Escribe: Juan Carlos Serqueiros
El pobre gobernador Méndez no aspiraba a ser un tirano, ni siquiera tenía poder suficiente para convertirse en dictador. Le bastaba gobernar con un poder modesto y ejercerlo buenamente bajo el patrocinio, pero rara vez bajo la vigilancia inmediata, del general Artigas. (William Parish Robertson)
El pobre gobernador Méndez no aspiraba a ser un tirano, ni siquiera tenía poder suficiente para convertirse en dictador. Le bastaba gobernar con un poder modesto y ejercerlo buenamente bajo el patrocinio, pero rara vez bajo la vigilancia inmediata, del general Artigas. (William Parish Robertson)
Juan Bautista Méndez era un ignorante ambicioso y sin honor. (Manuel Florencio Mantilla)
La
imagen que oficia de portada de esta nota, corresponde a la ampliación,
coloreada, de una fotografía tomada en 1914, y se exhibe en la fototeca del
Museo Histórico de Corrientes. En ella vemos, tal como se encontraba por
entonces, la casa ubicada en la intersección de las actuales calles Salta y
Moreno, en la ciudad capital de esa provincia, que fuera propiedad de Juan
Bautista Méndez, su primer gobernador autónomo, nombrado por aclamación popular
y ratificado en ese cargo por el cabildo el 11 de marzo de 1814, luego de la
revolución que en la madrugada del día anterior había encabezado contra el
teniente de gobernador sufragáneo de Buenos Aires designado por el Segundo
Triunvirato, José León Domínguez, al cual depuso. Allí, en esa su residencia
particular, Méndez instaló su despacho oficial, en razón de que la provincia
carecía por entonces de Casa de Gobierno.
Juan Bautista Méndez, nacido el 23 de junio (fecha no comprobada documentalmente) de 1766 (según algunos; de 1776 según otros) en Caá Catí. Se desempeñaba como juez de paz en Mburucuyá cuando estalló en Buenos Aires la Revolución de Mayo, a la cual adhirió, resolviéndose en consecuencia a trasladarse a la ciudad de Corrientes, donde se enroló en el cuerpo de dragones milicianos con el grado de teniente (que aún detentaba cuando derrocó a Domínguez). Estaba casado con su comprovinciana María Isabel Esquivel.
El
artiguismo prendió en Corrientes (en
el interior de la provincia, quiero significar; que no en la capital) desde
fines de 1812 / principios de 1813. El Segundo Triunvirato no había accedido al
pedido del cabildo correntino en el sentido de designar teniente de gobernador
a Elías Galván, nombrando, en cambio; a Domínguez, un mandón que rápidamente se
granjeó la antipatía generalizada, un poco por su áspero carácter y sus arbitrariedades,
y otro poco por las medidas impolíticas que se vio obligado a tomar por serle
ordenadas desde Buenos Aires.
No
existe, entre los historiadores, coincidencia en cuanto a la/s motivación/ones que
haya tenido Méndez para adscribir al artiguismo. Hay quienes sostienen que
venía trabajando por esas ideas, de consuno con el oficial de Artigas que por
entonces había establecido su cuartel general en Curuzú Cuatiá, coronel Blas
Basualdo (tesis esa que abono por parecerme la más plausible); quienes creen
que fue sobornado para ello; y hasta quienes afirman que después, en 1818,
complotó contra la política de Artigas consintiendo en su propio desplazamiento.
Como puede usted apreciar, mi querido lector, la historiografía argentina da
para todo; menos para consignar fielmente los sucesos e interpretarlos
correctamente, claro.
Producido
el derrocamiento de Domínguez, el 29 de marzo Artigas escribió, tanto a Méndez como
al cabildo, expresando la necesidad de que en Corrientes se convocara a un congreso provincial
que estableciera taxativamente la autonomía provincial y echara las bases para
su arquitectura estadual. Dicho congreso debía conformarse con diputados
elegidos por sufragio libre, que sesionarían en la sala capitular del cabildo,
al cual le confiaba el presidirlo. Paralelamente, designó como representante
suyo a Genaro Perugorría y ordenó a éste dirigirse a Corrientes con la premura
que el caso requería.
Genaro Perugorría (n. Corrientes, 1792) había ingresado en 1811 a las milicias correntinas con el grado de teniente. Incorporado al ejército que al mando de Belgrano se dirigió a la Banda Oriental, participó del sitio a Montevideo, destacándose en el asalto a la Isla de Ratas. Ya con el grado de capitán, pasó al ejército de Artigas, quien le cobró especial afecto y lo distinguió muchísimo, a punto tal, que al momento de designar a quien lo representase en Corrientes, no dudó en elegirlo, a pesar de su extrema juventud (tenía 22 años).
El
9 de abril, Perugorría envió, desde San Roque, un oficio a Méndez en el que anunciaba su
próximo arribo a la ciudad capital. Que no fue en modo alguno “próximo”, ya que recién el 31 de
mayo se dignó apersonarse en la sala capitular. Ocurrió que, habiendo sido
ganado para la postura antiartiguista, urdió, conjuntamente con el diputado al
congreso electo por la capital correntina, José Simón García de Cossio; y el
alcalde de primer voto, Ángel Fernández Blanco, un complot para volver a
someter la provincia a la autoridad del Directorio.
Ángel Fernández Blanco (n. Corrientes, 02.08.1769) había labrado una considerable fortuna con su curtiembre -que estaba entre las más importantes (si no era la más) del virreinato del Río de la Plata- y con el comercio con Buenos Aires. Prestó ingentes servicios a la causa patriota, al general Belgrano y al teniente de gobernador Elías Galván, y era la figura social y política más relevante, acaudalada e influyente de Corrientes.
