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miércoles, 13 de agosto de 2025

EL RELATO





























Escribe: Juan Carlos Serqueiros

Así de manera fiel / conté la historia hasta el fin; / es la historia de Caín / que sigue matando a Abel. (Jorge Luis Borges)

En el evangelio según San Juan nos dice la biblia, —que para mí, en tanto agnóstico, es uno de esos libros-que-no-hay-que-leer (Indio Solari dixit)—, que “en el principio era el Verbo”.
El relato histórico fue inventado por los triunfadores, los que ganaron. Luego, ya transcurrido algún tiempo, lo reinventaron los que habían perdido, quienes, convencidos de estar situados en la vereda opuesta (que reputaban como la correcta) y clamando vendetta; en definitiva no hicieron más que crear una ficción igual a la de quienes los precedieron, sólo que de signo contrario. Me cago en la “diferencia”. Sucintamente, esas son las dos caras de una misma moneda, digamos.
Mucho después, llegaron (y siguen llegando, ojalá que por siempre y si es posible, más a menudo) algunos pocos, poquísimos, que son los que inquietos, finalmente aciertan a despejar desde toda esa menesunda que antes habían escrito —o mejor dicho, fabulado— y difundido los ganadores y los perdedores; aquello que resulta lo más aproximado a la siempre tan elusiva verdad histórica.
El problema radica en que a esos últimos que llegaron libres de prejuicios e hicieron voto perpetuo de honestidad intelectual estricta... no los lee casi nadie.
Que lo parió.

-Juan Carlos Serqueiros-

Imagen de portada: creada por Gabriela Borraccetti con IA.

martes, 5 de agosto de 2025

MONOS Y MONADAS









































Escribe: Juan Carlos Serqueiros

Rosario es hija de su propio esfuerzo. (Juan Álvarez, “Historia de Rosario: 1689-1939”).

Rosario, ciudad extranjera, cosmopolita, remedo horripilante de las fealdades de Buenos Aires, no puede en este concepto ponerse frente a Santa Fe, pueblo de abolengo colonial que tiene carácter propio y, ante todo, es argentino. (Manuel Gálvez, “El diario de Gabriel Quiroga. Opiniones sobre la vida argentina”).

