Escribe:
Juan Carlos Serqueiros
Por muchas razones y causas, conviene y es necesario que del mandar y obedecer participen todos de la misma manera, a veces mandando y a veces obedeciendo. (Francisco Martínez Marina)
Durante
las dos últimas décadas los argentinos hemos asistido a una re valorización del
suceso histórico conocido como Congreso de Oriente (también llamado de los
Pueblos Libres o de Arroyo de la China). Lamentablemente, tal circunstancia,
que a priori se supone auspiciosa
en tanto significa un avance en el trabajoso proceso de aprehender nuestro
pasado; a menudo es miserable e inescrupulosamente manipulada en desmedro de la Declaración
de Independencia dada el 9 de Julio de 1816 en Tucumán, en el seno del Congreso
General Constituyente.
El
“ataque” consiste en sostener que la primera
declaración independentista se produjo el 29 de Junio de 1815 al inaugurarse el
de Oriente, y que consecuentemente; la otra,
la de Tucumán; ha sido impuesta por la historiografía oficial para ocultar
aquella a la que reputan como única valedera. Fuego graneado al cual, desde la trinchera de los “agredidos”, se replica con munición gruesa alegando una falla
de base por parte de los postulantes de eso que, a su vez, ellos no trepidan en
calificar de mito cuando no de delirio: la carencia de documentación a la hora
de avalar una pretensión que juzgan como ridícula. Y por supuesto, todo
convenientemente acompañado de loas a Artigas y al Protectorado, y denuestos a
Pueyrredón y al Directorio, por un lado; y de diatribas a los primeros y
alabanzas a los segundos, por otro. En eso están entretenidos y sin atinar a salir del brete alevoso en el que unos y otros se metieron (o, más
apropiadamente expresado, volvieron a
meterse; porque la disputa actual no es sino un revival de la “batalla” historiográfica que en torno al tema se dio
en la década de 1960 entre las corrientes oficial
y revisionista).
Pero
mejor, estimado lector, dejémoles enzarzados en discusiones estériles, y
dediquémonos a procurar un aporte a la búsqueda de eso tan elusivo que llamamos
verdad histórica. Aquellas dos asambleas
representaron modos diametralmente opuestos de entender la Revolución de Mayo,
y por ende; de concebir y proyectar el país emergente de ella que en cada una se
propugnó. Veamos, pues, en qué consistió el Congreso de Oriente, por qué y para
qué fue convocado, y qué resultó del mismo.
Principiemos
por convenir en que debe considerarse detallada y exhaustivamente la evidencia de que en el campo
federal-artiguista no existió unanimidad de ideas, criterios y propósitos (lo
mismo aplica para el centralista-directorial, pero por ahora, limitados a la
brevedad de este opúsculo, circunscribámonos al primero).
El
sistema Pueblos Libres, en tanto coalición heterogénea —y por eso mismo
inestable— e ideologema radical en su esencia, traía consigo una visión enfocada
desde la atalaya de un sincretismo que incluía, además de las ideas cuya
inducción le era propia a partir de la interpretación que hacía de la
Revolución de Mayo, de la realidad tal como la percibía y de los objetivos que buscaba
lograr; elementos y conceptos tomados del suarismo, del marinismo, del constitucionalismo
norteamericano, del radicalismo painesiano y de las doctrinas rousseaunianas. Y
partiendo del principio de retroversión de la soberanía a los pueblos, proponía:
la confederación entre provincias-estado libremente determinadas, la
integración entre grupos étnicos diversos —aún cuando fuesen ancestralmente antagónicos, incluso—,
y un rasero igualador en el orden social.
El
problema estribaba en que a la hora de la praxis, esto es, de tornarse realidad
tangible en tanto orden sistémico efectivamente instaurado, pudo proteger —de ahí el título dado a
Artigas: Protector de los Pueblos Libres—
a las provincias que lo integraban, del poder pretenciosamente omnímodo que se
arrogaba Buenos Aires, pero a la vez; se demostró como absolutamente incapaz de
allanar las diferencias intestinas en cada una de ellas, de sustraerse a la
lenidad y de lograr que las conveniencias sectoriales se subordinasen al
interés común a toda la Liga Federal.
