Ambos poetas mantenían una muy cordial relación. Basta con recordar que en 1934, Borges quiso prologar los versos del genial Arturo Jauretche: "El paso de los libres", y que tal petición se la hizo a don Arturo, justamente —¡oh, casualidad!— por mediación de... Homero Manzi.
Por aquel entonces, Borges compartía con éstos —al menos, en el discurso— una evidente postura de admiración hacia Hipólito Yrigoyen.
Posteriormente, se produciría "la bifurcada" (Adrián Otero dixit), y el inefable Georgie tomaría el rumbo por todos conocido: el de antiperonista acérrimo; mientras que Manzi y Jauretche seguirían firmemente situados junto a las mayorías populares. Por más que esas mayorías populares hayan sido las mismas que primero idolatraron al Peludo y después lo voltearon en 1930.
No se los perdonaría Borges, ni a Jaureteche ni a Manzi, tanto así, que en junio de 1965, en un reportaje que le hizo la revista Confirmado, se refería de este modo a la lírica del segundo:
Periodista: —¿Admitiría usted que, si muchas grabaciones de Gardel son sensibleras, también se le deben otras como “Milonga del 900”, que no tienen par?
Borges: —Es cierto. Es muy buena. Me ha sucedido discutir con alguien si la expresión "soy hombre de Leandro Alem" aludía al más reciente nombre del Paseo de Julio o a la condición radical del parlante.
Periodista: —Evidentemente se trata de la segunda acepción. Además, Homero Manzi, autor de la letra, era entonces un fervoroso yrigoyenista.
Borges: —Sí, pero después, antes de morir, fue peronista.
¡Ay, Georgie, Georgie querido! Eras, sin duda, un genio. Y quizá por eso, tenías la misma característica que nos achacabas a los peronistas. Sí, esa: la de incorregible. En fin...
No obstante, no debemos extrañarnos de aquella adhesión borgeana al yrigoyenismo, considerándola contradictoria con su anti peronismo; porque de ningún modo se le ocurrió nunca a Borges considerar la existencia de similitud alguna entre Yrigoyen y Perón. Muy por el contrario (y bien mirada la cosa, por utilizar sus propias palabras), no es que su admiración por el Peludo de la cueva de la calle Brasil pasara por un fugaz estadio transitorio de efervescente populismo; sino que —como lo enunciara él mismo en carta a Enrique y Raúl González Tuñón fechada en marzo de 1928— veía en Yrigoyen —a quien llamaba “nobilísimo conspirador del Bien” (sic)— al “caudillo que con autoridad de caudillo ha decretado la muerte inapelable de todo caudillismo; es el presente que, sin desmemoriarse del pasado y honrándose con él se hace porvenir” (sic).
No es lícito enrostrarle a Borges haber pasado del populismo con Yrigoyen al anti populismo con Perón; simplemente percibió en el primero la síntesis histórica de una patria tal cual él la concebía o anhelaba, y en el segundo el retorno a una “tiranía” —pues así consideraba al peronismo— que execraba y que le provocaba la misma repulsión e idéntico espanto que sentía por la “tiranía” de Rosas.
Por otra parte, y aún cuando no concuerdo en lo más mínimo con la opinión de Borges sobre Perón y el peronismo (soy peronista desde los huevos de mi viejo y la panza de mi vieja, y seguramente moriré siéndolo); suscribo sin reservas la nítida diferenciación que él establecía. Por más que muchos compañeros crean distinguir lo que se empeñan en llamar “continuidad histórica” (?) entre yrigoyenismo y peronismo; debo decir que no es ese mi caso ni remotamente.
Si el venerado Georgie era visceralmente anti peronista; yo —sin pretensión alguna de compararme con él, pero ejerciendo el mismo derecho— soy visceralmente anti radical. Y estoy convencido de que el surgimiento del radicalismo en 1891 es el suceso maldito de la política argentina.
-Juan Carlos Serqueiros-
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