jueves, 17 de noviembre de 2011

JUAN EL PREGUNTÓN QUIERE SABER: ¿CÓMO, CUÁNDO Y DÓNDE MURIÓ SOLÍS?
















Escribe: Juan Carlos Serqueiros

¿Se acuerdan cuando en la primaria, allá por quinto o sexto grado, la maestra nos “enseñaba” quién “descubrió” el río de la Plata, y cómo murió? Bueno, yo como buen jovato, sí me acuerdo: “aprendíamos” historia según algunos manuales homologados para la sacrosanta escuela pública sarmientina en la cual supuestamente todos éramos “iguales”; porque el “gran maestro sanjuanino” así lo había dispuesto con ese corazón tan noble de “padre del aula Sarmiento inmortal” que tenía.
Pero claro, eso sí: algunos eran más “iguales” que otros… Por ejemplo, mi compañerito de banco, el Angelito Pelusso (flor de hijo de puta, dicho sea de paso... cómo sería de turro el muy guacho, que un día, tanto me hinchó las guindas, que en la clase de Trabajo Manual le pasé papel de lija por la cara… le quedó la trompa hecha un primor je je je), era más “igual” que yo, sencillamente porque él tenía —entre otras muchas cosas que yo no— el consabido (y caro) Manual del Alumno Santafesino: un libraco de tapas duras color rosa pálido e ilustrado con unos dibujos que daban envidia, mire vea. Mientras que yo tenía que andar peludeando con el popular, barato y democrático Manual Graf, un mamotreto de tapas blandas, con páginas encuadernadas como el orto que se desprendían ni bien las dabas vuelta, ilustradas con dibujos y fotos en colores... una berretada total.
Pero me estoy yendo por las ramas; mejor vayamos a los bifes: con esos textos, la seño nos daba Historia, y así nos metían en la marota que el ilustrísimo y arrojado marino Juan Díaz de Solís llegó a las costas del “Mar Dulce”, que en una isla enterró a un marinero que se llamaba Martín García, que pobre, se le ocurrió morirse (qué tipo inoportuno ese García, che, mirá que venir a morirse justo en ese momento tan trascendental), y que dado que Solís era tan valiente como caritativo; bautizó a esa isla pedorra con el nombre del tipo que había palmado.
Y la completaba informándonos que después de eso, el Juancito Díaz de Solís desembarcó en algún lugar (que por más preguntas que le hicimos a la seño, nunca pudimos saber dónde carajo quedaba), y que allí los indios charrúas (que parece ser que eran una gente de lo peor, che; atendían como el culo a visitantes tan distinguidos), los cagaron a flechazos y después, pa’ terminar la función, se los lastraron, dejando vivo a uno solo (qué sé yo… sería pa’ usarlo de muestra, ¿no?).
Claro, uno terminaba de aprender todo eso, salía de ese templo del saber que era la escuela, y después del paso obligado por el campito pa’ jugar un rato a la pelota; llegaba a su casa, donde nos esperaba nuestra abnegada madre quien, después de cagarnos convenientemente a cintazos por venir con el guardapolvo hecho un desastre; nos mandaba a bañar (ufa, mamá, si ayer me bañé) como preliminar de la consabida cena familiar. Y mientras comía, uno pensaba en la suerte que tenía, al contar con ese morfi tan rico que nos había hecho la vieja; mientras que los charrúas, se ve que no tenían mamás que les cocinaran, porque si se los habían morfado a Solís y sus muchachos, seguramente sería porque tenían hambre, qué joder…
