martes, 21 de octubre de 2025

CRONOS Y SUS ESBIRROS


Escribe: Juan Carlos Serqueiros

Lo más terrible de ese feroz e implacable tirano llamado Tiempo, no es que nos corta el hilo cuando la Parca viene a tocar el timbre; sino lo que manifiesta en su crueldad infinita al despojarnos de la fortuna de la niñez y dejarnos en los grilos tan sólo unas chirolas de ella en forma de nostalgia.
Así, en su atrocidad nos obliga a pagar de a puchos con esas monedas invariablemente escasas que "de favor" nos permitió conservar, las cuotas de una vida amarreta y usurera.
A mí, a duras penas me dejó guardar el recuerdo de una casa chorizo con aquel patio que fue escenario de mis hazañas futboleras gambeteadas con gran habilidad entre el naranjo, el limonero y el pomelo con mi perra, la Rory, jugando a ser el Toscano Rendo; o de mis aventuras jugando a ser el Capitán Nemo de Julio Verne, mientras mi vieja lavaba la ropa en el piletón del fondo y el Winco comprado de segunda mano desgranaba zambas de Los Fronterizos y tangos de Susy Leiva. Con ese tesoro voy garpando día a día, trabajosa y esforzadamente, la hipoteca de don Cronos.
Es por eso que nunca formulo la pregunta del genial Cátulo Castillo: "¿Quién se robó mi niñez?"; sé perfectamente quién lo hizo: la banda del asesino Tiempo y sus esbirros Reloj y Almanaque.

-Juan Carlos Serqueiros-

sábado, 18 de octubre de 2025

LA LAGUNA













































Escribe: Juan Carlos Serqueiros

Contratado por la Compañía por el término de un año como dibujante técnico, el tipito había llegado al pueblo sobre fines del gélido julio de 1974 iniciado infaustamente con la muerte de Perón.  
En derredor de la fábrica que alzaba al cielo el falo prepotente de su chimenea, las casas: las de estilo inglés construidas en simultáneo con el complejo industrial en las últimas décadas del siglo XIX, destinadas a viviendas para el gerente, el contador, el médico, los ingenieros y técnicos (al tipito le asignaron una), y distribuidas en un espacio de quince por quince cuadras a lo sumo; las de los empleados y obreros de la poderosa Compañía. El ejido urbano se completaba con la Municipalidad, el Banco Nación, ENTel, la comisaría, el correo, el Registro Civil, el hospital, tres escuelas primarias, dos secundarias, una plaza con juegos infantiles y calesita, y una biblioteca pública; amén de las edificaciones que con el correr del tiempo se habían ido construyendo para comercios, servicios y esparcimiento, acotadas a una tienda y mercería, una pilchería, una YPF, dos bares al copeo, tres panaderías, cinco o seis almacenes, un par de carnicerías, un taller mecánico, un cine, una librería, un consultorio de medicina general, un estudio de abogado, una farmacia, una escribanía, un consultorio odontológico, una veterinaria y el único “local nocturno de diversión”: Acuario, un antro simpático y acogedor en el cual se podía beber, comerse un sánguche, escuchar música y bailar. Y ¡eso es to-to-todo, amigos! (Porky dixit).
El tipito se adaptó rápido a la apacible vida pueblerina que discurría entre el trabajo de 9 a 18 hs. y los vínculos sociales previsibles: lunes de póker nocturno con el juez de paz, el jefe de Correos, el comisario y el médico de la Compañía; y viernes culturales de asado y guitarreada en el Club Social —donde también, dicho sea de paso, almorzaba y cenaba a diario—. Habían trascurrido ya siete meses desde su llegada (aún le quedaban cinco de contrato), y corría un febrero de calor agobiante.
Cierta noche, tomando una copa de vino en Acuario, reparó en una morocha de cuerpo exuberante que bailaba sola en medio de una ronda de chicas y muchachos que festejaban su danza batiendo palmas. Al terminar la canción, ella se acercó a la barra; él se presentó y le invitó un trago. —Me gusta el vino —repuso ella, aceptando el convite. Fue así como conoció a Adela. Desde entonces, se habían encontrado casi todos los días en la casa que él habitaba. Esencialmente, ella era un fuego fatuo que se encendía per se, sin vergüenzas ni tabúes. Multiorgásmica, se entregaba sin reserva alguna, para luego pasar naturalmente de la pasión desenfrenada a la dulzura acariciante de la camaradería y la complicidad inter genera.
Ahora, después de una maratón erótica, habían dado buena cuenta de una mayonesa de ave y estaban en el dormitorio, desnudos, con el aire acondicionado a full, bebiendo torrontés helado y escuchando “Modart en la noche” en la radio Noblex 7 Mares de él. Sonaban los Pink Floyd con su palazo a la avaricia: “Money”, cuando de pronto el tipito, apoyada su cabeza en las enormes tetas de Adela, dijo: —Esta casa, para ser perfecta, necesitaría una piscina. Es una pena que no la tenga. —Podríamos ir a la laguna. Si te animás, claro; porque dicen que el que se baña allí no se va nunca del pueblo —contestó ella con cierto retintín irónico. Riendo, él se puso un short y una remera, y sacó del placar un par de toallones. —Dale. Vamos. Nos damos un chapuzón y después te dejo en tu casa. —Sí. Llevemos la botella de vino, que todavía está por la mitad. Ah, y apagá el aire acondicionado —dijo Adela mientras guardaba en su cartera el corpiño y la bombacha, se ponía el liviano vestido directamente sobre la piel y se aprontaba a salir. —No, ¿para qué? Mejor lo dejo prendido hasta que vuelva y me acueste a dormir. Total, la electricidad la garpa la Compañía, o mejor dicho; no la garpa nadie. Si hasta la usina es de ellos.
Afuera, el calor y la humedad eran insoportables. Una vez en el garaje, subieron al viejo Fiat 1100 modelo 1959 de él, y por la calle de atrás se dirigieron a la laguna. Tuvieron suerte: no había nadie. Se desnudaron y metieron en el agua. Bebieron el vino que quedaba en la botella y empezaron a acariciarse y besarse. Ella frotaba su concha velluda contra la pija ya erecta de él, que le pellizcaba suavemente los pezones endurecidos y se disponía a tomarla por detrás. —Cogeme por el orto mientras me pajeo el clítoris. Sí, así… fuerte… ¡llename el culo de leche! —pidió Adela con voz enronquecida de deseo. Cuando hubieron acabado, jugaron un rato más en el agua, luego salieron, se secaron el uno al otro, ella se embutió el vestido, él se calzó el short y subieron al coche. Llegados a su casa, ella lo besó brevemente y bajó, no sin antes decirle: —Te bañaste en la laguna; no te vas a ir nunca del pueblo.
Riendo de la ocurrencia, él enfiló el auto hacia la suya. Metió el Millecento en el garaje, se dirigió al baño, se cepilló los dientes, y bajo la ducha se lavó prolijamente la cabeza, el cuerpo y los genitales (en especial, el pene, dada la incursión anal efectuada un rato antes). Fue al dormitorio y se tendió en la cama con una placentera sensación de bienestar. De pronto, recordó las palabras de Adela y quiso descartarlas con una sonrisa burlona que permaneció en su rostro justo en el instante de entregarse al sueño.
El tipito no sabía cuán equivocado estaba.

