miércoles, 16 de noviembre de 2011

LA TIMBA DE FIGUEROA




Escribe: Juan Carlos Serqueiros

Durante el tiempo que residió en Buenos Aires, el general Juan Facundo Quiroga vivía en una casa situada en la calle Defensa 455, frente a la iglesia de Santo Domingo.
Cerca de allí, enfrentada a los fondos de la iglesia de la Merced se hallaba lo de Figueroa, que era la casa de juego más concurrida por entonces, y donde se hacían las apuestas más altas. Concurría gente variopinta y obviamente, gran cantidad de jugadores profesionales o tahúres.
Quiroga, jugador empedernido, era un asiduo visitante al lugar, que se constituía por la naturaleza de la actividad que allí se desarrollaba, en un sitio peligroso; ya que los tahúres por supuesto no estaban acostumbrados a perder y solían organizar al término de las partidas, asaltos a las personas que habían resultado gananciosas a fin de quitarles las sumas que habían obtenido en la timba.
Dicen que dicen -como en el tango-, que una noche en que la suerte favoreció mucho a Quiroga y en la que había desplumado a 3 tahúres; éstos planearon emboscarlo y asaltarlo para recuperar así mediante las armas lo que habían perdido con los naipes.
Quiroga, astuto y desconfiado como era, temió una trampa; pero salió de la casa de juego tranquilamente, cargando bolsas con las onzas de oro que había ganado y afectando estar más aquejado que de costumbre de los dolores reumáticos que sufría habitualmente.
Los 3 tahúres, creyéndolo presa fácil salieron en su persecución, y Quiroga paró en una esquina, dejó caer las bolsas con las onzas de oro y calmosamente aparentó intenciones de prender un cigarro. Los matones que venían detrás suyo, pasaron a su lado y pretendieron seguir caminando con el objeto de esperarlo a la vuelta.
El Tigre de los Llanos los llamó y les pidió que lo ayudaran a llevar hasta su casa las bolsas, porque según les dijo, “estaba cansado y con dolores, y le resultaban muy pesadas”.
Los tipos de avería intentaron negarse cortésmente, pero Facundo, sonriente y calmo, los apuntó con un pistolón en cada mano y los obligó a marchar delante suyo, hasta que llegaron a Defensa 455, donde estaba su casa.
Los hizo dejar las bolsas en el suelo y darse vuelta, y entre entruendosas carcajadas empezó a patearlos en sus traseros, mientras les decía: “-¡Pícaros! ¡Así van a aprender a conocer al general Quiroga!”.

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