Escribe: Juan Carlos Serqueiros
Ya bastantes problemas tengo con los vivos como para tener que ocuparme, además; de las historias de los muertos. (Juan Domingo Perón)
Allá por principios de la década de 1950, esto era comprendido por niños de siete años: la sidra y el pan dulce navideños, lejos de ser un regalo peronista; eran un recuerdo, la presencia de Perón y Evita sentados a la mesa de todos los argentinos, tal como se enuncia en este libro de lectura para primer grado que se usaba por entonces en las escuelas.
Uno podría ir más allá y adentrarse en otras significaciones, esas que emergen de la meditación sesuda y reposada, de las percepciones del hemisferio derecho del cerebro, de los dictados del corazón y de la conmoción espiritual reveladora, como por ejemplo; que en esa sidra y ese pan dulce estaban representados Perón y Evita como padre y madre de sus hijos de toda la nación, o poner de relieve el aspecto litúrgico y el simbolismo profundamente nacional-cristiano que hay en ello.
Y también uno podría tratar de explicarle todo eso a un gorila, pero para qué... sería ocioso. No lo entendería, porque es imposible comprender lo que no se ama, lo que se repudia desde la soberbia, lo que se niega desde el desprecio por la otredad.
Ocurre que el gorila promedio es intrínsecamente bruto e ignorante (quiero decir, independientemente de las muchas o pocas lecturas que tenga en su haber, porque sabido es que se puede ser intelectual y a la vez; bruto e ignorante, y más aún: los argentinos tenemos en ese aspecto una larga lista de malos ejemplos, por desgracia). Y consecuentemente, es esclavo perpetuo de los odios que anidan en su alma, surgidos del manantial al parecer inagotable de sus prejuicios, que vienen así a ser la cerrazón para sus entendederas. El gorilismo es, en síntesis, una patología de la psique, al igual que lo son la xenofobia y el racismo.
Entre muchos otros elementos, de los libros de lectura para escuela primaria en tiempos del primer peronismo surge la respuesta al interrogante del porqué del odio gorila.
En esos textos, todo estaba tan claro, que hasta los niños podían comprender lo que en cambio; a los gorilas les estuvo —y les sigue estando— vedado entender debido a sus preconceptos.
Pero cuidado, menester es reconocerlo: la incomprensión no se agota en los antiperonistas, eh; a muchos que presumen de peronistas y pasan por tales, también se les escapó la tortuga. Y al igual que les ocurre a los gorilas; esos tampoco entienden.
En esos textos, todo estaba tan claro, que hasta los niños podían comprender lo que en cambio; a los gorilas les estuvo —y les sigue estando— vedado entender debido a sus preconceptos.
Pero cuidado, menester es reconocerlo: la incomprensión no se agota en los antiperonistas, eh; a muchos que presumen de peronistas y pasan por tales, también se les escapó la tortuga. Y al igual que les ocurre a los gorilas; esos tampoco entienden.
En primer lugar está la afirmación —insostenible en tanto sofisma miserable— de que a través de "esos libros nazis" se "sometían las mentes de los niños a fuerza de imbuir en ellas ideas fascistas" y una ristra de delirios por el estilo.
Ello ocurre porque se parte del prejuicio de identificar caprichosamente a como dé lugar, al peronismo con regímenes totalitarios; lo cual es un absurdo desmentido por toda la evidencia que surge de los hechos históricos y de los documentos.
Encima, y para colmo; se obvia la consideración de tiempo, lugar y circunstancias, así como no se repara en que lo que se estaba produciendo por entonces era una revolución; revolución en paz, sin ríos de sangre, pero revolución de todos modos. Esto es, se estaban agregando a los preexistentes desde Mayo de 1810 y Julio de 1816, valores que hasta mediados del siglo XX no estaban reconocidos como tales, y es más; ni siquiera había consciencia generalizada de que existían. Se estaba fundando otra Argentina, una nueva; pero sin violencia ni remoción de los cimientos de la vieja, es decir, se estaba construyendo, ampliando e integrando.
Encima, y para colmo; se obvia la consideración de tiempo, lugar y circunstancias, así como no se repara en que lo que se estaba produciendo por entonces era una revolución; revolución en paz, sin ríos de sangre, pero revolución de todos modos. Esto es, se estaban agregando a los preexistentes desde Mayo de 1810 y Julio de 1816, valores que hasta mediados del siglo XX no estaban reconocidos como tales, y es más; ni siquiera había consciencia generalizada de que existían. Se estaba fundando otra Argentina, una nueva; pero sin violencia ni remoción de los cimientos de la vieja, es decir, se estaba construyendo, ampliando e integrando.
