sábado, 25 de julio de 2020

EL CONGRESO DE ORIENTE Y LOS CAZADORES DEL ACTA PERDIDA







































Escribe: Juan Carlos Serqueiros

Por muchas razones y causas, conviene y es necesario que del mandar y obedecer participen todos de la misma manera, a veces mandando y a veces obedeciendo. (Francisco Martínez Marina)

Durante las dos últimas décadas los argentinos hemos asistido a una re valorización del suceso histórico conocido como Congreso de Oriente (también llamado de los Pueblos Libres o de Arroyo de la China). Lamentablemente, tal circunstancia, que a priori se supone auspiciosa en tanto significa un avance en el trabajoso proceso de aprehender nuestro pasado; a menudo es miserable e inescrupulosamente manipulada en desmedro de la Declaración de Independencia dada el 9 de Julio de 1816 en Tucumán, en el seno del Congreso General Constituyente.
El “ataque” consiste en sostener que la primera declaración independentista se produjo el 29 de Junio de 1815 al inaugurarse el de Oriente, y que consecuentemente; la otra, la de Tucumán; ha sido impuesta por la historiografía oficial para ocultar aquella a la que reputan como única valedera. Fuego graneado al cual, desde la trinchera de los “agredidos”, se replica con munición gruesa alegando una falla de base por parte de los postulantes de eso que, a su vez, ellos no trepidan en calificar de mito cuando no de delirio: la carencia de documentación a la hora de avalar una pretensión que juzgan como ridícula. Y por supuesto, todo convenientemente acompañado de loas a Artigas y al Protectorado, y denuestos a Pueyrredón y al Directorio, por un lado; y de diatribas a los primeros y alabanzas a los segundos, por otro. En eso están entretenidos y sin atinar a salir del brete alevoso en el que unos y otros se metieron (o, más apropiadamente expresado, volvieron a meterse; porque la disputa actual no es sino un revival de la “batalla” historiográfica que en torno al tema se dio en la década de 1960 entre las corrientes oficial y revisionista).
Pero mejor, estimado lector, dejémoles enzarzados en discusiones estériles, y dediquémonos a procurar un aporte a la búsqueda de eso tan elusivo que llamamos verdad histórica. Aquellas dos asambleas representaron modos diametralmente opuestos de entender la Revolución de Mayo, y por ende; de concebir y proyectar el país emergente de ella que en cada una se propugnó. Veamos, pues, en qué consistió el Congreso de Oriente, por qué y para qué fue convocado, y qué resultó del mismo.
Principiemos por convenir en que debe considerarse detallada y exhaustivamente la evidencia de que en el campo federal-artiguista no existió unanimidad de ideas, criterios y propósitos (lo mismo aplica para el centralista-directorial, pero por ahora, limitados a la brevedad de este opúsculo, circunscribámonos al primero).
El sistema Pueblos Libres, en tanto coalición heterogénea —y por eso mismo inestable— e ideologema radical en su esencia, traía consigo una visión enfocada desde la atalaya de un sincretismo que incluía, además de las ideas cuya inducción le era propia a partir de la interpretación que hacía de la Revolución de Mayo, de la realidad tal como la percibía y de los objetivos que buscaba lograr; elementos y conceptos tomados del suarismo, del marinismo, del constitucionalismo norteamericano, del radicalismo painesiano y de las doctrinas rousseaunianas. Y partiendo del principio de retroversión de la soberanía a los pueblos, proponía: la confederación entre provincias-estado libremente determinadas, la integración entre grupos étnicos diversos —aún cuando fuesen ancestralmente antagónicos, incluso—, y un rasero igualador en el orden social.
El problema estribaba en que a la hora de la praxis, esto es, de tornarse realidad tangible en tanto orden sistémico efectivamente instaurado, pudo proteger —de ahí el título dado a Artigas: Protector de los Pueblos Libres— a las provincias que lo integraban, del poder pretenciosamente omnímodo que se arrogaba Buenos Aires, pero a la vez; se demostró como absolutamente incapaz de allanar las diferencias intestinas en cada una de ellas, de sustraerse a la lenidad y de lograr que las conveniencias sectoriales se subordinasen al interés común a toda la Liga Federal.
