Escribe: Juan Carlos Serqueiros
En plena “Década Infame” (José Luis Torres dixit, para referirse al período que va desde el derrocamiento de Yrigoyen el 6 de setiembre de 1930, hasta la revolución del 4 de junio de 1943 y que no fue una década, sino que duró casi trece años), la oligarquía tucumana sufriría un buen susto. Y –cosa extraña-, a manos de alguien surgido nada menos que de los estratos sociales más altos, es decir, de la aristocracia: Juan Luis Nougués (n. Tucumán, 01.05.1898).
¿Cómo y en qué contexto se produjo tal fenómeno? Pues eso es aún más extraño todavía, y es lo que voy a tratar, en apretada síntesis, de desarrollar a continuación.
En 1927, el descrédito del radicalismo tucumano en función de gobierno, llevó a que un joven e impetuoso Juan Luis Nougués ganara las elecciones municipales y acertara a llevar adelante una obra esforzada, fecunda, eficaz, y fundamentalmente; con un profundo contenido social.
El prestigio ganado (sobre todo entre el pobrerío, o sea, por aquel entonces, el 90% del electorado, porque los recursos económicos para solventar su plan de urbanización y mejoras sociales, Nougués se los sacó a los ricos (¿y a quién, si no?) -y entre esos ricos, a su propia familia- a través de esa gestión, lo llevaría a alzarse con la victoria en los comicios de fines de 1931, en los que resultó electo gobernador, merced a la abstención de los radicales (que como es habitual en ellos, no entendían nada).
Empezaba así el calvario de Nougués, que habría en adelante de sufrir la cerrada, tenaz y despiadada oposición y crítica, no sólo de la oligarquía "de derecha" (los conservadores, resentidos con él por lo que ellos consideraban exacciones en su perjuicio, ocasionadas durante su período como intendente), sino además; de la oligarquía "de izquierda" (que también la había y la sigue habiendo).
Juan Luis Nougués pretendió encarar reformas de fondo y meter el bisturí hasta el hueso en procura de implantar en la provincia la justicia social. Para ello, había concebido un ambicioso proyecto de obras públicas (caminos, escuelas y viviendas), con el cual pensaba resolver de un plumazo y simultáneamente, los tres problemas que lo desvelaban: la desocupación, la salud y la educación.
Claro, había un pero (siempre hay un pero); porque Nougués planeaba financiar su proyecto de obras públicas con los impuestos, principalmente a la industria azucarera, mas éstos ya habían sido liquidados con antelación por los gobiernos que lo precedieron; de modo que quiso aplicarles a los ingenios un impuesto adicional de… $ 0,02 por kilo de azúcar (sí, leyeron bien, dos centavos por kilo) y ahí se armó la cuestión: la oligarquía de derecha y de izquierda, los diarios (La Gaceta a nivel provincial, y La Nación, La Prensa y Crítica a nivel nacional), los radicales y hasta el gobierno nacional del presidente Agustín P. Justo, constituyeron una alianza formidable contra la cual no sólo no podría Nougués, sino que no podría nadie; era demasiado para cualquiera, por fuerte, popular, honesto y bienintencionado que fuese. Para colmo, Nougués había llevado al ministerio de gobierno al periodista combativo José Luis Torres, cuya figura era para el establishment, directamente intragable.
Así las cosas, la oligarquía de izquierda no le perdonaba a Nougués el cagarse en Carlitos Marx, la oligarquía de derecha no le perdonaba a José Luis Torres sus virulentos ataques, y en fin, ambas oligarquías (en el fondo y siempre, una sola) consideraban que había que voltearlos sí o sí.
Y los voltearon: primero cayó José Luis Torres, a pesar de que Nougués lo sostuvo a muerte, y después; la intervención federal acabó con el gobierno de este último.
Injuriado y pobre (toda su inmensa fortuna particular la gastó en la política; baste con decir que todos los gastos protocolares del gobierno los solventó de su propio peculio), terminaría por morir de resultas de un accidente cerebro vascular en un más que humildísimo y reducido departamento el 9 de marzo de 1960.
En Tucumán la justicia social quedaría postergada hasta el advenimiento de Juan Domingo Perón; pero esa... esa es otra historia, querido lector.
-Juan Carlos Serqueiros-
¿Cómo y en qué contexto se produjo tal fenómeno? Pues eso es aún más extraño todavía, y es lo que voy a tratar, en apretada síntesis, de desarrollar a continuación.
En 1927, el descrédito del radicalismo tucumano en función de gobierno, llevó a que un joven e impetuoso Juan Luis Nougués ganara las elecciones municipales y acertara a llevar adelante una obra esforzada, fecunda, eficaz, y fundamentalmente; con un profundo contenido social.
El prestigio ganado (sobre todo entre el pobrerío, o sea, por aquel entonces, el 90% del electorado, porque los recursos económicos para solventar su plan de urbanización y mejoras sociales, Nougués se los sacó a los ricos (¿y a quién, si no?) -y entre esos ricos, a su propia familia- a través de esa gestión, lo llevaría a alzarse con la victoria en los comicios de fines de 1931, en los que resultó electo gobernador, merced a la abstención de los radicales (que como es habitual en ellos, no entendían nada).
Juan Luis Nougués pretendió encarar reformas de fondo y meter el bisturí hasta el hueso en procura de implantar en la provincia la justicia social. Para ello, había concebido un ambicioso proyecto de obras públicas (caminos, escuelas y viviendas), con el cual pensaba resolver de un plumazo y simultáneamente, los tres problemas que lo desvelaban: la desocupación, la salud y la educación.
Claro, había un pero (siempre hay un pero); porque Nougués planeaba financiar su proyecto de obras públicas con los impuestos, principalmente a la industria azucarera, mas éstos ya habían sido liquidados con antelación por los gobiernos que lo precedieron; de modo que quiso aplicarles a los ingenios un impuesto adicional de… $ 0,02 por kilo de azúcar (sí, leyeron bien, dos centavos por kilo) y ahí se armó la cuestión: la oligarquía de derecha y de izquierda, los diarios (La Gaceta a nivel provincial, y La Nación, La Prensa y Crítica a nivel nacional), los radicales y hasta el gobierno nacional del presidente Agustín P. Justo, constituyeron una alianza formidable contra la cual no sólo no podría Nougués, sino que no podría nadie; era demasiado para cualquiera, por fuerte, popular, honesto y bienintencionado que fuese. Para colmo, Nougués había llevado al ministerio de gobierno al periodista combativo José Luis Torres, cuya figura era para el establishment, directamente intragable.
Así las cosas, la oligarquía de izquierda no le perdonaba a Nougués el cagarse en Carlitos Marx, la oligarquía de derecha no le perdonaba a José Luis Torres sus virulentos ataques, y en fin, ambas oligarquías (en el fondo y siempre, una sola) consideraban que había que voltearlos sí o sí.
Y los voltearon: primero cayó José Luis Torres, a pesar de que Nougués lo sostuvo a muerte, y después; la intervención federal acabó con el gobierno de este último.
Injuriado y pobre (toda su inmensa fortuna particular la gastó en la política; baste con decir que todos los gastos protocolares del gobierno los solventó de su propio peculio), terminaría por morir de resultas de un accidente cerebro vascular en un más que humildísimo y reducido departamento el 9 de marzo de 1960.
En Tucumán la justicia social quedaría postergada hasta el advenimiento de Juan Domingo Perón; pero esa... esa es otra historia, querido lector.
-Juan Carlos Serqueiros-
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