-Juan Carlos Serqueiros-

lunes, 13 de octubre de 2025

RECUERDO HILARANTE






















Escribe: Juan Carlos Serqueiros

Me encontraba leyendo la novela "Con la sangre en el ojo" (Grijalbo, 2015), de Alejandro Parisi —dicho sea de paso, es muy buena, che, léanla—, cuando un párrafo, referido a unos medio pelo, piojos resucitados, tilingos y arribistas de esos que habitualmente morfan en los llamados “restaurantes exclusivos en sitios exclusivos”, me hizo reír hasta prorrumpir en solitarias carcajadas.
Es que me recordó la época en que yo era un ejecutivo exitoso (?), y la multinacional para la cual laburaba solía organizar, al término del ejercicio anual, eventos en los que por supuesto, no faltaban los consabidos elogios, premios y ascensos para quienes habíamos "alcanzado los objetivos"; y los consiguientes reproches y escarnios crueles (más la cuasi certeza del voleo en el orto que se avecinaba) para quienes no hubiesen tenido esa... suerte, digamos.
En uno de esos festejos en particular, que se realizó en Puerto Madero, en un barco ad hoc para eventos empresariales, yo estaba por recibir una distinción y un premio consistente en un viaje a Alemania. Como iba a ser galardonado, se me había concedido entonces la gracia especial de sentarme a la mesa del director gerente (o CEO, como les dicen ahora) de la división; junto a su secretaria ejecutiva y dos o tres ñatos más, ortibas hasta la repugnancia (los ñatos, quiero decir, que no la secretaria, que me quería un montón).
El lugar, el menú y las atracciones artísticas los había elegido el ladero del director, un holandés del que se rumoreaba que percibía de ello jugosas coimas (la gente es mala y comenta). Unos mariachis truchos desgranaban canciones mexicanas, un cómico “amenizaba” la cosa contando chistes más boludos que las palomas, cuando en eso; anunciaron que debíamos sentarnos pues iba a servirse el plato principal.  El chef, un tipejo cara de nada con barbita candado al que todos —menos el director gerente y yo aplaudieron como si se tratara de una gran celebridad, se dirigió a nosotros presentando, muy pagado de sí mismo, lo que reputó como su obra maestra de la haute cuisine, a la que había bautizado tournedo a la no sé qué mierda.... dégoût semblable à du vomi, ponele. Era... no sé cómo llamarlo... una cosa, digamos, cilíndrica, alargada, como una especie de matafuegos chico o consolador tamaño baño de esos que con sólo mirarlos el culo te hace pucheros, de carne grisácea, navegando en el proceloso mar de una menesunda indefinible de color entre anaranjado zanahoria y lo que han dado en llamar fucsia.
Con gran desconfianza, corté un trozo minúsculo, lo probé, y venciendo las arcadas, me limité a dejarlo en el plato, el que permaneció intocado mientras a la par que bendecía la tracalada de sanguchitos de miga, canapés de caviar y brochetitos que previamente había engullido en un alarde de previsión (uno nunca sabe); me hacía el pelotudo y procuraba charlar animadamente con el director gerente que era hincha de San Lorenzo, pero que extrañamente (en tanto soy fana de Huracán); me valoraba o por lo menos hacía como que con mi mejor cara de estar disfrutando intensamente la velada.
Los demás comían con fruición, se deshacían en elogios tipo "¡Ah, qué exquisitez!" y no paraban de felicitar al holandés coimero por la según ellos feliz elección del menú. De pronto, el director gerente se embuchó un bocado y trascartón sentenció a voz en cuello: "¡Che, pero esto es horrible! ¿A quién carajo puede gustarle comer esta porquería?". Y dirigiéndose a mí, agregó: "Vos, quemero bruto, por lo menos tenés la honestidad de no fingir que te parece rica semejante bazofia. Te felicito". Juro que esa noche tuve ganas de abrazarlo al cuervo.
No hay caso: soy blanco teta de piel, pero en esencia; nunca dejaré de ser un negrito del muy rosarigasino barrio Nuestra Señora de la Guardia.