En Corrientes, la élite urbana, es decir el estrato blanco y culto de la población que tenía a las minorías indias y negras sujetas a la servidumbre cuando no a la esclavitud, en pos de sacudirse de encima el prepotente centralismo porteño, aceptó y adoptó, en un principio, el artiguismo para la consecución de dicho objetivo; pero bien pronto se revolvió contra él, en procura no solamente de mantener su hegemonía y sus privilegios de clase, sino además; el tráfico desde y hacia la antigua capital del virreinato (dicho sea de paso, no puede obviarse en el análisis, la consideración de que los intereses comerciales —no sólo de Corrientes, sino de todo el litoral— pasaban por el puerto de Buenos Aires; no por el de Montevideo). Y en el interior de la provincia, la base del artiguismo la constituían los actores sociales del comercio (bolicheros de campaña) y de la producción (artesanos, peones rurales, chacareros, y estancieros pequeños y medianos). Eran los tres últimos, además; quienes sostenían el costo económico de las milicias destinadas ora a sustraerlos (objetivo que nunca se logró alcanzar) del flagelo de los saqueos y demás delitos perpetrados por gavillas armadas integradas por desertores, indios sueltos, gauchos malos y demás elementos del lumpenaje que malvivía encharcado en la molicie, el crimen y el vicio; ora a la guerra exterior que se venía contra los portugueses (en la que no sentían fuera a jugarse algo suyo —los comandantes luso-brasileros tuvieron órdenes precisas de no atacar posiciones correntinas ni afectar sus intereses—, sino que por lo contrario; los privaba del pingüe negocio de pasar clandestinamente ganado a las Misiones Orientales, encima —se decían— para que “la indiada” misionera tuviese una provincia para sí, y para colmo de los colmos; en territorio que consideraban perteneciente a la suya). Con lo cual también ellos terminaron por revolverse contra los gobiernos artiguistas de Juan Bautista Méndez y José de Silva.
En síntesis, Corrientes consentía en integrar la Liga Federal, pero eso sí: no quería saber nada de pueblos libres, reparto de tierras y mucho menos de integración con los guaraníes. Y se mantendría artiguista… siempre y cuando se le permitiera comerciar con Buenos Aires y vender ganado al ejército portugués, claro. Hacía lo de aquellos que quieren el perro pero no las pulgas. Y así las cosas, el tan cacareado federalismo correntino era, propiamente, una bolsada ‘e gatos.
En 1815 el fiel de la balanza parecía inclinarse decididamente hacia el artiguismo. El 9 de enero, a consecuencia de un motín contra Rondeau en el ejército del Perú que se hallaba acantonado en Jujuy, renunció el Director Supremo, Gervasio Posadas, y la Asamblea eligió a su sobrino, Carlos de Alvear, para sucederlo en el cargo. Al día siguiente, en la batalla de Guayabos, tropas federales con Fructuoso Rivera a su frente, derrotaron a las directoriales que comandaba Manuel Dorrego.
A fines de enero una bomba cayó sobre Buenos Aires y Montevideo en forma de noticia: desde Cádiz se aprestaba a partir, al mando del general Pablo Morillo, una expedición española integrada por 60 buques transportando 12.000 soldados, con la cual, supuestamente, la corona española pretendía aplastar la revolución en el Plata. Eso fue lo que decidió a Alvear, en marzo, a entregar a Artigas la plaza de Montevideo (no sin antes incautarse de todo el armamento, poner la ciudad a saco y ofrecerle nada menos que la independencia absoluta de la Banda Oriental (que Artigas rechazó terminantemente). Desde el 26, flameaba en el fuerte el pabellón tricolor del federalismo.
En Córdoba, su gobernador, coronel José Javier Díaz (electo en cabildo abierto del 29 de marzo de 1815 luego de la mudanza —incruenta, felizmente— que significó la deposición del directorial Francisco Antonio Ortiz de Ocampo —después de intimaciones en términos desafortunados e inoportunos cursadas tanto a él como al cabildo por parte de Artigas—), guardaba un cuidadoso equilibrio entre la adhesión a éste y al director de turno. Conminado a definirse, por carta que el 8 de abril le dirigió el primero, se resolvió por colocarse bajo el protectorado del oriental e integrar la provincia a la Liga Federal; pero conservando, tanto en el propósito como en la práctica, la potestad de llevar adelante sus propias negociaciones con el Directorio, aún cuando eso significara hacerlas por cuerda separada de los Pueblos Libres. Díaz era federal, sí; pero —pequeño detalle— eso no quería decir que fuese artiguista.