En
Corrientes, la élite urbana, es decir el estrato blanco y culto de la población
que tenía a las minorías indias y negras sujetas a la servidumbre cuando no a
la esclavitud, en pos de sacudirse de encima el prepotente centralismo porteño,
aceptó y adoptó, en un principio, el artiguismo para la consecución de dicho objetivo; pero bien
pronto se revolvió contra él, en procura no solamente de mantener su hegemonía y
sus privilegios de clase, sino además; el tráfico desde y hacia la antigua
capital del virreinato (dicho sea de paso, no puede obviarse en el análisis, la
consideración de que los intereses comerciales —no sólo de Corrientes, sino de
todo el litoral— pasaban por el puerto de Buenos Aires; no por el de
Montevideo). Y en el interior de la provincia, la base del artiguismo la constituían
los actores sociales del comercio (bolicheros de campaña) y de la producción (artesanos,
peones rurales, chacareros, y estancieros pequeños y medianos). Eran los tres últimos,
además; quienes sostenían el costo económico de las milicias destinadas ora a sustraerlos
(objetivo que nunca se logró alcanzar) del flagelo de los saqueos y demás delitos perpetrados
por gavillas armadas integradas por desertores, indios sueltos, gauchos malos y demás elementos del lumpenaje
que malvivía encharcado en la molicie, el crimen y el vicio; ora a la guerra
exterior que se venía contra los portugueses (en la que no sentían fuera a
jugarse algo suyo —los comandantes luso-brasileros tuvieron órdenes precisas de
no atacar posiciones correntinas ni afectar sus intereses—, sino que por lo
contrario; los privaba del pingüe negocio de pasar clandestinamente ganado a
las Misiones Orientales, encima —se decían— para que “la indiada” misionera
tuviese una provincia para sí, y para colmo de los colmos; en territorio que consideraban
perteneciente a la suya). Con lo cual también ellos terminaron por revolverse
contra los gobiernos artiguistas de Juan Bautista Méndez y José de Silva.
En
síntesis, Corrientes consentía en integrar la Liga Federal, pero eso sí: no
quería saber nada de pueblos libres, reparto
de tierras y mucho menos de integración con los guaraníes. Y se mantendría artiguista… siempre y cuando se le
permitiera comerciar con Buenos Aires y vender ganado al ejército portugués,
claro. Hacía lo de aquellos que quieren el perro pero no las pulgas. Y así las
cosas, el tan cacareado federalismo correntino era, propiamente, una bolsada ‘e gatos.
En
1815 el fiel de la balanza parecía inclinarse decididamente hacia el artiguismo.
El 9 de enero, a consecuencia de un motín contra Rondeau en el ejército del
Perú que se hallaba acantonado en Jujuy, renunció el Director Supremo, Gervasio
Posadas, y la Asamblea eligió a su sobrino, Carlos de Alvear, para sucederlo en
el cargo. Al día siguiente, en la batalla de Guayabos, tropas federales con Fructuoso
Rivera a su frente, derrotaron a las directoriales que comandaba Manuel Dorrego.
A
fines de enero una bomba cayó sobre Buenos Aires y Montevideo en forma de
noticia: desde Cádiz se aprestaba a partir, al mando del general Pablo Morillo,
una expedición española integrada por 60 buques transportando 12.000 soldados,
con la cual, supuestamente, la corona española pretendía aplastar la revolución
en el Plata. Eso fue lo que decidió a Alvear, en marzo, a entregar a Artigas la plaza
de Montevideo (no sin antes incautarse de todo el armamento, poner la ciudad a
saco y ofrecerle nada menos que la independencia absoluta de la Banda Oriental
(que Artigas rechazó terminantemente). Desde el 26, flameaba en el fuerte el
pabellón tricolor del federalismo.
En
Córdoba, su gobernador, coronel José Javier Díaz (electo en cabildo abierto del
29 de marzo de 1815 luego de la mudanza —incruenta, felizmente— que significó la deposición
del directorial Francisco Antonio Ortiz de Ocampo —después de intimaciones en
términos desafortunados e inoportunos cursadas tanto a él como al cabildo por
parte de Artigas—), guardaba un cuidadoso equilibrio entre la adhesión a éste y
al director de turno. Conminado a definirse, por carta que el 8 de abril le
dirigió el primero, se resolvió por colocarse bajo el protectorado del oriental
e integrar la provincia a la Liga Federal; pero conservando, tanto en el
propósito como en la práctica, la potestad de llevar adelante sus propias
negociaciones con el Directorio, aún cuando eso significara hacerlas por cuerda
separada de los Pueblos Libres. Díaz era federal, sí; pero —pequeño detalle— eso no quería decir que
fuese artiguista.