E incluso, esa no violencia, ese optar por el tiempo en lugar de la efusión de sangre, se llevó hasta el punto de la observancia estricta del rechazo a la tentación de apropiarse del relato histórico para reemplazarlo por otro hecho a su antojo y según sus designios. Lejos de ello, la revolución en paz de Perón presupuso poner especial empeño en no intervenir en las antinomias que a la hora de interpretar el pasado se venían dando en nuestro país, principalmente a partir de la década de 1930.
Así, el peronismo se aisló de la pugna entre invención y re-invención del pretérito argentino, es decir; se situó por encima de los juicios históricos que emitían tanto la tradición liberal como la revisionista, procurando cuidadosamente evitar la utilización de la historia para convertirla en justificación de aquel presente y en nervio motor e instrumento político que sirviesen para la construcción de poder.
De allí que a los héroes del panteón nacional, los patres por excelencia: Belgrano y San Martín, se los representara, en un forzoso resumen de sus glorias: al adalid de la Independencia, como creador del símbolo patrio; y al Libertador, como artífice principalísimo de la emancipación, respectivamente, estando asociados, en el libro escolar, a Perón (un Perón que, al igual que ellos, tampoco provenía de la politiquería partidista, sino que surgía del fondo mismo de la argentinidad para recuperar la soberanía, implantar la justicia social, instaurar el reinado de valores como el trabajo, la responsabilidad y el estudio, declarar solemnemente la independencia económica e identificar como principal sujeto político y objeto de los desvelos del gobierno a las masas populares ya integradas definitivamente a la vida nacional), llamado a ser, junto a Evita, los constructores de una nueva Argentina y los exponentes arquetípicos de una síntesis superadora de la tesis liberal mitro-lopizta y su antítesis revisionista rosi-caudillista.
Y el cuadro se completaba mediante la inserción de la figura de Sarmiento, simbolizándose en ella al educador por antonomasia.
Y por supuesto, había en esos libros un refuerzo notorio, marcado, del concepto de soberanía nacional.
Tenemos entonces hasta aquí, que en aquellos libros escolares hubo sin dudas una resignificación del mensaje patriótico que se transmitía a los niños, a través de incluir en él a las figuras de Perón y de Evita como emblemas y hacedores efectivos de las nuevas conquistas sociales y políticas que venían a acompañar y complementar a las de la epopeya nacional prefijadas en el mito fundacional argentino.
¿Implicó eso la peronización de sus contenidos? Y... si así quieren llamarlo, sí; pero cuidado con las acepciones: sí peronización en el sentido de representar al justicialismo como filosofía de vida argentina, como ideología nacional equidistante del liberalismo y el socialismo extranjeros y superadora de tales concepciones; pero de ninguna manera peronización como herramienta electoralista. Ojo al piojo.
Por otra parte y sin perjuicio de lo precedentemente enunciado, también debo decir, en obsequio a la verdad histórica, que hubo en 1951, durante un brevísimo lapso de cinco meses y circunscripta sólo a la provincia de Buenos Aires, una excepción a esa política de no intervención oficial en el campo del debate acerca del relato histórico que se había adoptado y que explicité antes. En esa única oportunidad, el 31 de marzo, el Ministerio de Educación de dicha provincia (gobernaba por entonces Domingo Mercante) autorizó y recomendó —no a través de un decreto del ministro del ramo, Julio César Avanza (que provenía de FORJA); sino mediante una resolución de la Dirección General de Enseñanza (ex Consejo Nacional de Educación)—, para los contenidos curriculares de cuarto, quinto y sexto grado, una especie de manual escrito por Edgard Pierotti que llevaba por título Cursillo de Historia Argentina.
Consistía en una obra que ya se había publicado años antes en fascículos en un matutino nacionalista ultracatólico y pro nazi: el diario Crisol (1932-1944), y que en forma de libro se editaba ahora (ahora en 1951, quiero decir) en dos tomos impresos en blanco y negro. El primero se compone de 183 páginas conteniendo: un prólogo dedicado a los docentes, una síntesis de la historia universal, y el proceso que va desde la Revolución de Mayo de 1810 hasta la Declaración de Independencia en 1816, ilustrado con 27 mapas. El segundo volumen tiene 157 páginas en las cuales se incluyen: parte de un mensaje del gobernador Mercante referido a la educación y el cristianismo, 14 mapas, 2 imágenes (una del daguerrotipo de San Martín en la ancianidad y una ilustración en la cual se representa a un gaucho), y el cuerpo principal del texto, que abarca la historia argentina transcurrida entre 1820 y 1951.