-Juan Carlos Serqueiros-

viernes, 10 de octubre de 2025

AISLADOS





















Escribe: Gabriela Borraccetti *

Seguramente habrás notado que si empezás a escribir algo en tu red social, al toque sale un cartelito que dice: "Sugerencia: pide a tu comunidad que comparta tu contenido”. Han hecho todo lo posible por aislarnos "endogámicamente", y así; ya no nos importa lo que otros digan, porque opinan parecido a nosotros y no nos suman nada.
Toleramos cada vez menos las diferencias, y a la par, eliminamos al que está dudando entre votar desanimado o buscar una opción con pasión, por ejemplo. Nos vamos dividiendo cada vez más en intolerancias mayores que ahora apuntan al propio núcleo. No hay lugar para disenso alguno, no ya en cosas grandes; sino en simples planteos de discrepancia en cuanto a las estrategias. Miramos sólo a los que nos dan la razón a corto plazo y no pensamos ni en dos días después de hoy.
Así, cambiamos el argumento por el enojo, el bloquear por el pensar un rato más. No tenemos ni idea de por qué razonan los otros como razonan y sólo los llamamos burros, termos, etc.


Estamos aislados en todo sentido, para hacer amigos, para formar pareja, para juntarnos, para compartir ideas… Y vamos a terminar como una sociedad masturbatoria por no tolerar la menor desavenencia. Vivimos enojados con todos, egoístas, intransigentes y cerrados a la otredad.
Venimos descendiendo en la curva de cociente intelectual desde 1975 hasta hoy. "Seguro que la razón la tengo yo", nos decimos, y no nos cuestionamos. Y si lo hacemos, es justificando nuestras propias razones. No es difícil imaginar lo que nos espera en breve. Tenemos a las máquinas, pero primero tenemos la única cualidad que nos distingue: la humanidad. Estamos llenos de razones sin alma, locas, hasta alucinatorias de tan visiblemente sesgadas por el narcisismo que ya nos excusa de pelearnos con Dios y con el diablo. Da igual si está de nuestro lado o del otro. Ya exigimos al otro que "piense igual que yo". Un espanto.
¿Sabías que el cuadro clínico de la psicosis tiene como elemento central la certeza? Cuando todos creemos tener LA razón, tendríamos que empezar a sospechar que algo no está bien, porque terminamos afirmando en nosotros lo que calificamos de delirio en el otro.

Lic. Gabriela Borraccetti
Psicóloga Clínica
M. N. 16814

* Gabriela Borraccetti (n. 1965, Vicente López, Buenos Aires), es licenciada en Psicología por la Universidad Argentina John F. Kennedy. De extensa trayectoria profesional, ejerce como psicóloga clínica especializada en el diagnóstico y tratamiento de la angustia, el estrés, los temas de la sexualidad y los conflictos derivados de situaciones familiares, de pareja y laborales. Es, además; poetisa, cuentista, artista plástica y astróloga. Para contactar con ella por consulta o terapia, enviar e-Mail a licgabrielaborraccetti@gmail.com o Whatsapp al +54 9 11 7629-9160.

sábado, 4 de octubre de 2025

LA CALLE DEL PECADO














Escribe: Juan Carlos Serqueiros

Monserrat es, ante todo, una memoria de las cosas que fueron. (Jorge Luis Borges)