José Simón García de Cossio (n. Corrientes, 29.10.1770). Cursó sus estudios secundarios en Buenos Aires en el Real Colegio de San Carlos y se graduó de doctor en leyes en la universidad de Charcas. Participó del Cabildo Abierto del 22 de Mayo de 1810, y ese mismo año fue electo diputado por Corrientes a la Junta Gubernativa. Paralelamente a ello, dicho organismo lo nombró fiscal de la Real Audiencia. Fue miembro de la llamada Junta Grande y también de la Conservadora, hasta la disolución de ésta por parte del Triunvirato. Vuelto a Corrientes, al momento de derrocar Méndez a Domínguez, se desempeñaba como juez.
Entre
los tres, con distintos embrollos, dimes y diretes, marchas y contramarchas, noticias
falsas, argucias, chicanas pseudo leguleyas de avechucho consumado y excusas
pueriles -llegando incluso hasta el extremo del ridículo y de la hipocresía, de
proclamar, sin consultar previamente la voluntad popular; nada menos que la
independencia (independencia en el
sentido de autonomía, se entiende) de la provincia, y colocarla bajo la
protección de Artigas-, procuraron impedir la celebración del congreso. Y si
bien no pudieron lograr su propósito, debido a la agitación y a la reacción del
interior provincial clamando en pos del mismo; sí consiguieron dilatar en el tiempo su formación
y su reunión, y en definitiva, las sesiones recién pudieron iniciarse el 11 de junio.
Probablemente,
algo acerca de la conjura que tramaban debe de haber barruntado Méndez, ya que
en junio se dirigió al congreso provincial solicitando que, en razón de tener
que atender su salud, se le admitiese la renuncia al cargo de gobernador y se
le concediese el retiro militar con el rango de capitán que había alcanzado,
con goce de fuero y uniforme. Buscaba con ello mantenerse prescindente en la cuestión,
es decir, no verse mezclado en la conspiración contra Artigas, y paralelamente;
no estar obligado a evitarla o a proceder contra ella. Su petición fue rechazada
con un seco y terminante “no ha lugar”.
El
26 de agosto, el coronel Manuel Francisco Artigas -hermano de José Gervasio y
delegado de éste en la protección del Continente
del Entre Ríos (es decir, la
Mesopotamia)-, requirió la ayuda de Corrientes y seguidamente encareció se le
enviasen la tropa veterana y municiones, para sostenerse allí. Era reclamar la
reciprocidad: si Corrientes había adherido al artiguismo y recurrido a él para
sustraerse al dominio de Buenos Aires; era justo y lógico que aportara a la
alianza ofensivo-defensiva a la que se había integrado. Pero el 4 de setiembre,
Perugorría convocó al congreso y al cabildo a reunión secreta, con el objeto de
negar a Manuel Artigas los auxilios que éste solicitaba, manifestando
inequívocamente: “Señores desembozemos
la capa y basta de apariencias: la tropa q.e esta a mi mando y Yo estamos desididos p.r el Gobierno Supremo de
B.s. Air.s: V. S. mediten sobre medios paladeatibos
(paliativos) p.a. contener una irrubcion
de esta Jente bandida de los Artigas” (sic) (cursivas mías).
La elite había distinguido claramente, con ese alto grado de percepción y de coherencia que desde siempre ha caracterizado a las oligarquías, la amenaza que a sus intereses y privilegios de clase representaban, tanto el divorcio absoluto de la provincia con Buenos Aires, como así también la inclusión de los grupos sociales y étnicos postergados. Precisamente por eso, la oposición cerrada al artiguismo partió, desde el vamos, del grupo de ricos comerciantes y abogados aspirantes a ocupar y retener para su sector los puestos de poder que les garantizaban el continuar manteniendo la preeminencia que detentaban y las prerrogativas de que gozaban.
La elite había distinguido claramente, con ese alto grado de percepción y de coherencia que desde siempre ha caracterizado a las oligarquías, la amenaza que a sus intereses y privilegios de clase representaban, tanto el divorcio absoluto de la provincia con Buenos Aires, como así también la inclusión de los grupos sociales y étnicos postergados. Precisamente por eso, la oposición cerrada al artiguismo partió, desde el vamos, del grupo de ricos comerciantes y abogados aspirantes a ocupar y retener para su sector los puestos de poder que les garantizaban el continuar manteniendo la preeminencia que detentaban y las prerrogativas de que gozaban.
En
la noche del 28 al 29 de agosto acaeció un suceso gravísimo. Fue asesinado a
puñaladas en su casa, mientras dormía, el diputado electo
por Curuzú Cuatiá, capitán José Cayetano Martínez, notoriamente artiguista. Su
cadáver fue arrojado al río y apareció al producirse una bajante de las aguas. El
crimen quedó impune, tanto en lo que hace a quienes lo perpetraron (vox populi se atribuyó la autoría a los hermanos
Ángel y Miguel Escobar, sujetos con vinculaciones de familia con el patriciado
local, y que pese a que se proclamaban adictos a Artigas; en realidad fluctuaban
entre los bandos en pugna según conviniera a sus intereses y a sus ambiciones);
como así también a quienes lo incitaron y planearon (se sindicó como
instigadores a Ángel Fernández Blanco y al notario Manuel Cañas).