El Cursillo se sitúa decidida e inequívocamente en el campo revisionista y su contenido rezuma romanismo, hispanismo, catolicismo, antiliberalismo y antisemitismo. Hay en él una marcada exaltación de la figura histórica de Rosas, a la par que un juicio decididamente adverso hasta la descalificación y la condena explícita —con denostación incluida— respecto de las de Moreno, Rivadavia, Mitre y Sarmiento. Llamativamente —dada la época, pretendo significar—, no hay dedicación de ditirambos al peronismo; tan sólo una mención acotada a dieciocho renglones en el último capítulo del segundo tomo, resaltando algunas acciones que Pierotti estima como que "la historia está obligada a señalar". Más aún, no sólo no hay juicio de valor positivo; sino que el autor va más allá, estipulando taxativamente que "un texto escolar no puede juzgar la obra del gobierno contemporáneo, tarea que corresponde al futuro", e incluso consigna que eso queda "librado al criterio de cada cual y a la posteridad".
Los partidos opositores al peronismo (en especial, el radicalismo y el socialismo), la DAIA y la prensa (principalmente el diario La Nación), criticaron duramente el Cursillo, fustigaron severamente a su autor, cuestionaron su aprobación y solicitaron su desautorización por parte del ministerio. Del debate en la legislatura provincial bonaerense, surge que de ninguna manera había en el seno del bloque peronista (mayoritario) uniformidad de criterios en torno al asunto. A punto tal eso fue así, que un diputado justicialista expresó tajantemente que prescindía de consideraciones históricas "que no nos competen", fueron sus palabras; y otro de la misma bancada aseveró: "no estoy con el revisionismo ni con ninguna otra tendencia". O sea que de postura homogénea en cuanto al tema, nada, pero nada de nada. Perón, que conjeturablemente no había participado en absoluto en la cuestión, debe de haberle bajado línea a Mercante y a su vez, éste a Avanza; porque desde el ministerio se eliminó directamente el libro de la nómina de textos aprobados, a tan sólo cinco meses de su edición.
Entiendo como muy pertinente destacar que, a diferencia del Cursillo de Historia Argentina de Pierotti, en el cual como consigné antes, no se hacía apología del peronismo; en los otros textos más usuales y difundidos, como por ejemplo, el Manual Estrada (Editorial Estrada, 1953) y el Curso de Historia Argentina de José Astolfi (Editorial Kapelusz, 1951), no se hacía rosismo, pero sí se elogiaban, y profusamente, además; las innovaciones y transformaciones llevadas a cabo por Perón.
No obstante ello, el gorilismo centró siempre su ataque en el Cursillo, en el que, reitero, no se peronizaba; mientras jamás dijo ni pío sobre el Manual Estrada ni sobre el Curso de Astolfi en los que sí se peronizaba. Si allí no reside LA incoherencia; entonces la incoherencia ¿dónde está?
Otro suceso histórico que el gorilismo ha logrado instalar en vastos segmentos del imaginario colectivo como emblemático y paradigmático de los "propósitos indubitables de nazificar peronizando" ejerciendo "el autoritarismo desembozado propio del gobierno dictatorial y totalitario de esa segunda tiranía" que se empeña en atribuirle al peronismo, es la sanción, el 17 de julio de 1952, de la ley nacional n° 14.126 en la cual se dispuso que "en todos los establecimientos de enseñanza primaria, secundaria, normal, especial, técnica y superior, y en las escuelas de orientación profesional dependientes del Ministerio de Educación de la Nación, se hará conocer el libro La razón de mi vida, del que es autora la señora Eva Perón, jefa espiritual de la Nación" (sic). Además, se lo prescribió como texto obligatorio de lectura para quinto y sexto grados.
Si el objeto que se proponía el gobierno con eso, hubiese sido el que pertinazmente continúa adjudicándole el tilingaje re editor en nuestros días de aquel medio pelo tan magistralmente enunciado y descripto por Jauretche; no hubiera precisado para ello agregar un nuevo texto escolar. Pero tan obcecados son en su estulticia y tan impermeables se demuestran a todo análisis honesto y desprejuiciado del contexto en que se produjeron los sucesos históricos, que se empecinan en no tomar en cuenta que se estaba ante un proceso revolucionario cual lo fue el primer peronismo —y en su estupidez soslayan hasta lo que es obvio: no se puede hacer una tortilla sin romper algunos huevos (Maximilien Robespierre dixit)—, y entonces hacen como que no ven que la ley se sancionó tan sólo nueve días antes de la muerte física de Evita, y descartan por completo la consideración del hecho de que el propio Perón manifestó que el gobierno no quería maestros que hicieran política partidaria, lo cual además; desalentó expresa y aún enérgicamente. Asimismo, "olvidan" que Perón y Evita habían sido elevados al procerato en vida, con lo cual ¿qué tenía de "repudiable" que estuvieran en los textos escolares? ¿O acaso no se había hecho lo propio con Mitre en los albores del siglo XX, antes de fallecer éste en 1906? Aunque claro, el gorilismo exacerba su odio y tilda de "nazi" si se trata de peronismo; pero si es mitrismo, ah, entonces está bien. Es decir, si el erigido en prócer en vida es Mitre, estamos ante un "ejemplo de civismo puro del pueblo soberano"; pero si el favorecido es Perón, entonces es obra del "aluvión zoólogico", de las "turbas soliviantadas", de los "entresijos de la sociedad", de "esos negros de mierda". ¡Hipócritas!