Apenas iniciada la segunda década del siglo XX, Rosario ya cobijaba doscientas mil almas. Los altos destinos que para el caserío antaño conocido como Pago de los Arroyos primero y Villa del Rosario después; devenido en ciudad a partir de 1852 como El Rosario de Santa Fe, y que ya por 1910 era llamada en la cotidianeidad lisa y llanamente Rosario —sin el “de Santa Fe” (que ocasionalmente se mantenía sólo como una mera formalidad tolerada a regañadientes, más no aceptada como vínculo y mucho menos con sentido de pertenencia)—, habían avizorado nítido en el horizonte hombres de la talla de, entre otros, Francisco Antonio Candioti, Tiburcio Benegas, Nicasio Oroño, Justo José de Urquiza, Ángel de los Dolores “Eudoro” Carrasco y Julio A. Roca; eran, estaban, allí demostrados como una realidad tangible. 
La ciudad constituía ya un muy importante enclave portuario-ferroviario, próspero, cosmopolita, y comenzaba a erigirse en un gran emporio industrial, comercial, bursátil y financiero. Los cuatro kilómetros de muelles, las imponentes grúas, la usina eléctrica, la Bolsa, las chimeneas de las fábricas, las lujosas casas de comercio, las fastuosas mansiones, los elegantes bulevares y los primeros edificios en altura, se evidenciaban como el epítome del positivismo spenceriano. El contraste surgía al confrontar tanta opulencia con los salarios misérrimos que se pagaban, las extenuantes jornadas de trabajo, los conventillos, los ranchos, las casillas de madera y lata, las lagunas convertidas en vertederos de basura, el trabajo infantil y la tristeza lánguida de las barriadas obreras de los arrabales. 
Pero la oligarquía rosarina, estulta y fenicia, se negó a aceptarlo, e inconmovible, se atuvo a su convicción: para ella el sufrimiento de las clases populares no era sino el costo a pagar por la instauración del modelo positivista que había hecho posible el crecimiento de la ciudad, o sea, un sacrificio ofrendado al dios Mercurio; ya transcurrido algún tiempo, el progreso de seguro se encargaría de remediar esa situación, favoreciendo en alguna medida a los que lograran sobrevivir al estadio de darwinismo social.
La élite rosarina del primer centenario de la Revolución de Mayo se había anticipado, de hecho y posiblemente sin adquirir cabal consciencia de ello, a lo que quince años después reiteraría, ya blanqueado conveniente, oficial y explícitamente en el enunciado discursivo: repudiar su propio mito fundacional (me refiero al que fuera relatado por Pedro Tuella y reafirmado por Eudoro Carrasco), para en cambio; aferrarse empecinadamente a la opaca grisura de un origen borroso, indefinido, sin fundador ilustre, sin patres ni héroes ni glorias, infinitamente más aplicable a una factoría que a una pretendida metrópoli. Se estipulaba así, clara e inequívocamente, que Rosario no reconocía y mucho menos quería tener, similitud y/o característica alguna en común con todas y cualesquiera de las por entonces catorce ciudades capitales de provincia, y dentro de éstas; muy especialmente con la de Santa Fe.
Se encomendó a Juan Álvarez, el historiador de la ciudad a la sazón, secretario de la Intendencia, la misión de instalar en el imaginario colectivo el retrato-relato de una Rosario que por mérito propio se situaba entre las ciudades del mundo "con más veloz crecimiento", debiendo además poner, desde luego, especial cuidado en soslayar toda información que delatase las consecuencias indeseables de pobreza y de marginalidad social, como así también los indicadores que señalaban a las claras el déficit espiritual al que conducía el modelo adoptado. Por su parte, Manuel Gálvez salió al ruedo con su magistral "El diario de Gabriel Quiroga", en el cual desde una visión desencantada del progreso y nostálgica de un nacionalismo criollista y aristocrático, azotaba sin piedad al mercantilismo rosarino enrostrándole carencia de virtudes y de verdadera cultura.
En aquel contexto surgió la revista dominical acerca de la cual trataré en este opúsculo: Monos y Monadas, autodefinida como “semanario festivo, literario y de actualidades”. Fundada y administrada por Abel Elizagaray como director propietario, se publicó de modo regular entre junio de 1910 y diciembre de 1911, y luego irregular y esporádicamente hasta abril de 1913. Al principio, la administración se situaba en calle San Luis n° 675 (en que Elizagaray poseía un negocio dedicado a la comercialización de capotas para coches tirados por caballos), para después mudarla a calle San Lorenzo n° 1222, donde se hallaba la redacción. Y sobre la misma acera, unos metros más adelante, en el n° 1230, se alzaban los talleres de impresión. José de la Guardia y Carlos Lac Prugent fungieron como director artístico y director literario respectivamente.
Tanto el formato como el estilo y la estética de Monos y Monadas replicaban los del semanario porteño Caras y Caretas, y si bien éste casi triplicaba a aquella en cantidad de páginas; el precio de tapa de ambas publicaciones era el mismo (20 centavos). En cuanto al nombre, Elizagaray lo había… tomado prestado, digamos, siendo buenos, de una revista de sátira política así titulada, que en período que va de 1905 a 1907 editó en Lima el malogrado poeta y dramaturgo peruano Leonidas Yerovi.
Su propuesta editorial consistía básicamente en publicitar a Rosario como una ciudad “con bellas mujeres y burgueses amables, sonriente y habitada por seres felices” (sic), y se dirigía a potenciales lectores y anunciantes de las alta y media burguesía, sectores a los que asimila a “un campo virgen que sólo aguarda la buena semilla” (sic). Obviamente, auto atribuyéndose el ser esa buena semilla que una vez sembrada, redundaría en el florecimiento del arte. Debo decir, si me es permitido algo que puede sonar a jactancia pero que no pretende serlo, que en tanto me confieso autor de algunos malos versos y relatos cortos, y sin creerme ni por asomo una autoridad en materia de arte; por más números de Monos y Monadas que exploré cuidadosamente con empeño digno de mejor causa; no logré encontrarlo en dicha revista, más allá de algunos cuentos y poemas de cierta valía, y entre éstos, el primero de Alfonsina Storni en ser publicado: “Anhelos” (ignoro si usted, querido amigo lector, sabrá que ella vivió muchos años en Rosario, en el barrio Echesortu), el cual figura inserto en la página 17 de la edición n° 82 del 08.01.1912; así que es de estricta justicia adjudicar a Monos y Monadas el correspondiente mérito.
En cuanto al resto del contenido, además de la profusión de anuncios publicitarios de los más variados rubros; el mismo se componía principalmente de asuntos de índole política y de la actividad social desarrollada por la clase a la cual se dirigía la revista: banquetes, enlaces, homenajes, semblanzas de personalidades destacadas de la industria y del comercio, moda, turf, fútbol, rugby, esgrima, etc., todo ilustrado con fotografías de los distintos eventos; más dos secciones fijas, a doble página, que los redactores reservaban para la crema de la sociedad rosarina: una denominada “Hombres de peso y pesos” en la que se destacaban y comentaban elogiosamente la generosidad y el altruismo cuando no las hazañas financieras de empresarios y profesionales acaudalados, y otra titulada con el nombre de la revista, en la cual los monos eran elegantes y atildados caballeros de nota, y las monadas eran invariablemente bellas y agraciadas damiselas exquisitamente vestidas.
No deja de llamar la atención lo peyorativo y burlón hasta la crueldad de Monos y Monadas a la hora de publicar notas relativas a las características de los barrios habitados por las capas menos favorecidas de la población rosarina. Tengo para mí que en algún punto, esa guaranguería brutal debe de haberle resultado chocante por lo menos a algunos de los integrantes de aquella estulta y arribista oligarquía en la peor de sus versiones: la del dinero. Una cosa era aliviar la conciencia aportando plata en la colecta para el Hospital del Centenario, o enorgullecerse de haber hecho fortuna y ostentarla torpemente, o descansar en el conformismo hipócrita e irresponsable de creer que el progreso se encargaría per se de elevar aunque más no sea mínimamente el nivel de vida de las clases populares; y otra muy distinta experimentar divertido la íntima satisfacción de una mirada complaciente a la hora de contemplarla reflejada en un espejo que le devuelve su miserabilidad humana tal como su retrato se la devuelve a Dorian Gray. Quizá por ello, en la edición del 12.06.1910 enfatiza la caridad (que no la solidaridad, concepto que recién adoptaría nuestro país con el surgimiento del primer peronismo) de un empresario que había obsequiado a los niños asilados en el Hospicio de Huérfanos, con masas, chocolate y juguetes.
En lo que a política local se refiere, Monos y Monadas insistía en proclamarse independiente y se declaraba exenta de preferencias partidarias. Todas macanas. Sus simpatías por Lisandro de la Torre y su cercanía con éste y los suyos no dejaban de ser harto evidentes, así como es innegable que no ponía mayor empeño en disimular su escasa buena voluntad y hasta su malquerencia hacia el oficialismo provincial (el partido Constitucional) ni dejaba de zaherir y ridiculizar al gobernador Ignacio Crespo con las frecuentes caricaturizaciones que de él hacía.
Por ello, no casual sino causalmente, elegí para la portada de este artículo una imagen con la tapa de la edición n° 10 del 14.08.1910: alusiva a la Liga del Sur, antecedente inmediato del partido Demócrata Progresista, y de la elección local de autoridades policiales, jueces de paz, etc. En la cabecera de la mesa, Lisandro de la Torre, rodeado por otros comensales, se apresta a disfrutar del banquete con que será agasajado. El manjar principal es pavo asado (al que se representa con la cabeza del gobernador Crespo); mientras le acercan tortas con las leyendas “capital Rosario” (por su propuesta de hacer de Rosario la capital de la provincia de Santa Fe), y “voto a los extranjeros” (la Liga del Sur propiciaba otorgar a los extranjeros el derecho a voto en las elecciones municipales).
El banquete ilustrado con el dibujo de tapa no era ficcional, pues real y efectivamente había tenido lugar en el teatro Colón durante la noche del domingo 14 (seguramente por pura coincidencia, nomás, el mismo día en que salía a la calle la revista, como perspicazmente habrá notado usted). Y de hecho, se constituyó en EL acontecimiento principal reflejado en la edición subsiguiente, la n° 11 de fecha 21.08.1910, publicado a doble página y con profusión de detalles y fotos. Por supuesto, Monos y Monadas se vanagloria de ser la única revista presente en el evento. ¡Ah!, y un dato interesante: la nota consigna que en lo que hace a la gastronomía, tanto el servicio como los platos, vinos y licores, estuvieron a cargo de la “reconocida casa Cifré” (sic). Y si vamos al número anterior, encontraremos en él un aviso publicitario de… ¡casa Cifré! ¿Acaso usted, mi apreciado amigo lector, infiere, sospecha, que el banquete fue auspiciado por la revista y que hubo allí un cambio de figuritas: servicio gastronómico en canje por publicidad? Pero por favor… no sea malpensado, quiere.
La identificación de Monos y Monadas con la Liga del Sur, que no por encubierta dejaba de ser real y no pasaba desapercibida en absoluto; resultaría a la postre en el cese de la publicación, poniendo, de paso, fin a las aspiraciones de Elizagaray y su equipo editorial de integrar aquella oligarquía a que tan afecto habíase demostrado. Las elecciones provinciales de marzo de 1912 significaron un triunfo rotundo del radicalismo, que se alzó con 25.000 sufragios para Manuel Menchaca; mientras que el partido de Lisandro de la Torre sólo obtuvo 17.000. Se inauguraba así la etapa del liberalismo plebeyo y corrupto característico de la mayor de las desgracias argentinas: la Unión Cívica Radical.
A partir de allí, la revista empezó a declinar hasta poco después entrar en caída libre: de publicarse regularmente cada domingo, pasó a editarse esporádicamente, hasta su edición postrera en abril de 1913.

