La palabra responsabilidad significa capacidad de dar respuestas ante la vida, pero se la suele asociar con lo que pesa, duele, limita y constriñe, porque al parecer es ella la vía regia por la cual sorteamos los obstáculos y alcanzamos algún tipo de meta.
Con ello, la vida nos alecciona para que comprendamos que los logros no están ligados a la suerte sino al trabajo, y que la dificultad que padecemos desde que comenzamos a dar los primeros pasos hacia el objetivo planteado hasta culminar en el logro, suele estar en relación directa con los merecimientos obtenidos una vez plantada la bandera en la cumbre.
Habiendo demostrado que las ganas de llegar son más fuertes que cualquier tipo de tropiezo, traba o piedra; la experiencia suele provenir de un mérito personal basado en la determinación de vencer los obstáculos para transformarlos en posibilidades y la adquisición de la misma, nos enseña que nada es un camino llano y liso hacia el éxito, sino que es requisito estar dispuesto a dedicarle un buen tiempo de aprendizaje para merecer el título de "experto".
No obstante; a juzgar por lo visto y vivido en estos tiempos que corren, la palabra experiencia ha quedado cubierta por el moho de lo que se desdeña y se devalúa, y aunque a muchos haya perjudicado en su momento (y hasta la actualidad), hemos asistido a su entierro mientras era suplantada por lo que aprendimos a denominar como facilismo, arribismo, y todos esos adjetivos que hablan de una total falta de dedicación.
Allá por los 90 (y en nombre de la modernidad y el crecimiento), se eliminó de la población laboral activa a todo mayor de treinta y algo, que a partir de ese momento, pasaría a ser para el mundo del trabajo simplemente un "viejo". La situación empeoraba si además; dicho "viejo" osaba tener un título profesional, dado que su "ambición" no lo calificaba para ser pisoteado como una cucaracha por un muchacho joven e inexperto con el título de gerente, CEO, o cualquiera de esos términos rimbombantes que, incluso en los restaurantes, suplieron a la simple y nada elaborada ensalada de lechuga, por algo de nombre más llamativo. Un jovencito comenzaba a ser gerente de algún departamento, y paralelamente a ello se subía de categoría a la común y cotidiana ensalada designándola "fino colchón de hojas verdes".
En tan sólo unos años, y junto con los requisitos que antaño se pedían como credencial de capacidad (entre ellos, la edad suficiente), desapareció el currículum, siendo lo más valorado a partir de entonces, aquello que se convino en llamar "flexibilidad", palabra que aplicada a la práctica, remitía a la posibilidad de rotar de trabajo tanto como fuera posible, y que obviamente describía una situación que sólo podía sostener alguien lo suficientemente joven, exento de grandes obligaciones, libre de “cargas” familiares, y cuyo mayor “perjuicio” radicara a lo sumo en no salir o en tener que abstenerse de tomar unos tragos un fin de semana.
Para colmo, la situación no se limitó a eso; sino que “gracias” a la exclusión masiva de trabajo experto, se generalizó la creencia de que lo necesario para llegar a algún lugar de importancia radica en producir escándalo, en el sálvese quien pueda, en el qué me importa el otro, en el consumo, en la ley del menor esfuerzo, en los títulos express, en lo fast, lo easy, lo light y lo quick, es decir, todo lo que lleva a adquirir por vía rápida aquello para lo que antes había que invertir tiempo y esfuerzo.
Mientras los funcionarios nos roban con factura y los vagos lo hacen a punta de pistola, nos repetimos a cada paso que "las cosas son así", perdiendo de vista que donde no hay responsables, no hay justicia; y donde no hay justicia, sólo existe el sálvese quien pueda. Y si cada uno tira para su lado, ¿qué será de la amistad, de la palabra, de la solidaridad y de todos los valores que tienen que ver con el tejido social? En fin…
En el fondo estamos enfermos de algo cuyo remedio tiene que ver con lo que hoy simplemente llamamos "viejo" y que junto con nuestros mayores, arrumbamos en un asilo porque todo, incluso la gente; se ha vuelto descartable.
Lic. Gabriela Borraccetti
Psicóloga Clínica
M. N. 16814
* Gabriela Borraccetti (n. 1965, Vicente López, Buenos Aires), es licenciada en Psicología por la Universidad Argentina John F. Kennedy. De extensa trayectoria profesional, ejerce como psicóloga clínica especializada en el diagnóstico y tratamiento de la angustia, el estrés, los temas de la sexualidad y los conflictos derivados de situaciones familiares, de pareja y laborales. Es, además; poetisa, cuentista, artista plástica y astróloga. Para contactar con ella por consulta o terapia, enviar e-Mail a licgabrielaborraccetti@gmail.como Whatsapp al +54 9 11 7629-9160.
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