En
Santa Fe, entre el 10 y el 20 de marzo de 1815, los blandengues que protegían
la frontera con los indios se sublevaron en conjunto con estos últimos y emprendieron
la marcha hacia la ciudad, en la cual también entre los vecinos del centro y de
las orillas había gran animosidad contra el teniente gobernador designado por
el directorio: Eustoquio Díaz Vélez, quien capituló el 24, embarcándose el 28
para Buenos Aires con toda su tropa desarmada. El 2 de abril, el cabildo eligió
gobernador a Francisco Antonio Candioti, siendo ese acto refrendado en asamblea
popular el 26 del mismo mes. El 3 fue apoteótico en Santa Fe: flameó la bandera
tricolor del federalismo en la plaza y se decretaron tres días de fuegos
artificiales y luminarias. El 13, entraba Artigas a la ciudad. Santa Fe integraba
la Liga Federal.
Un
exultante Artigas creyó —erróneamente, como veremos a continuación— llegada la
hora de avanzar sobre Buenos Aires para hacerla pueblo libre. Arribadas a Santa Fe tropas al mando de Hereñú y los
mocovíes de San Javier conducidos por Manuel Francisco Artigas, dispuso que se
dirigieran a San Nicolás, principiando así la invasión federal que venía proyectando.
Era un triunfalismo excesivo que nubló su habitualmente aguda percepción: esas
fuerzas no bastaban para imponerse al ejército de Alvear, ante lo cual, empecinado
en llevar adelante su plan a como diese lugar, reclamó a Candioti el auxilio de
Santa Fe para aumentarlas. Éste le hizo notar que la provincia, empobrecida al
extremo, desguarnecidas sus fronteras con los indios hostiles y obligada a
considerar la posibilidad de una reacción porteña, no estaba en condiciones
para ello. Como el oriental insistió en su pretensión; el gobernador —leal y
consecuente amigo suyo que se contaba entre los pocos que podían llamarlo Pepe—, tuvo que ponerse firme: “Así como
el pueblo santafesino le aclamó como su Protector, también puede desafiar a
usted si ve amenazada su independencia” (independencia
en el sentido de autonomía, claro está), le dijo aquel venerable patriarca.
Artigas se fue al mazo.
Hasta
aquí hemos visto, entonces, que ni el federalismo correntino ni el cordobés ni
el santafesino, eran necesariamente sinónimos de artiguismo.
Por
su parte, Alvear se jugó el todo por el todo. Con su ejército acantonado en
Olivos, fuerte de 8.000 hombres perfectamente armados y pertrechados, más su aspiración
a la gloria y su vocación de poder; parecía tener asegurado el triunfo. Pero… parecía
nomás; porque como bien escribió Enrique Cadícamo, “la vida es una carpeta”: resuelto
a liquidar al artiguismo y reconquistar
para el directorio Santa Fe —y también Córdoba, porque desconfiaba de Díaz—,
destacó una vanguardia de 1.600 hombres al mando del coronel Ignacio Álvarez
Thomas; pero ésta se sublevó en la posta de Fontezuelas, cercana a Pergamino.
Inmediatamente, Álvarez Thomas y Artigas abrieron negociaciones con miras a la
concordia.
El
15 de abril se produjo una revolución en Buenos Aires, y dos días después,
Alvear renunciaba. Fue reemplazado por Rondeau, como director de Estado —no ya “Supremo” como lo
habían sido Posadas y Alvear— titular
(nunca asumiría, pues se negaba a abandonar la jefatura del ejército del Perú),
con Álvarez Thomas como interino. Su
gobierno estaría supervisado por una junta
de observación y se regiría por un estatuto
provisional “para la dirección y administración del Estado” (que en su
articulado incluía la convocatoria a un congreso general, tanto de Buenos Aires como de “todas las ciudades y villas de las
provincias interiores”, a realizarse en Tucumán —en
lo cual se hallaban previamente contestes Artigas y Álvarez Thomas—). El 17 de
abril de 1815, Antonio Luis Beruti izó en el fuerte de Buenos Aires la bandera
azul celeste y blanca enarbolada en
Rosario tres años antes por Belgrano.