-Juan Carlos Serqueiros-
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REFERENCIAS

Álvarez, Juan. Historia de Rosario:1689-1939. Imprenta López, Buenos Aires, 1943.
Carrasco, Eudoro y Carrasco, Gabriel. Anales de la ciudad del Rosario de Santa Fe, con datos generales sobre historia argentina, 1527-1865. Impr. de J. Peuser, Buenos Aires, 1897.
Cossia, Lautaro. El Centenario en la revista “Monos y Monadas”. De la mitología nacional a la representación de una mitología rosarina [en Malosetti Costa, Laura y Gené, Marcela (comps.) Atrapados por la imagen. Arte y política en la cultura impresa argentina, Edhasa, Buenos Aires, 2013].
Fossati, Humberto. Catálogo de publicaciones periódicas existentes en hemerotecas de la ciudad de Rosario (en Cuadernos de Cátedra del IES nº 28 “Olga Cossettini”, n° 4. Rosario, 2019).
Gálvez, Manuel. El diario de Gabriel Quiroga. Opiniones sobre la vida argentina. Arnoldo Moen & Hno. Editores, Buenos Aires, 1910.
Megías, Alicia. De “Monos y Monadas” a “Gestos y Muecas”: el impacto de la política sobre el campo periodístico rosarino (en XVI Jornadas Interescuelas, Departamento de Historia, Universidad Nacional de Mar del Plata, 2017).
Municipalidad de Rosario. Biblioteca Argentina “Dr. Juan Álvarez” - Hemeroteca - Monos y Monadas.
Prieto, Agustina; Megías, Alicia; D’Amelio, Raúl; Montini, Pablo y Rigotti, Ana María. Ciudad de Rosario. Editorial Municipal, Rosario, 2010.
Revista Monos y Monadas. Vs. eds. de 1910, 1911 y 1912.
Roldán, Diego P. La invención de las masas: Ciudad, corporalidades y culturas. Rosario, 1910-1945. UNLP, La Plata, 2015. 
Tuella, Pedro. Relación histórica del Pueblo y Jurisdicción del Rosario de los Arroyos, en el Gobierno de Santa Fe, Provincia de Buenos-Ayres (en Telégrafo mercantil, rural, político, económico e historiográfico del Río de la Plata, t. III, nº 14-16, 4, 11 y 18.04.1802). Junta de Historia y Numismática Americana. Cía. Sudamericana de Billetes de Banco, Buenos Aires, 1915.


miércoles, 28 de mayo de 2025

THOMAS CARLYLE: "EL DOCTOR FRANCIA"








































Escribe: Juan Carlos Serqueiros

Tenemos a Carlyle, a quien no se debe imitar. (Oscar Wilde)

Puede decirse que el grito de la historia nace con nosotros y que es uno de nuestros dones más importantes. En cierto sentido somos históricos todos los hombres. (Thomas Carlyle)

En 1843, Thomas Carlyle (n. Ecclefechan, Escocia, 1795-m. Londres, 1881) escribió “El doctor Francia”, obra inscripta en su corpus doctrinario, su propio marco teórico, el cual orbita en torno al concepto de que la historia del mundo no es sino la biografía de sus grandes hombres, de los Héroes, tal como los define.


Para Thomas Carlyle —con un absoluto desprecio suyo por la otredad, dicho sea de paso— el Dictador Perpetuo del Paraguay, doctor Gaspar Rodríguez de Francia, es una especie de fenómeno natural, alguien que se produce inevitablemente dado el contexto: hay un doctor Francia porque no puede ser de otro modo; porque no puede no haberlo, digamos. Es alguien que fue electo dictador en un congreso de patanes "que no sabían distinguir la mano derecha de la izquierda, que bebía inmensas cantidades de ron en las tabernas y sólo tenía un anhelo: el de volver a montar a caballo camino de la chacra y la cacería de perdices. Los militares fueron los que apoyaron a Francia, porque el ladrón de palladiums constitucionales (es la palabra que usa) había logrado ganárselos" (sic).
Es decir, lo que hace Carlyle en esta obra (y en otras suyas) es erigirse en exégeta del dictador, cuya figura solapa la del cuerpo social, o sea, la masa, a la cual atribuye sólo capacidades… primarias, por decirlo de algún modo, y a la que niega tanto racionalidad como voluntad inexorable de virtud, propiedades éstas que, para él, únicamente residen, claro, en el héroe: el dictador al que dicha masa debe indefectiblemente subordinarse y sujetarse obedeciéndolo sin vacilar ni flaquear.
Carlyle no considera a la dictadura como un gobierno de facto impuesto por la fuerza; sino como una institución que aparece ante la ruptura del orden jurídico cuando la clase hasta entonces dominante no acierta a interpretar a la masa y/o pone en peligro la existencia misma de la patria, ante lo cual se revuelve y deposita, sin reservas, la totalidad del poder en el dictador y se somete a su voluntad.
Finalizo esta apretada síntesis, concluyendo en que Carlyle compara al doctor Francia con Dionisio de Siracusa, y lo sitúa entre "los grandes hombres de América del Sur", a la par que lo considera como diferente.

-Juan Carlos Serqueiros-


jueves, 24 de abril de 2025

MARGO























Escribe: Juan Carlos Serqueiros

El impresionismo invadió todas las formas de expresión, no hay motivo para que la letra del tango sea una excepción. (Homero Expósito)

Homero Mimo Expósito (1918-1987) no es meramente un autor que alcanzó la excelencia en el empleo de la metáfora, ni un punto muy alto —uno más entre otros similares o iguales, quiero decir— a la hora de evidenciar el poder de síntesis que se tenga. No, es mucho más que eso; es lisa y llanamente la sublimación de la metáfora, es LA metáfora (a modo de ejemplo: Trenzas de color de mate amargo, escribe en “Trenzas” como genial sinestesia). Expósito es, entre nosotros los argentinos, la canonización misma de la poética inscripta en el impresionismo.
Y es también el súmmum en cuanto a capacidad de concentrar algo enunciado previamente, ya sea en un texto universalmente celebérrimo [Y yo pienso en la hormiga y la cigarra: / —meta guitarra / que yo laburo— (“Polos”), en alusión a la fábula atribuida a Esopo y recreada por La Fontaine y Samaniego], o instalado definitivamente en el imaginario colectivo [Como un desnudo de vidriera (“Afiches”), alegórico de lo promiscuo]; acertando a acotarlo a la brevedad de unos pocos vocablos que reunidos, condensen, por ejemplo, la representación fidedigna de un alma devastada por la pérdida o ausencia de la persona amada o por el hartazgo de vivir [Por eso grito mi dolor desesperado / como hincado en las ternuras del pasado (“Óyeme”); Ventanal, y esta pena que envenena, / ya cansado de vivir y de esperar (“Sexto piso”) y Se me gastaron las sonrisas de luchar (“Afiches”)], o la traducción en palabras de la pintura de un paisaje [Un arrabal con casas / que reflejan su dolor de lata (“Farol”)].
Su poesía es intrínsecamente elegíaca en tanto verso libre (es decir, no sujeto a ninguna métrica determinada) que aborda temáticas decididamente tristes y de relato invariablemente pesaroso. Expósito fue tan pero tan grandioso, que los argentinos hubimos de esperar cuatro décadas para que ¡al fin! apareciera en nuestro universo cultural un poeta que pueda equipararlo, o al menos; asemejársele: Carlos Indio Solari.
Dicho sea de paso, hay, entrambos artistas, coincidencias notables, como por ejemplo, en la búsqueda obsesiva de la perfección en sus obras, en una ubicación política de izquierda —a la americana en el caso del Indio, más a la europea en el del Mimo— pero apartidista, y en una misma postura asumida frente a la bohemia. Mire si no:

Nunca milité en ningún partido, pero me considero un auténtico liberal, y por consiguiente tachado, muchas veces, como zurdo. (Expósito)

Mi guía fueron los escritores de la izquierda americana, quienes me acercaron a otros autores… Yo tengo un estilo, pero no es neutral, es de izquierda. Independientemente de que coincida o no en su articulado con la manera de ver la izquierda de los demás, pero el estilo nunca es neutral. (Solari)

Me acostaba diariamente a las 9, 10 de la mañana. Allí andaba yo con el "Indio" Galván, Francini, Stamponi, Contursi... Parábamos en El Ciervo, de Callao y Corrientes, en el bar Suárez, en el Tropezón… La bohemia murió en la década del 50 y debe haber ocurrido en todo el mundo, nunca más la vi. Ni acá ni en los países de Europa que visité. Éramos un enjambre de vagos que nos encontrábamos a las cuatro de la mañana. El tiempo entonces corría muy lento. La nuestra era una ciudad poblada día y noche, de horario eterno. Para mí, la bohemia hoy empieza muy temprano, a las 4 de la mañana cuando me levanto, me siento al piano y toco lo que estaba soñando. (Expósito)

Abandoné la bohemia cuando me dejó de gustar. Había empezado todo un chusmerío que ya no era la bohemia que yo reconocía, donde cantábamos embriagados todos juntos… Me empezó a joder que después de una noche de caravana iba a estar un día tumbado al pedo… Me levanto muy temprano, a las cinco de la mañana, leo alguna cosita que ha quedado por ahí dando vueltas… puedo pintar, grabar, escribir, hacer música, tengo la suerte de poder hacer lo que quiero en cada momento. (Solari)

Perdón por la digresión, mejor retorno al objeto principal de este opúsculo:

MARGO
(Homero Expósito, 1945)

Margo ha vuelto a la ciudad
con el tango más amargo,
su cansancio fue tan largo
que el cansancio pudo más.
Varias noches el ayer
se hizo grillo hasta la aurora,
pero nunca como ahora
tanto y tanto hasta volver.
¿Qué pretende? ¿A dónde va
con el tango más amargo?
¡Si ha llorado tanto Margo
que dan ganas de llorar!

Ayer pensó que hoy... y hoy no es posible...
La vida puede más que la esperanza...
París
era oscura y cantaba su tango feliz,
sin saber, pobrecita
que el viejo París
se alimenta con el breve
fin brutal de la magnolia
entre la nieve...
Después
otra vez Buenos Aires
y Margo otra vez
sin canción y sin fe...

Hoy me hablaron de rodar
y yo dije a las alturas:
Margo siempre fue más pura
que la luna sobre el mar.
Ella tuvo que llorar
sin un llanto lo que llora,
pero nunca como ahora
sin un llanto hasta sangrar.
Los amigos que no están
son el son del tango amargo...
¡Si ha llorado tanto Margo
que dan ganas de llorar!