El
4 de setiembre, Ángel Fernández Blanco escribió al director Posadas,
informándole que el cabildo y el congreso provincial se hallaban “decididos a
favor del Supremo Gobierno de las Provincias Unidas”, refiriéndose a Artigas
como “el enemigo” y solicitándole el envío de “300 hombres de línea”. Y el 5, dirigieron
a Posadas, los dos Fernández Blanco: Ángel y Juan José; y Perugorría, una "Reserbada" (sic) en la
cual narraban en detalle el pronunciamiento del día anterior, tanto del
congreso como del cabildo en pleno, a favor del Directorio. El 10, Posadas emitió,
“casualmente”, un decreto (con considerandos abundantes en citas a los
“quebrantos al comercio y a la industria”, a las “ricas producciones”, a la
“prosperidad” y al “beneficio”), disponiendo la formación de las provincias de
Corrientes (en cuya jurisdicción se incluían las Misiones), con capital en la
ciudad del mismo nombre (pero fijando, “en tiempos de guerra o siempre que lo
exija la necesidad” la residencia del gobernador en Candelaria); y de Entre
Ríos, con capital en Concepción del Uruguay. Y el 22, ordenó la reducción del
impuesto a los “frutos del país” del
diezmo a una “veintena parte”. No
pasó de la papelería en tanto se trataba de meros cantos de sirena; pero sí le
sirvió al Directorio de propaganda eficaz en pos de decidir a Corrientes para
lanzarse a la revuelta.
El
20 de setiembre, Méndez fue desplazado del gobierno por Genaro Perugorría,
quien tras asumir el mando militar; depositó el poder político en el cabildo y
salió a campaña para aguardar los refuerzos que -confiaba- le mandaría Posadas
(y que nunca le llegaron), y enfrentar la reacción artiguista, la cual
descontaba. Y que obviamente, se produjo: el comandante de Curuzú Cuatiá, José
Gabriel Casco, salió a batirlo; pero sus tropas fueron rechazadas por las de Perugorría,
quien volvió a cruzar el río Corriente y se atrincheró en la estancia de
Colodrero, en cercanías del Batel. En ese punto se le reunieron a Casco las
fuerzas del coronel Blas Basualdo, y entrambos derrotaron a Perugorría, quien
se rindió por el hambre y la sed tras un asedio de ocho días. El santiagueño Basualdo
asumió la comandancia de armas de la provincia, designó gobernador interino a
José de Silva (antiguo oficial de Belgrano y persona respetabilísima y
prestigiosa), y remitió al cuartel general de Artigas en Arerunguá, a
Perugorría, quien terminaría su corta vida de 23 años fusilado el 17 de enero
de 1815 por “reo de lesa patria, enemigo de su provincia y traidor a la
libertad de los pueblos”.
Tres
días después, Artigas ordenó liberar a los oficiales que acompañaban a aquél al
momento de rendirse. Y el 27 de julio, desde Purificación, oficiaba al
gobernador intendente Silva que ponía en libertad a Ángel Fernández Blanco (por
cuya vida, dicho sea de paso, le habían pedido, entre otros vecinos
de nota, tanto el gobernador como el propio Méndez), y le encarecía que en
adelante lo tuviera “a la mira”. Asimismo, el 14 de agosto, desde Paysandú, se
dirigía al cabildo notificando a ese cuerpo que regresaba a Corrientes el “diputado del Entre Ríos D.n José García
de Cossio” (efectivamente, en ocasión de celebrarse el Congreso de Oriente o de
Arroyo de la China, Cossio había sido designado representante de la Comandancia
General de Entre Ríos -que era lo mismo que decir Artigas-).
El
23 de setiembre de 1815, ocurrió un hecho que señalaba a las claras las
profundas disidencias que existían en el seno del federalismo correntino y el
estado deplorable en que se hallaba la provincia toda (por factores ajenos a la
buena voluntad y a la gestión de gobierno de Silva, que en líneas generales fue
ordenada, eficiente y de una puntillosa honestidad), con la campaña a merced de
las gavillas de bandidos que asaltaban, violaban, asesinaban y depredaban a
mansalva y con absoluta impunidad; el comercio prácticamente cerrado y la
capital envuelta en las intrigas de las facciones que se disputaban ferozmente el
poder. Un cuartelazo a cuyo frente se puso el capitán Miguel Escobar, erigió a
éste en comandante de armas de la ciudad, desplazó del gobierno, el 25, a José
de Silva e instaló en su lugar a Francisco de Paula Araujo. José Gabriel Casco
y su segundo, Antonio “Antoñazo” Sosa, marcharon sobre la capital y apresaron a
Escobar y demás implicados en la revuelta, entre ellos, el notario Manuel Cañas
(por entonces convicto por fraude fiscal con condena a dos años de destierro, y
al cual, como consigné precedentemente, se sindicaba como uno de los
instigadores del asesinato del diputado José Cayetano Martínez ocurrido el año
anterior), quien el 17 de octubre fue muerto en el cuartel de “Antoñazo” por la
soldadesca, a la que había intentado sobornar para que le permitiera fugarse. “Y
como todos los soldados dieron a una, voz contra el reo, no puede saberse
quiénes han sido los agresores”, reza el parte militar. El que a hierro mata…
Prudente
y sensatamente, el 28 de octubre Artigas ofició al cabildo amonestándolo: “Si los males (del gobierno de Silva) fueron de tanta trascendencia, es tanto más
increpable (sic) el silencio de V. S.
cuanto más se empeña en dar un nuevo realce a la convulsión del 23”.
Seguidamente, disponía que dicho cuerpo asumiera el poder político y militar,
esclareciera ante la ciudadanía si habían existido o no, motivos que
justificasen la remoción de Silva, y una vez cumplimentados esos pasos;
convocara a todos “los vecinos honrados de la ciudad y de la campaña” a elegir
gobernador (lo cual después amplió, estipulando que también debían renovarse
los cabildantes). Y el 1 de diciembre, nombraba comisionado suyo al teniente
Marcelino San Martín, quien tendría a su cargo fiscalizar el proceso. Finalmente,
entre el 18 y el 24 de enero de 1816, se eligieron en toda la provincia los
diputados que formarían el congreso que después, reunido en Corrientes capital
el 8 de febrero, proclamaría gobernador intendente a Juan Bautista Méndez, quien
llegaba por segunda vez a ocupar dicho cargo, el cual asumió al día siguiente.
