Escribe: Juan Carlos Serqueiros
De estas escorias se nutren las historias, las novelerías de toda especie, que escriben los tordos-escribas tardíamente. (Augusto Roa Bastos)
El Francisco Solano López que asumió el gobierno del Paraguay en 1862 era en buena medida la resultante del viaje a Europa como embajador plenipotenciario que había realizado por disposición de su padre en 1853.
Convencido de que la transformación de su país (que en su concepto estaba concatenada a lo de perpetuar su régimen de modo de hacer del Paraguay una nación gendarme, celosa custodia de lo que él consideraba el equilibrio en el Plata) implicaba no sólo la modernización del estado y sus estructuras; sino también el "conocimiento de su pasado" (entendido como la instrucción e instalación de un relato histórico amoldado a los criterios dogmáticos que se querían difundir, esto es, la conquista y colonización españolas -con Asunción como madre de ciudades y eje central, desde ya- y la imbricación del lopismo al período revolucionario-independentista-francista desde 1811 hasta 1840); ya en 1863 encargó a Von Morgenstern (quien había sido, a instancias del viejo López, reincorporado al ejército -y restituido a la confianza de Francisco Solano- en 1854) la tarea de reescribirla.
Pero había un problema: la etapa del doctor Francia (click en este ENLACE para acceder a mi artículo Luces y sombras de Francia).
En general, poco se sabía en el mundo acerca del Paraguay, pero muchísimo menos aún se conocía sobre la historia transcurrida a partir de su revolución y autonomía en 1811, etapa esta a la cual se denominaba en bloque de una sola manera, como un rubro único: tiranía; para luego hacer la pretendidamente detallada crónica en la que se narraban los horrores ya sea verdadera o supuestamente cometidos por el Dictador Perpetuo, doctor José Gaspar Rodríguez de Francia. La historiografía disponible hasta esos momentos era en su totalidad debida a extranjeros, quienes en algunos casos efectivamente habían vivido en el Paraguay y en otros ni siquiera eso; pero casi todos coincidían en la condena y execración del tirano. Veamos:
Convencido de que la transformación de su país (que en su concepto estaba concatenada a lo de perpetuar su régimen de modo de hacer del Paraguay una nación gendarme, celosa custodia de lo que él consideraba el equilibrio en el Plata) implicaba no sólo la modernización del estado y sus estructuras; sino también el "conocimiento de su pasado" (entendido como la instrucción e instalación de un relato histórico amoldado a los criterios dogmáticos que se querían difundir, esto es, la conquista y colonización españolas -con Asunción como madre de ciudades y eje central, desde ya- y la imbricación del lopismo al período revolucionario-independentista-francista desde 1811 hasta 1840); ya en 1863 encargó a Von Morgenstern (quien había sido, a instancias del viejo López, reincorporado al ejército -y restituido a la confianza de Francisco Solano- en 1854) la tarea de reescribirla.
Pero había un problema: la etapa del doctor Francia (click en este ENLACE para acceder a mi artículo Luces y sombras de Francia).
En general, poco se sabía en el mundo acerca del Paraguay, pero muchísimo menos aún se conocía sobre la historia transcurrida a partir de su revolución y autonomía en 1811, etapa esta a la cual se denominaba en bloque de una sola manera, como un rubro único: tiranía; para luego hacer la pretendidamente detallada crónica en la que se narraban los horrores ya sea verdadera o supuestamente cometidos por el Dictador Perpetuo, doctor José Gaspar Rodríguez de Francia. La historiografía disponible hasta esos momentos era en su totalidad debida a extranjeros, quienes en algunos casos efectivamente habían vivido en el Paraguay y en otros ni siquiera eso; pero casi todos coincidían en la condena y execración del tirano. Veamos:
El primer antecedente era un muy extenso artículo (de cuyo autor no se consignó su nombre), bastante apologético, de un diario inglés: The Morning Chronicle, que bajo el título Paraguay se había publicado en 1825.
Después, en 1828, dos médicos suizos: Johann
Rudolf Rengger y Marcelin Longchamp, quienes habían estado en ese país entre 1819 y
1825, escribieron en 1827 y editaron en 1828 en París, su obra titulada Ensayo histórico sobre la revolución del Paraguay.
En realidad, el narrador fue sólo el primero, pero ambos se habían puesto de acuerdo (y así lo aclara Rengger en el libro) sobre lo que publicarían, y por ello, la autoría se firmó en conjunto. Fueron quienes inauguraron la leyenda negra sobre el dictador, a quien, desde una perspectiva más bien psiquiátrica, por llamarla de algún modo, describieron como un tirano hiponcondríaco y paranoico quien sufría frecuentes accesos de demencia, exacerbados por el calor y el viento norte, y quien en su locura (la cual tendría, según afirman ellos, los antecedentes familiares de un hermano encerrado por loco y una hermana que también lo había estado), implantó el miedo en una sociedad en la cual campeaban la miseria e incultura y el atraso, y rompió todo vínculo entre sus integrantes. Enterado el doctor Francia del libro y su contenido, lo calificó en un periódico de Buenos Aires, El Lucero, en su edición del 21 de agosto de 1830, de "ensayo de mentiras". Ah, casi lo omito: el bueno de Rengger se "olvidó" de consignar en su "fidedigna obra histórica" una "minucia": la de que había pedido al doctor Francia dispensa para casarse con una damisela asuncena a la que cortejó tres años, a lo cual se negó el dictador; ya que regía en el Paraguay una ley que impedía los casamientos entre mujeres del país y extranjeros. ¿Será malevolencia mía el querer buscar en esa "involuntaria" omisión del suizo otra de las razones para su malquerencia?En 1838, los hermanos escoceses John y William Parish Robertson, quienes habían andado (sobre todo el primero) por aquel país comerciando y habían conocido y tratado al dictador hasta 1815, publicaron Cartas sobre el Paraguay. El éxito de ventas del libro (es decir, el proverbial utilitarismo británico) los movió, trascartón, a editar en 1839 El reinado del terror del doctor Francia.