Nadie pintó tan magistralmente como lo hace Expósito en esta, su monumental “Margo”, la desilusión y la desesperanza que sobrevienen a la afanosa, desesperada y finalmente infructuosa, búsqueda del amor que se ha soñado e idealizado; y al desarraigo en que se incurrió al encarar la aventura (desventura) de dirigirse a tierras extrañas en pos de él. Y máxime, si quien sufre por ello es mujer (Y a más, mujer…, nos dice Luis Landriscina en su sentido poema “Maestra de campo”), y Mañana partirá mi tren / a la estación del olvido. / Un largo trajinar / por vías de dolor, / ansiando mi pronto arribo, nos sacude Andrés Clifford en su bellísimamente triste balada rock “Estación del olvido”).
En 1943, esto es, dos años antes de concebir y escribir “Margo”, Expósito ya había encarado el tema en otra sublime viñeta: “Percal”, narrando poéticamente el periplo de aquella piba quinceañera: la de tenías 15 abriles / anhelos de sufrir y amar, / de ir al centro, triunfar / y olvidar el percal, que en procura de conquistar el centro, pira de su casa y de su barrio para después, ya perdida la juventud; terminar llorando porque el único anhelo que se le ha cumplido es el de sufrir. Todo lo cual se agrava al verter sobre la herida un chorro de vinagre en forma de brutal certeza: la de saber que al final / no olvidaste el percal. Pero desde luego, eso en modo alguno implica que “Margo” sea una especie de remake ni de segunda parte de “Percal”.
La cosa no arranca por el principio, sino por el final. Desde el vamos, el autor nos pone frente al aquí y ahora de Margo, para recién después, en las estrofas siguientes, pasar a contarnos sus cuitas.
Margo es en sí misma una apuesta al amor, ese amor que no pudo encontrar en el país, y debido a ello, decide emigrar para buscarlo en tierras lejanas: una cantante de tango recientemente retornada desde París a la ciudad (Buenos Aires). Vuelve decepcionada, angustiada, agobiada, frustrada, hastiada y desesperanzada. Y en su agonía de esperar por el amor, su canción se ha tornado acerba, más agria que antes, cuando se marchó (“Margo ha vuelto a la ciudad / con el tango más amargo, / su cansancio fue tan largo / que el cansancio pudo más”).
Y trascartón, Mimo nos obsequia con una metáfora exquisita. Muchas veces Margo fue presa del insomnio que la tuvo hasta el alba sin poder conciliar el sueño, pero no a causa de un ruido o sonido como, por ejemplo, el estridular de un grillo; sino por la nostalgia y el desasosiego que la acuciaban en su extrañamiento (“Varias noches el ayer / se hizo grillo hasta la aurora, / pero nunca como ahora / tanto y tanto hasta volver”).
Y a continuación, el yo poético narrador, se pregunta: ¿Qué pretende? ¿A dónde va / con el tango más amargo?, para enseguida concluir: ¡Si ha llorado tanto Margo / que dan ganas de llorar! Interrogantes sin respuesta posible y que además, en realidad no están puestos para exigirla; sino que son simplemente el pie para exteriorizar el sentimiento compasivo enunciado inmediatamente después. Equivale a un “Adónde irá con su tango más triste que nunca la pobre Margo…”. ¿Se acuerda de esa verdadera joya que es “Domingo de agua”, de Osiris Rodríguez Castillos, en que se menciona a un peón de campo que en un domingo lluvioso no tiene novia que visitar ni —aunque la tuviera— tampoco caballo en el que ir a verla?: “Total… si vaya a’nde vaya / el triste nunca halla paz… / Conque más vale que llueva / me gusta oír garugar”? Bueno, es eso mismo.
Seguidamente, Expósito deja una sentencia que parece provenir de la expertise, y trae para Margo una suerte de obligada resignación, un cuasi fatalismo, al estilo del popular “qué le vas a hacer… es así”: (“Ayer pensó que hoy… / y hoy no es posible… / la vida puede más que la esperanza…”). Es tal cual, la esperanza no sirve para nada que no sea detenernos estérilmente; lo que motoriza es el deseo. Y esa es la gran tragedia de Margo: esperar; en vez de DESEAR.
Llegados a este punto, mi querido lector (y disculpe el atrevimiento, pero convendrá conmigo en que la circunstancia no sólo lo justifica, sino que incluso lo amerita), me animo a pedirle que preste especial atención a esto, porque lo de Mimo aquí es directamente de antología: conocedor profundo de París (tanto así, que la curtió por años: “Después me fui a París y aquello lo sentí como algo mío, al punto que ya me conocía todos los boliches”, manifestó en un reportaje), sabía perfectamente que la llamada ciudad luz no siempre es tan luminosa como generalmente se le atribuye ser (por constituir, en aquellas épocas, el faro cultural de occidente), y que mirada en detalle; también puede advertirse lo tenebroso de sus sombras (la visión romanticona sobre la tan mentada bohemia parisina es sesgada, y el relato que pinta ya edulcorada y despojada de miserias, la relación entre artista y vida bohemia, es puro mito). Asimismo, había visto (y admirado, claro) la magnificencia de sus magnolios en floración. Y hombre de vasta erudición al fin, sabía que la flor del magnolio no tiene pétalos protegidos por sépalos como sí los tienen otras flores; la magnolia está conformada por indefensos tépalos que al menor roce o contacto, ennegrecen, ajándose su belleza y muriendo. En fin… digamos que París, minga de ciudad luz, puede ser oscura y amenazar con devorarse a la pobre y vulnerable Margo, tal como a una magnolia (“París / era oscura y cantaba su tango feliz, / sin saber, pobrecita / que el viejo París / se alimenta con el breve / fin brutal de la magnolia / entre la nieve...”).
Así las cosas, arrasada por una pena existencial, Margo resuelve abandonar París y volver a Buenos Aires (“Después / otra vez Buenos Aires”). Esta Margo del regreso, tan distinta de aquella otra que recientemente llegada a París cantaba su tango feliz, sólo puede interpretar ahora tangos con letras hondamente tristes (después de todo, mi querido amigo, no debemos perder de vista que el tango no suele ser precisamente para la celebración jubilosa, sino para llorar lo perdido); por eso Margo está sin canción. Y descreída ya del amor al que había apostado todo lo mejor de sí, se ha convertido, en su honda decepción, en una Margo “sin fe” (“sin canción y sin fe…”).
Alguien —probablemente un metiche santurrón de esos que la van de moralistas y pontifican sobre la vida de los demás— arriesga un comentario… desafortunado y estúpido, digamos, atribuyendo el penar de Margo a la circunstancia de haber ella “rodado” (“Hoy me hablaron de rodar”). Cuántas veces habremos escuchado tangos en cuyas letras se menciona eso de rodar ¿no? Pero nadie conoce tanto a Margo como quien la creó; por eso el hablante lírico de la poesía le zampa al chismoso que emitió ese juicio a la ligera —y de paso, como alter ego de Expósito, también a cualquier otro… poco avisado, que malinterprete su poética coincidiendo con el pavote— su respuesta: “Y yo dije a las alturas: / Margo siempre fue más pura / que la luna sobre el mar”. Y seguidamente describe el horror del atroz sufrimiento por el que ella atraviesa y que soporta estoicamente sin que pueda tan siquiera dejarlo fluir en lágrimas (“Ella tuvo que llorar / sin un llanto lo que llora, / pero nunca como ahora / sin un llanto hasta sangrar”).
Y un cierre de aquellos, en el que vemos a Expósito florearse con su magistral dominio del lenguaje y con su inmensa capacidad para el manejo de los recursos de la lírica. Primero, urdiendo una metáfora que resulta estéticamente la más adecuada para pintar, poéticamente, la soledad de esa Margo del aquí y ahora, ya sin los amigos que antes, en otros tiempos, supo tener: “los amigos que no están”; y segundo, apelando a la polisemia al utilizar vocablos homógrafos, es decir, palabras que se escriben igual pero que no significan lo mismo: “son el son del tango amargo...” donde emplea son, del verbo “ser”; y son como indicador de sonoridad. ¡Humille, Mimo! Dígame usted, querido lector, si no es directamente para imprimirlo, enmarcarlo y colgarlo en el living. Pero ojo al piojo: no es que Expósito esté alardeando, eh; ocurre que esos en apariencia lujos literarios, no son tal cosa sino sencillamente la única manera de resolver bella y perfectamente esos versos. Si en el universo del tango Gardel es la perfección del canto y Troilo la perfección de la melodía (que lo son, sin dudas), Expósito es la perfección de la poesía.
Y para coronar esa obra maravillosa que es “Margo”, Mimo recurre a los mismos versos finales de la primera estrofa: “¡Si ha llorado tanto Margo / que dan ganas de llorar!”. Y es que esa metáfora es única e irremplazable, en tanto encierra toda la conmiseración, toda la compasión y toda la empatía.
El poema “Margo” fue musicalizado por Armando Pontier (1917-1983, Armando Punturero en el documento de identidad), compositor extraordinario y gran bandoneonista quien, zarateño como Expósito e integrante, junto a él; a Enrique Mario Francini y a Héctor Stamponi, de aquella runfla noctámbula, creativa e innovadora que provenía de esa ciudad y aledaños, acertó a ponerle la melodía justa a los versos de Mimo (aún cuando estos, al ser leídos, resuenan en los sentidos con una musicalidad que les es propia). Después de todo, no hay decreto alguno que nos sujete a la obligatoriedad de circunscribir nuestro goce al disfrute de la lectura de la poesía en estado puro, quiero decir, despojada de acompañamiento melódico-armónico-vocal; privándonos del placer de escucharla cantada, enriquecida y realzada con los elementos que le agrega la música.
Muchos cantantes han interpretado “Margo” y hay versiones de altísimo mérito y calidad superlativa, como por ejemplo y entre otras, la del Tano Alberto Marino con Aníbal Troilo y la del querido y siempre recordado Negro Rubén Juárez con Raúl Garello; pero la que más extasía mis sentidos es la de Julio Sosa con Amando Pontier, grabada en 1959. Es gloria de titanes, palabra.
Lo invito a que la escuchemos juntos, con una copa de noble y viejo tinto al alcance de la mano (y mejor todavía si es cabernet sauvignon):


Deleitémonos, pues. ¡Salud y hasta la próxima!