En Santa Fe, entre el 10 y el 20 de marzo de 1815, los blandengues que protegían la frontera con los indios se sublevaron en conjunto con estos últimos y emprendieron la marcha hacia la ciudad, en la cual también entre los vecinos del centro y de las orillas había gran animosidad contra el teniente gobernador designado por el directorio: Eustoquio Díaz Vélez, quien capituló el 24, embarcándose el 28 para Buenos Aires con toda su tropa desarmada. El 2 de abril, el cabildo eligió gobernador a Francisco Antonio Candioti, siendo ese acto refrendado en asamblea popular el 26 del mismo mes. El 3 fue apoteótico en Santa Fe: flameó la bandera tricolor del federalismo en la plaza y se decretaron tres días de fuegos artificiales y luminarias. El 13, entraba Artigas a la ciudad. Santa Fe integraba la Liga Federal.
Un exultante Artigas creyó —erróneamente, como veremos a continuación— llegada la hora de avanzar sobre Buenos Aires para hacerla pueblo libre. Arribadas a Santa Fe tropas al mando de Hereñú y los mocovíes de San Javier conducidos por Manuel Francisco Artigas, dispuso que se dirigieran a San Nicolás, principiando así la invasión federal que venía proyectando. Era un triunfalismo excesivo que nubló su habitualmente aguda percepción: esas fuerzas no bastaban para imponerse al ejército de Alvear, ante lo cual, empecinado en llevar adelante su plan a como diese lugar, reclamó a Candioti el auxilio de Santa Fe para aumentarlas. Éste le hizo notar que la provincia, empobrecida al extremo, desguarnecidas sus fronteras con los indios hostiles y obligada a considerar la posibilidad de una reacción porteña, no estaba en condiciones para ello. Como el oriental insistió en su pretensión; el gobernador —leal y consecuente amigo suyo que se contaba entre los pocos que podían llamarlo Pepe—, tuvo que ponerse firme: “Así como el pueblo santafesino le aclamó como su Protector, también puede desafiar a usted si ve amenazada su independencia” (independencia en el sentido de autonomía, claro está), le dijo aquel venerable patriarca. Artigas se fue al mazo.
Hasta aquí hemos visto, entonces, que ni el federalismo correntino ni el cordobés ni el santafesino, eran necesariamente sinónimos de artiguismo.  
Por su parte, Alvear se jugó el todo por el todo. Con su ejército acantonado en Olivos, fuerte de 8.000 hombres perfectamente armados y pertrechados, más su aspiración a la gloria y su vocación de poder; parecía tener asegurado el triunfo. Pero… parecía nomás; porque como bien escribió Enrique Cadícamo, “la vida es una carpeta”: resuelto a liquidar al artiguismo y reconquistar para el directorio Santa Fe —y también Córdoba, porque desconfiaba de Díaz—, destacó una vanguardia de 1.600 hombres al mando del coronel Ignacio Álvarez Thomas; pero ésta se sublevó en la posta de Fontezuelas, cercana a Pergamino. Inmediatamente, Álvarez Thomas y Artigas abrieron negociaciones con miras a la concordia.
El 15 de abril se produjo una revolución en Buenos Aires, y dos días después, Alvear renunciaba. Fue reemplazado por Rondeau, como director de Estado —no ya “Supremo” como lo habían sido Posadas y Alvear— titular (nunca asumiría, pues se negaba a abandonar la jefatura del ejército del Perú), con Álvarez Thomas como interino. Su gobierno estaría supervisado por una junta de observación y se regiría por un estatuto provisional “para la dirección y administración del Estado” (que en su articulado incluía la convocatoria a un congreso general, tanto de Buenos Aires como de “todas las ciudades y villas de las provincias interiores”, a realizarse en Tucumán  —en lo cual se hallaban previamente contestes Artigas y Álvarez Thomas—). El 17 de abril de 1815, Antonio Luis Beruti izó en el fuerte de Buenos Aires la bandera azul celeste y blanca  enarbolada en Rosario tres años antes por Belgrano.