Parecía
que, aventados los nubarrones de la discordia, sobrevendría en Corrientes un
período de calma. Pero… parecía, nomás; se trataba sólo de esa calma que suele preceder
a la tempestad.
Méndez,
el cabildo y Artigas introdujeron una serie de medidas benéficas que mejoraron
sensiblemente la situación provincial. Pero a mediados de 1816 se produjo la
invasión lusitana a la Banda Oriental. El gobernador hizo publicar un bando llamando
a toda la provincia al combate, delegó el poder político en el cabildo,
reservándose el militar, y dispuso la convergencia de las milicias en Curuzú
Cuatiá, desde donde marcharían luego, con él a la cabeza, al cuartel general de
Artigas en Purificación. El 3 y el 4 de enero de 1817, las fuerzas de los
Pueblos Libres, entre las cuales se hallaban las tropas correntinas, fueron
deshechas por las imperiales en la batalla de Catalán, y después; los sucesivos
contrastes militares sufridos por el artiguismo, minaron el prestigio de Méndez,
socavando su autoridad.
Por
otra parte, en 1815 Artigas había designado comandante general de las Misiones
a su hijo adoptivo, Andrés “Andresito” Guacurarí y Artigas, quien en aquel
carácter se hallaba al frente del ejército guaraní que recuperó los pueblos al
este del Paraná ocupados por las tropas del Paraguay aislacionista de Gaspar
Rodríguez de Francia, y que tenía por entonces la misión de asegurar la región
frente a las incursiones de los portugueses y de, tomando la ofensiva, traspasar
el río Uruguay, llevando el escenario de la guerra hasta Porto Alegre para,
conjuntamente con el ejército oriental, tomar al enemigo en un movimiento de
pinzas (ver a través de este ENLACE mi nota Dónde
está Andresito). Pero los correntinos no querían pelear junto a los
guaraníes: en Caá Catí, los hermanos José Mariano y León Esquivel se sublevaron
contra Méndez y se pasaron a los portugueses. Sin embargo; el gobernador logró
dominar la situación. Los Esquivel huyeron.
En
aquel statu quo, el director supremo
Pueyrredón había enviado a Corrientes, en marzo de 1818, a Elías Galván, quien
públicamente iba “en carácter particular por asuntos de negocios”, pero secretamente
llevaba el propósito de desplazar a Méndez, para lo cual empezó a conspirar
contra éste, junto con Ángel Escobar (padre de los que mencioné
precedentemente), quien aseguró que uno de sus hijos, el capitán Miguel
Escobar, a la sazón en Curuzú Catiá, encabezaría la revolución. Pero les ganó por
la mano José Francisco Vedoya quien, enterado por su pariente José Simón García
de Cossio de lo que se estaba tramando; se amotinó contra Méndez deponiendo a
éste el 24 de mayo y proclamándose gobernador interino al día siguiente, 25
(¡linda fecha para fragotear eligió!). Miguel Escobar, disgustado porque Vedoya
se le había anticipado en lo de derrocar a Méndez, se puso otra vez la careta
de “artiguista y sostén del orden”, y saltó a proclamar lo que llamaba su adhesión al sistema, instando a que se
repusiera en su cargo al depuesto y acantonando sus tropas en San Roque. Vedoya
salió a enfrentarlo, pero se detuvo en Saladas. Finalmente, convinieron ambos en
convocar a un congreso el 23 de julio, el cual elegiría gobernador. Los oficiales
de Escobar fueron abandonando a éste, y Vedoya aprovechó esa circunstancia para
atacarlo, obligándolo a retirarse hasta Curuzú Cuatiá. Así las cosas, el
congreso se decidió por Vedoya.
Artigas,
en conocimiento de que aquél había adherido al Directorio (lo cual, de suyo,
representaba la pérdida de una provincia para los Pueblos Libres), ordenó a
Andrés Guacurarí (quien se hallaba en la Tranquera de Loreto (actual Ituzaingó) recuperarla para la Liga Federal. Luego de una acción en Caá Catí, Andresito derrotó a las fuerzas de
Vedoya en Saladas, y el 21 de agosto de 1818 entró en la capital, asumiendo, de
facto, el gobierno. A todo esto le subsiguieron: el apoderamiento de los fondos de la
caja de la provincia, la requisitoria de armas, pertrechos, caballos, vestimentas
y víveres para la tropa, y el pedido más
o menos compulsivo de una contribución de 8.000 pesos fuertes. Es que los fines
que perseguía Artigas al destacar a Andresito
allí, eran, además del expresado; dotar de recursos al ejército a su mando
(seriamente afectado después del contraste sufrido en la batalla de San Carlos
contra los portugueses), y “disciplinar” a una provincia que en el lapso de
cuatro años, ya había volteado tres veces a los gobernadores adherentes al
sistema que él proponía.
La
ocupación militar de Corrientes por el ejército guaraní, significó la
integración (bien que obligada por las circunstancias; no de común acuerdo)
entre grupos étnicos que, además de heterogéneos; eran tradicional y
ancestralmente antagónicos. Era lógico y esperable que el estrato social
privilegiado, blanco y culto, que tenía a las minorías indias sujetas a la
servidumbre cuando no a la esclavitud, mirase a éstas con espanto y repugnancia
al verse de pronto sometido a su arbitrio y a su voluntad caprichosa y voluble
en función del alcohol ingerido (Andresito
bebía, y en sus borracheras perdía la ponderación que usualmente guardaba).
