En la imagen que oficia de portada, podemos ver personas establecidas sobre un suelo transparente, pero con una estructura metálica y reforzada que las sostiene, para no caer en un precipicio caótico y vertiginoso. A pesar del refuerzo de cristales diseñados con el propósito de no romperse (salvo por un inmenso impacto que resultase en un accidente de dimensiones gigantescas); sus pies están apoyados en la parte que ciega el fondo del paisaje, a varios metros de altura, es decir, que se encuentran parados sobre el borde que contornea y atraviesa el suelo, con el fin de crear una sensación de máxima seguridad. Aquello que constituye un borde reconocible, delimitando una forma a la cual ver, tocar y reconocer como segura; impide a su vez que la vista comunique al cerebro la sensación de estar derrumbándose sin salvación.
Aún así, pareciera que falta algo más para tener la certeza de ocupar un lugar, un punto determinado y bien definido en el espacio, y es por ello que el límite o contorno no figura sólo debajo de los pies; sino que se extiende alrededor con la forma de una baranda de la cual poder sostenerse y que impide que el vértigo paralice reflejos e imposibilite acciones.
Entonces, cabría una seria reflexión acerca de lo que denostamos cuando hablamos de ego.
Pareciera ser que últimamente se ha transformado en la función de amurallante del alma; pero sería todo un acto de consciencia (ya que la mencionamos tan seguido), poder reflexionar acerca de lo que sucedería al remover de golpe la estructura (representante de nuestro ego) desde donde estas personas están contemplando la vida. ¿Se pueden imaginar qué sentirían si repentinamente se eliminase la plataforma sobre la que apoyan sus pies? ¿Qué sucedería si junto con ella desapareciera lo que las contiene?
Todas estas preguntas nos las podemos hacer poniéndonos como protagonistas de la escena, y quizá sea bastante difícil de componer el cuadro completo de sensaciones caóticas que se producirían en nuestro interior. No obstante, no pueden caber dudas de que tal acontecimiento nos transportaría a la desesperación, teniendo esa sensación de pérdida irremediable en un vacío imposible de significar.
La desaparición de los puntos de referencia en tiempo y espacio, nos entregarían a la ausencia de puntos coherentes, imposibilitando cualquier ilación, orden y claridad necesarios para tomar decisiones, reflexionar y pensar. Descenderíamos estrepitosamente al caos absoluto, y junto con ello, al desconocimiento del suelo que pisamos o del sitio que habitamos. La nada sería el único punto de referencia posible, e imaginar a la nada, por más que la confundamos con una fantasía acerca de ella y nos pretendamos extensos e infinitos en un nivel finito; no nos es dable en forma completa, salvo que se elimine la estructura del ego. En ese camino al vacío, el cuerpo aparecería como un átomo que se fragmenta en partículas cada vez más pequeñas; y desapareciendo en el acto lo que conocemos como brazos, pies, y cabeza; tanto literal como metafóricamente; quedaría tan sólo el terror de una nadedad que no nos dejaría en paz hasta desaparecer atomizados en un mundo muy diferente del que el ego estructura.
La función del ego hace posible tanto la mismidad como la otredad, ya que dibuja los bordes que distinguen al otro de mí. La visión de "lo completo" cambiaría totalmente nuestra percepción, y pasaríamos a formar parte de una consciencia global, perteneciente a todos y a nadie, desconociendo a su vez el significado de las palabras "todo" y "nadie". El adiós a las formas sería definitivo, y la ausencia de tiempo y espacio, la nueva ley.
Este es más o menos el resultado de lo que se vivenciaría a causa de la pérdida de las referencias, y de la entrada a un mundo en donde todo se quiebra como el cristal y las estructuras que antes nos sostenían sobre el seguro y concreto suelo (mundo).
Si el ego desaparece, desaparece la posibilidad de toda distinción, y sería algo así como si el inconsciente inundara por completo nuestra consciencia. Eso que hoy llaman "loco", "insano", "enfermo", es lo que paradojalmente se ensalza al hablar de lo fatídico del ego, y sin embargo; quisiera ver cuántos de los new agers que pululan por ahí dando irresponsablemente “consejos” e impartiendo “cátedras” (para lo cual, además; no están ni formados ni capacitados ni habilitados), son capaces de vivir emanando "luz" y "bendiciones", al convivir con uno de ellos.
Por supuesto, hay egos de todos los colores y tamaños, porque todos somos de muchos colores y tamaños (y de hecho, este artículo es sólo el comienzo; en sucesivos opúsculos abordaré la cuestión in extenso, escribiendo acerca de egos sanos y egos enfermos, de vivir desde el ego, etc.). No obstante; si hay algo que por ahora y en este nivel de evolución no podríamos hacer, es imaginarnos sin el ego; pues eso es, quizá, lo que en la actualidad llamamos muerte.
Lic. Gabriela Borraccetti
Psicóloga Clínica
M. P. 16814
* Gabriela Borraccetti (n. 1965, Vicente López, Buenos Aires), es licenciada en Psicología por la Universidad Argentina John F. Kennedy. De extensa trayectoria profesional, ejerce como psicóloga clínica especializada en el diagnóstico y tratamiento de la angustia, el estrés, los temas de la sexualidad y los conflictos derivados de situaciones familiares, de pareja y laborales. Es, además; poetisa, cuentista, artista plástica y astróloga.
Para contactar con ella por consulta psicológica o terapia psicoanalítica, enviar e-Mail a licgabrielaborraccetti@gmail.com o Whatsapp al +54 9 11 7629-9160.
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