En los 34 años que llevo ejerciendo mi profesión de psicóloga clínica, vengo observando que lo que llamamos cura va en un sentido sumamente peligroso. El ser humano es tratado psicológicamente como si fuera un papel en blanco al cual dirigir el dedo índice y señalar lo que está bien sentir, y si es lógico, ilógico, normal, productivo, sensato, improcedente, útil o inútil.
El daño que se inflige a las personas haciendo cirugía mayor en su alma, consiste actualmente en procurarle un reordenamiento de sentimientos en base a razones: lo que hay que olvidar, lo que hay que dejar de lado, lo que es importante y lo que no, lo que hay que superar, lo que es normal, lo que es conveniente, lo que hay que poner en primer plano, lo que hay que repetirse, en qué hay que concentrarse y en qué situaciones hay que hacer de cuenta que algo o alguien… ¡no existe!
Si a eso le sumamos las autoafirmaciones, los decretos, mantras y una cantidad de chips que evitan la reflexión; estamos condenados a caminar eternamente pisoteando nuestros problemas, lo cual es algo muy distinto a resolverlos.
El asunto es que la razón, los actos de voluntad y el deber, no pueden contra lo que se siente. Lo que sentimos pertenece al terreno de lo subjetivo, y querer curar algo que es natural tenerlo: subjetividad; es como querer operarnos de un brazo porque consideramos que sólo ese nos sirve y que con uno solo nos basta.
Por otro lado, querer dominar la vida en base a pura objetividad y amputando partes de nuestro ser (e incluso de nuestra historia, por considerarla un apéndice innecesario, un estorbo o algo que en teoría no se puede solucionar, como si no fuese posible leer un cuento por segunda, tercera o milésima vez y encontrar detalles que nos cambian la mirada), es como querer salir caminando sin piernas, sin saber de dónde venimos y por qué elegimos el camino de ir hacia dónde vamos.
La actual forma de tratar el dolor psíquico es hacer de cuenta que nacimos hoy y que tenemos una nueva vida. Y bajo ese principio se orienta a las personas a desconocer por qué son quienes son, cómo llegaron hasta aquí y cómo poder cambiar.
La razón y la fría lógica que se recibe como orientación y remedio en una terapia de este tipo, es además la razón de un otro que se coloca en una posición de poder y de sapiencia frente al paciente, ordenando en su mente lo que para él es prioritario, y desoyendo el dolor que, por supuesto, no siente en sí mismo ni padece. Esa forma de curar suena más a un padre que formatea la vida de su hijo, que a un terapeuta que sana.
Sanar no es ordenar ni señalar lo que se debe y lo que no. Tal como en la medicina, si uno no busca la raíz del mal; nos convertimos en consumidores de parches, en receptores de recetas, consejos o pastillas para tapar lo que nos pasa. Tapamos síntomas, tapamos recuerdos, dolores y tiempo; los borramos como se borran los errores ortográficos con una goma de borrar sobre el papel. Pero el magullón en la hoja, en el alma o en el cuerpo, queda, y la causa sigue viva escondida como la Hidra en el fondo de nuestra caverna psíquica.
Esa forma de sanar lo que fuere, cuerpo o alma (psique), es lo que causa los mayores problemas en esta humanidad que hace rato olvidó detenerse, observarse, pensarse, respetarse y concederse tiempo para comprender y saber de sí lo que cree saber de los demás.
Hoy no hay tiempo para los duelos, porque tal como lo indica la palabra duelo-dolor; esto lleva tiempo para tramitar y el tiempo es dinero. El dolor se ha catalogado como algo anormal, cuando en realidad; es la única forma de alarma que nos advierte que tenemos que parar y ocuparnos de nosotros.
La palabra superación pasó a ocupar el lugar del término elaboración y pasamos por encima todo lo que tendríamos que tratar con respeto. ¿No pasa eso, acaso, también con los viejos, los niños y en fin, con todo lo que demanda tiempo?
Hoy hay que erguirse enseguida ante cualquier caída, para seguir corriendo; aunque no sepamos hacia dónde ir. En el trabajo se te puede morir un hijo pero “tienes que superarlo”. Es mal mirado aquel que necesita reponerse de un problema, y es puesto en el lugar del "haber" contable cualquiera que esté pasando por una crisis o incluso por algo que lo convierta en un ser humano. Desde un embarazo hasta una preocupación familiar son tildados para el día de mañana saber a quién despedir primero.