Invitadas
las provincias, por circular del cabildo de Buenos Aires fechada el 21, a
aceptar el nuevo gobierno y el estatuto, y a confirmar la asistencia al congreso,
sólo Tucumán y las del Alto Perú (éstas por intermedio de los patriotas
emigrados de ellas, porque se hallaban bajo el dominio realista) se
pronunciaron por la afirmativa; Cuyo (gobernaba San Martín) aceptó solamente lo
referido a la formación del congreso, lo mismo que Salta y Córdoba (que como
vimos, fluctuaba entre Artigas y el Directorio). Paraguay (provincia que había
resistido la Revolución de Mayo y que aislada en sí misma bajo la dictadura del
doctor Francia, sin poner ni un centavo ni un solo hombre mientras las demás se
desangraban en la guerra de la independencia; no sólo disfrutaba de los cuantiosos beneficios que le reportaba su comercio con ellas, sino que además; procuraba
expandirse a sus expensas ocupando territorios pertenecientes a Corrientes y
Misiones) correspondió al convite “obsequiando” la callada por respuesta.
En
cuanto a la Banda Oriental, Corrientes, Entre Ríos, Misiones y Santa Fe; el 29
de abril respondieron, por intermedio de Artigas, en oficio de éste desde su cuartel general en Santa Fe, dirigido al
cabildo de Buenos Aires, que sometería el asunto a un “congreso de los pueblos
que se hallan bajo su mando y protección” (sic).
Artigas
venía madurando la idea de llamar a una asamblea de las provincias federales a
fin de dar forma más o menos jurídica a la alianza entre ellas, y sentar las
bases socioeconómicas para el sistema. La turbulencia política en Corrientes,
el triunfo obtenido por sus armas en Guayabos, y la incorporación de Córdoba y
Santa Fe a la Liga Federal, ya eran motivos suficientes como para llevarla a la
práctica. Y la amenaza representada por la expedición española, el abandono de
su propósito de invadir Buenos Aires a partir de las expectativas de un arreglo
pacífico con ésta que albergaba desde la caída de Alvear, y la necesidad de
pronunciarse con respecto al pedido del cabildo porteño, de
reconocer al nuevo director y al estatuto que regiría su gobierno; fueron los
factores que lo decidieron a ello.
“Conducidos los negocios públicos al alto punto en que se ven, es peculiar al pueblo sellar el primer paso que debe seguirse a la conclusión de las transacciones que espero formalizar. En esta virtud, creo ya oportuno reunir en Arroyo de la China un congreso compuesto de los diputados de los pueblos”, rezaba su circular.
Y por aquello de “a Dios rogando y con el mazo dando”, despachó
comunicaciones solicitando —en algunos casos; en otros, directamente ordenando— que eligieran y enviaran a la Villa de Arroyo de la China (Concepción del Uruguay),
diputados al congreso a realizarse en dicho punto:
Al cabildo de Corrientes (dispuso “dos por ese pueblo y uno por cada cual de los pueblos de la campaña”, resultando electos Juan Francisco Cabral y Ángel Mariano Vedoya por la ciudad capital, el propio Artigas por San Roque, Juan Bautista Fernández por Itatí y Sebastián Almirón por Santa Rita de la Esquina); a los cabildos indios de los pueblos misioneros de Apóstoles, Concepción, San Carlos, San Javier, San José, Santa María la Mayor y Santos Mártires, el 29 de abril (sólo se tiene el dato de uno de los electos: Andrés Yacabú, sin poder precisarse por cuál de los cabildos lo era, si bien hay certeza de que no lo fue por el de Concepción); a Santa Fe, el 29 de mayo (resultaron electos Pascual Diez de Andino y Pedro Aldao, representación luego acotada al primero en razón de las penurias del erario); a Córdoba (por intermedio de José Roque Savid —el cabildo cordobés no quiso intervenir, ante lo cual se eligió, por parte de los cuarteles en que estaba dividida la ciudad, a José Antonio Cabrera—). Por la Banda Oriental, sabemos de Miguel Barreiro y de otros tres diputados: uno por Santa Lucía (del cual se desconoce su filiación), uno por San Carlos: el médico Francisco Dionisio Martínez (lo consigna él mismo en su autobiografía escrita en 1859 y publicada en 1913); y Pedro Bauzá (por el Diario de viaje, de Dámaso Larrañaga, quien lo menciona en ese carácter, pero sin aclarar por cuál de los pueblos fue diputado). Por Entre Ríos lo fueron José Simón García de Cossio representando a la Comandancia General, y Pedro Hereñú a Nogoyá.
