Monserrat es, ante todo, una memoria de las cosas que fueron. (Jorge Luis Borges)
En Buenos Aires todavía existe (de puro milagro, si tomamos en cuenta la maldita afición que tenemos los argentinos a enterrar el pasado y destruir los escenarios por los que el mismo discurrió) una callejuela que antaño fuera conocida con el sugestivo nombre de “calle del Pecado”, el cual según algunos se debería a un crimen pasional seguido de suicidio, acaecido a fines del siglo XVIII o principios del XIX; o a las casas de lenocinio que se habían instalado allí, según otros.
El sostenimiento de la primera hipótesis resulta dificultoso por no decir directamente imposible. Supuestamente, un torero venido desde España habría requerido de amores a una damisela de la sociedad porteña, y al rechazarlo ésta, él la habría asesinado a puñaladas para después suicidarse colgándose de una reja (hay otra versión que introduce una variante: la que afirma que el torero no se suicidó, sino que fue muerto por el padre de la víctima). Buenos Aires era por entonces poco menos que una aldea, ¿no?, con lo cual semejantes sucesos habrían causado gran conmoción y forzosamente deberían figurar registrados, ya sea en los archivos del cabildo, de haber ocurrido en la época virreinal; o en los del gobierno, de haberse producido con posterioridad a la Revolución de Mayo. Sin embargo, ninguna mención hay acerca de ello. Por otra parte, si lo que se pretendía era designar esa calle con un nombre que hiciese referencia a los hechos presuntamente allí perpetrados, entonces resultaría mucho más apropiado llamarla “del Crimen” —por citar un ejemplo—; antes que “del Pecado”, que remite más bien a lujuria, al pecado de la carne.
En suma, me hallo inclinado a creer que esa hipótesis no se trata más que de pura leyenda urbana. Al fin de cuentas, “uno a veces dice cosas / de a dieces como de a cientos / y a’nde quiere fantasiar / le va poniendo el acento” (José Larralde dixit).
Infinitamente más verosímil, toda vez que se sustenta en documentos de autenticidad inobjetable, es la segunda hipótesis, la cual sostiene que se llamó “del Pecado” a esa calle, con motivo del ambiente de concupiscencia que en ella se respiraba. Veamos, si no:
Sobre finales del siglo XVIII, dos factores influyeron para que el hueco de Montserrat, como se denominaba por entonces al baldío delimitado por las calles Lima, San Francisco (actual Moreno), del Buen Orden (actual Bernardo de Irigoyen) y Santo Domingo (actual avenida Belgrano) se convirtiera en plaza —lo cual equivalía a transformarlo en un sitio… poco recomendable y peligroso, digamos—: la creciente dificultad en el abasto (y por ende, la necesidad de instalar una plaza-mercado como medio de resolver el problema); y la erección de una plaza de toros en “obsequio” al entretenimiento popular. Y en este punto debo prevenirle, mi querido amigo lector, que no otorgue a la palabra plaza la significación hoy por hoy más usual, esto es, como mención de un espacio urbano abierto y público al que concurre la gente para reunirse, caminar y/o llevar a cabo actividades sociales, culturales y recreativas; sino que le dé la acepción de concentración y estacionamiento de carretas, y asiento de actividades de feria y mercado.
En estas fotografías, tomadas c. 1872 y que se conservan en el Archivo General de la Nación, podemos ver tanto la “calle del Pecado” —que en realidad, más que calle era un pasaje— en toda su corta extensión de 70 varas españolas (58,51 metros), donde se situaba el toril; como así también el punto exacto en que dicho pasaje venía a nacer: a la altura del n° 350 de la calle Lima —arteria sobre la cual estaba el ruedo—, e incluso puede distinguirse lo que quedaba de la balconada y las galerías.
Asimismo, el arte se ha ocupado de retratar aquel pasaje, tal como podemos apreciar en el cuadro “La calle del pecado”, pintado al óleo en 1914 por Manuel Mayol Rubio, el célebre dibujante y pintor que con tantas viñetas de sátira política nos obsequiara en las tapas y páginas de la revista Caras y Caretas:
La instalación del mercado y de la plaza de toros resultó una catástrofe para Monserrat. Proliferaron las pulperías, los boliches y los reñideros; se radicaron barracas de cueros, saladeros, y en aquel sitio, atestado de carretas y mercancías; se hacinaban los animales, se vertía basura por doquier y debían sufrirse el olor de frutas y verduras en descomposición, y el hedor emanado de las osamentas de toros y caballos muertos durante las corridas. Para peor, no había baños públicos, con lo cual puede uno imaginar dónde hacía sus necesidades fisiológicas la gente. Además, la zona se llenó de malvivientes, ladrones y pendencieros, y claro; también de prostitutas que ejercían su oficio en las casas linderas (de allí, entonces, deriva lo de “calle del Pecado”).
