Escribe: Juan Carlos Serqueiros
Un pedazo de barrio, allá en Pompeya, / durmiéndose al costado del terraplén. (Homero Manzi)
¿Alguien se acuerda de Bar El Chino (Beazley 3566, Pompeya)? No sé si todavía existe o ya cerró; la última vez que estuve allí debe de haber sido, calculo, en 2006 o 2007, a lo sumo. Era un bodegón surgido en los años 40 que a mí siempre me pareció... mágico, diría. El dueño era Jorge "el Chino" Garcés, un tipo bárbaro, que cantaba muy bien.
Yo conocí el lugar en 1977, fuimos con mi papá (me llevó él, nunca supe si porque éramos tan amigos y compinches con mi viejo, o porque él tenía miedo de que dejara de gustarme el tango —generacionalmente soy del palo del rock, y de hecho, la música que más escuché y sigo escuchando es rock; pero siempre me gustó el tango, desde muy pibe; así que si su temor era ese, entonces era infundado—), y fue visitarlo por primera vez… y encantarme.
Debo haber estado en lo del Chino... no sé bien... pero no fueron menos de 15 o 20 veces, y en unas cuantas de ellas canté (allí, además del Chino —que insisto, lo hacía muy bien—; cantaba su barra de amigos, entre los cuales había unos cuantos que se desempeñaban profesionalmente). No había escenario ni micrófono ni amplificador ni nada; el que quería (y podía) cantar, lo hacía a cappella o lo sumo; con el acompañamiento de algún violero que, benevolente, se prendía y acompañaba. Y listo, como dice el Chanchito Porky, eso es to-to-todo, amigos. Nadie te mimaba ni te endulzaba el ego con un aplauso inmerecido; te aplaudían si les había gustado, y si no, simplemente cosechabas un respetuoso silencio y una todavía más respetuosa y elocuente indiferencia, y a otra cosa mariposa... Pero te aplaudieran o no (yo tuve la suerte de que sí, seguramente por algún extraño mecanismo ajeno a mis cualidades vocales e interpretativas), lo pasabas bárbaro, porque repito; para mí ese lugar era mágico.
El asado que servía el Chino era un manjar, lo mismo que los fideos; pero las empanadas eran malísimas, una bomba frita. Y todo abundantemente regado con vino tinto, en pingüino y "de la casa", por supuesto; nada de Carmelo Patti ni Luigi Bosca custodiados en roble.
La penúltima noche que estuve allí fue, recuerdo, con mi amigo Oscar Padra en 2001, poco antes de que muriera el Chino Garcés, ese mismo año. Y la última fue, como dije antes, en 2006 o 2007.
Fue un error regresar allí, porque la magia ya no existía. Y no porque el lugar hubiera cambiado sustancialmente; sino porque uno no debe volver a los viejos sitios en que fue —o creyó haber sido— feliz. No es que cambien los sitios; es uno el que cambia. Y a la felicidad nunca, nunca, hay que buscarla en el pasado, sino en el aquí y ahora; el resto es grupo, pura ilusión.
Vaya, pues, mi recuerdo emocionado al Bar El Chino. Ah, y no me cuenten si sigue estando o no; no me interesa... porque aún cuando exista; no pienso volver.
La magia, los sueños, las hadas y los fantasmas no están en los lugares; están dentro de uno... igual que la felicidad.
-Juan Carlos Serqueiros-
Ver en YouTube el documental HOMENAJE AL BAR "EL CHINO" DE POMPEYA
No hay comentarios:
Publicar un comentario