Sus tan leales y constantes vasallos que por servir a V.M. se han quedado en regiones tan remotas y espantables. (Pedro Sarmiento de Gamboa, Memorial a Su Majestad Felipe II, 21 de noviembre de 1591)
En su obsesiva búsqueda de la mítica ciudad de Trapalanda, los españoles se habían percatado de que los piratas ingleses podrían eventualmente pasar por el estrecho de Magallanes desde el Atlántico al Pacífico, y robar y asolar en las costas de Chile y Perú. Ingenuamente, supusieron que bastaba con esparcir la noticia de que el paso se hallaba cerrado por "una mole de piedra o isleta arrastrada por las tempestades", para hacer desistir a quienes tuvieran esa intención. Vana ilusión. Y craso error descansar en ella.
En 1577 el traficante de esclavos y pirata inglés Francis Drake (Francisco Draques para los españoles) partió del puerto de Plymouth al mando de una armada integrada por cinco barcos, y luego de atravesar, a mediados de 1578, el estrecho; entró en el Pacífico atacando y robando los buques cargados de oro y plata surtos en Valparaíso, Coquimbo y Arica. Y al filo de la medianoche del 13 de febrero de 1579, arribó al puerto del Callao, que estaba absolutamente desguarnecido, donde se hizo con la presa más codiciada: el galeón Nuestra Señora de la Concepción, con sus bodegas repletas de metales preciosos, y donde, después de saquearlos; hundió algunos barcos españoles de pequeño calado y cortó a otros las amarras dejándolos al garete a fin de que no pudieran emplearse en su persecución; tras lo cual huyó a toda vela. En dicha incursión, Drake robó tesoros por valor de 250.000 libras y pudo escapar sano y salvo con su cuantioso botín, tras haber circunnavegado el globo convirtiéndose en el segundo en hacerlo, más de medio siglo después de la epopeya de Juan Sebastián Elcano.
Lógicamente, tal circunstancia generó en el virrey del Perú, Francisco Álvarez de Toledo, la imperiosa necesidad de poner sobre el tapete la cuestión relativa al estrecho de Magallanes. En consecuencia, resolvió enviar a la zona una armada integrada por dos barcos, el Nuestra Señora de Esperanza y el San Francisco, al mando de la cual iría como capitán general Pedro Sarmiento de Gamboa, con el mandato de explorarla a fondo y determinar los sitios más aptos para erigir fortificaciones en ella. De ciento doce hombres entre marinos y soldados (todos y cada uno de ellos cuidadosamente seleccionados por el propio Sarmiento de Gamboa) se componía la expedición.
Las instrucciones que fueron impartidas por Álvarez de Toledo abarcaban, desde el mandato de realizar un reconocimiento profundo y una descripción detallada de las regiones del estrecho, hasta el de la clasificación taxonómica, pasando por el de entablar relaciones con "los de la tierra" (los indios) que hallare”; sin perder de vista el objetivo principal: la determinación de los puntos del estrecho que habrían de fortificarse de modo de impedir el paso de navíos piratas ingleses a través del mismo. Luego de concluida la empresa, uno de los dos barcos volvería al Perú; mientras que el otro se dirigiría a España a dar cuenta de todo al rey y preparar la segunda expedición, esta vez, colonizadora, que fundaría en esos puntos que se hubiesen elegido, los reales y ciudades. Y obviamente, se le ordenaba confeccionar la crónica de todo.
Fue en virtud de lo antedicho que Sarmiento de Gamboa escribió su monumental Viage al Estrecho de Magallanes por el capitán Pedro Sarmiento de Gamboa en los años de 1579 y 1580 y noticia de la expedición que después hizo para poblarle, obra que fue editada en Madrid recién en 1768.
No debe extrañarnos que hayan transcurrido casi dos siglos hasta ser editado y publicado por primera vez; pues obviamente, al constituir una cuestión de estado y por lo tanto, secreta; el relato de Sarmiento de Gamboa era estrictamente confidencial y estaba dirigido sólo a la corona española, es decir, el rey y sus funcionarios de máxima confianza. El diplomático e historiador chileno José Miguel Barros descubrió en Filadelfia, Estados Unidos, el manuscrito original redactado de puño y letra por Sarmiento de Gamboa, rubricado por él, con las firmas, además; de todos los tripulantes del Nuestra Señora de Esperanza y autenticado por el escribano real Juan de Esquivel.