Mientras
que el flagelo de los saqueos y demás delitos que en las zonas rurales
perpetraban gavillas armadas integradas por desertores, indios sueltos, gauchos malos y demás elementos del lumpenaje que malvivía encharcado
en la molicie, el crimen y el vicio, no lo sufría el patriciado; sino los
chacareros y estancieros pequeños y medianos. Quienes, dicho sea de paso, eran
también los que sostenían el costo económico de las milicias y tropas regulares
destinadas ora a protegerlos, ora a liberarlos del yugo del centralismo porteño,
ora a la guerra exterior. Por ello, fueron esos actores sociales de la
producción los que adhirieron al artiguismo (además, claro, de los que lo
habían hecho primero, esto es, los excluidos: indios y criollos pobres). Pero
también fueron quienes se revolvieron contra él, llegada la hora de una guerra exterior
en la que no sentían que se jugase algo suyo (los comandantes portugueses tenían órdenes de no atacar posiciones correntinas ni afectar sus intereses), sino que al contrario; se los
privaba del pingüe negocio de pasar clandestinamente ganado a las Misiones
Orientales. Encima, para que “la indiada” tuviera una provincia para sí, y para
colmo de los colmos; en territorio que consideraban como perteneciente a la
suya. Hicieron lo de aquellos que “quieren el picho pero no las pulgas” (Carlos
“Indio” Solari dixit).
En
los últimos meses de 1818, Andresito
encaró la renovación, tanto de los cabildantes como de las autoridades de
campaña, y repuso en el gobierno a Méndez. Éste, si bien trabajó en armonía con
él y con el jefe de la flota, el irlandés Pedro Campbell; no se recibió
formalmente del cargo, sino hasta el 23 de marzo de 1819 en que Andrés Artigas
abandonó Corrientes (aunque dejando una guarnición del ejército guaraní para
asegurar la estabilidad del gobernador). Que a pesar de eso, nuevamente se
vería amenazada al mes siguiente, nomás. Y otra vez, por Miguel Escobar, quien exasperado
contra Méndez, al que atribuía la “afrenta” que -según él (y todo el patriciado
correntino, como así también la mayoría de los comandantes de los pueblos de
campaña y de los hacendados)- constituía para la provincia un gobierno
sostenido por tropas guaraníes; se sublevó junto a sus hermanos Ángel José,
Domingo y José Luis, en las cercanías de Curuzú Cuatiá, y al frente de sus
tropas emprendió la marcha sobre la capital en pos de derrocarlo.
La
rebelión fue prestamente fulminada. En la noche de 13, una partida al mando del
segundo de Campbell, el inglés Juan Tomás Ardets, sorprendió a los Escobar a
orillas del río Santa Lucía, en el Paso Aguirre. Miguel y Ángel José lograron
fugar y se refugiaron en el Paraguay; pero Domingo y José Luis resultaron muertos
junto a nueve de sus soldados que cayeron en poder de las fuerzas
gubernamentales. Sus cabezas fueron expuestas en San Roque sobre una mesa, y
después; clavadas en picas y exhibidas en la plaza mayor de Corrientes (según
algunos; en la galería del cabildo, afirman otros) para ejemplo y escarmiento de todos. Días más tarde, Méndez las
remitió a Francisca Alencastro, madre de los Escobar. Y el 29, hizo publicar un
bando por el cual daba a todos los malcontentos
con el gobierno ocho días de plazo para mudarse
a cualquier otra parte del suelo americano, so pena de que si no lo hicieren
quedarán sujetos en adelante a las penas y castigos arbitrarios y de justicia
que les cupiese. Aquel gobernador, de natural expansivo, tolerante, usualmente
moderado y que incluso, antes había permitido que lo depusieran sin ensayar motu proprio reacción alguna; se despojó
de toda ponderación y se transformó en endriago. Era la reacción derivada de su
hartazgo del desorden, del irrespeto a la autoridad, de la murmuración
constante, de la calumnia y de la exacerbación de los enconos políticos,
sociales y raciales.
A
raíz de esos últimos sucesos, Artigas -y también Méndez (quien, dicho sea de
paso, se distinguía por su aguda percepción política)-, comprendieron que sus
expectativas acerca de que Corrientes y Misiones actuasen como una sola, aún a
pesar de las diferencias étnicas, culturales y económicas; no podrían
traducirse en lo inmediato a la realidad efectiva, sino que ello sería obra del
tiempo. Consecuentemente, la cuestión debía circunscribirse, por el momento, a transar
lo geográfico, político y militar; dejando para más adelante lo social y
económico. Con ese objeto, más el de organizar institucionalmente Misiones y el
de designar un comandante militar interino
para ella (el titular, Andresito, había
caído prisionero de los portugueses el 24 de junio y se estaba en incertidumbre
con respecto a su suerte; de allí el carácter de interino para quien lo
reemplazara). En ese orden de ideas, Artigas convocó, a fines de julio, a Méndez
y a los comandantes del ejército guaraní para que se reunieran con él en Asunción
del Cambay. En dicho punto, en la segunda quincena de setiembre se celebró el
Acuerdo de ese nombre. Artigas designó comandante general de Misiones al
teniente coronel Pantaleón Sotelo, y entre éste y el gobernador intendente
Méndez, convinieron en fijar los límites entre ambas provincias, los cuales discurrirían
por la Tranquera de Loreto, el Iberá y el río Miriñay; y en el retiro de tropas
a los respectivos destinos de su dependencia: los correntinos a Corrientes y
los guaraníes a Misiones.