Y uno se dormía pensando en el chabón que había quedado vivo entre los charrúas, pobre... Y encima, sin siquiera tener al vigilante de la esquina como pa’ preguntarle qué bondi había que tomar para ir hasta el barrio La Guardia, pasaje Turín al 46, diga (los rosarinos no decimos "al cuatro mil seiscientos", ni en pedo; decimos “al cuarenta y seis”, como debe ser).
Después, uno ya se iba haciendo más grande, y si por esas putas casualidades de la vida descubría que después de todo, la historia le gustaba; aprendía que si era cierto que los indios se habían comido a Solís y sus compinches, no debían haber sido los charrúas, porque hete aquí que no eran antropófagos, entonces entrabas a buscar brolis y más brolis, y así te enterabas por el Pepe Rosa, por ejemplo, que los guachos que se habían manducado a Solís no eran los charrúas; sino los guaraníes, que también eran terribles y que practicaban la antropofagia ritual, pero que después, educados por los jesuitas, aprendieron modales, dejaron de morfar yoyegas y se volvieron tan buenitos, que hasta ayudaron a San Martín, Belgrano y Artigas a sacarnos de encima a los realistas (que a esas alturas, ya no eran más valientes y emprendedores como sus antepasados conquistadores; sino que se habían vuelto unos redomados hijos de puta de la mano de un reyezuelo cretino y medio maricón que no había caso que quisiera entender que nosotros ya éramos lo suficientemente creciditos como para valernos por nuestros propios medios).
Todo liso entonces, ya podíamos dormir tranquilos y ser felices por siempre jamás. Estaba clarísimo: a Solís no lo habían matado los charrúas, sino los guaraníes, y se lo habían morfado ritualmente “para apropiarse de su fuerza e inteligencia”.
El lugar preciso donde había desembarcado el valiente marino seguía sin saberse dónde mierda quedaba; pero bueno, después de todo, kilómetro más, kilómetro menos ¿a quién le importa?
—Una última cosita, don Pepe: el marinero que dejaron vivo los guaraníes, ¿qué pasó con ese? —Ah, bueno, sí, se llamaba Francisco del Puerto el hombre, y vivió entre los indios, que lo habían adoptado, hasta que once años después, llegó Sebastián Gaboto y lo rescató. —¡Qué bueno, qué suerte tuvo el hombre! Y dígame, don Pepe, ¿por qué fue que los guaraníes lo dejaron vivo? ¿No era que practicaban la antropofagia ritual “para apropiarse de la fuerza e inteligencia” de los enemigos? Y que yo sepa, el Francisco del Puerto ese, era enemigo (y mal agradecido, además; porque en cuanto pudo, los dejó de garpe a los indios, se fue con Gaboto y le alcahueteó todo), y también se mandó unas cuantas cagadas, ¿no? —¡Ufa, Juanca! Dejate de joder ¿Qué sos, Juan el Preguntón? ¡Qué plomazo viejo, qué plomazo! Y se levantó y se tomó el espiante. Pero no hay drama, don Pepe, después de todo, como bien decía el General, para un peronista no hay nada mejor que otro peronista; así que vaya nomás, que los fecas y los ginebrones los garpo yo.
En eso, cayó el inefable Georgie ¿Eh? ¿Cómo “qué Georgie”? El único Georgie que tenemos por estos pagos de Dios: el Georgie Borges, ¿qué otro Georgie va a ser? Hay gente que pregunta cada huevada, mirá (no Georgie, lo de “mirá” no lo dije por vos; como buen peroncho, soy mersún y grasa, pero no tanto como para llegar a ser maleducado burlándome de tu ceguera). Se sentó parsimoniosamente, colocó el bastón entre las gambas, apoyó ambas manos en la empuñadura, y mientras la Kodama pedía un agua sin gas para él y un té chino con scons para ella; el Georgie, impertérrito, me recitó su Fundación mítica de Buenos Aires:

Pensando bien la cosa, supondremos que el río
era azulejo entonces como oriundo del cielo
con su estrellita roja para marcar el sitio
en que ayunó Juan Díaz y los indios comieron

—Bárbaro Georgie, una lírica sublime. Ahora, vos que sabés de todo, ¿dónde joraca queda el sitio en que “ayunó” Solís, y cuáles eran los indios que “comieron”? Sin perder su británica flema, como con lástima, me dijo: “—Usted es peronista, ergo, es incorregible. Vamos, María”. Y se rajaron también... ‘ta que lo tiró ‘e las patas.
Y bueno, como don Pepe se chivó conmigo y perdió la paciencia, y el Georgie y la ponja no me dieron ni la hora; recurrí a don Jorgito Caldas, que me dijo: “—Mirá Juanca, a Solís y los suyos los mataron los guaraníes, pero no es cierto que después se los comieron. Disiento con los que afirman eso, porque ya establecí fehacientemente que los guaraníes no eran antropófagos”. —OK, don Jorge, pero ¿y los cómpli… digo, los otros que venían con Solís y que vieron todo desde el barco y afirmaron unánimemente que sí se los comieron, ¿qué pasó con esos; sufrieron una alucinación colectiva, que todos dijeron lo mismo? —Esteee… Juanca, no es que yo sea materialista, viste, pero la hora de sesión de hoy, ya se terminó; te doy un turno para la semana que viene y charlamos, ¿sí?
Y se piró por la tangente don Jorgito también, de modo que no me quedó otra que rumbear para la zona guaranítica, pa’l litoral que le dicen: Misiones, Corrientes y el Chaco; a ver cómo había había venido la mano con el asunto de la antropofagia ritual, Solís y todo eso.
En Resistencia, me junté a tomar un feca en La Biela con el Ertivio Acosta, que de cultura guaranítica la sabe lunga, y que cuando le saqué el tema de la antropofagia me miró entre espantado y horrorizado, y que luego de darme una sesuda charla sobre el Payé, el Pombero, San la Muerte y la receta para hacer chipá; me despachó, quedando yo más en bolas todavía que antes.
Pero como siempre fui un tipo de múltiples recursos, se me prendió la lamparita y me dije: “Ah, ya sé, me pego una vuelta por El Fogón de los Arrieros, que ahí, en la biblioteca, seguro tienen info sobre el tema". Llegué, y resulta que era Jueves de Tango en el Fogón, así que me agarraron unos amigotes que me dijeron “¿Eh, cuál Solís, el que cantaba boleros? Dejate de joder, boludo, vení tomate unos vinos con nosotros y cantate unos tanguitos”. Conclusión: salí de allí a las 2 de la matina, con un pedo cósmico y sin poder recordar muy bien a qué cuernos había ido.
Me crucé a Corrientes y me tragué todo el plomazo de Crónica histórica de la Provincia de Corrientes, de Manuel Florencio Mantilla, que como buen mitrista, cada vez que en sus páginas mencionaba a un guaraní, su elitista prosapia correntina lo llevaba a tener que andar buscando en el diccionario términos insultantes nuevos para endilgarles a los pobres indios, porque los que sabía de memoria, se ve que los había agotado. En fin…
Llegué a Posadas y ahí me enteré de que los rituales que implicaban antropofagia, no eran práctica habitual entre los guaraníes; pero que algunos historiadores, allá por el siglo XVII, habían mencionado algo al respecto, consignando que habían presenciado hechos de esa naturaleza y que la cosa era así: durante cierto tiempo, engordaban con ricos manjares al que iban a sacrificar, le daban doncellas para que el tipo se solazara, y por último, lo despachaban y se lo manducaban. Como puede apreciarse, nada que ver con el caso de Solís, al que inmediatamente después de haberlo cosido a flechazos, se lo lastraron sin más; nada de tiempo, nada de engorde y nada de doncellas para que se las garchara.
En eso estaba, leyendo el tomo Nº 25 de las Obras Completas de Félix de Azara, cuando de pronto aparecieron cuatro paraguayos que me espetaron: “—Che, curepí, ¿qué ta é lo que te pasa a vos con los guaraníes? Te manda a decir el general Stroessner que si seguís jodiendo, vas a aparecer flotando en el río. Coiná”, y que como primer aviso nomás, me dejaron mormoso a palos.