Pero.... ocurrió algo que vino a dar al traste con sus planes.
Aquellas “transacciones que espero formalizar”, eran las negociaciones con Álvarez Thomas. El 11 de mayo, éste informó a Artigas que enviaba al coronel Blas José Pico (directorial que en 1814 había sido partidario de la guerra a muerte contra el artiguismo, y sugerido a Posadas que “debía desterrar 500 familias y fusilar a todo el que se tome prisionero”) y al doctor Francisco Bruno de Rivarola (quien mantenía con Artigas una antigua amistad), para convenir con él “los pactos de unión que deben vincular a ambos territorios” (sic).
Llegados éstos a Paysandú en el falucho Fama, el 16 de junio Artigas les entregó
las bases que proponía para el acuerdo, las cuales sintéticamente consistían en:
Estipular (remontándose dos años atrás al remitir al congreso del 5 de Abril,
también llamado de Tres Cruces) que la Banda Oriental formaba con las demás
provincias una alianza ofensiva y defensiva que se traduciría en un Estado a
organizarse en torno a la constitución que dictara el congreso general, todo lo cual se hacía extensivo, además, a
Córdoba, Corrientes, Entre Ríos, Misiones y Santa Fe “hasta que voluntariamente
quieran separarse de la protección de la provincia Oriental y de la dirección
del Jefe de los Orientales”; Buenos Aires devolvería a la Banda Oriental la
mayor parte del armamento extraído de ella por Alvear, y la indemnizaría por
las confiscaciones y contribuciones impuestas durante la actuación de éste.
Al
día siguiente, los comisionados contra propusieron: Buenos Aires reconocería la
independencia de la Banda Oriental; se dejaría a las provincias de Entre Ríos y
Corrientes —nada se decía de Misiones, porque Buenos Aires la consideraba perteneciente
a la segunda— libres para resolver por sí mismas a cuál de los dos bloques
adherir; se obligaba, en caso de llegar la expedición peninsular al Plata, a ayudar
a la Banda Oriental, la cual se obligaba recíprocamente; se declaraban compensados
los gastos y auxilios de la guerra contra la dominación española en la Banda
Oriental; y se entregarían a ésta 1.500 fusiles, 12 cañones “de campaña”, 30
cañones “de grueso calibre, sables y municiones.
La
cuestión terminó a los gritos entre Pico y Artigas (no así entre éste y
Rivarola, por la amistad que se profesaban). El intento de acuerdo fracasó, y
al día siguiente los comisionados emprendían el regreso a Buenos Aires. Artigas escribió a Álvarez Thomas haciéndolo responsable de que no se hubieran podido
conciliar las diferencias y acusándolo de reproducir en su gobierno “los
principios detestables que caracterizaron la conducta del anterior” (sic). El
director respondió que reputaba injurioso el cargo que le hacía, y que por su
parte, se limitaría a girar el asunto al congreso general para que cuando éste
se reuniera, se pronunciase al respecto.
¿Por
qué no pudo conciliarse? Formará usted, querido amigo lector, su propia opinión.
Por mi parte, estimo pertinente hacer notar que Artigas, al oficiar a Álvarez
Thomas el 18, consignaba taxativamente que entendía “la situación de miseria de esa capital y su caja” (sic), y
trascartón agregaba: “pero sobre
artículos de armamento yo no he visto la menor razón” (sic). Ergo, era
consciente de por dónde pasaba la cuestión principal. Entonces, ¿para qué tensó
la cuerda al extremo de romperla, obstinándose en exigencias que a priori sabía que no habrían de ser
aceptadas, y además; agraviando a un gobierno acerca de cuyo reconocimiento se
había obligado a pronunciarse, imputándole nada menos que ser igual al que
había derrocado? Un político hubiera aprovechado la oportunidad, tomando lo que
la ocasión le ofrecía. Pero él no era un político; sino un caudillo llamado a
cumplir una misión mucho más alta y ambiciosa que asirse a una coyuntura
presuntamente ventajosa en el corto plazo. Así y todo, creo que debió haber aceptado
la última propuesta de los comisionados y cerrar trato, porque al rechazarla, Artigas se vio colocado en una posición delicadísima.