Así, cualquier babieca o cualquier piruja, puede darse el lujo de afirmar sin atisbo de pudor: "Mi abuelo me contó las que pasó durante la tiranía peronista. Imaginate, hasta lo obligaban a leer La razón de mi vida en la escuela; nazismo puro era aquello". ¡Y lo dicen convencidos de que esa es la verdad revelada!
Permítame, querido lector, abusar de su indulgencia sólo un instante más para enunciar esto: si miraran el pasado no con los ojos ciegos bien abiertos (Solari dixit); sino con los ojos del corazón, y se despojaran de todo prejuicio, notarían que hay en el libro "Evita" para primer grado la aceptación de un hecho que sólo Sarmiento percibió y escribió en su genial "Facundo": la parte en la cual narra cómo se emocionó y rompió en llanto ante la escena de un estanciero que reza el rosario con su familia y le pide a Dios lluvia y fecundidad para los campos y paz para la patria, todo lo cual, confiesa, lo conmovió hasta remitirlo a los tiempos bíblicos (son sus propias palabras). Pero enseguida, Sarmiento acalla a su corazón y (lamentable y deplorablemente, en mi opinión) afirma, desde su racionalidad fría, que eso no es religión; sino "supersticiones groseras".
El "Evita" de primer grado supera esa dicotomía, se pone por encima de ella, y sin necesidad de cambiar el relato histórico ni denostar a Sarmiento; representa, en esa sidra y ese pan dulce, la corporización cristiana en la hostia y el cáliz. Viene así a unir, a integrar; no a romper ni a reemplazar.
Hasta aquí, pues, la verdad histórica, o por lo menos; mi verdad histórica, tan honestamente narrada como me fue posible y dable hacerlo. Puede ser que algunos la acepten, ojalá...
No, perdón, me expresé mal: no pasa por aceptar; pasa por comprender.
Después de todo, quien quiera oír, que oiga.
Hasta aquí, pues, la verdad histórica, o por lo menos; mi verdad histórica, tan honestamente narrada como me fue posible y dable hacerlo. Puede ser que algunos la acepten, ojalá...
No, perdón, me expresé mal: no pasa por aceptar; pasa por comprender.
Después de todo, quien quiera oír, que oiga.
-Juan Carlos Serqueiros-
______________________________________________________________________
______________________________________________________________________
REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS Y DOCUMENTALES
Albornoz de Videla, Graciela. a) Evita. Libro de Lectura para Primer Grado Inferior, Editorial Luis Lasserre, Buenos Aires, 1953.
b) Justicialismo. Libro de Lectura para Cuarto Grado. Editorial Estrada, Buenos Aires, 1953.
b) Justicialismo. Libro de Lectura para Cuarto Grado. Editorial Estrada, Buenos Aires, 1953.
Astolfi, José C. Curso de Historia Argentina, Editorial Kapelusz, Buenos Aires, 1951.
Boletín Oficial de la República Argentina. Ley 14126/1952
Cámara de Diputados de la Provincia de Buenos Aires. Diario de Sesiones Período Legislativo 1951 t. I.
Cámara de Senadores de la Provincia de Buenos Aires. Diario de Sesiones Período Legislativo 1951.
De García, Luisa F. Patria Justa. Libro de Lectura para Tercer Grado, Editorial Kapelusz, Buenos Aires, 1953.
De Silveira, María A. Forjando la Patria. Libro de Lectura para Tercer Grado, Editorial Kapelusz, Buenos Aires, 1954.
Diario La Nación. Ediciones de fechas 07.06 y 14.06, 1951
Gutiérrez Bueno, Ángela. Privilegiados. Libro de Lectura Inicial, Editorial Kapelusz, Buenos Aires, 1954.
Manual Estrada IV Grado, Estrada Editores, Buenos Aires, 1953.
Perón, Eva. La razón de mi vida, Editores Peuser, Buenos Aires, 1951.
Pierotti, Edgar, Cursillo de Historia Argentina, Editorial Martín Fierro, Buenos Aires, 1951.
Que lástima no haber sido niño en ese país de nunca jamás
ResponderEliminar