-Juan Carlos Serqueiros-



lunes, 31 de marzo de 2025

UNA NOCHE DELTA






















Escribe: Juan Carlos Serqueiros

En la bohemia parisina de la Belle Époque, el epicentro de la comunidad artística Delta lo constituía una casa propiedad del ayuntamiento, ubicada en el número 7 de la rue du Delta, en Montmartre, salvada de la demolición y otorgada en alquiler a los hermanos Jean y Paul Alexandre, quienes ejercían el mecenazgo y brindaban su amistad a los artistas que habitaban en ella.


En las veladas artísticas Delta se debatía sobre literatura, se recitaba poesía, se hacía teatro, se ejecutaba música y se cantaba; todo eso además de los divertimentos de las noches de sábado, en las cuales el falansterio se engrosaba con la concurrencia de grisettes y corrían pródigamente la absenta, la morfina, el opio y el hachís, obviamente, todo ello en un marco de pleno ejercicio de la libertad sexual.
En una de esas noches (corría el año 1913), fue tomada la fotografía que oficia de portada, en la cual aparecen: a la derecha, el doctor (médico dermatólogo) Paul Alexandre, tocado con un fez oriental; a la izquierda, sobre el sofá, Lucie y Henri Gazan; al centro, el pintor Henri Doucet y su esposa, y entre los cortinados, desnuda; Raymonde, amante del pintor Maurice Drouard quien no sale registrado en la escena porque probablemente haya sido quien estaba detrás de la cámara. De todos modos, hay certeza absoluta de que se encontraba allí, ya que sí aparece en otras fotos tomadas esa misma noche, como por ejemplo, esta en la que lo vemos, a la izquierda, sentado en el sofá; a continuación de él está el matrimonio Doucet; en el centro hay un maniquí junto al cual está Alexandre; mientras que Raymonde (esta vez, vestida) está situada a la derecha.


Extrañamente, en esa oportunidad no estaba presente otro de los personajes centrales del estudio Delta: Amedeo Modigliani, que era muy amigo de todo el grupo (de hecho, en la foto de portada podemos distinguir el cuadro "El violonchelista", que él pintó en 1909).
En fin, si no fuese porque se trata de París y no de Buenos Aires; casi que parafraseando al querido y recordado Horacio Ferrer podríamos decir que las nochecitas Delta tienen ese qué sé yo, viste...

-Juan Carlos Serqueiros-.


viernes, 21 de marzo de 2025

ARTIGAS POR DEMERSAY







































Escribe: Juan Carlos Serqueiros

En la imagen que oficia de portada vemos un dibujo a la carbonilla hecho por el médico y naturalista francés Alfred Demersay, quien llegó al Paraguay en 1845 (casi todos los historiadores consignan 1844, pero se trata de un error, ya que si bien embarcó en Francia ese año; recién arribó a Asunción en los primeros meses del siguiente).
En fecha no precisada de 1847, visitó a Artigas (quien por esa época tenía entre 82 y 83 años) en Ibiray, y lo dibujó, siendo ese el único retrato del Jefe de los Orientales en vida y tomado del natural que existe. En él, Artigas aparece mostrado de perfil, sentado en una silla, está calvo en la parte superior de la cabeza, por sus labios apretados en una línea se lo percibe inequívocamente desdentado, tiene el cuerpo cubierto por un poncho y empuña un bastón.
Están fuera de discusión la aptitud y la habilidad de Demersay para el dibujo, lo cual se acredita a partir de la comparación de los retratos por él realizados, con los hechos por otros artistas, y también con daguerrotipos y fotografías de los distintos personajes que representó: Juan Manuel de Rosas, Carlos Antonio López y Aimé Bonpland, entre otros; por lo cual no cabe dudar que, en efecto, en cuanto a su fisonomía Artigas era realmente como él lo dibujó.
Vuelto a Francia, Demersay editó en París entre 1860 y 1864, su obra Histoire physique, économique et politique du Paraguay, acompañada de un atlas integrado por dos mapas y catorce láminas impresas con dibujos de su propia autoría, entre los cuales estaba el de Artigas con la reproducción de su firma (la de Artigas, quiero decir) al pie.
Pero la visión que Demersay tenía de Artigas (y que de hecho, volcó en su libro) era franca y absolutamente negativa, en tanto lo describe como un malhechor y el retrato que hizo obedecía a la intención de encontrar en él los rasgos que definirían su tipología delictiva según las creencias científico-criminológicas en boga por entonces. Y si no, veamos lo que escribió: 
“(…) Artigas, jefe de salteadores de la más formidable especie -por cuanto se servía de la política como máscara y pretexto para sus latrocinios- (…) batido y perseguido (…) halló un refugio en el Paraguay (…) en la villa de Curuguaty (…) pasó muchos años en ese retiro entregado a los trabajos agrícolas. Después (…) le fue permitido residir en los alrededores de Asunción. Fue allí que nos lo encontramos, viviendo, como él mismo lo confesara, de las limosnas del presidente López, habitando en Ibiray en una de sus casas, todavía derecho y vigoroso a pesar de su edad avanzada. Él falleció en este lugar en 1850. Véase en el Atlas el retrato dibujado del natural de ese jefe de partisanos cuyas crueldades han tornado célebre (…)”.
Así las cosas, tenemos que el único retrato que hay de Artigas tomado del modelo natural es fidedigno, sí, pero sólo en cuanto refiere a su apariencia exterior; mientras que para su retrato verdadero, habrá que parafrasear a Borges: “Sólo Dios puede saber / la laya fiel de aquel hombre”. 
El problema es que Borges, ironías del destino... también era anti artiguista.
En fin…

-Juan Carlos Serqueiros-

jueves, 13 de febrero de 2025

ANDRESITO Y EL CONDE DE CASA FLÓREZ










































Escribe: Juan Carlos Serqueiros

Para saber lo que un documento oficial tiene o no tiene de verdadero, sobre todo si participa de un carácter diplomático, es menester que no se lo tome así nomás y a ciegas por lo que en él se diga, sino comparándolo cuidadosamente con las circunstancias del tiempo, con la índole de los sucesos y de los hombres que lo produjeron y con otros documentos que le sean relativos en esas mismas circunstancias y tiempos. (Vicente Fidel López, Historia de la República Argentina)

… Por lo visto, los españoles no se juntan con los americanos, a lo menos con los de este rumbo... (Ignacio Alvarez Thomas a Manuel de Sarratea, en carta del 10.07.1815)

