Escribe: Juan Carlos Serqueiros
El escritor, periodista y guionista cubano Leonardo Padura (n. La Habana, 1955), es el autor de una serie de novelas protagonizadas por el personaje literario teniente Mario Conde: un policía que no halla explicación acerca de por qué lo es (ya que su vocación —no tornada aún en realidad tangible— es la de ser escritor), honestísimo, melancólico, desengañado y escéptico, fumador empedernido y que bebe cantidades industriales de ron y cerveza.
Mario Conde (a quien sus amigos y conocidos llaman “El Conde”) es la “excusa” de Padura para trasladar al libro su propia visión —ferozmente crítica, por cierto— acerca de la sociedad cubana actual, en tanto nos pinta un país distópico que agoniza entre el caos, la corrupción, la molicie, la miseria y el atraso.
“Máscaras” es la tercera novela de la tetralogía Las cuatro estaciones, escrita por Padura entre 1991 y 1998 (dicho sea de paso, hoy por hoy la saga Mario Conde ya lleva diez entregas, la última de ellas editada en 2022).
Yo había leído las dos primeras: “Pasado perfecto” (ed. 1991) y “Vientos de Cuaresma” (ed. 1994), y en rigor de verdad, debo decir que no me conmovieron. Ojo: no estoy afirmando que no me gustaron ni que me parecieron malas; sino simplemente que no me atraparon, sólo eso. Así que había relegado al bueno de Padura a ese rincón en que uno suele archivar los libros destinados a ser leídos en algún momento (que generalmente, ¡ay!, nunca llega).
Pero hete aquí que días pasados, mientras escuchaba “Habrá consecuencias” por El Destape, me di con que Ari Lijalad citaba a Padura entre los autores de novela policial que habían creado personajes literarios caracterizados por su afición a la buena gastronomía, entre los cuales mencionaba también al Comisario Montalbano de Andrea Camilleri (lo cual efectivamente, se da en el caso del policía italiano; pero difícilmente pueda aplicarse también al de Mario Conde, quien limitado a deglutir los sancochos —eso sí: muy apetitosos— que le prepara Josefina, la madre de su entrañable amigo el Flaco Carlos, se encuentra tan distante de la haute cuisine como La Habana lo está de París). Igual, más allá de ese detalle; lo cierto es que el comentario de Ari Lijalad me condujo a darle a Leonardo Padura otra oportunidad de cautivarme, porque a ver: ¿y si al fin de cuentas resultara que yo, obnubilado por el método ILVEM de lectura rápida que cargo como un estigma desde que tenía 12 años, no me hubiese percatado de que El Conde es en realidad un refinado gourmet? Así las cosas, me puse a leer “Máscaras”, y esta vez sí que Padura me pegó fuerte. No es buena; es MUY BUENA, de verdad.
¿La trama? Te cuento: en el parque El Bosque, de La Habana, un 6 de agosto, día en que la iglesia católica celebra la transfiguración de Jesús, es hallado el cadáver de un travesti que ha sido estrangulado con un lazo de seda roja. Esa “mujer sin los beneficios de la naturaleza”, como la define textualmente Padura, a quien luego de asesinarla le han metido dos monedas por el culo, resulta ser Alexis Arayán, hijo de un diplomático del gobierno cubano, y obviamente, dada la importancia y notoriedad del encumbrado funcionario, la policía espera resolver el caso a la brevedad y con el menor escándalo posible. Por ello el Viejo, su jefe, llama a Mario Conde (que a todo esto, debido a una sanción disciplinaria, se encuentra sujeto a investigación interna y cumpliendo funciones meramente administrativas) y le encarga la investigación. En el transcurso de la misma, el teniente deberá vencer sus propios prejuicios y alternar con un excéntrico, refinado, cultísimo e inteligente artista y escritor homosexual: el Marqués, quien lo acompañará en un trip por los entresijos de un sórdido submundo de nihilistas conversos al marxismo y marxistas convertidos en mierda (sic), entre los deslucidos pretiles que vienen a ser mudos testigos de la otrora bellísima arquitectura de La Habana hoy poco menos que en ruinas, en procura de despejar la verdad sobre el asesinato del travesti. Allí reemplazará sus forzosos hábitos masturbatorios, con el placer obtenido al sumergirse en la negritud del vello púbico y enredarse en las acrobacias sexuales de Poly, una culito de gorrión sin nido (sic) y libérrima pintora posmoderna que con increíble maestría lo satisface con todos sus orificios. El desenlace es impactante, porque el Conde no se conforma sólo con la resolución formal del caso y su rehabilitación como policía; sino que su búsqueda es mucho más ambiciosa…
En suma, una ácida viñeta de Padura, magistralmente escrita, sobre un régimen marxista que se evidencia como represor del homosexualismo ostensible y otras conductas socialmente reprobables (sic), continuador de la homofobia que arranca con la llegada de los españoles a los que les pareció cochino y bárbaro lo que hacían nuestros inditos sodomitas (sic). No te prives de leerla, te aseguro que esta novela vale la pena.
-Juan Carlos Serqueiros-