Sin el armamento, ya no podría asegurar la región misionera equipando al ejército de Andresito para mantener a los paraguayos fuera de los pueblos al este del Paraná, escarmentar a los portugueses que asolaban las misiones occidentales y, tomando la ofensiva, traspasar el río Uruguay para recuperar las orientales y avanzar desde ellas hasta Porto Alegre. Y tampoco contaría con el poder disuasivo suficiente para desalentar el probable intento que en pos de reconquistar Santa Fe haría el Directorio —que de hecho, ya preparaba la expedición militar que mandaría a fines de julio— para sustraerla a la Liga Federal e integrarla nuevamente a Buenos Aires. Por eso —ya fuera que lo percibió per se o se lo hiciese notar algún diputado—, tuvo que recoger el barrilete.
Así
las cosas, el amplio temario a tratarse en el seno del Congreso de Oriente,
quedó, por fuerza de las circunstancias, reducido a una sola cuestión: lograr un
avenimiento con Buenos Aires. Llegado Artigas a Concepción del Uruguay el 27 de
junio y ya encontrándose allí todos los diputados excepto los de Misiones y
algunos de Corrientes, el 29 se comenzó a sesionar. Oído el informe del
Protector relativo a la misión Pico-Rivarola, el congreso resolvió destacar ante
Álvarez Thomas, una integrada por los diputados Barreiro, Cabrera, Diez de
Andino y García de Cossio, con el cometido de retomar las negociaciones y
llevarlas a buen término.
En esos cuatro comisionados estaban representadas las seis provincias integrantes de la Liga Federal: Santa Fe en Andino, la Banda Oriental en Barreiro, Córdoba en Cabrera; y Corrientes, Entre Ríos y Misiones en Cossio (a quien Artigas tenía, por entonces, preso por instigar y propiciar en 1814 el golpe dado en Corrientes por Perugorría al gobierno artiguista de Méndez, y era diputado al congreso en el carácter de “representante de la Comandancia General del Entre Ríos” —el empleo, en la redacción original, de la contracción del en lugar de la preposición de, indica a las claras que Artigas se refería no a la provincia propiamente dicha; sino al Continente de Entre Ríos, como se designaba en aquella época a la Mesopotamia: Corrientes, Entre Ríos y Misiones—, y en cuanto a lo de Comandancia General del Entre Ríos, era como decir Artigas, en tanto de hecho, quien fungía como comandante general de todas las provincias de la Liga era él mismo).
El
5 de julio partieron los comisionados en una balandra, arribando a Buenos Aires
el 11. El 13, enviaron a Álvarez Thomas las bases que proponían para el
acuerdo. Éste —sin recibirlos— les respondió por nota el 14, que las examinaría
detenidamente y les contestaría en
oportunidad. No sólo no los recibió —delegó la cuestión en su secretario de
Estado, Gregorio Tagle—, sino que además; intentó, posiblemente a instancias de
éste, recluirlos en la fragata Neptuno
(Buenos Aires estaba preparando un ejército para lanzarlo sobre Santa Fe, lo
cual, obviamente, procuraba ocultar a la vista de los comisionados —que de todos modos, lo
supieron—). El 2 de agosto, Artigas ofició a Álvarez Thomas intimándolo a poner
“en cualquier punto de esta banda a los diputados” y advirtiéndole que de no
verificarlo así, daría “principio a las hostilidades del modo más escandaloso”.
El director, a su vez, destacó ante los comisionados, en carácter de
“autorizado por S. E.” al sacerdote Antonio Sáenz (que integraba la junta de
observación), quien trató de persuadirlos de convenir en estos puntos
principales: habría paz entre el gobierno de Buenos Aires y el Jefe de los
Orientales, ambos territorios y gobiernos serían independientes el uno del otro,
el Paraná sería el límite de sus respectivas jurisdicciones, ambos renunciaban a reclamarse indemnizaciones, y se obligaban a enviar sus diputados al congreso
general (a realizarse en Tucumán). Los comisionados, si bien se habrían
manifestado conformes (según Sáenz) con esas bases; se negaron a suscribirlas.