Finiquitado
el Acuerdo de Asunción del Cambay, Méndez se dirigió a Curuzú Cuatiá, desde
donde emitió, el 10 de octubre, un manifiesto a la población, en el cual
atribuía las revueltas a la “ambición de gobernantes”, alertaba sobre esos
agentes del desorden: “Mirad que éstos os engañan como padrastros y yo, como
legítimo padre, siempre os he hablado la verdad”, y terminaba llamando a todos
a la concordia y a la sujeción a la ley, a la par que tendía un generoso puente,
invitando a quienes se mantenían prófugos o exiliados, a regresar a sus hogares
“como el hijo pródigo”. Después, volvió a la capital, donde el 2 de noviembre
reasumió el poder. A continuación asistiremos, apreciado
lector, a las postrimerías de su gobierno.
En
la Banda Oriental, el 22 de enero de 1820, los portugueses descalabraron completamente
a las tropas artiguistas (compuestas en su mayoría por guaraníes misioneros) en
la batalla -si así puede llamarse a
aquella masacre- de Tacuarembó, acción en la que murió, incluso, el hacía apenas
cuatro meses designado comandante general de Misiones: Pantaleón Sotelo.
Casi
paralelamente a ello, en la Cañada de Cepeda, el 1 de febrero, las fuerzas
federales encabezadas por el comandante de Concepción del Uruguay, Francisco Pancho Ramírez; el gobernador de Santa
Fe, Estanislao López; y el comandante de las tropas correntinas y misioneras,
Pedro Campbell, arrolló y puso en fuga espantada al ejército directorial al
mando de José Rondeau. Veintidós días más tarde, en Pilar, la astuta diplomacia
de Manuel de Sarratea atraparía en su telaraña como a moscas, a Ramírez y López (que no a Campbell), quienes defeccionarían del artiguismo -especialmente el primero,
que dejaría evidenciar ese encono tenaz y obcecado que como marca en el orillo suelen ostentar los apóstatas hacia quien antes adoraron-. Lo que siguió es bien conocido.
Artigas (que estaba en Abalos desde poco después del desastre de Tacuarembó), a
mediados de marzo repudió el Tratado, al cual calificó de “inicua convención”, y
reprochó a Ramírez “su apostasía y su traición”.
Volvamos
a Corrientes. El 22 de ese mes, Méndez en persona informó al cabildo
correntino, tanto sobre lo convenido en Pilar, como sobre el rechazo que de ello hizo
Artigas, esperando una pronunciación mayoritaria de los cabildantes en apoyo a
éste (la cual no se produjo). Entonces, resolvió convocar al congreso
provincial, pero en Saladas (de modo de sustraerlo al influjo de la capital),
con el objeto de elegir gobernador (en procura de re legitimarse y cortar el
cargo que, sotto voce y a pesar de
sus llamados a la concordia; se le hacía de haber sido repuesto en el cargo “por
la indiada”) y renovar el cabildo, al cual había percibido demasiado vacilante (lo
cual era cierto).
El
24 de abril, en cercanías de Curuzú Cuatiá, Artigas, en su carácter de Protector; Méndez, como gobernador de Corrientes; Francisco Javier Sití, fungiendo de comandante
general de Misiones (en reemplazo de Pantaleón Sotelo, fallecido en Tacuarembó,
como vimos); y jefes militares y representantes de la Banda Oriental,
suscribían el Pacto de Abalos, ratificando a Artigas como Director “de la
guerra y la paz”, y manteniendo la alianza ofensiva y defensiva entre las provincias
integrantes de la Liga (que por entonces, en la realidad efectiva, estaban reducidas a sólo
dos: Corrientes y Misiones, porque Córdoba ya no giraba en la órbita de los
Pueblos Libres desde 1816, la Banda Oriental estaba ocupada por los
portugueses, y Santa Fe y Entre Ríos, gobernadas por López y Ramírez
respectivamente, se habían vuelto contra Artigas. El 20 de mayo, el congreso provincial
reunido en Saladas proclamó gobernador a Méndez, cargo al cual éste accedía por
cuarta vez y que asumió el 29, tras lo cual, el 7 de junio, procedió a instalar
en los suyos a los nuevos cabildantes.
Casi simultáneamente a todo esto, estallaba la guerra entre Artigas y Ramírez, en la que el segundo derrotó al primero en una sucesión de combates y batallas hasta deshacerlo por completo en Abalos el 29 de julio. Ya sólo la heroica Corrientes acompañaba a Artigas (Sití había defeccionado, pasándose a Ramírez). Todavía el 6 de agosto, Méndez, inquebrantable en su lealtad, se reunía en San Roque con Artigas, desde donde se dirigirían a Curuzú Cuatiá. El 8 llegó a aquel punto Ramírez, desde allí ofició al cabildo tildando a Artigas de “déspota”, atribuyéndole (¡tan luego él!) una “bárbara ambición”, y ordenando a ese cuerpo apresar a Campbell, Méndez y “demás magnates que caigan por ese destino, posesionándose de los intereses de todos éstos porque de lo contrario hago a V. S. responsable pues esta medida interesa para la libertad y sosiego de las provincias federales”. Es decir, Ramírez disponía la confiscación de bienes a los artiguistas, pero eso sí; reputándola como necesaria “para la tranquilidad y el sosiego” (?). En fin… El cabildo obedeció las órdenes de Ramírez. ¡Y cómo las obedecería! Destituyó a Méndez, depositó el “poder militar” en Juan José Fernández Blanco, y mandó presos a Campbell, Mariano Vera (ex gobernador de Santa Fe, que por ese tiempo se encontraba en Corrientes) y otros artiguistas, a las embarcaciones de la escuadra ramirista surta en el puerto.
