sabattini, Perón le ofreció al radicalismo todos los cargos del próximo gobierno, excepto la presidencia que reservó para el Ejército pero dejándole el segundo término de la fórmula, y a esa propuesta él habría respondido que la única candidatura posible sería la de un radical como presidente, porque "el radicalismo es la fuerza rectora del país; nada de frentes populares"; agregando: "estamos contra el 6 de setiembre de 1930, contra el 4 de junio de 1943 y contra cualquier intervención militar", y además; con un seco y tajante "yo no soy contubernista" (frase que por otra parte, usaba como muletilla siempre, por pura imitación del Peludo Yrigoyen).
Por su parte, el general Raúl Tanco afirmaría luego de realizada la entrevista, que Perón exclamó: "¡Este Sabattini no entiende nada! Su cerebro cabe en una caja de fósforos".
Preguntado por Félix Luna, Perón le contestaría que en modo alguno se habló de candidaturas: "Entre los políticos con los cuales conversé, hablé con Sabattini. Pero no me pude entender con él: era totalmente impermeable. Un hombre frío que no tenía posibilidad de entrar en una cosa como la nuestra... Él estaba en los viejos cánones". Luna: "-¿Usted ofreció a Sabbatini todas las candidaturas reservándose la presidencial?". Perón: "-No. De ninguna manera. No tratamos de eso. La impresión que saqué es que si yo le hubiera ofrecido algo para ser, hubiera aceptado, pero yo... ¿qué le iba a ofrecer a Sabattini?". Y en efecto, lo que le dijo Perón a Luna era estrictamente cierto, porque pensemos: si no podía Perón imponer su candidato para la intervención a la provincia de Buenos Aires, y tuvo que consentir en que lo fuera el general Juan Carlos Sanguinetti, identificado con Perlinger y en cuyo gabinete sólo logró poner a uno o dos ministros de entre la lista que le había acercado a petición suya Jauretche, ¿cómo podría entonces ofrecerle a Sabattini -o para el caso, a cualquier otro- nada menos que todos los cargos electivos excepto la presidencia? No estaba en condiciones de hacerlo, desde luego, y no lo hizo, sencillamente porque no hay que olvidar que Perón no era el gobierno; el gobierno era el Ejército, y dentro de ese esquema, Perón tenía una parte importante, decisiva si se quiere, del poder; pero como consigné precedentemente, no todo el poder. No le era dable ni posible hacer lo que se le antojara; debía necesariamente consensuar y acordar.
Y Sabattini, innegablemente poseía en un altísimo grado hermosas y loables virtudes cívicas que lo enaltecían y una escrupulosa honestidad puesta mil veces a prueba y jamás desmentida; pero vivía inmerso en un mundo ficcional, totalmente alejado de la realidad que lo circundaba, a la cual no comprendía ni siquiera remotamente. Se creía llamado a la alta misión de ser el continuador de la obra -según él, inconclusa (y debo confesar que me cuesta no poco agregar "felizmente, gracias a Dios" a eso de "inconclusa")- de Hipólito Yrigoyen, al cual admiraba con una devoción rayana en el fanatismo. Se veía a sí mismo como un apóstol regenerador de la política y no vislumbraba otro arbitrio que reeditar la intransigencia, los silencios y el misterio que en sus tiempos había empleado el Peludo como estrategia y sistema.
Pero así como la utilización por parte de Patroclo de la armadura de Aquiles no necesariamente convertía a aquél en éste; la adopción que hacía Sabattini de los métodos y estilo de Yrigoyen, no lo mostraba más yrigoyenista, sino que lo hacía aparecer como (y lo era) un yrigoyencito. Después, en octubre de 1945, se lo verá a Sabattini instigando al general Eduardo Avalos a la deposición de Perón y vanagloriándose de ser el que había "sacado de un ala a Perón" y jactándose de "voy a volverlo a sacar cuantas veces sea necesario" (se nota a las claras que lo suyo no era profetizar, decididamente), oportunidad en la que pudo ser presidente, llevado al sillón de la mano de Avalos, y que desperdició inexplicable e ingenuamente por haber reiterado el error de persistir en lo absurdo y extemporáneo de la intransigencia que imitaba.
No le quedaría ni siquiera el dudoso privilegio de ser en 1946 el candidato de aquel radicalismo amuchado al influjo de Braden en la inicua Unión Democrática.
¡Ah! y tenía razón Perón: Sabattini no entendía nada. Nunca entendió nada. Y es que la esfinge de Villa María era, en efecto, irremisiblemente impermeable a la realidad.

-Juan Carlos Serqueiros-

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