En la imagen que oficia de portada del presente opúsculo puede apreciarse el texto de la carta fechada el 4 de mayo de 1821 y enviada por Andrés Guacurarí y Artigas (en adelante Andresito) al ministro plenipotenciario de España ante la corte portuguesa residente en Río de Janeiro: José Antonio Joaquín de Flórez y Pereyra, conde de Casa Flórez (en adelante Casa Flórez o el conde):
Don Andrés Artigas, coronel y comandante general que fue nombrado por el jefe principal de la Banda Oriental José Artigas, de los 15 pueblos de Misiones, ante V. E. con el debido respeto:
Que después de un año y cuatro meses de una rígida prisión incomunicado y sin luz en un calabozo de la fortaleza de esta plaza, la Lage, he sido puesto en mi natural libertad, sin más proceso ni sentencia, que cuanto ha sido la voluntad de S.M.F. (Su Majestad Fidelísima), pero desnudo y lleno de las miserias que V. E. puede considerar son resultivas (sic) de un padecimiento tan inhumano, y como lo que tengo vestido es ajeno, y es preciso volverme a mi país natal, y recogerme al abrigo de los míos, ocurro lleno de necesidad al paternal corazón de V. E. para que se digne proporcionarme algún auxilio que pueda cubrir mi desnudez, y emprender dicho viaje, pues de lo contrario me será imposible sin recibir auxilio del que siempre llamé padre, don José Artigas a quien debo mi educación, pues como tal me ha criado: en unos términos y haciendo el más respetuoso pedimento a V. E. suplico así lo determine en justicia que pido y para ello imploro la benignidad del gobierno a cuyo amparo me he recogido.

Corte del Río de Janeiro y mayo 4 de 1821

Andrés Artigas (está su firma)
Este documento histórico adquiere una extraordinaria relevancia en tanto del mismo se desprende que:
a) Los portugueses habían reconocido en Andresito su grado militar de coronel (que era el que efectivamente detentaba) y asimismo; lo reconocían en su condición de gobernante de los “15 pueblos" (sic) de las Misiones.
b) Por entonces, Andresito ya había sido liberado (“he sido puesto en mi natural libertad”, consigna inequívocamente).
c) Andresito era a la vez, un prisionero de guerra y un preso político que, en circunstancias particularmente adversas y aún terribles para él, se había resignificado a sí mismo, y en la coyuntura se consideraba y definía como súbdito de la corona española (“benignidad del gobierno a cuyo amparo me he recogido”, escribe derechamente).
A todo esto, debe decirse que a instancias de y en comunidad de criterios con, Mateo Magariños (riquísimo comerciante español, a la sazón, emigrado de Montevideo y residente en Río de Janeiro) y el hijo de éste (por entonces en Madrid como diputado americano a las cortes): el oriental-español Francisco de Borja Magariños; el conde de Casa Flórez (n. Buenos Aires, 05.07.1759) intercedió ante el monarca portugués Juan VI solicitándole la liberación de los prisioneros artiguistas recluidos en Ilha das Cobras alegando que su condición era la de españoles y como tales se les debía considerar. Esta intervención de Casa Flórez fue de capital importancia, ya que efectivamente todos (incluido Andresito, claro) fueron puestos en libertad.
¿En qué contexto se daban estas circunstancias y cómo se interrelacionaron e interactuaron en él los factores económicos, políticos y sociales? Veamos:
El 1 de enero de 1820 estalló en España la revolución liberal encabezada por Rafael de Riego que obligó a Fernando VII a acatar la Pepa (constitución de Cádiz de 1812) y que dio al traste con el propósito de enviar al Plata la formidable expedición militar que venía anunciándose desde 1814-1815 con el fin de aplastar la revolución en las Provincias Unidas (aún cuando éstas ya había declarado la independencia en 1816) y recuperar mediante el uso de la fuerza armada las colonias del antiguo virreinato del Río de la Plata, de la capitanía general de Chile, y de impedir la concreción del plan de San Martín para libertar al Perú. Más temprano que tarde, la revolución liberal española se extendió a Portugal, donde el pueblo a través de las cortes exigió el regreso a Lisboa del monarca lusitano residente en el Brasil, a lo cual debió allanarse Juan VI (previamente a embarcarse hacia ese destino fue que, accediendo a la solicitud de Casa Flórez, dispuso la libertad de los prisioneros artiguistas).
Al propugnar y finalmente obtener la liberación de éstos, ¿obraba Casa Flórez por humanitarismo o existían otras razones que lo movían a hacerlo así? Y… digamos, que existieron factores concurrentes: él había gastado en 1808, durante la guerra de la independencia española y hallándose prisionero de los franceses, la fortuna de su esposa y hasta empeñado su crédito personal ayudando económicamente a sus compañeros de infortunio, pero más allá de eso; no debe perderse de vista que se trataba de un militar de altísimo rango (detentaba en el ejército español nada menos que el grado de teniente general), y a la vez de un fino, eficaz y astuto diplomático al servicio de Fernando VII que había cumplido con creces las misiones que se le encomendaron, esto es, hacer espionaje sobre el proceso independentista de las Provincias Unidas, y paralelamente, estrechar vínculos con Juan VI a fin de contar con el auxilio de las tropas portuguesas llegado el momento de dar el proyectado zarpazo sobre Buenos Aires una vez recuperada Montevideo y consolidado el poder español en ella (para lo cual, dicho sea de paso, entendía imprescindibles la adhesión y el concurso de los artiguistas).
En cuanto al otro factor importante: el comercio, es decir, los grandes comerciantes, representados en la figura de Mateo Magariños, era consciente de los perjuicios que la guerra ocasionaba al intercambio, y por ello propugnaba la aplicación de una política conciliadora, ponía énfasis en afirmar que no debía hostilizarse a los independentistas y hasta afirmaba que eventualmente España debería reconocer la independencia de sus colonias. Obviamente, más allá de tan desinteresadas intenciones; subyacía la expectativa de lograr el control del comercio de ultramar vía Montevideo, para lo cual había “sugerido” (también desinteresadamente, claro) a Casa Flórez constituirla en un obispado al frente del cual se pondría al canónigo Luis de Chorroarín (emparentado con él), si éste aceptaba pese a su convencimiento independentista, o de última, si se negaba; suplirlo con Dámaso Antonio Larrañaga, ex artiguista devenido en adherente a la ocupación portuguesa y besamanos de Juan VI (lo cual a Magariños al parecer poco le importaba, quizá por conocerlo muy bien).
A todo esto, en aquel guignol tragicómico (el ribete de comicidad lo daba, entre otras ridiculeces, el hecho de que en su increíble ingenuidad los liberales de las cortes españolas y del gobierno, pensaban en financiar la campaña militar solicitándoles dinero a los ingleses a cambio de concesiones comerciales —lo cual equivalía más o menos a que Pulgarcito le pidiese al ogro miguitas de pan para reemplazar las que le habían comido las palomas—) fungía de titiritero el cretino (Salvador Ferla dixit) Fernando VII, quien no tenía intención alguna de sujetarse a la constitución, sino que de hecho; obraba de tal modo de sacudírsela de encima y volver lo antes posible al absolutismo. Lo cual logró al cabo del corto período que la historiografía designa como Trienio Liberal, recurriendo a la intervención francesa conocida como la invasión de los Cien mil Hijos de San Luis.
En fin… sería un trabajo de Hércules (y no sé… tengo para mí que hasta el propio Hércules fracasaría si intentara llevarlo a cabo) sustraer a Fernando VII de los primeros —sino del primero— puestos en el ranking de grandes hijos de puta de la historia universal (a lo cual, convengamos, es más que justo acreedor por merecimientos propios; pues en materia de hijoputez no dejó sin cometer una sola abyección).
Y sin embargo, a pesar de lo miserable, felón, rastrero, cobarde, falso, patán, terco y arrogante que era, y a su incapacidad para sentir culpa y remordimiento; en España las clases populares, los más desposeídos, el campesinado, en suma, el pobrerío, paradojalmente lo quería y más aún, lo aclamaba (no por nada se lo llamó “El Deseado”).
Desde luego, no me apresto a esbozar aquí un perfil psicológico de aquel repugnante sujeto ni me propongo analizar, acotado como estoy a la estrechez de un artículo, los motivos para que tal fenómeno se haya producido (para lo cual, por otra parte; no calificaría pues no soy psicólogo ni sociólogo); simplemente lo traigo a colación como dato objetivo y comprobado que conduce a elucidar un aspecto que llamativamente quienes abordaron el tema soslayaron considerar o bien “resolvieron” limitándose a atribuirle a Vicente Pazos Kanki el hecho de contactar a los prisioneros artiguistas con el conde de Casa Flórez “a partir de lo cual empezaron las gestiones para su liberación”, etc. Sostengo, pues, que más allá de la evidencia incontrastable de la activa participación de Pazos Kanki —por entonces preso en Ilha das Cobras y posteriormente liberado junto con los demás— en el asunto; Casa Flórez y Magariños buscaron reproducir en el Plata el apoyo en la península del “bajo pueblo” hacia Fernando VII; espejándolo en la adhesión del artiguismo en tanto expresión identificada con los pobres, los negros, los indios y en fin; los menos favorecidos, los postergados. De hecho, los jefes artiguistas Otorgués, Andresito, Berdún, Acevedo, Manuel Artigas y demás, efectivamente juraron la constitución española y firmaron el memorial conocido como de “los españoles de ambos mundos”.
¿Por la suerte que corrieron las figuras históricas citadas en este artículo, me pregunta, mi querido amigo lector? Le cuento:
Andresito murió, presumiblemente en el escenario carioca, a poco de ser liberado y en circunstancias que se ignoran, probablemente como consecuencia de una intoxicación alcohólica o del impacto en su organismo de las durísimas condiciones de la prisión que hubo de sufrir.
Juan VI reinó en Portugal hasta 1826, año en que falleció el 10 de marzo, asesinado por envenenamiento con arsénico, en una conspiración que se supone fue instigada por su hijo Miguel o por su esposa Carlota Joaquina de Borbón (hermana de Fernando VII).
Mateo Magariños (que se mantuvo empecinadamente realista aún tras el fracaso del proyecto de recuperación de las colonias americanas por parte de España) fue nombrado para integrar la Real Audiencia de Charcas, pero cuando se dirigía a posesionarse de su cargo, fue detenido por las tropas patriotas en 1824 y condenado al destierro, pena que no pudo efectivizarse pues enfermó gravemente, y tiempo después, se le permitió radicarse en Arequipa, Perú, donde ejerció la abogacía hasta su muerte en setiembre de 1838. Su hijo, Francisco de Borja Magariños (n. Montevideo, 1795), una vez desengañado definitivamente de los proyectos que como diputado americano a las cortes españolas había propiciado y sostenido sin éxito alguno, regresó a Montevideo, donde en 1829 fue designado contador general, y después, en 1841 ministro plenipotenciario en el Brasil y en 1846 ministro de Relaciones Exteriores. Murió en 1855, en Río de Janeiro, a causa de un derrame cerebral.
El conde de Casa Flórez, tras su regreso a España en 1822, fue sucesivamente designado ministro plenipotenciario en Lisboa primero, luego en Viena, y por último; otra vez en Portugal, hasta 1827 en que le fue concedido el retiro. Murió en Madrid el 27 de octubre de 1833.
Fernando VII siguió siendo el azote que invariablemente fue siempre, a pesar de lo cual su popularidad y la fidelidad de sus vasallos hacia su ruin persona se mantuvo. Falleció el 29 de setiembre de 1833.
El historiador que me constituye de seguro se espantará ante lo que a continuación voy a manifestar, pero a fuer de honesto y sincero, no puedo no sentir y pensar que para la hispanidad toda, sea americana o europea, desgracias y Borbones fueron (y son) sinónimos.