Si le interesa, mi querido amigo lector, en la Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes puede usted acceder a la edición digital de dicha obra a través de este ENLACE.
Del texto se desprende un Sarmiento de Gamboa que se vio obligado a poner en caja a su segundo, Juan de Villalobos (quien iba al mando de la nave almiranta y que tenía tendencia a adelantarse siempre), ordenándole, so pena de la vida, que la almiranta no se apartase de la capitana ni de día ni de noche; a sofocar un motín ejecutando a su promotor y cabecilla, el alférez Juan Gutiérrez de Guevara, a quien mandó dar garrote por traidor; y a poner en fuga un barco francés, pese a la superioridad de éste en hombres y cañones. Su ego estaba por las nubes: mandaba, como general en jefe, una armada del virrey del Perú, se hallaba resuelto a cumplir su misión a pesar de cualquier contingencia y no estaba dispuesto a tolerar debilidades. Se arrogaba el descubrimiento (descubrimiento formal, quiere significar, pues dispone de escribano) del estrecho, al cual puso el nombre de Madre de Dios (y agregaba: "antes llamado de Magallanes").
El 15 de agosto de 1580, a diez meses de haber zarpado del Callao, cruzado el estrecho en sentido oeste-este y después de afrontar innumerables vicisitudes y privaciones; un macilento pero exultante Sarmiento de Gamboa llegaba a España con sus hombres e inmediatamente solicitaba audiencia al rey, quien a fines de setiembre lo recibió en Badajoz, donde expuso ante el monarca su proyecto, el cual consistía en fundar y poblar en el estrecho dos ciudades con fortificaciones artilladas.
Luego de escucharlo, Felipe II se mostró interesado en el asunto y encargó su planificación al Consejo de Indias. El duque de Alba, Fernando Álvarez de Toledo; y el general de la Armada de la Carrera de Indias, Cristóbal de Eraso, estimaron que era más efectiva la creación de una gran flota que vigilase las costas de Chile y Perú, y las protegiese de los piratas; antes que una dificultosa y más que problemática erección de fortalezas en el estrecho; pero prevaleció la opinión favorable al proyecto.
Una vez aprobado el plan, el propio rey intervino activamente en él. A propuesta del Consejo de Indias (y contra la opinión de Eraso), designó general de la armada que se formaría, a Diego Flores de Valdés, un bueno para nada que gozaba del favor de importantes personajes de la corte.
La empresa colonizadora y militar, que fue de las más costosas, formidables y ambiciosas que encarara la corona española (veintitrés navíos que transportaban casi tres mil personas entre hombres, mujeres y niños), resultó en un verdadero desastre.
La cosa empezó mal, seguiría peor y terminaría en calamidad. Baste con decir que la flota zarpó de Sanlúcar de Barrameda el 25 de setiembre de 1581 y, ni bien salió del puerto, un terrible temporal se abatió sobre las naves, naufragando cinco de ellas y pereciendo ahogados ochocientos hombres. Volvió a partir desde Cádiz el 9 de diciembre, y después de arrostrar grandes peligros, mil desgracias, tempestades, epidemias, motines, padecimientos indecibles, hambre, desnudez y las manifiesta ineptitud y declarada enemistad de Flores de Valdés (quien desertó y regresó a la península, donde en 1588, en el marco de la guerra hispano-inglesa de 1585 a 1604, se le imputó cobardía y fue encarcelado); Sarmiento de Gamboa llegó por fin al estrecho el 1 de febrero de 1584, fundando solemnemente el 11 de ese mes, cerca del cabo Vírgenes, la ciudad Nombre de Jesús. Y seguidamente, el 25 de marzo, cerca de Punta Arenas, la ciudad Rey Don Felipe, dando así cumplimiento al mandato de la corona. Ninguna de las dos podría perdurar.
