Escribe: Juan Carlos Serqueiros
El 3 de noviembre de 1902, Zenón Gonsales desde Santa Fe; les enviaba a Atanasio Rodríguez y Vicente Suárez que estaban en La Plata, acerca del objetivo de nacionalizar la Facultad de Derecho que perseguían, esta carta de su puño y letra:
Santa Fé, Noviembre 3 de 1902
Santa Fé, Noviembre 3 de 1902
Sres. Atanasio Rodriguez y Vicente A Suárez
La Plata
Estimados compañeros:
De acuerdo a lo indicado por Uds. en telegrama del 29 del mes pasado, fuimos en corporación a ver al General Roca con el objeto de pedirle incluyera entre los asuntos a tratarse en las sesiones de prórroga, el referente a la nacionalización de nuestras facultades. Desde el principio se mostró enemigo de la nacionalización, diciendo que él no creía que fuera una necesidad para nuestro país: que había un exceso enorme de abogados sobre las demás profesiones, y que él desearía que la juventud se dedicara a profesiones más prácticas, tales como el comercio, industria, etc.
Le manifestamos que si bien es cierto que existe un exceso de abogados sobre las demás profesiones, no lo era menos que esto constituyera un peligro, como él parecía dar a entender; que había que tener en cuenta que estos últimos tiempos las industrias y los progresos materiales habían recibido un impulso poderoso y que había que equilibrar dichos adelantos con los progresos morales e intelectuales, promoviendo la cultura superior y creando las clases dirigentes por medio de las universidades. Abundamos en otra serie de consideraciones para fundar nuestro pedido y demostrar la justicia del mismo pero fue inútil; insistió el Gral. Roca hasta el último que no era una necesidad la nacionalización de nuestras universidades.
Como se ve, hay que perder toda esperanza de parte del PE para que consigamos nuestros deseos, solo nos queda el recurso de acudir al Congreso; pero para ello sería bueno que Uds. desde esa y nosotros desde acá, veamos al mayor número de diputados y comprometamos su voto a favor de nuestro asunto.
Sin más y aprovechando la oportunidad de ponerme a sus órdenes, se despide su compañero.
Zenón Gonsales
Facultad de Derecho Sta. Fé.
P.D. Voy a permitirme solicitar de Ud un servicio, del que le estaré muy agradecido. Como esta facultad ha adoptado el programa de derecho civil de la facultad de Bs. Aires, le ruego tenga a bien enviarme el correspondiente al primer libro.
Uno no puede menos que asombrarse ante la imprevisión, la impertinencia, la necedad y la carencia de tacto, de sentido de la oportunidad y de sentido de las proporciones en las que incurrió Zenón Gonsales en ocasión de reunirse con Julio A. Roca.
Mientras que el presidente de la Nación tuvo la deferencia de atenderlo personalmente -porque convengamos en que podría haber derivado la cuestión a un ministro, a un secretario o a un funcionario de segundo orden, y sin embargo; lo recibió en persona- (quizá haya sido un pedido del gobernador de Santa Fe, Rodolfo Freyre, porque desde los tiempos de Simón de Iriondo, esa provincia era un baluarte del autonomismo y lo seguía siendo: el antecesor de Freyre en el cargo, José Bernardo Iturraspe, había estado entre los primeros en adherir en 1898 a la candidatura presidencial del Zorro); él -Gonsales, quiero decir- ni siquiera tomó la más elemental precaución de interiorizarse, antes de la reunión, acerca de cuál era el pensamiento del presidente con respecto al asunto que iba a exponerle, y cuáles podrían ser los argumentos más efectivos a utilizar ante él, conducentes al objetivo que se proponía. Es decir, prepararse para la entrevista. Se nota que Gonsales no sabía ni siquiera servir a su propia conveniencia.
Además; se mostró como un impertinente y un mal educado, porque nótese que ante la categórica afirmación de Roca en el sentido de que no consideraba el asunto como de interés nacional; Gonsales, en lugar de apelar al "sí, pero (y a continuación, la consideración sobre la que se quiera llamar la atención del interlocutor)", se puso a discutirle.
Y como lo que empieza mal, termina mal, culminó la sucesión de barrabasadas evidenciando su soberbia, ya que escribía: “pero fue inútil; insistió el Gral. Roca hasta el último que no era una necesidad la nacionalización de nuestras universidades". O sea, quien fue a ver al presidente de la República, le planteó el asunto y se puso a discutirle, había sido él; y después resulta que para Gonsales... ¡el que “insistió hasta el último” fue Roca! En fin, el hombre aquel fue allí la vívida expresión de la fatuidad y el engreimiento
Y la cereza del postre la ponía cuando se manifestaba dispuesto a iniciar un lobby en el Congreso, para lo cual recababa el concurso de los otros, esos a quienes escribía la carta. Pensemos, Gonsales, intentando hacer un lobby contra el Zorro Roca, nada menos… ¿cómo cree usted que le podría haber ido? Si hasta provoca risa hoy, ciento trece años después, el sólo imaginarlo.
Hay que decir que era absolutamente coherente la postura asumida por el presidente Roca ante el despropósito del planteo y la forma de encararlo, y que era impolítico e inoportuno el pedido que se le hacía, sencillamente porque obviaba la consideración de tiempo y circunstancias y más aún; les importaba tres belines las necesidades de la nación en su conjunto. Veamos.
El año anterior, el Congreso (la oposición mitrista e incluso algunos roquistas) había impedido la concreción en ley de la iniciativa de 1899 del ministro de Justicia e Instrucción Pública, Osvaldo Magnasco, con su Proyecto de Ley de Enseñanza General y Universitaria, el cual combinaba elementos del positivismo en boga con otros del utilitarismo, con el objeto de "imprimir a la enseñanza las direcciones prácticas que el problema de la educación y la índole de nuestro país exigen", poniendo a los argentinos "en aptitud de enfrentar la realidad con sentido práctico" y estipulando "desechar del plan todo conocimiento abstracto cuyas virtudes de aplicación no sean una necesidad bien comprobada". El rechazo del proyecto, y un enfrentamiento personal entre el ministro y Bartolomé Mitre, desencadenaron la renuncia de Magnasco.
Por otra parte, el presidente Roca y su ministro Joaquín V. González (que era una especie de comodín dentro del gabinete), venían observando con preocupación el hecho incontrastable de que cada vez mayor cantidad de jóvenes abogados recién recibidos llegaba desde el interior a Buenos Aires para engrosar la creciente burocracia estatal medrando en empleos públicos, como antesala de los cargos a los que se creían de antemano con derecho a aspirar, convirtiéndose así en parásitos que mamaban de la teta del Estado; mientras que en las provincias faltaban ingenieros, técnicos y peritos formados con programas que se ajustaran a las características geoeconómicas de cada una de ellas.
Entonces, ir a pedirle la nacionalización de una facultad de derecho a Roca, que había visto frustrarse una iniciativa que consideraba de fundamental importancia y que además, eso le había costado nada menos que tener que prescindir de un ministro que reputaba como de lujo (y Magnasco lo era, sin dudas), encima esgrimiendo argumentos que desde el vamos debería haber sabido Gonsales como fuertemente objetados por el presidente; era no solamente impolítico e inoportuno, sino que además reflejaba una falta de comprensión de las problemáticas nacionales rayana en el desinterés y la imbecilidad.
-Juan Carlos Serqueiros-
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