-Juan Carlos Serqueiros-
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REFERENCIAS
    
AHN (Archivo Histórico Nacional, Madrid, España). Carta de Andrés Artigas a Casa Flórez 4.V.1821-Legajo n° 3768.
Bonaudo, Marta. Francisco de Magariños: un americano tensionado entre la fidelidad a la monarquía y la construcción de una nueva república (en Secuencia. Revista de Historia y Ciencias Sociales, n° 92, México D. F., 2015).
Caula, Elsa. Entre expectativas e incertidumbres: funcionarios y oficiales del Ejército Español en Río de Janeiro durante el Trienio Liberal (en Revista Complutense de Historia de América n° 49 pp. 215-238, 2023).
García, Flavio A. Los prisioneros artiguistas en Río de Janeiro (en Boletín del Ejército n° 55, Estado Mayor del Ejército de la R.O.U., Montevideo, 1955).
Machón, Jorge F. Los prisioneros artiguistas en Río de Janeiro. El caso del coronel Andrés Artigas (en Investigaciones y Ensayos. Revista de la Academia Nacional de la Historia de la República Argentina, n° 58, Buenos Aires, 2009).
Machón, Jorge F. y Cantero, Oscar D. Andrés Guacurarí y Artigas. El líder guaraní-misionero del artiguismo. Tierradentro Ediciones, Montevideo, 2013.
Pérez Calvo, Lucio R. El condado de Casa Flórez y su progenie española y americana (en revista Hidalguía, Año LX , n° 361, Madrid, 2013).
Ricca, Javier. Artigas 1814: secretos de una revolución. El Mendrugo, Montevideo, 2015.
Schlez, Mariano. Los fundamentos materiales del vínculo político entre Buenos Aires, España y Gran Bretaña durante el Trienio Liberal (en La ilusión de la Libertad. El liberalismo revolucionario en la década de 1820 en España y América. Ariadna Ediciones, Santiago de Chile, 2021).