Si Cartas podía, en algunos pasajes, resultar incluso hasta amena (siempre y cuando uno obviase toda pretensión de lectura histórica); El reinado era simplemente una novela gótica, una (mala) copia del Frankenstein o el nuevo Prometeo de Mary Shelley. Lo de los Robertson (otra vez: que no es historia sino literatura), nos pintó, en una imagen sin dudas estereotipada, la ficción de un monstruo abominable que bebía la sangre del pueblo paraguayo.Otro escocés, Thomas Carlyle (quien no conocía, más allá de algún mapa, el Paraguay ni mucho menos sus gentes), escribió en 1843 El doctor Francia.
Para Carlyle -en un marco de absoluto desprecio suyo por la otredad- el doctor Francia era una especie de fenómeno natural, alguien que se producía inevitablemente dado el contexto: hubo un Francia porque no podía ser de otro modo; porque no podía no haberlo, digamos. Alguien electo dictador en un congreso de patanes "que no sabían distinguir la mano derecha de la izquierda, que bebía inmensas cantidades de ron en las tabernas (?) y sólo tenía un anhelo: el de volver a montar a caballo camino de la chacra y la cacería de perdices. Los militares fueron los que apoyaron a Francia, porque el ladrón de palladiums constitucionales había logrado ganárselos". Lo comparaba con Dionisio de Siracusa y lo situaba entre "los grandes hombres de América del Sur", a la par que lo consideraba como diferente.Ahora debo mencionar a Alfred Demersay, un médico y naturalista francés miembro de la Commission Centrale de la Société de Géographie que estuvo en el Paraguay desde 1844 (en realidad, en diciembre de 1844 se embarcó; pero a ese país llegó, luego de tocar primero en Río de Janeiro, en los primeros meses de 1845, es decir, más de cuatro años después de la muerte del dictador), hasta 1847. A intervalos y desde 1860 hasta 1864, publicó en París su Histoire physique, économique et politique du Paraguay, obra en dos tomos más un Atlas con dos mapas y catorce ilustraciones a color hechas por él mismo.
La última parte de esta obra de Demersay es su historia política del Paraguay, la cual narró a partir de la conquista española y concluyó con el análisis que hizo del gobierno del doctor Francia y el que subsiguió a éste, es decir, el de Carlos Antonio López.
Claro que era la suya la hermenéutica emanada de los paradigmas de un médico y naturalista a mediados del siglo XIX, con lo cual era una interpretación hecha desde el cientificismo de la época: la frenología gallista y el determinismo biológico. Así, atribuyó al clima, la raza y la alimentación de la población paraguaya las razones para la docilidad extrema que en ella creyó percibir, y fundamentó en todo eso su sumisión prolongada durante veintiséis años a un régimen despótico, arbitrario y absolutista, condiciones estas que le adjudicó tener al del doctor Francia; a quien reputó como un tirano sanguinario, impiadoso, complacido en su crueldad y empeñado en imitar a Napoleón hasta caer en el ridículo, pero no exento de una buena dosis de astucia e inteligencia.
Por otra parte, entiendo menester aclarar que a la imaginación de Demersay se deben nada menos que todos y cada uno de los retratos que existen del dictador; ya que fue el francés (que era un dibujante extraordinariamente hábil a la hora de captar y representar las fisonomías de los personajes históricos que reprodujo en sus ilustraciones: Juan Manuel de Rosas, José Gervasio Artigas, Aimé Bonpland y Carlos Antonio López, entre otros) el primero en crear la imagen del doctor Francia desde la cual se pintaron todas las demás que de él se han hecho. Se me dirá: "¿Pero no era que Demersay no conoció al dictador y además, sabido y comprobado es que éste nunca se dejó retratar por nadie?". Responderé que en efecto es así; pero ocurre que la explicación a eso nos la dio el mismo Demersay en su libro, en el cual declaró que tomó como modelo a Petrona, la hermana del doctor Francia, la cual según ella misma era muy parecida a éste y quien accedió a posar; limitándose luego Demersay a darle al rostro la expresión que infería correspondiente con la índole y el carácter que él mismo le había asignado al dictador y las descripciones que de éste habían hecho quienes le conocieron. De allí entonces los ojos negros y profunda, terriblemente escrutadores; la frente prominente, el rictus de adustez, los finos labios contraídos en una mueca de fría, inexorable crueldad, en suma; el rostro de alguien deleznable en la maldad ominosa de su psique. Ese es entonces, el retrato que muchos, aún hoy, creen que es el del doctor Francia y que no lo es, o que por lo menos, es uno que lo representa... pero no tal como era; sino como se figuró Demersay que era:
Además, el científico francés no se limitó a condenar la etapa francista, sino que claramente consignó que, tal como él lo veía, tras la muerte del dictador en 1840; el Paraguay continuaba gimiendo bajo otro poder poco más o menos tan despótico como el suyo: el de Carlos Antonio López, a cuyo gobierno consideraba también una dictadura oprobiosa.
En la tercera parte de este artículo, estimado lector, veremos cómo siguió la cuestión que hemos abordado.
Continuará
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