Ocurría
que informado el Directorio (Artigas ya lo sabía) de que la
expedición española finalmente no se dirigiría al Plata, y decidido a recuperar
Santa Fe; ya no tenía interés en la concordia.
El 4 de agosto, los comisionados (excepto Cabrera, quien quedó en Buenos Aires ocupado en tratativas entre Córdoba y el Directorio), se embarcaron de regreso. La misión del Congreso de Oriente (que fue clausurado por Artigas inmediatamente después de arribados éstos al puerto de Concepción del Uruguay, el 12) había fracasado.
El 4 de agosto, los comisionados (excepto Cabrera, quien quedó en Buenos Aires ocupado en tratativas entre Córdoba y el Directorio), se embarcaron de regreso. La misión del Congreso de Oriente (que fue clausurado por Artigas inmediatamente después de arribados éstos al puerto de Concepción del Uruguay, el 12) había fracasado.
Volvamos,
estimado lector, al ámbito específico de la susodicha asamblea. Cabe preguntarse: en lo que hace
a logística e infraestructura, ¿cómo se las compusieron aquellos hombres?
Hemos
visto que los diputados de Misiones y algunos de los de Corrientes, aún no
habían llegado al momento de iniciarse las sesiones, con lo cual convendremos en
que con respecto a lo primero, esto es, el transporte, se obró con bastante
imprevisión, aún; considerando la situación político-militar, las dificultades
derivadas de la geografía y de los factores climáticos, las limitaciones de los
medios de la época y la cortedad presupuestaria. Y en relación a lo segundo, Concepción
del Uruguay era por entonces una población que contaba con alrededor de 1.000
habitantes. Descartando los precarios ranchos de estanteo; las demás (pocas) viviendas que había, incluida la
del comandante de la villa, José Antonio Berdún, eran del tipo de azotea, con una o a lo sumo dos,
habitaciones con techos de caña y paja, paredes de adobe y pisos de ladrillo,
adosadas a un rancho que servía de cocina y despensa; exceptuando una sola
casona solariega: la erigida por la familia López-Jordán y que después fue
adquirida por los Calvento, que en la actualidad se conserva tal como era originalmente (funciona en ella el museo Delio Panizza). ¿Dónde se alojaron y dónde sesionaron, pues, los diputados?
Estuve en no menos de diez oportunidades en Concepción del Uruguay, en procura de averiguarlo. En aquella época, era relativamente común que en las casonas solariegas se cedieran —o se alquilaran, de modo de engrosar los ingresos familiares— temporariamente habitaciones a los viajeros que arribasen al pueblo. En esa casa, hecha edificar por su padre, transcurrió parte de la vida de Ricardo López Jordán y de su medio hermano, Francisco Ramírez; allí residía la familia de la novia y prometida de este último, Norberta Calvento; y en ella se hospedaron: Belgrano, de regreso de la Expedición al Paraguay; Alvear, después de Ituzaingó; Balcarce (quien falleció en una de sus habitaciones); y Lavalle. Y hay registros del paso de todos y cada uno de ellos por esa casona, pero extrañamente; no hay ninguno, ni siquiera tradición oral, de que hubiera albergado a algún o algunos diputado/s al Congreso de Oriente ni de que en su sala principal se hayan realizado sesiones. Raro, ¿no?
Infiero
como probable que se hayan hospedado, repartidos entre las casas
de azotea, algunos; mientras que
otros hayan pernoctado en las mismas embarcaciones que los habían transportado
hasta allí. Y que hayan utilizado, para sesionar, la sala capitular del cabildo.
Pasemos
al controvertido tema de la declaración de independencia dada en el Congreso de
Oriente, la cual algunos aseguran que efectivamente se produjo, extraviándose o
siendo sustraída después el acta; y otros sostienen lo contrario. Principiemos
por aclarar que la falta de determinados elementos en el corpus documental, aún
cuando éstos fueran centrales a la cuestión en tanto revistiesen una
importancia superlativa, de ninguna manera constituye motivo valedero para rechazar
la pertinencia de abordar historiográficamente el suceso del que se trate ni otorga
razón suficiente para minimizarlo hasta el punto de hacer como que lo ocurrido…
no ocurrió.