En Buenos Aires aún existe (de puro milagro, si tomamos en cuenta la maldita afición que tenemos los argentinos a enterrar el pasado y destruir los escenarios por los que el mismo discurrió) una callejuela que antaño fuera conocida con el sugestivo nombre de “calle del Pecado”, el cual según algunos se debería a un crimen pasional seguido de suicidio, acaecido a fines del siglo XVIII o principios del XIX; o a las casas de lenocinio que se habían instalado allí, según otros.
El sostenimiento de la primera hipótesis resulta dificultoso por no decir directamente imposible. Supuestamente, un torero venido desde España habría requerido de amores a una damisela de la sociedad porteña, y al rechazarlo ésta, él la habría asesinado a puñaladas para después suicidarse colgándose de una reja (otra versión dice que el torero no se suicidó, sino que fue muerto por el padre de la víctima). Buenos Aires era por entonces poco menos que una aldea, ¿no?, con lo cual semejantes sucesos habrían causado gran impacto y forzosamente deberían figurar registrados, ya sea en los archivos del cabildo (si hubiesen ocurrido en la época virreinal); o en los del gobierno (de haberse producido con posterioridad a la Revolución de Mayo). Sin embargo, ninguna mención hay acerca de ello, nada. Por otra parte, si lo que se pretendía era designar la calle con un nombre que refiriese a los hechos de sangre presuntamente allí perpetrados, entonces sería más apropiado llamarla “del Crimen” —por citar un ejemplo—; antes que “del Pecado”, que remite más bien a lujuria, al pecado de la carne
En suma, me hallo inclinado a creer que todo eso no es más que leyenda urbana. Al fin de cuentas, “uno a veces dice cosas / de a dieces como de a cientos / y a’nde quiere fantasiar / le va poniendo el acento” (José Larralde dixit).
Infinitamente más verosímil, toda vez que se sustenta en documentos de autenticidad inobjetable, es la segunda hipótesis, la cual sostiene que se la conocía como “del Pecado” por el del ambiente de concupiscencia que había en ella. Veamos:
Sobre finales del siglo XVIII, dos factores influyeron para que el hueco de Montserrat, como se denominaba por entonces al baldío delimitado por las calles Lima, San Francisco (actual Moreno), del Buen Orden (actual Bernardo de Irigoyen) y Santo Domingo (actual avenida Belgrano) se convirtiese en plaza —lo cual equivalía a volverlo un sitio, digamos… poco recomendable y peligroso—: las crecientes dificultades en el abasto de la zona (y por ende, la necesidad de instalar en ella una plaza-mercado como medio de resolver el problema); y la construcción de una plaza de toros autorizada en “obsequio” al entretenimiento popular. Y debo prevenirle, mi querido lector, que no le otorgue a la palabra plaza la significación hoy corriente, esto es, la mención de un espacio urbano abierto y público al que concurre la gente para reunirse, caminar y/o llevar a cabo actividades sociales, culturales y recreativas; sino que le dé la acepción de concentración y estacionamiento de carretas, y asiento de actividades de feria y mercado.
En estas fotografías, tomadas c. 1872 y que se conservan en el Archivo General de la Nación, podemos ver tanto la “calle del Pecado” —que en realidad, más que calle era un pasaje— en toda su corta extensión de 70 varas españolas (58,51 metros), donde se situaba el toril; como así también el punto exacto en que dicho pasaje nacía: a la altura del n° 350 de la calle Lima —arteria sobre la cual estaba el ruedo—, e incluso puede distinguirse lo que quedaba de la balconada y las galerías.



Asimismo, el arte se ha ocupado de retratar aquel pasaje, tal como podemos apreciar en el cuadro “La calle del pecado”, pintado al óleo en 1914 por Manuel Mayol Rubio, el célebre dibujante y pintor que con tantas viñetas de sátira política nos obsequiara en las tapas y páginas de la revista Caras y Caretas:


La instalación del mercado y de la plaza de toros resultó una catástrofe para Monserrat. Proliferaron las pulperías, los reñideros y los boliches non sanctos; se radicaron barracas de cueros y hasta un saladero, y en aquel corto espacio, atestado de carretas y mercancías; se hacinaban personas y animales, se vertía basura por doquier y debían sufrirse el olor de frutas y verduras podridas, y el hedor pestífero de las osamentas de toros y caballos muertos durante las corridas. Para peor, no había baños públicos, con lo cual puede uno imaginar dónde hacía sus necesidades fisiológicas la gente. Además, la zona se llenó de malvivientes, ladrones y pendencieros, y claro; también de prostitutas que ejercían su oficio en las casas linderas (de allí, entonces, deriva lo de “calle del Pecado”).
Algunos cronistas tienden una mirada indulgente, edulcorada, romanticona y bobeta sobre todo aquello. Ven a la “calle del Pecado” como si fuese una suerte de simpático precedente de la palermitana “Villa Cariño” que se enuncia en la cumbia de Eduardo Schejtman y Herminia Cruz popularizada por Los Wawancó. En todo caso, mejor harían en aplicar lo de ¡Pará, mi amor, esto está muy Shangai! que grita el Indio Solari en “Música para pastillas” apelando a una expresión usual en el Brasil de los setenta y ochenta para representar un ambiente tipo feria, confuso, oscuro, inquietante y peligroso; y a la vez interesante para contemplarlo. Pero eso sí: lo de interesante para contemplarlo no implica banalizarlo, que es en definitiva lo que se hace al no consignar las calamidades y los perjuicios que hubieron de afrontar como consecuencia de la instalación de la plaza, los propietarios de las casas que rodeaban al hueco de Montserrat, desvalorizadas y dañadas por los malhechores que las ocupaban como aguantadero y de las putas que usaban las habitaciones que daban a la calle para el comercio carnal. Todo ello con alquileres irrisoriamente bajos, que frecuentemente eran “cancelados” con el expeditivo método del pagadios y dejando invariablemente la propiedad como tierra arrasada. Felizmente, los vecinos lograron, a fines de 1799, que el virrey Antonio Olaguer y Feliú accediera a sus justos reclamos y dispusiera la demolición de la plaza. No obstante, el lugar continuaba teniendo mala fama y muchos vecinos se alejaban de él, y entonces; fueron llegando a habitarlo los negros y mulatos que harían de Monserrat "el barrio del tambor".
En 1870 la calle “del Pecado” pasó a ser llamada “de la Fidelidad”, en razón de que en ella habían prestado juramento de fidelidad a la corona española los integrantes del Regimiento de Castas o de Pardos y Morenos formado en tiempos de las invasiones inglesas. Pero nunca se le asignaron oficialmente ni el nombre “del Pecado” ni el “de la Fidelidad” ni ningún otro; hasta que recién en 1893, por ordenanza municipal del 27 de noviembre, se la designó "Aroma", en recuerdo del triunfo patriota logrado en la batalla de Aroma o Arohuma, el 14 de noviembre de 1810, exactamente siete días después de la victoria obtenida en Suipacha.
En la década de 1930 se inició la construcción tanto de la avenida 9 de Julio como del edificio que, inaugurado en 1936, fue la sede del Ministerio de Obras Públicas; mientras que la avenida se concluiría en 1980. En esta imagen podemos apreciar la calle “del Pecado” que después fuera “de la Fidelidad” y por último “Aroma”, tal como estaba en ese año de 1980:


Y en la que sirve de portada a este opúsculo, puede verse tal como está hoy en día la callejuela aquella, que si bien ha logrado quedar indemne ante “la piqueta fatal del progreso” (Víctor Soliño dixit); ahora funge de playa de estacionamiento del edificio del Ministerio (el cual dicho sea de paso, ya no es de Obras Públicas sino que “cobija” —es una forma de decir, considerando lo siniestro de quienes detentan esas carteras: Sandra Pettovello y Mario Lugones— las dependencias de los ministerios de Capital Humano y de Salud. 
Ya no es polvorienta o fangosa como antes lo fuera según se dieran las condiciones climáticas, sino que luce esmerada y prolijamente asfaltada para servir de parking. Y su nombre ya no está referido al “pecado de la carne” según la moralina hipócrita y ridícula represora del sexo; sino a un pecado real e infinitamente grave: el de corrupción.

-Juan Carlos Serqueiros-
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REFERENCIAS

AGN. WIT01-SFAA-am-1-213006-Colección Aficionados - Documento fotográfico 275174.
Bilbao, Manuel. Tradiciones y recuerdos de Buenos Aires. Ediciones Dictio, Buenos Aires, 1981.
Conde, Roberto. Buenos Aires de ayer y de hoy. Editorial Corregidor, Buenos Aires, 1982.
De Lafuente Machain, Ricardo. Buenos Aires en siglo XVIII. Municipalidad, Secretaría de Cultura, Buenos Aires, 1980.
Leiva, Alberto y Vilgré, Augusto. Esencia y presencia de Montserrat (en Historias de la ciudad: Una revista de Buenos Aires, año II, n° 6, octubre de 2000).
MLP (Museo de la Legislatura Porteña). Actas del Concejo Municipal de 1870.
Piñeiro, Alberto Gabriel. Las calles de Buenos Aires. Instituto Histórico de la Ciudad, Buenos Aires, 2003.
Revista Caras y Caretas. Eds. n° 23, 11.03.1899; y n° 818, 06.06.1914. 
Revista Todo es Historia. Eds. n° 26, 06/1969; y n° 90, 11/1974.


viernes, 26 de septiembre de 2025

VALE LA PENA





















VALE LA PENA
(Poema de Gabriela Borraccetti) *

Vale la pena
Creer, crecer, lograr.
Vale la pena
Perder, sufrir, llorar.
Vale la pena
Seguir, partir, llegar.
Vale la pena
Crear, soñar, amar.
Siempre vale la pena,
Porque no siempre es pena
Correr y derramarse
A lo largo de este río
Que es la Vida.