Casi simultáneamente a todo esto, estallaba la guerra entre Artigas y Ramírez, en la que el segundo derrotó al primero en una sucesión de combates y batallas hasta deshacerlo por completo en Abalos el 29 de julio. Ya sólo la heroica Corrientes acompañaba a Artigas (Sití había defeccionado, pasándose a Ramírez). Todavía el 6 de agosto, Méndez, inquebrantable en su lealtad, se reunía en San Roque con Artigas, desde donde se dirigirían a Curuzú Cuatiá. El 8 llegó a aquel punto Ramírez, desde allí ofició al cabildo tildando a Artigas de “déspota”, atribuyéndole (¡tan luego él!) una “bárbara ambición”, y ordenando a ese cuerpo apresar a Campbell, Méndez y “demás magnates que caigan por ese destino, posesionándose de los intereses de todos éstos porque de lo contrario hago a V. S. responsable pues esta medida interesa para la libertad y sosiego de las provincias federales”. Es decir, Ramírez disponía la confiscación de bienes a los artiguistas, pero eso sí; reputándola como necesaria “para la tranquilidad y el sosiego” (?). En fin… El cabildo obedeció las órdenes de Ramírez. ¡Y cómo las obedecería! Destituyó a Méndez, depositó el “poder militar” en Juan José Fernández Blanco, y mandó presos a Campbell, Mariano Vera (ex gobernador de Santa Fe, que por ese tiempo se encontraba en Corrientes) y otros artiguistas, a las embarcaciones de la escuadra ramirista surta en el puerto.
A
todo esto, definitivamente derrotado, Artigas, el 5 de setiembre se refugió en
el Paraguay. Por su parte, Méndez licenció las pocas fuerzas con que contaba, y
se dirigió, solo, a Corrientes, donde fue aprisionado. Su casa fue saqueada y
registrada exhaustivamente en busca del tesoro que se le atribuía tener oculto
en sus paredes. Como no se encontró nada, Ramírez ordenó que fuera conducido a
presencia suya y lo conminó a que le rindiera cuentas de los fondos públicos
que había manejado, y que además; le dijera dónde escondía el tesoro o lo haría
fusilar. Tranquilamente, Méndez hizo el detalle que aquel energúmeno le
requería, y en cuanto al tesoro; repuso que no tenía más que 250 onzas de oro
que llevaba consigo su esposa al escapar de Saladas, y que ésta, al llegar a la
capital, había entregado en guarda a su sobrino Felipe Santiago Soloaga, a
quien se las había confiscado el cabildo el 10 de agosto, por disposición del
propio Ramírez, de modo que ya ni eso poseía. Y que si tal era su gusto, lo
fusilara nomás. Poco después, Ramírez lo puso en libertad. Mas no terminaron
allí las iniquidades que debió sufrir; todavía le quedaba soportar la
persecución de que lo hicieron objeto sus propios comprovincianos.
Tras
retirarse Ramírez de Corrientes y recuperar ésta su autonomía, el 5 de
diciembre de 1821 asumió el gobierno Juan José Fernández Blanco quien, cediendo
a una “recomendación” del congreso provincial en tal sentido, y “olvidando” las
gestiones que por la vida y la libertad de su hermano Ángel había hecho, ante
Artigas, Méndez; pasó al fisco la casa de éste, por supuestas diferencias a
favor del Estado en el manejo de los fondos públicos durante su mandato. La elite,
que nunca olvida agravios, se vengó de aquel hombre, no por su artiguismo (pues
una buena parte de ella lo había sido también, mientras le convino); sino por
las humillaciones que se le habían infligido durante la ocupación de Corrientes
por el ejército guaraní en tiempos de Andresito.
La que había sido casa de Méndez, fue sucesivamente escuela, hospital de sangre (durante la guerra del Paraguay), hospital de aislamiento (durante la epidemia de fiebre amarilla), nuevamente escuela, y finalmente, biblioteca popular. En 1888, pasó al Consejo Superior de Educación, organismo ese que, en 1933, la cedió -en carácter de tenencia precaria-, al Robson Tenis Club, entidad que logró modificar la decisión de demolerla que había adoptado el Consejo (en razón del estado ruinoso en que se hallaba el inmueble), restaurándola (lo que pudo hacerse en su parte principal, esto es, el gran salón central; el resto hubo que echarlo abajo). En la actualidad, ese solar histórico, protegido por su incorporación al Patrimonio Arquitectónico de la Ciudad de Corrientes, forma parte de las instalaciones del Club San Martín -institución sucesora del Robson Tenis Club-), encargado de su conservación.
Tras el último derrocamiento con su secuela de escarnio y persecuciones que hubo de
sufrir, el coronel Juan Bautista Méndez, totalmente desvinculado de la política, se estableció en una
humilde chacra situada más allá de las orillas de la ciudad, dedicándose a la
agricultura. Después, abrió una notaría, fue síndico de la catedral, tuvo a su cargo el cementerio anexo a la iglesia de la Cruz del Milagro, y en 1832, fue
designado juez de paz del pueblo guaraní de Loreto. Falleció en Corrientes, en
1865, a los 98 años (según algunos; a los 88, según otros).
La causa de que no pueda establecerse con certeza absoluta en qué fecha, mes y año nació Méndez en Caá Catí, se debe a que los libros parroquiales de la iglesia de ese pueblo, en los que debió asentarse su bautismo y consignarse el día de su nacimiento, desaparecieron en tiempos en que el ejército guaraní al mando de Andresito avanzó hasta Corrientes. En general, se afirma que la pérdida de dichos libros se produjo durante la escaramuza del campo de Ibahay, el 14 de julio de 1818, y se atribuye a las tropas guaraníes el habérselos llevado. No obstante, el punto dista de estar aclarado: el cura de Caá Catí, Juan Capistrano de Meza; y el juez comisionado, Juan de Meza, eran artiguistas, y fueron apresados por el oficial que destacó el cabildo para contener "el orgullo de los indios" (sic): el sargento mayor Francisco Casado. Así, pues, cabe preguntarse para qué querría Andrés Artigas los libros parroquiales de un curato que estaba a cargo de un sacerdote que le era afecto. Más allá de eso, lo real y concreto es que, al menos por esa vía, no pueden determinarse fehacientemente los datos atinentes al nacimiento de Méndez. Quizá los mismos consten, junto con los de su fallecimiento, en el registro de defunciones e inhumaciones del cementerio anexo a la iglesia de la Cruz del Milagro; pero hasta ahora no lo he tenido a la vista.
