Puesto que la Totalidad buscó a Aquel del que habían salido, y la Totalidad estaba dentro de Él, el Incomprensible, el Impensable, que está sobre todo pensamiento, ignorar al Padre produjo angustia y terror. (Valentinus de Alejandría, Evangelio de la Verdad, I. Surgimiento de la ignorancia. Frustración de la búsqueda y creación ilusoria)Una vez rebatidos los valentinianos, todo el resto de los herejes queda también derrocado. (Irenaeus de Lyon, Adversus haereses, Libro II, 5.4. Refutación de otras teorías)
“En el principio Dios creó el cielo y la tierra”. Esa frase bíblica atribuyendo la Creación a un Dios único, omnisciente y omnipotente, constituye el basamento en que descansa la tradición judeocristiana hecha religión, o mejor dicho; religiones.
Sin embargo, no siempre fue o se creyó así. Habían, desde la más remota antigüedad, quienes pensaban que sólo la creación del mundo material era obra de una deidad, el Demiurgo; por encima de la cual se hallaba la verdadera Divinidad, origen de todo, el Ser Supremo, incognoscible, caracterizado por una pronunciada dualidad y que reinaba sobre el auténtico Universo, el espiritual; constituyendo así el otro universo, el exterior, el material; tan sólo una apariencia engañosa. A ese sistema filosófico místico, hermético, esotérico, reservado sólo a aquellos que estaban iniciados en él; es a lo que los griegos llamaron Gnosis, es decir, etimológicamente, LA sabiduría, EL conocimiento.
En apretadísima síntesis (y quédese tranquilo usted, mi querido lector, pues no voy a abrumarle —no es mi intención, y además; no estoy ni por asomo formado, versado y preparado para ello—) con abundancia de detalles acerca de Pléroma, Kénoma, Eones, Pneumas, Hylis, Ogdóada, Hebdómada, Arcontes y demás etcéteras-, digamos que los gnósticos perseguían el Conocimiento Absoluto (Gnosis) que habría de asegurarles la vida eterna, a través del estudio de la ciencia de las cosas divinas.
El más notable de entre los gnósticos fue Valentinus de Alejandría, quien vivió en el siglo II y concibió, desde el sincretismo, un sistema místico filosófico que concatenaba elementos tomados de las mitologías egipcia, griega y persa; los pitagóricos; el platonismo; el judaísmo y el primer cristianismo, expresando una cosmovisión en la que súbitamente, todo parecía adquirir un prístino sentido. De manera sucinta, digamos que Valentinus explicaba la contradicción entre la coexistencia del Ser Supremo y la del Mal, atribuyendo la de este último en el mundo, a la imperfección del Demiurgo, que por soberbia y envidia e imitando mal al Theos agnostos, había creado tres clases de seres humanos: los materiales o hylicos, irremisiblemente condenados a la muerte eterna; los psíquicos o animales, que podían salvarse a través de la Gnosis; y los espirituales o pneumáticos, que por serlo intrínsecamente, estaban salvados de antemano.
A Valentinus salió a cruzarlo Irenaeus de Lyon, san Ireneo, quien vivió entre los siglos II y III, y escribió circa 180 una obra a la que tituló Adversus haereses ("Contra los herejes") en cinco Libros. En el primero de ellos, Ireneaus detalla qué es lo que pretende atacar y cuáles son las doctrinas que se propone refutar; lo cual efectivamente, hace en el segundo; el Libro III lo dedica a demostrar (desde su óptica, claro), lo que él entiende por basamentos de la fe cristiana, la tradición apostólica, la unicidad de Dios, y la Verdad (que atribuye a lo escrito en la Biblia, en los evangelios, que limita a los cuatro que después serían establecidos como canónicos: Mateo, Marcos, Lucas y Juan); en el Libro IV se empeña en establecer la unidad y coherencia entre el Antiguo Testamento y los cuatro evangelios citados; y en el Libro V fundamenta su escatología milenarista.
La confrontación entre Valentinus e Irenaeus fue en sustancia la de un filósofo versado en teología, contra un teólogo versado en filosofía; el contraste entre alguien que profesaba una fe surgida desde lo racional (esa que emerge de lo que hoy por hoy y a partir de Leibniz llamamos teodicea); y alguien a quien sostenía e impelía la otra fe, la religiosa per se. Valentinus tildaba de "ciega" a esa fe que poseían quienes pensaban como Irenaeus, por estar fundada en un creer que no le bastaba como soporte y al que reputaba como cándido; mientras que para Irenaeus la fe estaba en la aceptación de que la verdad revelada residía en las Escrituras y los apóstoles, y lo que no se encuadraba en eso, era pura herejía y blasfemia. Posturas tan encontradas tenían necesariamente que chocar. Y por supuesto, chocaron nomás.
La "pelea" la "ganó" Irenaeus, pero póstumamente, más de un siglo después. Sin embargo, Valentinus tendría "revancha", aunque también póstumamente, y mucho más tardía; porque hubo de esperar hasta el siglo XVIII para que se descubriera su Pistis Sophia, y hasta el XX para que volviera a la luz su Evangelio de la verdad, que estaba entre los manuscritos coptos hallados en Nag Hammadi, Egipto.