Algunos cronistas tienden una mirada indulgente, edulcorada, romanticona y bobeta sobre todo aquello. Ven la “calle del Pecado” como si fuese una suerte de simpático precedente de la palermitana “Villa Cariño” enunciada en la cumbia de Eduardo Schejtman y Herminia Cruz, popularizada por Los Wawancó. En todo caso, mejor harían en aplicar lo de ¡Pará, mi amor, esto está muy Shangai! que grita el Indio Solari en “Música para pastillas” apelando a una expresión usual en el Brasil de los años 80 para representar un ambiente tipo feria, confuso, inquietante y peligroso; y a la vez interesante para contemplarlo. Pero eso sí: lo de interesante para contemplarlo no debería implicar banalizarlo, que es en definitiva lo que se hace al no consignar las calamidades y los perjuicios que hubieron de afrontar como consecuencia de la instalación de la plaza, los propietarios de las casas que rodeaban al hueco de Monserrat, desvalorizadas y dañadas por la dejadez de los malhechores que las usaban de aguantadero y de las putas que empleaban las habitaciones que daban a la calle para el comercio carnal. Todo ello con alquileres irrisoriamente bajos, que frecuentemente eran “cancelados” con el expeditivo método del pagadios y dejando invariablemente la propiedad como tierra arrasada. Felizmente, los vecinos lograron, a fines de 1799, que el virrey Antonio Olaguer y Feliú accediera a sus justos reclamos y dispusiera la demolición de la plaza. No obstante, el lugar continuaba teniendo mala fama y muchos vecinos se alejaron, entonces; fueron llegando los negros y mulatos que harían de Monserrat "el barrio del tambor".
En 1870 la calle “del Pecado” pasó a ser llamada “de la Fidelidad”, en razón de que en ella habían prestado juramento de fidelidad a la corona española los integrantes del Regimiento de Castas o de Pardos y Morenos formado en tiempos de las invasiones inglesas. Pero nunca se le asignaron oficialmente ni el nombre “del Pecado” ni el “de la Fidelidad” ni ningún otro, hasta que recién en 1893, por ordenanza municipal del 27 de noviembre, se la designó "Aroma", en recuerdo del triunfo patriota logrado en la batalla de Aroma o Arohuma, el 14 de noviembre de 1810, exactamente siete días después de la victoria obtenida en Suipacha.
En la década de 1930 se inició la construcción tanto de la avenida 9 de Julio como del edificio que, inaugurado en 1936 fue la sede del Ministerio de Obras Públicas; mientras que la avenida se concluiría en 1980. En esta imagen podemos apreciar la calle “del Pecado” que después fuera “de la Fidelidad” y por último “Aroma”, tal como estaba en ese año de 1980:
Y en la que sirve de portada a este opúsculo, puede verse tal como está hoy en día la callejuela aquella, que si bien ha logrado quedar indemne ante “la piqueta fatal del progreso” (Víctor Soliño dixit); subsiste como playa de estacionamiento del edificio del Ministerio (el cual dicho sea de paso, ya no es de Obras Públicas sino que “cobija” —es una forma de decir, considerando lo siniestro de quienes detentan esas carteras: Sandra Pettovello y Mario Lugones— las dependencias de los ministerios de Capital Humano y de Salud.
Ya no es polvorienta o fangosa como antes lo fuera según se dieran las condiciones climáticas, sino que luce esmerada y prolijamente asfaltada para servir de parking. Y su nombre ya no está referido al “pecado de la carne” según la moralina hipócrita y ridícula represora del sexo; sino a un pecado real e infinitamente grave: el de corrupción.
-Juan Carlos Serqueiros-
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REFERENCIAS
AGN. WIT01-SFAA-am-1-213006-Colección Aficionados - Documento fotográfico 275174.
Bilbao, Manuel. Tradiciones y recuerdos de Buenos Aires. Ediciones Dictio, Buenos Aires, 1981.
Conde, Roberto. Buenos Aires de ayer y de hoy. Editorial Corregidor, Buenos Aires, 1982.
De Lafuente Machain, Ricardo. Buenos Aires en siglo XVIII. Municipalidad, Secretaría de Cultura, Buenos Aires, 1980.
Leiva, Alberto y Vilgré, Augusto. Esencia y presencia de Montserrat (en Historias de la ciudad: Una revista de Buenos Aires, año II, n° 6, octubre de 2000).
MLP (Museo de la Legislatura Porteña). Actas del Concejo Municipal de 1870.
Piñeiro, Alberto Gabriel. Las calles de Buenos Aires. Instituto Histórico de la Ciudad, Buenos Aires, 2003.
Revista Caras y Caretas. Eds. n° 23, 11.03.1899; y n° 818, 06.06.1914.
Revista Todo es Historia. Eds. n° 26, 06/1969; y n° 90, 11/1974.
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