Como
perspicazmente señaló Alberdi (y tal como se evidenció en los sucesos inmediatamente posteriores a su estallido), la Revolución de Mayo significó “la
sustitución de la autoridad metropolitana de España por la de Buenos Aires
sobre las otras provincias”.
Mientras
que el artiguismo, en tanto coalición heterogénea (y por eso mismo inestable) e
ideologema radical en su esencia (no por nada uno de sus más acérrimos y enconados
enemigos: Manuel José García, lo definió como “sistema exagerado de libertad”),
tenía sobre Mayo una mirada muy distinta, enfocada desde el mangrullo
de un sincretismo que incluía, además de las ideas cuya inducción le era propia a partir de la realidad que percibía y los objetivos que perseguía; elementos y conceptos tomados del constitucionalismo norteamericano,
del radicalismo painesiano y de las doctrinas rousseaunianas. Y que proponía, como punto de equilibrio entre dos extremos: la unidad centralista y la balcanización rioplatense; una federación de provincias libremente determinadas.
La
elite correntina, en pos de sacudirse de encima al centralismo porteño, aceptó
en principio el artiguismo y hasta se recostó en él para la consecución de aquel
fin, pero después; se revolvió contra el mismo en procura de mantener su
hegemonía de clase y de sustraerse a una guerra que sentía extraña. Por esa razón, la alianza entre el sistema Pueblos Libres y
el cabildo correntino en tanto órgano representativo de la parte principal, fue siempre endeble y estuvo, desde el inicio
mismo, infectada por la mutua desconfianza.
A
Juan Bautista Méndez le tocó actuar en aquel tiempo primordial del parto doloroso de una provincia que nacía en un contexto muy complejo, signado por dos fuerzas
antagónicas que no se daban cuartel. Recordémoslo, pues, mi querido lector, como uno de los hombres que hicieron la época anterior a la que vivimos, con sus virtudes y defectos, con sus aciertos y errores, y con sus glorias y miserias. Se trata de aprehender el pasado, de asirlo, en procura de explicarnos mejor el presente. Al fin de cuentas, la historia sirve para eso; no para tribunal de justicia póstuma.
Y como magistralmente escribió Jorge Luis Borges: "Sólo Dios puede saber / La laya fiel de aquel hombre; / Señores, yo estoy cantando / Lo que se cifra en el nombre".
-Juan
Carlos Serqueiros-
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REFERENCIAS DOCUMENTALES Y BIBLIOGRÁFICAS
AGN. Sección Gobierno. Sala X. Decreto del Director Supremo Gervasio Posadas, 10.09.1814.
AGPC. Actas Capitulares t. 46, actas de fechas: 20.04.1814, 23.04.1814 y 11.06.1814.
Correspondencia Oficial, t. 7.
Anónimo. Relación de los sucesos de armas ocurridos en la provincia de Corrientes desde el año de 1814 hasta el de 1821 (en La revista de Buenos Aires. Historia americana, literatura y derecho t. VII. Directores: Navarro Viola, Miguel y Quesada, Vicente G.). Imprenta de Mayo, Buenos Aires, 1865.
Cáceres, Ramón de. Memoria póstuma o Acontecimientos de la vida pública del Cnel. Don Ramon de Cazeres (en Revista Histórica, t. XXIX, Montevideo, 1959)
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b) Hombres y mujeres de Corrientes. Moglia Ediciones, Corrientes, 2004.
Comisión Nacional Archivo Artigas. Archivo Artigas t. 19°. A. Monteverde y Cía. S. A., Montevideo, 1981.
Gómez, Hernán Félix. a) Historia de la provincia de Corrientes. Desde la Revolución de Mayo al Tratado del Cuadrilátero. Imprenta del Estado, Corrientes, 1929.
b) La ciudad de Corrientes. Amerindia Ediciones, Corrientes, 2008.
c) Provincialización de Corrientes, 1814 -10 de setiembre- 1914. Imprenta del Estado, Corrientes, 1915.
Leoni, María Silvia y Quiñonez, María Gabriela. Debates y polémicas en la conformación del campo historiográfico correntino a fines del siglo XIX (en Anuario del Instituto de Historia Argentina, nº 15). Universidad Nacional de La Plata. Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación. Centro de Historia Argentina y Americana, La Plata, 2015.
Mantilla, Diego. Memorias de Fermín Félix Pampín. Moglia Ediciones, Corrientes, 2004.
Mantilla, Manuel Florencio. Estudios biográficos sobre patriotas correntinos. Amerindia Ediciones, Corrientes, 1986.
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Parish Robertson, John y William. Cartas de Sudamérica. Emecé Editores S. A., Buenos Aires, 2000.
Ramírez Braschi, Dardo. a) Independencia, soberanía y autonomía en los orígenes de la provincia de Corrientes (en Revista Anual del Instituto de Investigaciones Históricas y Culturales de Corrientes, n° 9, Corrientes, 2014).
b) La provincia de Corrientes en los prolegómenos del Congreso de Oriente (en El Derecho. Diario de doctrina y Jurisprudencia. Constitucional). Universidad Católica Argentina, Buenos Aires, 2015.
Sitio web del Club San Martín de Corrientes: http://sanmartincorrientes.com/site/.
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