Invitadas las provincias, por circular del cabildo de Buenos Aires fechada el 21, a aceptar el nuevo gobierno y el estatuto, y a confirmar la asistencia al congreso, sólo Tucumán y las del Alto Perú (éstas por intermedio de los patriotas emigrados de ellas, porque se hallaban bajo el dominio realista) se pronunciaron por la afirmativa; Cuyo (gobernaba San Martín) aceptó solamente lo referido a la formación del congreso, lo mismo que Salta y Córdoba (que como vimos, fluctuaba entre Artigas y el Directorio). Paraguay (provincia que había resistido la Revolución de Mayo y que aislada en sí misma bajo la dictadura del doctor Francia, sin poner ni un centavo ni un solo hombre mientras las demás se desangraban en la guerra de la independencia; no sólo disfrutaba de los cuantiosos beneficios que le reportaba su comercio con ellas, sino que además; procuraba expandirse a sus expensas ocupando territorios pertenecientes a Corrientes y Misiones) correspondió al convite “obsequiando” la callada por respuesta.
En cuanto a la Banda Oriental, Corrientes, Entre Ríos, Misiones y Santa Fe; el 29 de abril respondieron, por intermedio de Artigas, en oficio de éste desde su cuartel general en Santa Fe, dirigido al cabildo de Buenos Aires, que sometería el asunto a un “congreso de los pueblos que se hallan bajo su mando y protección” (sic).
Artigas venía madurando la idea de llamar a una asamblea de las provincias federales a fin de dar forma más o menos jurídica a la alianza entre ellas, y sentar las bases socioeconómicas para el sistema. La turbulencia política en Corrientes, el triunfo obtenido por sus armas en Guayabos, y la incorporación de Córdoba y Santa Fe a la Liga Federal, ya eran motivos suficientes como para llevarla a la práctica. Y la amenaza representada por la expedición española, el abandono de su propósito de invadir Buenos Aires a partir de las expectativas de un arreglo pacífico con ésta que albergaba desde la caída de Alvear, y la necesidad de pronunciarse con respecto al pedido del cabildo porteño, de reconocer al nuevo director y al estatuto que regiría su gobierno; fueron los factores que lo decidieron a ello.
“Conducidos los negocios públicos al alto punto en que se ven, es peculiar al pueblo sellar el primer paso que debe seguirse a la conclusión de las transacciones que espero formalizar. En esta virtud, creo ya oportuno reunir en Arroyo de la China un congreso compuesto de los diputados de los pueblos”, rezaba su circular.
Y por aquello de “a Dios rogando y con el mazo dando”, despachó comunicaciones solicitando —en algunos casos; en otros, directamente ordenando— que eligieran y enviaran a la Villa de Arroyo de la China (Concepción del Uruguay), diputados al congreso a realizarse en dicho punto:
Al cabildo de Corrientes (dispuso “dos por ese pueblo y uno por cada cual de los pueblos de la campaña”, resultando electos Juan Francisco Cabral y Ángel Mariano Vedoya por la ciudad capital, el propio Artigas por San Roque, Juan Bautista Fernández por Itatí y Sebastián Almirón por Santa Rita de la Esquina); a los cabildos indios de los pueblos misioneros de Apóstoles, Concepción, San Carlos, San Javier, San José, Santa María la Mayor y Santos Mártires, el 29 de abril (sólo se tiene el dato de uno de los electos: Andrés Yacabú, sin poder precisarse por cuál de los cabildos lo era, si bien hay certeza de que no lo fue por el de Concepción); a Santa Fe, el 29 de mayo (resultaron electos Pascual Diez de Andino y Pedro Aldao, representación luego acotada al primero en razón de las penurias del erario); a Córdoba (por intermedio de José Roque Savid —el cabildo cordobés no quiso intervenir, ante lo cual se eligió, por parte de los cuarteles en que estaba dividida la ciudad, a José Antonio Cabrera—). Por la Banda Oriental, sabemos de Miguel Barreiro y de otros tres diputados: uno por Santa Lucía (del cual se desconoce su filiación), uno por San Carlos: el médico Francisco Dionisio Martínez (lo consigna él mismo en su autobiografía escrita en 1859 y publicada en 1913); y Pedro Bauzá (por el Diario de viaje, de Dámaso Larrañaga, quien lo menciona en ese carácter, pero sin aclarar por cuál de los pueblos fue diputado). Por Entre Ríos lo fueron José Simón García de Cossio representando a la Comandancia General, y Pedro Hereñú a Nogoyá.