-Gabriela Borraccetti-

* Gabriela Borraccetti (n. 1965, Vicente López, Buenos Aires), es licenciada en Psicología por la Universidad Argentina John F. Kennedy. De extensa trayectoria profesional, ejerce como psicóloga clínica especializada en el diagnóstico y tratamiento de la angustia, el estrés, los temas de la sexualidad y los conflictos derivados de situaciones familiares, de pareja y laborales. Es, además; poetisa, cuentista, artista plástica y astróloga. Para contactar con ella por consulta o terapia, enviar e-Mail a licgabrielaborraccetti@gmail.com o Whatsapp al +54 9 11 7629-9160.


martes, 23 de septiembre de 2025

ATORRANTES




































Escribe: Juan Carlos Serqueiros

… Y el cohecho no es un descubrimiento nuevo en la política… el partido de los atorrantes va tomando un carácter bien distinto... (Roque Sáenz Peña)

En el año 1884, Roque Sáenz Peña, quien se había desilusionado de la política tras su paso por las filas del republicanismo de Aristóbulo del Valle y Leandro Alem, pero ya renovadas por entonces sus ideas e inquietudes; militaba en el Partido Autonomista Nacional, en cuyo seno se debatía la sucesión presidencial, es decir, quién habría de resultar el candidato por el oficialismo en las elecciones de 1886, que se realizarían previamente al término del período de gobierno de Julio A. Roca, por lo cual pugnaban Bernardo de Irigoyen, Dardo Rocha y Miguel Juárez Celman (este último, concuñado de Roca, ex gobernador de Córdoba, y desde el año anterior, senador nacional por dicha provincia). 
Sáenz Peña, desafecto a la candidatura de Irigoyen, a quien consideraba —pese a haber sido en 1880 su subsecretario en el ministerio de Relaciones Exteriores— uno de los hombres más atrasados (sic), y asimismo opositor decidido a la de Rocha; por esa época apoyaba activamente las aspiraciones de Juárez Celman. 
En ese contexto fue que mantuvo con este último una nutrida correspondencia (la cual se conserva en el AGN), y en una de las cartas que le dirigía, fechada el 14 de julio de aquel año, consignaba lo de “partido de los atorrantes” en referencia al sector que impulsaba la candidatura de Rocha, achacándole la figuración en él de hombres de moral laxa, saltimbanquis, sinvergüenzas, desfachatados, que medraban con la obra pública y sirviéndose del Banco de la Provincia de Buenos Aires.
Tengo para mí que se trataba más de un chusmerío politiquero destinado tanto a halagar la vanidad de Juárez Celman, como a realzar la importancia que en su concepto éste debería de asignarle a Sud-América (el diario que Sáenz Peña había fundado junto a Carlos Pellegrini, Ezequiel Ramos Mexía, Delfín Gallo y Paul Groussac para enfrentar a Rocha, y al que por entonces procuraban —él, Pellegrini y Ramos Mexía; que no Groussac y mucho menos Gallo en tanto partidarios y firmes sostenedores de la candidatura de Irigoyen— constituir en el principal órgano propagandístico del juarismo porteño), y asimismo la del propio Sáenz Peña; que de una pintura que fuese fielmente representativa de la realidad: ni Rocha era el jefe de una caterva de atorrantes y coimeros, ni el juarismo era precisamente un convento de carmelitas descalzas. De hecho, puesto Sáenz Peña al frente de la dirección del diario, tardó sólo un mes en renunciar a la misma, e incluso; renunció también a la presidencia del comité Capital del juarismo.
Por otra parte, mi querido lector, le cuento que el empleo del vocablo “atorrantes” por parte de Roque Sáenz Peña, viene a dar por tierra con la desgraciadamente tan difundida versión de que fue creado para adjetivar personas que se metían a vivir en los grandes caños destinados a las obras públicas de desagües y cloacas, que —dicen, mentirosamente— estarían fabricados por una empresa "A. Torrent”. Lo cual es un completo delirio, porque jamás existió ni en Cataluña ni en Inglaterra ni en Francia ni en sitio alguno del mundo, una firma fabricante de caños que girara bajo la razón social o usara como marca "A. Torrent”.
Lo cierto —y documentalmente comprobado hasta aquí y ahora— es que el primero en citar el término “atorra” (de atorrar, esto es, dormir) fue Benigno Baldomero Lugones en un artículo titulado (con marcada ironía, por supuesto) “Los caballeros de industria”, el cual fuera publicado en folletín por el diario La Nación en su edición del 6 de abril de 1879. Lugones (n. Buenos Aires, 13.02.1857 – m. París, 27.10.1884) fue un periodista (fallecido a causa de la tuberculosis cuando contaba tan sólo 27 años) que circunstancialmente ofició de escribiente de policía, lo cual le dio acceso al argot usual en el mundillo del delito y la marginalidad, o sea, el lunfardo.
En síntesis, “atorrante” es el que “atorra” o “torra”, es decir, el que duerme u holgazanea, y proviene de “atorrar” o "torrar", un argentinismo para designar eso y cuyo origen se presume derivado de “torrado” (del latín torrere), o sea, el tostado de los granos de café: a quienes se empleaba en los almacenes de ramos generales para dicha tarea, se les permitía pernoctar en los depósitos, y consecuentemente dormían sobre las bolsas de café.
Seguramente en razón de que Lugones en su artículo cita lo de atorra para referirse a “duerme”, pero concatenado, entremezclado, con la mención y aun la descripción en detalle de robos, estafas y otras actividades non sanctas como por ejemplo, la falsificación de billetes (que por obvios motivos era perseguida con especial celo por los directores del Banco de la Provincia de Buenos Aires), más temprano que tarde se asoció al atorrante con el delincuente, surgiendo así otra acepción del vocablo, usada para adjetivar a alguien de dudosa moral, desvergonzado (que era, precisamente, a lo que aludía Sáenz Peña mencionando al de Rocha como “el partido de los atorrantes”).
Por último, muy adelantada la segunda mitad del siglo XX, comenzó a usarse “atorrante” dándole una significación ya no tan peyorativa e insultante, sino más bien tolerante y aun con cierto grado de simpatía, aplicándola a quien evidencia astucia, es “piola” y posee la habilidad de seducir y hacerse perdonar sus faltas. Y ya que estamos, justamente una arista… digamos precursora, anticipatoria, de esta última clase de atorrantes, había en la índole de aquel Sáenz Peña de 1884, joven de 33 años, cultísimo, elegante, de linaje y fortuna, soltero codiciado por mujeres de la más alta sociedad, portador legítimo del aura que le otorgaba su condición de héroe de la guerra del Pacífico, y en fin, hombre más que corrido en materia de francachelas, quilombos y putas.
Ya ve usted, apreciado lector, que atorrantes, lo que se dice atorrantes... hay muchos y de todo pelo y señal.
¡Hasta la próxima!