El reino del pum para arriba y la cultura feliz se ha erigido en un modo de vida, en una moda a la que tememos desobedecer para no quedar "afuera". Hay que decir siempre y ante todo, que uno está “re bien, viste”, y no nos tomamos un minuto para llorar, porque eso es debilidad y además pone en fuga a todos los que nos rodean mientras somos máquinas de reír y sacarnos selfies.
Han amputado todas nuestras reacciones naturales, han enterrado nuestras dudas y han señalado al mundo emocional como si fuera una basura a descartar. La psicología se ha puesto más mágica y fast, y pululan los "consteladores", couchers (como si el alma fuese cuestión de entrenar), los neuro-psicólogos que nos toman como un amasijo de nervios y neuronas, y los chamanes que con dos simples pasos de baile te elevan a la categoría de ser metafísico. Algo genial para el ego, pero… letal para el alma.
Demonizaron al remedio más efectivo de la palabra para asegurar que la cura de Freud, de Jung y de los psicólogos profundos, no sirve. No sea cosa que pidas uno de esos por la obra social o la prepaga, y ellos tengan que costear por mucho tiempo un tratamiento que les lleva más dinero del que están dispuestos a invertir por tu alma.
La cultura, la ciencia y los que tienen el poder de decidir sobre el destino de todos, formatean el cerebro y las creencias, entronizando a los popes que llevan a consumir y a vivir superficialmente. Los "estudios" para sanar el alma son cursos de unos meses y las terapias son fast. Lustramos un poco, maquillamos otro tanto y listo, vete... para volver a enfermar, volver a pagar y volver a irnos, sólo un poco más ordenados de como vinimos.
Así, seguro que sentirás que es tu culpa. ¿Cómo no respondes a ningún tratamiento? ¿Qué clase de bicho raro eres? Mientras tanto, te vas convenciendo y haciendo a la creencia de que sin dudas, eres la rareza, el Quasimodo al que no le hacen efecto los mantras y las fórmulas que te dieron para remediar tu dolor, junto con las palabras del psicólogo, que te habla de lo que debes hacer o practicar en lugar de escucharte. Y después de todo, debe ser cierto que es tu cabeza la resistente a todo tratamiento, "porque a Fulanito se lo ve feliz, y yo aún (piensas para tus adentros) me siento mal". ¿No es cierto? Pero claro, lo que te faltaría conocer, es que Fulanito, igual que tú; usa la misma máscara feliz para que no se le note la tristeza.
No es en vano que hoy se repita el lema que dice "como te ven te tratan; si te ven mal, te maltratan". Se ha tomado esto como sabia receta cuando lo único que hace es maquillar la apariencia, la superficie, porque adentro... ¡ah!, adentro puedes estar podrido, amargado, enojado, triste; pero eso sí: que no se note. Muy bueno para la televisión, muy malo para el alma.
Por lo general, la cura está donde nos dicen que no está. Hemos creído tanto que no tenemos que hablar del dolor, que hoy nos reunimos sólo si son festejos y hasta en los velorios hay menos gente. La cultura de la felicidad es en realidad un cáncer que pretende dejar en el tártaro las comunes penas, las dudas, las lágrimas, los traspiés, la historia dolorosa, los obstáculos, los miedos. Pero deja de lado todo eso, convéncete o déjate convencer de que eso es debilidad a superar y salta por encima de tus problemas. Del otro lado estará la muralla contra la que rebotarás.
El primer paso para sanar, es aprender a respetar lo que uno siente. Y lo que no resuelvas en tu interior, no se irá posando para la foto que publicas con tu mejor sonrisa. Eres un ser hecho de tiempo y palabras. Y el tiempo no es sólo pasado ni sólo presente ni sólo futuro.
No lo olvides.
Lic. Gabriela Borraccetti
Psicóloga Clínica
M. P. 16814
* Gabriela Borraccetti (n. 1965, Vicente López, Buenos Aires), es licenciada en Psicología por la Universidad Argentina John F. Kennedy. De extensa trayectoria profesional, ejerce como psicóloga clínica especializada en el diagnóstico y tratamiento de la angustia, el estrés, los temas de la sexualidad y los conflictos derivados de situaciones familiares, de pareja y laborales. Es, además; poetisa, cuentista, artista plástica y astróloga. Para contactar con ella por consulta o terapia, enviar e-Mail a licgabrielaborraccetti@gmail.com o whatsapp al +54 9 11 7629-9160.
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