Pero.... ocurrió algo que vino a dar al traste con sus planes.
Aquellas “transacciones que espero formalizar”, eran las negociaciones con Álvarez Thomas. El 11 de mayo, éste informó a Artigas que enviaba al coronel Blas José Pico (directorial que en 1814 había sido partidario de la guerra a muerte contra el artiguismo, y sugerido a Posadas que “debía desterrar 500 familias y fusilar a todo el que se tome prisionero”) y al doctor Francisco Bruno de Rivarola (quien mantenía con Artigas una antigua amistad), para convenir con él “los pactos de unión que deben vincular a ambos territorios” (sic).
Llegados éstos a Paysandú en el falucho Fama, el 16 de junio Artigas les entregó las bases que proponía para el acuerdo, las cuales sintéticamente consistían en: Estipular (remontándose dos años atrás al remitir al congreso del 5 de Abril, también llamado de Tres Cruces) que la Banda Oriental formaba con las demás provincias una alianza ofensiva y defensiva que se traduciría en un Estado a organizarse en torno a la constitución que dictara el congreso general,  todo lo cual se hacía extensivo, además, a Córdoba, Corrientes, Entre Ríos, Misiones y Santa Fe “hasta que voluntariamente quieran separarse de la protección de la provincia Oriental y de la dirección del Jefe de los Orientales”; Buenos Aires devolvería a la Banda Oriental la mayor parte del armamento extraído de ella por Alvear, y la indemnizaría por las confiscaciones y contribuciones impuestas durante la actuación de éste.
Al día siguiente, los comisionados contra propusieron: Buenos Aires reconocería la independencia de la Banda Oriental; se dejaría a las provincias de Entre Ríos y Corrientes —nada se decía de Misiones, porque Buenos Aires la consideraba perteneciente a la segunda— libres para resolver por sí mismas a cuál de los dos bloques adherir; se obligaba, en caso de llegar la expedición peninsular al Plata, a ayudar a la Banda Oriental, la cual se obligaba recíprocamente; se declaraban compensados los gastos y auxilios de la guerra contra la dominación española en la Banda Oriental; y se entregarían a ésta 1.500 fusiles, 12 cañones “de campaña”, 30 cañones “de grueso calibre, sables y municiones.
La cuestión terminó a los gritos entre Pico y Artigas (no así entre éste y Rivarola, por la amistad que se profesaban). El intento de acuerdo fracasó, y al día siguiente los comisionados emprendían el regreso a Buenos Aires. Artigas escribió a Álvarez Thomas haciéndolo responsable de que no se hubieran podido conciliar las diferencias y acusándolo de reproducir en su gobierno “los principios detestables que caracterizaron la conducta del anterior” (sic). El director respondió que reputaba injurioso el cargo que le hacía, y que por su parte, se limitaría a girar el asunto al congreso general para que cuando éste se reuniera, se pronunciase al respecto.
¿Por qué no pudo conciliarse? Formará usted, querido amigo lector, su propia opinión. Por mi parte, estimo pertinente hacer notar que Artigas, al oficiar a Álvarez Thomas el 18, consignaba taxativamente que entendía “la situación de miseria de esa capital y su caja” (sic), y trascartón agregaba: “pero sobre artículos de armamento yo no he visto la menor razón” (sic). Ergo, era consciente de por dónde pasaba la cuestión principal. Entonces, ¿para qué tensó la cuerda al extremo de romperla, obstinándose en exigencias que a priori sabía que no habrían de ser aceptadas, y además; agraviando a un gobierno acerca de cuyo reconocimiento se había obligado a pronunciarse, imputándole nada menos que ser igual al que había derrocado? Un político hubiera aprovechado la oportunidad, tomando lo que la ocasión le ofrecía. Pero él no era un político; sino un caudillo llamado a cumplir una misión mucho más alta y ambiciosa que asirse a una coyuntura presuntamente ventajosa en el corto plazo. Así y todo, creo que debió haber aceptado la última propuesta de los comisionados y cerrar trato, porque al rechazarla, Artigas se vio colocado en una posición delicadísima.