Y como nunca falta un roto para un descosido, encima, para agrandarme el bolonqui que tenía en el balero; se agregó el irlandés. Sí, el irlandés... ya saben: un tipo de esos colorados como huevo 'e ciclista, de ojos celestes y que se chupan hasta el agua de los floreros, bueno, uno de esos. Lucas Marton se llamaba el ñato, que era un jesuita que había aparecido por los pueblos de las Misiones allá por mediados del siglo XVIII y que la sabía lunga de todo: era historiador, políglota, arquitecto, botánico, geólogo, geógrafo, médico, astrónomo, filósofo y no sé cuántos títulos y maestrías más tenía encima… Aparentemente, por lo que pude enterarme, el tipo se había acollarado con una guaraní que se llamaba Maymboré, con la cual había tenido un hijo, que le decían el Antoñito (sic) Lazo; y en 1751, se declaró en rebeldía contra la Compañía de Jesús, largó los hábitos de jesuita, se internó en la selva con un puñado de guaraníes que lo idolatraban y lo llamaban Pay Guazú, y fundó un pueblo al que denominó Nazareno donde vivió unos años. Siendo ya de muy avanzada edad, se fue a vivir a Paso de las Toscas, junto al arroyo Solís Chico, en la Banda Oriental, donde falleció.
Pero resulta que el tipo guardaba celosamente una punta de documentos y un par de códices a los cuales parece que quería más que a su propia vida; así que les había encargado a sus guaraníes la fabricación de un arca primorosamente labrada, en la cual guardó todo eso, y que no ha podido ser encontrada. Pero sí se halló un libro de su autoría, titulado Yumaranei, en el cual sostiene una muy peculiar versión de lo que pasó con Solís: según Marton, Solís llegó a una isla, pero no desembarcó porque estaba enfermo, y en su lugar; lo hizo Martín García con otros seis marineros. Como en esa isla no encontraron alimentos, Solís les ordenó que se dirigieran a la tierra firme que se avistaba desde la isla (que era la costa de Colonia). Llegaron en un bote a tierra, y los guaraníes los recibieron amablemente y los agasajaron, pero Martín García y los otros mataron al grupo de guaraníes y violaron a sus mujeres, ante lo cual llegaron más guaraníes y los hicieron percha a todos, alcanzando sólo Martín García, malherido, a llegar al bote y remar hasta la isla donde esperaba Solís, muriendo a las pocas horas. Solís lo hizo sepultar allí y llamó a la isla con el nombre del muerto, y decidió volver a España. Pero Solís había estafado a la corona española en favor de la corona portuguesa, de la cual era informante, y en una borrachera, su cuñado, Francisco de Torres, se fue de boca y le contó eso a la tripulación, de resultas de lo cual hubo un motín a bordo, que Solís consiguió sofocar, cediendo todo lo que había ganado a sus marineros (mirá vos de dónde viene la coima, che). Éstos lo dejaron en la costa y volvieron a España, donde inventaron la historieta esa de que Solís había sido muerto y devorado por los indios. Y terminaba Marton afirmando que Solís, que estaba en connivencia con Portugal y que por eso había traicionado a España, vivió treinta y cinco años más, durante los cuales se casó con una charrúa y tuvo un hijo, falleciendo de muerte natural en 1552, con más de ochenta años, cerca del cerro Cono. ¿Qué tal te queda el moño? Pavadita de historia se mandó Lucas Marton, ¿no?
Conocí en Uruguay el arroyo Solís Chico, el cerro Cono, el Paso de las Toscas y la fortaleza de Santa Teresa; pero nada más pude averiguar acerca de la muerte de Solís y las circunstancias de la misma.
Por supuesto, todo lo que escribí sobre los encuentros con Pepe Rosa, Borges y Caldas Villar es joda; sí es cierto que leí y releí hasta el cansancio todo lo que pude encontrar sobre el asunto de Solís, y sí es cierto también que investigué, hurgando y rebuscando en todo lo que había en Misiones, en Corrientes, en el Chaco y en el Uruguay.
Y como da la casualidad de que estoy preparando un material sobre Andrés Guacurarí (que —dicen— era bisnieto de Lucas Marton), pintó el recuerdo de la duda que en aquel momento (hace ya más de treinta años) me surgió respecto de la suerte que habían corrido Solís y sus hombres. Duda esa que aún tengo.
Por eso, pregunto: ¿alguien sabe, en verdad, cómo, dónde y cuándo murió Solís?

-Juan Carlos Serqueiros-

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