domingo, 17 de julio de 2022

CUANDO TALLAN LOS RECUERDOS

























Escribe: Juan Carlos Serqueiros

Jabón de tocador Manuelita, el que nos compraba mi vieja.


Claro, el que nos compraba... cuando había —cosa que raramente ocurría— unos pesos para jabón de tocador, porque si no; la mayoría de las veces nos bañábamos con el de lavar la ropa: el viejo y fiel Federal, que allá por 1957 tenía una propaganda con el equipo de Huracán:



Aquella casa chorizo (alquilada, desde luego) del pasaje Turín "al 46" (porque los rosarigasinos no decimos "al cuatro mil seiscientos", sino al cuarenta y seis) en un barrio pobre (muy), de esos... bravos, digamos, que había en mi Rosario natal: La Guardia.



Y mi perra, la Rory... una cuzquita mediana tirando a grande, de noble raza tajungapul, que mis viejos habían rescatado de la calle, una noche de lluvia, y con la cual aprendí a caminar, prendido del pelo de su lomo. La Rory, que tenía una cuestión personal con don Felipe, el lechero, al que se quería manducar crudo. Y por supuesto, tenía razón la Rory: era un reverendo guacho ese don Felipe, que le pegaba al caballo que tiraba del carro en el que repartía la leche y que siempre le mezquinaba a mi vieja la yapa en el jarrito de latón. Sí, don Felipe era un mal parido.
En cambio; don Raúl, y su señora, doña Felisa, eran macanudos. Esos dos me adoraban, y también sus hijos: el Chani, el Raulito y la Pichi. Bueno, en realidad, sobre la Pichi tenía mis dudas de que me quisiera, porque era la enfermera del barrio, la que ponía las inyecciones... Y la casa de don Raúl y doña Felisa era la embajada en que me "asilaba" cuando mi vieja me arreaba alguna soba con el cinto o la chancleta. Fue don Raúl (que para mí era don Nanú) el que me puso Calile; porque en el barrio, en las quintas, yo era "el Calile, el rubiecito ruliento ese, che, el hijo de la gringa Ilda, la que labura en la toldería".


¿Y aquellas revistas de nuestras niñez y adolescencia? Pa'l fulbo, teníamos El Gráfico:

 

Y para el automovilismo, Automundo o Parabrisas (esta última, furtiva, cuidadosa y sigilosamente escamoteada al viejo en las morosas, interminables horas de la siesta). Infaltables, eran de rigor:

 
  

Evocación de un tiempo irremisiblemente ido... Mi viejo, creciendo la tarde dominguera, mateando bajo el pomelo y sufriendo el partido del Globo. Mi vieja, lavando en el piletón del fondo. Y yo, feliz, en el potrero, remontando un barrilete hecho con cañas, engrudo y papel de diario, escapándole al gordo Cachito, el hijo de doña Pepa, la verdulera, ese que siempre me cascaba; o con el Chuna y el Tito, pateando una Pulpo mientras soñaba y me sentía el Toscano Rendo, para terminar a la nochecita asando camotes o pescando ranas en la zanja; maliciando los rezongos (o llegado el caso, los chirlos) de mi vieja cuando yo volviera a mi casa y ella advirtiese el estado de las pilchas tan esforzadamente adquiridas cuando lo permitía la siempre magra economía familiar de los Serqueiros. Y aquel terrible olor a pata que surgía en vahos emanados desde las entrañas mismas de las castigadas Skippy, las championes o los Sacachispas...


¿Y los primeros fasos comprados y fumados a escondidas, de contrabando? A ver si esto te refresca la memoria:


¿Y? ¿Te acordás ahora? Un saratoga, comprado suelto con unas monedas, en el kiosquito que estaba frente al colegio, fue mi primer cigarrillo, a los 12 años... Venían sin filtro, y era como fumar pasto encendido, un espiral...
Y ya me empezaba a tirar el rugby, que fue otra escuela de vida. Y que debo a la sugerencia que a mi vieja le hizo mi invalorable maestra de 7°, la por mí siempre adorada y recordada seño Radojka Pletikosic, con aquel atinadísimo consejo: "Ilda, sería bueno que Juancarlitos vaya a rugby, porque es un chico muy estudioso y aplicado, pero también; tímido, retraído, hosco y en ocasiones, agresivo. El rugby va a modelar su carácter y allí va a aprender a socializar, a compartir, a ganar, a perder y a canalizar en el juego tanta energía como tiene".
Pero para qué recordar... A qué viene tanta nostalgia... Por qué esa melancolía... si los recuerdos sólo son cenizas de un tiempo ido. La vida (¿quién dijo que es justa?) impone dar vuelta la hoja. 
Si seguramente, al final, como escribió Marta Mendicute: "La magia ya se ha perdido, / quién la pudiera encender... / Ni la tierra ya es de tierra... / Entonces, a qué volver...".

-Juan Carlos Serqueiros-

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