Sin el armamento, ya no podría asegurar la región misionera equipando al ejército de Andresito para mantener a los paraguayos fuera de los pueblos al este del Paraná, escarmentar a los portugueses que asolaban las misiones occidentales y, tomando la ofensiva, traspasar el río Uruguay para recuperar las orientales y avanzar desde ellas hasta Porto Alegre. Y tampoco contaría con el poder disuasivo suficiente para desalentar el probable intento que en pos de reconquistar Santa Fe haría el Directorio —que de hecho, ya preparaba la expedición militar que mandaría a fines de julio— para sustraerla a la Liga Federal e integrarla nuevamente a Buenos Aires. Por eso —ya fuera que lo percibió per se o se lo hiciese notar algún diputado—, tuvo que recoger el barrilete.
Así las cosas, el amplio temario a tratarse en el seno del Congreso de Oriente, quedó, por fuerza de las circunstancias, reducido a una sola cuestión: lograr un avenimiento con Buenos Aires. Llegado Artigas a Concepción del Uruguay el 27 de junio y ya encontrándose allí todos los diputados excepto los de Misiones y algunos de Corrientes, el 29 se comenzó a sesionar. Oído el informe del Protector relativo a la misión Pico-Rivarola, el congreso resolvió destacar ante Álvarez Thomas, una integrada por los diputados Barreiro, Cabrera, Diez de Andino y García de Cossio, con el cometido de retomar las negociaciones y llevarlas a buen término.
En esos cuatro comisionados estaban representadas las seis provincias integrantes de la Liga Federal: Santa Fe en Andino, la Banda Oriental en Barreiro, Córdoba en Cabrera; y Corrientes, Entre Ríos y Misiones en Cossio (a quien Artigas tenía, por entonces, preso por instigar y propiciar en 1814 el golpe dado en Corrientes por Perugorría al gobierno artiguista de Méndez, y era diputado al congreso en el carácter de “representante de la Comandancia General del Entre Ríos” —el empleo, en la redacción original, de la contracción del en lugar de la preposición de, indica a las claras que Artigas se refería no a la provincia propiamente dicha; sino al Continente de Entre Ríos, como se designaba en aquella época a la Mesopotamia: Corrientes, Entre Ríos y Misiones—, y en cuanto a lo de Comandancia General del Entre Ríos, era como decir Artigas, en tanto de hecho, quien fungía como comandante general de todas las provincias de la Liga era él mismo).
El 5 de julio partieron los comisionados en una balandra, arribando a Buenos Aires el 11. El 13, enviaron a Álvarez Thomas las bases que proponían para el acuerdo. Éste —sin recibirlos— les respondió por nota el 14, que las examinaría detenidamente y les contestaría en oportunidad. No sólo no los recibió —delegó la cuestión en su secretario de Estado, Gregorio Tagle—, sino que además; intentó, posiblemente a instancias de éste, recluirlos en la fragata Neptuno (Buenos Aires estaba preparando un ejército para lanzarlo sobre Santa Fe, lo cual, obviamente, procuraba ocultar a la vista de los comisionados —que de todos modos, lo supieron—). El 2 de agosto, Artigas ofició a Álvarez Thomas intimándolo a poner “en cualquier punto de esta banda a los diputados” y advirtiéndole que de no verificarlo así, daría “principio a las hostilidades del modo más escandaloso”. El director, a su vez, destacó ante los comisionados, en carácter de “autorizado por S. E.” al sacerdote Antonio Sáenz (que integraba la junta de observación), quien trató de persuadirlos de convenir en estos puntos principales: habría paz entre el gobierno de Buenos Aires y el Jefe de los Orientales, ambos territorios y gobiernos serían independientes el uno del otro, el Paraná sería el límite de sus respectivas jurisdicciones, ambos renunciaban a reclamarse indemnizaciones, y se obligaban a enviar sus diputados al congreso general (a realizarse en Tucumán). Los comisionados, si bien se habrían manifestado conformes (según Sáenz) con esas bases; se negaron a suscribirlas.