-Juan Carlos Serqueiros-
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REFERENCIAS

AGN. Fondo Juárez Celman. Correspondencia Roque Sáenz Peña - Miguel Juárez Celman, 1884.
BNMM. Lugones, Benigno. Crónicas, folletines y otros escritos: 1879-1884 / Benigno Lugones; con prólogo de Diego Galeano (col. “Los raros” n° 36). Buenos Aires, 2011.
Diario La Nación, ed. del 06.04.1879.
Giorlandini, Eduardo. Cosas del tango y del lunfardo. Editorial Raigambre, Bahía Blanca, 2000.
Gobello, José. Vieja y nueva lunfardía. Editorial Freeland, Buenos Aires, 1963. 
Sáenz Quesada, María. Roque Sáenz Peña: el presidente que forjó la democracia moderna. Editorial Sudamericana, Buenos Aires, 2014.


viernes, 19 de septiembre de 2025

FELICIDAD ES...


FELICIDAD ES...
(Poema de Gabriela Borraccetti) *

Felicidad es
Juntar caracolas a la orilla del mar,
Mirar al sol de frente
Intentando no parpadear,
Contar algunas estrellas,
Perderte y volver a empezar,
Jugarle al viento con el cabello en flecos,
Pisar los charcos,
Trepar a un árbol,
Escalar los muros,
Y esperar del otro…
Encontrar un nuevo mundo,
Quedarnos sentados mirando al cielo,
No pensar en el mañana;
Porque el hoy es bello,
Querer lo que tenemos
Y no lo que nos falta,
Ser afuera como somos adentro,
No rezar para que algo ocurra;
Sino hacerlo nosotros mismos.
La felicidad está allí:
Donde llegamos cuando aprendimos
A hacer cosas porque nos gustan
Y no hacerlas para gustar.
Sé vos;
Nadie feliz recorre su vida
Siguiendo las huellas de otro.

-Gabriela Borraccetti-

* Gabriela Borraccetti (n. 1965, Vicente López, Buenos Aires), es licenciada en Psicología por la Universidad Argentina John F. Kennedy. De extensa trayectoria profesional, ejerce como psicóloga clínica especializada en el diagnóstico y tratamiento de la angustia, el estrés, los temas de la sexualidad y los conflictos derivados de situaciones familiares, de pareja y laborales. Es, además; poetisa, cuentista, artista plástica y astróloga. Para contactar con ella por consulta o terapia, enviar e-Mail a licgabrielaborraccetti@gmail.como Whatsapp al +54 9 11 7629-9160.


lunes, 15 de septiembre de 2025

A VECES...














