Solemos leer cada tanto, que lo que observamos en los demás como detestable, es algo que no toleramos ver en nuestro interior. Sin embargo, la pregunta que se sobrepone es: ¿Entonces qué hacer? ¿Podremos criticar lo que vemos? ¿Está mal juzgar? ¿Debemos considerarnos ladrones cada vez que destilamos ira contra alguno que ha robado a un anciano? O ¿sería acertado considerarnos violadores en potencia, cada vez que deseamos castrar a alguno que ha arremetido contra la inocencia de un niño?
Por supuesto, al reflexionar y equiparar situaciones, nos parece totalmente irracional vernos en el lugar del condenado, cometiendo alguna de esas aberraciones de las que nuestros educadores se han cuidado bien de no inculcar; y es por ello que muchas veces descartamos de plano un análisis un poco más exhaustivo, queriendo creer que esta aseveración es simplemente la exageración de un mecanismo psicológico llamado proyección.
No obstante (y aunque nos encantaría que se tratase de una forma de defensa utilizada por "los demás"); no solemos caer en la cuenta de que para desear cortar los genitales al violador o arrancar a un ladrón su botín a trompada limpia; necesitamos poseer el mismo tipo de energía de la que están hechas las acciones de quienes condenamos. El bien y el mal se rozan en sus métodos, y el problema es que por lo general, el argumento que esgrimimos para salir en nuestra propia defensa, se supone basado en la bondad y el bien, en tanto que adjudicamos la valoración negativa al otro.
En este caso, la castración de un violador o la trompada a un malhechor, son nuestros pensamientos automáticos e instintivos, y en lugar de preguntar si está bien o mal juzgarlos; deberíamos darnos cuenta de que ya los hemos sentenciado desde el momento en que pensamos instantáneamente: "a este habría que matarlo” o “a este habría que colgarlo de los genitales en un árbol".
Somos casi incapaces de darnos cuenta que podemos sentir la misma furia de un matón, con la diferencia de no animarnos a actuar. Pasar al acto, llevar una acción a término, implica que se han caído los "diques de contención" de las defensas, y que la consciencia de culpa, la responsabilidad y el miedo (sobre todo el miedo a la autoridad), han quedado desbordados por la furia.
Si hay algo que diferencia entonces al bueno del malo, no es ninguna esencia, sino la calidad de sus mecanismos de defensa que por supuesto, están en directa relación con la educación recibida. En sí, nada sería bueno ni malo, excepto los juicios de valor que respaldan nuestros fines. De hecho, un cirujano atraviesa los tejidos de alguien para salvarlo, en tanto que una navaja en manos de un delincuente se utiliza para dañar. Sin embargo, ambos precisan sangre fría, y es ese el hecho que salteamos a la hora de evaluar las diferencias entre buenos y malos.
Para pensarlo un rato, antes de seguir preguntando qué hacer, cuando ya nuestras vísceras han dado la respuesta instintiva y muchas veces, inconsciente.
Lic. Gabriela Borraccetti
Psicóloga Clínica
M. P. 16814
* Gabriela Borraccetti (n. 1965, Vicente López, Buenos Aires), es licenciada en Psicología por la Universidad Argentina John F. Kennedy. De extensa trayectoria profesional, ejerce como psicóloga clínica especializada en el diagnóstico y tratamiento de la angustia, el estrés, los temas de la sexualidad y los conflictos derivados de situaciones familiares, de pareja y laborales. Es, además; poetisa, cuentista, artista plástica y astróloga. Para contactar con ella por consulta o terapia, enviar e-Mail a licgabrielaborraccetti@gmail.com o Whatsapp al +54 9 11 7629-9160.
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