Ocurría que informado el Directorio (Artigas ya lo sabía) de que la expedición española finalmente no se dirigiría al Plata, y decidido a recuperar Santa Fe; ya no tenía interés en la concordia
El 4 de agosto, los comisionados (excepto Cabrera, quien quedó en Buenos Aires ocupado en tratativas entre Córdoba y el Directorio), se embarcaron de regreso. La misión del Congreso de Oriente (que fue clausurado por Artigas inmediatamente después de arribados éstos al puerto de Concepción del Uruguay, el 12)  había fracasado.
Volvamos, estimado lector, al ámbito específico de la susodicha asamblea. Cabe preguntarse: en lo que hace a logística e infraestructura, ¿cómo se las compusieron aquellos hombres?
Hemos visto que los diputados de Misiones y algunos de los de Corrientes, aún no habían llegado al momento de iniciarse las sesiones, con lo cual convendremos en que con respecto a lo primero, esto es, el transporte, se obró con bastante imprevisión, aún; considerando la situación político-militar, las dificultades derivadas de la geografía y de los factores climáticos, las limitaciones de los medios de la época y la cortedad presupuestaria. Y en relación a lo segundo, Concepción del Uruguay era por entonces una población que contaba con alrededor de 1.000 habitantes. Descartando los precarios ranchos de estanteo; las demás (pocas) viviendas que había, incluida la del comandante de la villa, José Antonio Berdún, eran del tipo de azotea, con una o a lo sumo dos, habitaciones con techos de caña y paja, paredes de adobe y pisos de ladrillo, adosadas a un rancho que servía de cocina y despensa; exceptuando una sola casona solariega: la erigida por la familia López-Jordán y que después fue adquirida por los Calvento, que en la actualidad se conserva tal como era originalmente (funciona en ella el museo Delio Panizza). ¿Dónde se alojaron y dónde sesionaron, pues, los diputados?
Estuve en no menos de diez oportunidades en Concepción del Uruguay, en procura de averiguarlo. En aquella época, era relativamente común que en las casonas solariegas se cedieran —o se alquilaran, de modo de engrosar los ingresos familiares— temporariamente habitaciones a los viajeros que arribasen al pueblo. En esa casa, hecha edificar por su padre, transcurrió parte de la vida de Ricardo López Jordán y de su medio hermano, Francisco Ramírez; allí residía la familia de la novia y prometida de este último, Norberta Calvento; y en ella se hospedaron: Belgrano, de regreso de la Expedición al Paraguay; Alvear, después de Ituzaingó; Balcarce (quien falleció en una de sus habitaciones); y Lavalle. Y hay registros del paso de todos y cada uno de ellos por esa casona, pero extrañamente; no hay ninguno, ni siquiera tradición oral, de que hubiera albergado a algún o algunos diputado/s al Congreso de Oriente ni de que en su sala principal se hayan realizado sesiones. Raro, ¿no?
Infiero como probable que se hayan hospedado, repartidos entre las casas de azotea, algunos; mientras que otros hayan pernoctado en las mismas embarcaciones que los habían transportado hasta allí. Y que hayan utilizado, para sesionar, la sala capitular del cabildo.
Pasemos al controvertido tema de la declaración de independencia dada en el Congreso de Oriente, la cual algunos aseguran que efectivamente se produjo, extraviándose o siendo sustraída después el acta; y otros sostienen lo contrario. Principiemos por aclarar que la falta de determinados elementos en el corpus documental, aún cuando éstos fueran centrales a la cuestión en tanto revistiesen una importancia superlativa, de ninguna manera constituye motivo valedero para rechazar la pertinencia de abordar historiográficamente el suceso del que se trate ni otorga razón suficiente para minimizarlo hasta el punto de hacer como que lo ocurrido… no ocurrió.