Particularmente,
me hallo inclinado a creer que en el Congreso de Oriente no se labraron actas.
Me conduce a ello el análisis de los oficios enviados en el lapso que abarca la
producción del hecho histórico que nos ocupa, por parte de Artigas a los
gobiernos y cabildos de las provincias que integraban la Liga, en los cuales
les informaba acerca de lo tratado y resuelto en el inicio de la asamblea, para
después, una vez conocido el fracaso de la misión enviada a Buenos Aires; comunicarles,
en un texto más o menos uniforme para todos, que: “Regresa a su provincia el Sr.
Diputado Fulano. Él impondrá a Ud. de los pormenores, etc., etc.”. Si se
hubieran levantado actas, ¿para qué, entonces, iba Artigas a fatigar su
secretaría redactando pliegos y más pliegos y desperdiciando papel (del que siempre andaba escaso); si le bastaba con enviar copia de éstas? Y de
haberse labrado actas, ¿por qué iba a confiar en que la transmisión oral a
través de un tercero (el diputado), fuera fidedigna, reflejara
exactamente lo ocurrido y el relato no resultara tergiversado o incompleto;
pudiendo evitar ese riesgo apelando al sencillo trámite de adjuntar una copia?
Asimismo,
creo que no se produjo en el Congreso de Oriente una declaración formal de independencia, en tanto las
provincias de la Liga, desde el momento de integrar la misma, la daban por
sobreentendida, tanto a la absoluta
(es decir, de España y de cualquier otra potencia) como a la relativa (de Buenos Aires). Hasta me atrevo, incluso, a ir más allá: si
mis suposiciones fuesen equivocadas y resultare que sí se hubieran labrado actas; creo que al hallarse éstas nos daríamos con que la
declaración de independencia no se encuentra estipulada en una ad hoc, sino que aparecería consignada en
una frase como encabezado o, a lo sumo, como oración limitada a uno o dos renglones en alguna referida a cualquier otra cuestión, sea esta política, militar o económica.
Y estimo como probable, además; que en tal caso no figuraría el término independencia, sino la palabra soberanía. Ocurre que a partir del
conocimiento que tenemos de la Declaración de Independencia del 9 de Julio de
1816 en Tucumán, hemos ido, inadvertidamente, naturalizando el concepto de que otra proclama igual o similar que pudiera haberse dado, tenemos que esperarla y
aún exigirla expresamente formalizada en un acta específica y exclusivamente dedicada a ese punto.
¿Por qué damos por sentado que debe ser forzosamente así, toda vez que, bien
pensada la cosa no hay ninguna razón para ello?
El
Congreso de Oriente y el Congreso de Tucumán (o, más apropiadamente,
Congreso General Constituyente, porque empezó sesionando en Tucumán y acabó haciéndolo
en Buenos Aires) fueron antagónicos, sí, en tanto significantes de proyectos sustancialmente diferentes de país. Pero que lo fueran al momento de los hechos, no implica que
deban seguir siéndolo en la argentinidad de hoy en día, porque tanto usted,
querido lector, como quien suscribe, venimos derivados de ambos,
simplemente porque las cosas fueron como fueron y eso no podemos cambiarlo; tenemos que aceptarlo tal como sucedió, aprehenderlo y elaborarlo, pues no existe nada
llamado máquina del tiempo que nos
posibilite modificar lo pretérito.
Quienes pretenden, partiendo desde concepciones ideológicas y posiciones políticas vigentes
en la actualidad, instalar en el colectivo la idea de “primera
independencia en Arroyo de la China”; y quienes, reaccionando desde el anquilosamiento de un conservadurismo oxidado, se obstinan en negar que en 1815
en Concepción del Uruguay se quebró algo, sólo buscan prolongar in eternum el Buenos Aires vs. Interior,
el Moreno vs. Saavedra, el Artigas vs. Pueyrredón, el Rosas vs. Sarmiento, el
Mitre vs. Roca y todos los demás versus
que a usted o a mí se nos ocurran. Reeditar el clásico futbolero Concepción del
Uruguay 1815 vs. Tucumán 1816 es anti argentino; levantar todos juntos la copa Concepción
del Uruguay 1815 y Tucumán 1816 es consolidar la nacionalidad.
Hasta
la próxima.
-Juan
Carlos Serqueiros-
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