El 26 de mayo, estando a bordo de su nave anclada junto a Nombre de Jesús, un temporal cortó las amarras y lo arrastró hasta el Atlántico. Ante la imposibilidad de volver a cruzar el estrecho, se dirigió al Brasil, y luego de enviar muchas cartas a España en procura de socorros para las colonias sin obtener respuesta (a todo esto, Felipe II había ordenado el envío de ayuda, pero la maraña de la exasperante burocracia española no llegó a efectivizarla, aunque claro; eso no podía saberlo Sarmiento); decidió ir él mismo a la península a reclamarla. Ya nunca podría volver a las ciudades que había fundado, pues en 1586 fue tomado prisionero por los ingleses, y después por los hugonotes franceses.
¿Qué pasó con la gente de las ciudades que fundó me pregunta, estimado lector? Desembarcaron y quedaron en el estrecho trescientas treinta y siete personas. Todas ellas, menos una; murieron allí. Algunos, los menos, perecieron en combates con los indios o ajusticiados por orden de Sarmiento de Gamboa (como por ejemplo, cuatro soldados que fueron degollados por la nuca por amotinarse y planear asesinarlo -aunque él, en su relato, dice que hizo ejecutar sólo al cabecilla, Juan Rodríguez; perdonando a los otros-) o los oficiales que quedaron después de su involuntaria partida del estrecho; y el resto, falleció de enfermedades, de frío y sobre todo, de hambre; excepto un soldado: Tomé Hernández, natural de Badajoz, quien fue rescatado el 7 de enero de 1587 por el pirata inglés Thomas Cavendish. A esa fecha, sólo quedaban con vida quince hombres y tres mujeres quienes, escuálidos y desfallecientes, vagaban por la costa buscando marisco. Hernández logró evadirse de los ingleses el 30 de marzo en la bahía Quintero, y recién treinta y tres años después, el 21 de marzo de 1620, por disposición del virrey del Perú, Francisco de Borja, príncipe de Esquilache, se le tomó declaración para que narrara lo sucedido a la gente de Nombre de Jesús y Rey Don Felipe; gracias a lo cual hoy podemos conocerlo nosotros.
En 2003, 2005 y 2006 un equipo de científicos argentinos encabezado por la doctora María Ximena Senatore, historiadora y antropóloga, realizó estudios y excavaciones que permitieron determinar el lugar exacto donde se situaba Nombre de Jesús, descubriéndose su iglesia y cementerio con cinco enterratorios que contenían los esqueletos de cuatro individuos adultos jóvenes (tres masculinos y uno femenino, con evidencias de patologías relacionadas con estrés nutricional) y el de un niño-adolescente; y hasta la moneda de plata, las dos planchas de hierro y la botija que el propio Sarmiento de Gamboa refirió en su relato haber puesto en un hoyo: "... puso en el hoyo la primera piedra en el nombre de Jesucristo nro. Sr. en nombre de V. mag. puniendo vna gran moneda de plata con las armas y nombre de V. mag. con año y dia testimonio i ynstrumento scripto en pergamino en vn breado entre carbón por ser yncorrutible en vna botija con el testimonio de la possesion...".
A los aspectos y detalles arqueológicos y antropológicos puede accederse a través de este ENLACE.
¿Era quimérica y alocada la empresa y hubiese sido mejor seguir la opinión sustentada por Fernando Álvarez de Toledo y Cristóbal Eraso? Y... digamos que con el diario del lunes a la vista, cualquiera puede opinar sobre el partido jugado el día anterior. Por lo pronto, no lo consideró así Felipe II, quien lejos de disgustarse con Sarmiento de Gamboa; ordenó, en diciembre de 1589, el pago del rescate exigido por los hugonotes que lo tenían prisionero: "seis mill ducados y cuatro caballos escogidos" (sic), y una vez vuelto aquél a España, lo premió por su tesón, su lealtad a la corona y su devoción a su real persona, designándolo en el cargo de Censor Literario primero, y luego; el 30 de noviembre de 1591, en el de Almirante de la armada que custodiaba los barcos que llevaban a España el oro y la plata de las Indias, nada menos.
-Juan Carlos Serqueiros-
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