Particularmente, me hallo inclinado a creer que en el Congreso de Oriente no se labraron actas. Me conduce a ello el análisis de los oficios enviados en el lapso que abarca la producción del hecho histórico que nos ocupa, por parte de Artigas a los gobiernos y cabildos de las provincias que integraban la Liga, en los cuales les informaba acerca de lo tratado y resuelto en el inicio de la asamblea, para después, una vez conocido el fracaso de la misión enviada a Buenos Aires; comunicarles, en un texto más o menos uniforme para todos, que: “Regresa a su provincia el Sr. Diputado Fulano. Él impondrá a Ud. de los pormenores, etc., etc.”. Si se hubieran levantado actas, ¿para qué, entonces, iba Artigas a fatigar su secretaría redactando pliegos y más pliegos y desperdiciando papel (del que siempre andaba escaso); si le bastaba con enviar copia de éstas? Y de haberse labrado actas, ¿por qué iba a confiar en que la transmisión oral a través de un tercero (el diputado), fuera fidedigna, reflejara exactamente lo ocurrido y el relato no resultara tergiversado o incompleto; pudiendo evitar ese riesgo apelando al sencillo trámite de adjuntar una copia?
Asimismo, creo que no se produjo en el Congreso de Oriente una declaración formal de independencia, en tanto las provincias de la Liga, desde el momento de integrar la misma, la daban por sobreentendida, tanto a la absoluta (es decir, de España y de cualquier otra potencia) como a la relativa (de Buenos Aires). Hasta me atrevo, incluso, a ir más allá: si mis suposiciones fuesen equivocadas y resultare que sí se hubieran labrado actas; creo que al hallarse éstas nos daríamos con que la declaración de independencia no se encuentra estipulada en una ad hoc, sino que aparecería consignada en una frase como encabezado o, a lo sumo, como oración limitada a uno o dos renglones en alguna referida a cualquier otra cuestión, sea esta política, militar o económica. Y estimo como probable, además; que en tal caso no figuraría el término independencia, sino la palabra soberanía. Ocurre que a partir del conocimiento que tenemos de la Declaración de Independencia del 9 de Julio de 1816 en Tucumán, hemos ido, inadvertidamente, naturalizando el concepto de que otra proclama igual o similar que pudiera haberse dado, tenemos que esperarla y aún exigirla expresamente formalizada en un acta específica y exclusivamente dedicada a ese punto. ¿Por qué damos por sentado que debe ser forzosamente así, toda vez que, bien pensada la cosa no hay ninguna razón para ello?
El Congreso de Oriente y el Congreso de Tucumán (o, más apropiadamente, Congreso General Constituyente, porque empezó sesionando en Tucumán y acabó haciéndolo en Buenos Aires) fueron antagónicos, sí, en tanto significantes de proyectos sustancialmente diferentes de país. Pero que lo fueran al momento de los hechos, no implica que deban seguir siéndolo en la argentinidad de hoy en día, porque tanto usted, querido lector, como quien suscribe, venimos derivados de ambos, simplemente porque las cosas fueron como fueron y eso no podemos cambiarlo; tenemos que aceptarlo tal como sucedió, aprehenderlo y elaborarlo, pues no existe nada llamado máquina del tiempo que nos posibilite modificar lo pretérito.
Quienes pretenden, partiendo desde concepciones ideológicas y posiciones políticas vigentes en la actualidad, instalar en el colectivo la idea de “primera independencia en Arroyo de la China”; y quienes, reaccionando desde el anquilosamiento de un conservadurismo oxidado, se obstinan en negar que en 1815 en Concepción del Uruguay se quebró algo, sólo buscan prolongar in eternum el Buenos Aires vs. Interior, el Moreno vs. Saavedra, el Artigas vs. Pueyrredón, el Rosas vs. Sarmiento, el Mitre vs. Roca y todos los demás versus que a usted o a mí se nos ocurran. Reeditar el clásico futbolero Concepción del Uruguay 1815 vs. Tucumán 1816 es anti argentino; levantar todos juntos la copa Concepción del Uruguay 1815 y Tucumán 1816 es consolidar la nacionalidad.
Hasta la próxima.

-Juan Carlos Serqueiros-
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REFERENCIAS DOCUMENTALES Y BIBLIOGRÁFICAS

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           b) Gobierno Nacional. Guerra. Sala X, Caja 8.
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