miércoles, 2 de agosto de 2023

CANCIÓN DESESPERADA















Escribe: Juan Carlos Serqueiros

En 1936, Enrique Santos Discépolo realizó un viaje a Europa en compañía de su esposa Tania, visitando en especial Portugal, España y Francia. Recorrieron toda España (una España ya convulsionada políticamente y que en unos meses más estallaría en una terrible guerra civil) y en ese periplo, una de las estaciones fue Mallorca.
Allí, una de las máximas atracciones turísticas es el antiquísimo monasterio de Valldemossa, lugar al cual en el siglo XIX había acudido, por consejo médico, Chopin, acompañado por su amante, la escritora George Sand, en busca de un clima más benigno para la salud del músico durante un invierno europeo que se preanunciaba como crudelísimo. Pero resultó que el pueblo mallorquín fue extremadamente agresivo con Chopin. Por ejemplo, lo echaron del hotel en el que se alojó en principio, obligándolo además a pagar una fuerte suma adicional en concepto de “desinfección” de las habitaciones que ocupó (se decía que Chopin era tísico y se temía al contagio de la tuberculosis), en el mercado de la ciudad le cobraban diez veces más de lo que costaban los comestibles que adquiría, le hacían objeto de desprecios y malquerencias de toda clase, etc. Hasta que Chopin y George Sand, hartos de ese trato que recibían, pidieron alojamiento a los monjes del Monasterio de Valldemosa y estos se lo dieron. En ese ínterin y luego de un accidentado viaje, llegó a Mallorca el piano que Chopin había encargado en Francia, y el mismo fue dejado en la habitación (en realidad, una celda de clausura, puesto que se trataba de un monasterio) del músico. Terminado el invierno, Chopin se fue de Mallorca y ahí quedó el piano, en la celda que había ocupado durante su estadía.


Con el tiempo, la circunstancia de que en ese monasterio hubiese estado viviendo una temporada Chopin, y el hecho de que se encontrase allí un piano de su propiedad en el que había compuesto algunas de sus obras, convirtieron al lugar en una atracción turística. En cuanto Discépolo se enteró de todo eso, inmediatamente quiso conocer el monasterio. Visitó la celda donde vivió Chopin y allí, extasiado y sublimado por el ambiente y lo que en su imaginación evocaba, en el piano de Chopin, y como movido por alguna extraña inspiración; acertó a ejecutar (de oído nomás, Discépolo no sabía música y tampoco sabía tocar el piano) algunos compases.
Algunos años después, en 1944 y ya en Buenos Aires, Discépolo, a partir de esos pocos acordes que habían surgido de su inspirada improvisación en el piano de Chopin en Mallorca, compuso la música y la letra de uno de los tangos (para mí) más bellos, más “existenciales”: Canción desesperada. El título se corresponde con una frase de Cervantes en el Quijote que Discépolo usó para titular la letra que había escrito para su tango; porque en su imaginación, las composiciones de Chopin eran todas “canciones desesperadas”.
Todo esto lo contó el propio Discépolo al historiador Norberto Galasso, quien lo volcó en su libro Discépolo y su época, en este párrafo referido a la historia de cómo se gestó Canción desesperada:

Recorrí entonces los corredores penumbrosos y húmedos. Y no pude dejar de pensar que por allí, arrastrando su tos, anduvo Chopin, Me imaginé la angustia de aquel hipersensible condenado a esconder su enfermedad en ese monasterio despiadado y sin poesía… Acosado por las dos fiebres terribles; la del cuerpo y la de la creación. Y componiendo, componiendo con locura, con esa locura de los condenados a morirse, a los que nunca les alcanza el tiempo para terminar la obra…
Entré al cuarto que ocupó Chopin y aquello me produjo una impresión terrible. Penetré en esa habitación con una unción casi religiosa. Más que habitación era una celda. Frente a su puerta, estaba el cementerio del convento… Todo era descarnado, sin alma… las paredes, los escasos muebles… Pero allí estaba el piano, el pequeño piano. Me acerqué y levanté la tapa. Hice jugar inconscientemente mis dedos sobre las teclas amarillentas y envejecidas. El piano, gracias a Dios, era lo único que tenía alma en aquel conjunto de cosas inanimadas. Yo creo en el alma de los instrumentos. Todos los instrumentos tienen alma. Allí, inmutable al tiempo, a la distancia, a todo, estaba el piano que utilizó Federico Chopin… Todo estaba muerto, menos el piano. El piano, cuyas notas, en aquel silencio impresionante, sonaba con algo de grito, de angustia, qué sé yo…
Estaba nada más que acariciando las teclas del piano de Chopin. Ello, aparte del silencio, la noche entrando por los corredores del convento y el viento de afuera, un viento desesperante, angustioso, crearon en mí un estado especial de ánimo que no puedo definir exactamente… De pie, sin siquiera sentarme, esbocé siete o nueve compases de una canción que se me ocurrió angustiosa, desesperante, como ese viento que golpeaba implacable los maderos de aquella celda. Eso es todo. Apenas unos compases. Y una suerte de pudor contuvo mis dedos.
Durante mucho tiempo olvidé el motivo de aquella canción. Y la canción nació después en Buenos Aires, pero bajo el motivo de aquellos siete u ocho compases que resonaron por primera vez en el monasterio de Valldemosa. La titulé ‘Canción desesperada’, porque seguía pensando en aquel pobre músico torturado y enfermo, cuyas canciones son todas desesperadas. Porque yo no diría que las canciones de Chopin son inolvidables, sino que son desesperadas…

Y ahora, entrando en otro aspecto del mismo tema: Qué coincidencias notables se dan a veces en las vidas de ciertos personajes relevantes, ¿no? Cómo se van estableciendo determinados paralelismos entre las vidas de quienes incluso existieron en épocas distintas, pero amaron y sufrieron por las mismas cosas… Estaba pensando en los amores tortuosos de Chopin con George Sand y de Discépolo con Tania, de cómo tanto Chopin como Discépolo eran hombres enclenques, diminutos, enfermizos, acomplejados, celosos, atormentados y… geniales, de cómo tanto George Sand al igual que Tania, fueron mujeres pasionales, desbordantes, maternales, tempestuosas, sensuales, dominantes, voluptuosas e… infieles, y de cómo ambas mujeres influyeron notablemente –para bien y también para mal- en las vidas de esos dos grandes artistas.

-Juan Carlos Serqueiros-

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