Escribe: Juan Carlos Serqueiros

Habitualmente me despierto 6:30 hs, sin necesidad de alarma en el celular (como dijo el General: "al pedo pero temprano"). Hoy lo hice una hora antes, con lo cual a las 6:10 ya me había levantado, bañado, vestido y me disponía a tomar unos mates con pizza fría que sobró de anoche.
A veces (y por suerte, sólo a veces) se me da por pensar que estamos yendo derechito al abismo. Ya sé que en esta vida todos vamos pa'l pozo y que más temprano o más tarde, uno terminará en él. Pero qué querés que te diga... a mí me gustaría estar entre los que lleguen últimos, viste.
Hace poco leí una novela en la cual el protagonista principal de la trama tiene un amigo economista que le dice algo así como esto: "Mira, ya no quedan optimistas; sólo quedan quienes creen que el colapso mundial es inevitable, pero divididos en dos corrientes: la de los que afirman que será inmediato y se resignan a ello, y la de quienes sostienen que demorará todavía un poco en producirse". Ante lo cual el otro le pregunta: "Y tú, ¿en cuál de las dos estás?". La respuesta que obtiene el que interrogó es: "¡Claro que en la segunda! Aunque sea con clips, banditas elásticas y goma de pegar, tratemos de mantener el armazón, total... ¿qué perdemos?".
Me sumerjo en la virtualidad adentrándome en las procelosas aguas de internet. Como historiador, estoy (además de en la mía propia, claro) en algunas páginas dedicadas a la historia, y resulta que hace un rato, leí un... "comentario", digamos, siendo buenos, de un sujeto que muy suelto de cuerpo postea: "No se come con la historia... hablemos de futuro" (sic). Es decir, el tipejo pide nada menos que no tratar de historia... ¡en una página dedicada EXCLUSIVAMENTE a la historia! Salí corriendo a pedir turno con el oculista, porque tuve miedo de no estar leyendo lo que creía leer. Es como si en una página dedicada a la astronomía, yo posteara "no se come con la astronomía; dejemos de joder con los planetas y hablemos del fin del universo". Algo así...
Trascartón, mi faceta masoquista me impele a meterme en las redes y fijar mi atención en las fechorías y los delirios del psicótico narcisista que "gobierna", en la banda de meretrices, cipayos, ladrones y psicópatas que lo secunda, y sobre todo; en las almas enfermas de quienes votaron todo eso.
Ojalá el cambio antropológico por el que nos toca atravesar, fuera tan sólo una distopía espantable al mejor estilo de las profetizadas por Orwell o Huxley, pero no; tengo para mí que es una terrible realidad.
Realidad que, de paso; me conduce a pensar si no estaría equivocado Horacio Guarany al escribir y cantar "Morir... / ¡Morir...  no se muere nunca! / Vivir... / ¡Es esa la ley del hombre!", y si de verdad quiero seguir estando entre quienes albergan el deseo de figurar en la lista de los que lleguen últimos al pozo. 
Después de todo, quizá uno cualquiera de los de este tiempo sea un buen día para morir.

-Juan Carlos Serqueiros-

Imagen: Jesús Colomina Orgaz (“Colo”), Hoy es un buen día para morir, cómic, contemporáneo.


lunes, 8 de septiembre de 2025

UN ABRAZO






































UN ABRAZO
(Poema de Gabriela Borraccetti) *

Ayer pensé en vos
En tu compañía de tantos años
En tu paciente espera
En tus interminables vigilias
En las mañanas en que el viento
Peinaba tus cabellos
Y el frío inclemente
Atravesaba tus costillas.

Y vos allí...
Hasta la noche
Para volver a verme
Paso a paso retornando
Desde la vieja esquina
Con la cálida bienvenida
Aquella que me dabas
En la puerta de mi casa.

Ayer pensé en vos
Con las hojas ya más quietas
En tus ramas vueltas abrazo.

-Gabriela Borraccetti-

Imagen de portada: Arik Brauer (1929-2021), "El alma del árbol", grabado sobre vitela.

* Gabriela Borraccetti (n. 1965, Vicente López, Buenos Aires), es licenciada en Psicología por la Universidad Argentina John F. Kennedy. De extensa trayectoria profesional, ejerce como psicóloga clínica especializada en el diagnóstico y tratamiento de la angustia, el estrés, los temas de la sexualidad y los conflictos derivados de situaciones familiares, de pareja y laborales. Es, además; poetisa, cuentista, artista plástica y astróloga. Para contactar con ella por consulta o terapia, enviar e-Mail a licgabrielaborraccetti@gmail.com o Whatsapp al +54 9 11 7629-9160.


lunes, 1 de septiembre de 2025

EL SHOW DEBE CONTINUAR


EL SHOW DEBE CONTINUAR
(Poema de Juan Carlos Serqueiros)

Cuando te invada la ira
E incontrolable te arrase
Cuando la auto compasión
Haga de vos presa fácil
Y estés inerme entre sus garras
Lacerantes

Cuando la pena de saberte solo
(Solo de toda soledad
Metafísica, absoluta e inapelable)
Te haga percibir que está allí
Y que jamás te abandonará
(Fiel como ninguna)

Habrás de buscar
En los labios de tu herida
En una nota inconcebida
En el dulzor acariciante de un mate amargo
En los arabescos de una voluta de humo
Bálsamo (efímero) al ardor
De la melancolía añeja que te abrasa

Y desde la negritud de tu noche
Surgirá radiante el milagro
De una nueva mañana
Que te mueva a dar un paso más
Porque… ¿sabés?
El show debe continuar
Lo spettacolo deve continuare
The show must go on
Y es así
Otra-no-hay.

-Juan Carlos Serqueiros-

Imagen de portada: Claudia Noelia Serqueiros, "Los payasos son tristes", óleo sobre tela, 2010.