El debate entre la fe, las ideas y convicciones de estos dos hombres geniales continúa hasta nuestros días; bien que desvirtuado por un crecido número de chantapufis de uno y otro "bando", que sólo buscan acercar agua a sus molinos, algunos por intereses creados y otros, simplemente por prejuicios y estulticia.
Así por ejemplo, la iglesia de Roma no puede negar la manipulación de que hizo objeto a los textos bíblicos; la cual es fácilmente comprobable y basta la simple comparación del Nuevo Testamento de una Biblia de la actualidad, con el Nuevo Testamento de la Biblia llamada “de Sinaí” descubierta en 1859 en el monasterio de Santa Catalina al pie del Monte Sinaí, que data del siglo IV, se halla en el Museo Británico de Londres y que la ex URSS de Stalin vendió a Inglaterra en 1933 por la suma de 100.000 libras; para notar que los textos de hoy, contienen casi 15.000 variaciones (la mayor parte de las cuales son agregados, de modo de hacer coincidir los evangelios con los preceptos eclesiásticos); con respecto a los contenidos en el códice sinaítico. Tampoco tiene la iglesia vaticana manera alguna de torcer las palabras que en marzo de 2007 fueron vertidas por el papa Benedicto XVI refiriéndose a Ireneo, atribuyéndole a éste ser un mártir, cuando no hay, no ya una prueba de que ello fuera cierto, sino tan siquiera un indicio de tal cosa; y ser "el campeón de la lucha contra las herejías" (sic). Y desde ya, no se privó el bueno de Benedicto (¡justo él!) en esa oportunidad, de definir al gnosticismo como la "amenaza" de un "cristianismo de élite, intelectualista" (sic). Pero claro, se entiende, el papa Benedicto XVI es el mismo que cuando era el cardenal Ratzinger, dijo en 1990: "En la época de Galileo la Iglesia fue mucho más fiel a la razón que el propio Galileo. El proceso contra Galileo fue razonable y justo" (sic). En fin...
Pero también es cierto que por "la vereda de enfrente" las cosas no estaban ni están mejor; al contrario. El gnosticismo, lejos de consolidarse, fue paulatinamente desgranándose en una serie de sectas, las cuales han ido degenerando en grupúsculos que las más de las veces son orientados y dirigidos por impresentables, y fogoneados por mercachifles que hacen increíbles mescolanzas metiendo en un caldero la Gnosis; con la risible (y desde lo estrictamente literario, pésima) novela El código Da Vinci, los rollos del Mar Muerto, ciertos programejos televisivos pseudo científicos emitidos por Discovery Channel, Nat Geo o History Channel, los templarios, los cátaros y un montón de etcéteras más, como si algo tuviesen que ver entre sí el tocino y la velocidad de la luz.
En resumen, no es legítimo desde el punto de vista histórico, equiparar a Irenaeus, que fue sin dudas un gran teólogo; con el oscurantismo y el fanatismo en que habría de caer la iglesia de Roma con los horrores perpetrados por el flagelo de la tenebrosa Inquisición, la quema de "brujas", las persecuciones a moros, judíos y protestantes, y los intentos por frenar los avances de la ciencia so pretexto de que contrariaban el dogma religioso. Así como también es ilícito desde la perspectiva histórica, meter en la misma bolsa a un extraordinario filósofo como Valentinus (¡tan luego a él, que propiciaba —a mi juicio, erróneamente— la renuncia a los goces de la carne!), junto con otros que desde la metafísica gnóstica, interpretaron que si la salvación estaba asegurada desde la consecución de la sabiduría; entonces eso los autorizaba a perder toda ponderación ética, y así se entregaron a bajas pasiones y excesos de todo tipo, aún los más aberrantes y hasta cayeron en la amoralidad misma, como por ejemplo, Marcos el Mago, o más acá en el tiempo, Aleister Crowley (sí, ese mismo, el que aparece en la tapa del disco “The Sgt. Pepper's Lonely Hearts Club Band”, de los Beatles).
Particularmente, no he hallado en la gnosis de Valentinus las respuestas que satisfagan los interrogantes que me he planteado siempre, ni tampoco encontré en el dogmatismo apostólico de Irenaeus solución para mi absoluta carencia de fe religiosa; lo cual por supuesto, no me inhibió para leer a uno y otro con sumo placer, ni para enriquecerme intelectual y espiritualmente con ambos.
Consecuentemente, sigo "militando" (por desgracia y muy a mi pesar) entre los millones de personas que, como pobres e insignificantes seres humanos arrojados azarosamente y sin consulta previa sobre un planeta perdido en la infinitud del Universo, optamos por refugiar nuestra propia ignorancia en el agnosticismo, esto es; en la ausencia de conocimiento, en el no sé.
Y en eso andamos... ¿Andamos? Y... qué sé yo si en verdad andamos... pero bueh, eso espero, por lo menos.
-Juan Carlos Serqueiros-
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