Escribe: Juan Carlos Serqueiros
Una de las facetas de la personalidad de Julio era su amor por los animales. Tenía muchos perros, todos los cuales había sacado de la calle, salvándolos.
En cuanto veía un perro callejero, se ocupaba de él, buscándole hogar, y más de una vez, increpó duramente —e incluso llegó a trompear— a quien los maltratara.
Es famosísima la anécdota que siempre contaba el gran Leopoldo Federico, acerca de una perrita abandonada que habían encontrado con Julio un día en que ambos andaban en el auto del primero. Julio se bajó del coche, alzó la perrita, y cuando llegaron a su domicilio, le pidió a Leopoldo que la tuviera y cuidara hasta que él le consiguiera hogar; pues ya tenía muchos perros en su casa y no cabía ninguno más.
Al día siguiente, tenían que grabar, y Julio, en un café cercano a la discográfica, esperaba a Leopoldo. Cuando éste llegó, Sosa en el acto le preguntó por la perrita.
—¡No me hables más de eso, por favor! —fue la reacción de Leopoldo.
Es que ocurrió que la perrita se le había escapado por la ventanilla abierta del auto y el pobre Leopoldo (cuyo estado físico no era precisamente el de un atleta), tuvo que correrla una cuadra hasta alcanzarla y salvarla de los autos que la podían atropellar, y de allí en más, tuvo que ir hasta su casa a dos por hora pues el animalito se le había instalado sobre sus rodillas y prácticamente no podía manejar.
Julio no sólo ponía el corazón en todos los tangos que interpretaba con sin igual maestría; le sobraba para darlo también a los peluditos de cuatro patas.
-Juan Carlos Serqueiros-
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