sábado, 30 de julio de 2022

VEINTE AÑOS NO ES NADA






















VEINTE AÑOS NO ES NADA
(Poema de Juan Carlos Serqueiros)

Volví a verte ayer
Entre la masa apretada
Que en la soleada mañana
Se asfixiaba en el trajín
Tan inútil, tan solitario
Y tan acompañado
En el sinsentido de esta oquedad
Que no llego a comprender.

Veinte años no es nada
(Dijo un poeta)
Y quizá tuviera razón…
Veinte años de sueños gastados
De noches oxidadas
De sudores rancios
De gramos añejados
En la tragicomedia del vivir.

Fue raro ¿sabés?
Como el súbito despertar
De una amnesia que me volvió
Impermeable a recordar
El perfume de tu piel
De tus besos el sabor
De tu sexo la humedad
Y hasta el eco de tu voz.

Una sola imagen se quedó
En mis retinas atesorada
La del gato que en su boca
Venía a traernos la luna
Desde la ribera de la noche
Hasta la helada pobreza
De un mísero cuarto de pensión
Veinte años... nada son.

-Juan Carlos Serqueiros-

viernes, 29 de julio de 2022

HISTORIAS DE PUTAS, CAFÉS PARISINOS Y CUADROS: EN CABINET PARTICULIER O AU RAT MORT









































Escribe: Juan Carlos Serqueiros

Le Rat Mort… le paradis qu'Eve nous fit perdre, mais que ces dames nous font retrouver. (Guide des Plaisirs à Paris, 1899)

En esta obra "En cabinet particulier" o "Au Rat Mort" (para el mundo hispanoamericano titulada "En un reservado del Rat Mort", y para el mundo anglosajón "In a Private Dining Room at The Rat Mort"), Henri de Toulouse-Lautrec representa una pareja de la Belle Époque, integrada por un caballero al cual se ve sólo parcialmente, y una demi-mondaine, cenando en un reservado del Café du Rat Mort.
Una "demi-mondaine" ("medio mundana") era una mujer que se desenvolvía en el "medio mundo" —expresión que proviene de la comedia Le Demi Monde, de Alejandro Dumas (h)—, es decir, aquel mundo que se presume fino, elegante, rico, culto y glamoroso (los españoles, a instancias de la RAE, prefieren emplear glamuroso, pero me complace embromarlos un poco a esos tiranos del idioma cada vez que puedo); más en el que muchos —quizá la mayoría— de sus "habitantes" son en sí mismos una impostura, porque después de todo; son capaces de las peores miserias y abyecciones, y de perpetrar idénticos delitos a los que a diario vemos / escuchamos / sufrimos / cometemos en el "gran mundo", o sea, ese que es el real y tangible.
A menudo englobada (inapropiada y erróneamente, en mi opinión) bajo el denominador común de "prostituta", una demi-mondaine no debe ser confundida con una grisette, muchacha independiente, obrera de la industria del vestido (de allí lo de "grisette", por el tono gris de los uniformes que utilizaban las costureras de los talleres de confección), y por ello, de condición muy humilde, que vivía sola, se bastaba a sí misma (con frecuencia, en medio de grandes privaciones y con la amenaza constante del hambre y la tisis, dados el salario misérrimo que percibía, las extenuantes jornadas de trabajo que soportaba, y la alimentación escasa), ejercía libremente su sexualidad y se relacionaba, en el ambiente de la bohemia, con pintores, poetas, músicos y escritores). Ni con una lorette ("lorette" por el sitio del cual procedía: las inmediaciones de la iglesia de Notre-Dame-de-Lorette, o sea, Nuestra Señora de Loreto), que era una joven que vivía exclusivamente de prostituirse. Y tampoco con una cocotte, es decir, una "cacerola", que ejercía la prostitución en los estratos sociales más altos. Una demi-mondaine no era nada de eso; sino que pertenecía, por derecho propio (ya sea por haber nacido en el seno de la aristocracia o de la burguesía terrateniente, banquera o industrial; o por haber logrado acceder a él por las circunstancias que fueren), a ese "medio mundo" o "semi mundo" que describí precedentemente.
La demi-mondaine era, generalmente, mantenida por uno o varios amantes que sufragaba/n su estilo de vida rumboso, en medio del boato, y residía en un lujoso apartamento cuando no en una suntuosa mansión o en un coqueto petit hotel; aunque (más frecuentemente de lo que se cree) también se daba el caso inverso y era ella quien mantenía a algún amante o “favorito” que se constituía así en su gigoló (claro que a costa del bolsillo de otro amante, poderoso y adinerado, que era su “protector”).
El ámbito en que transcurre la escena pintada por Toulouse-Lautrec es Le Rat Mort, un café restaurante parisino situado en Place Pigalle, más precisamente, en el número 7 de la rue homónima, y con entrée particulière, es decir, con una entrada para acceder (directa, y sobre todo; discretamente) a los reservados, en el 16 de la rue Frochot, en Montmartre.




Hay tres versiones que procuran explicar el porqué de tal nombre para aquel establecimiento gastronómico, de espectáculos y… otras cositas. 
Una sostiene que se originó en el hecho de encontrarse los parroquianos —más precisamente, un couple (una pareja) según se estipula en la publicidad (que podemos considerar como oficial, ya que es la que se consigna en la Guide des Plaisirs à Paris)— con la desagradable sorpresa de una rata muerta atascada en la bomba de tirar chopp instalada sobre el barril de cerveza; otra afirma que obedecía al olor nauseabundo que se desprendía de un vaciadero de desperdicios que la gente desaprensiva arrojaba alrededor de la Fontaine Pigalle (obra del arquitecto Gabriel Davioud); y la tercera dice que surgió por el olor “a rata muerta” que emanaba del enyesado fresco en ocasión de remodelarse el local (que antes de 1867, había albergado al Grand Café Place Pigalle). Particularmente, me hallo inclinado a inferir que la más probablemente acertada sea la que cité al último. 
Sus paredes estaban adornadas con paneles en los que se representaban escenas alusivas al nombre del café restaurante, los cuales conocemos gracias a los dibujos de Joseph Faverot en su Dessins de rats en action au Café du Rat Mort (1886): “Le Baptême", "La Noce", "L'Orgie" et "La Mort” ("El bautismo”, “La boda”, “La orgía” y “La muerte”).






A las mesas de Le Rat Mort se sentaron Verlaine, Rimbaud, Castagnary, Desnoyers, Mendés, Forain, Coppée, Villemessant, Willette, Steinlen, Anquetin, Guibert, Degas, Matisse, Vlaminck, Sescau, Conder y, por supuesto, también Toulouse-Lautrec y tantas, tantas otras celebridades de las letras, del arte y de la política. Allí concertaban sus citas las cocottes más renombradas, y también allí, en compañía del bacán que te acamala (Celedonio Flores dixit), disfrutaban sus cenas, con platos seleccionados de entre la gran variedad que ofrecía el menú exquisitamente ilustrado por el mismísimo Adolphe Léon Willette las demi-mondaines, como por ejemplo, la que aparece en el cuadro de Toulouse-Lautrec que nos convoca y sirve de portada a este artículo.




Y también acudían a Le Rat Mort, cómo no, lesbianas en procura de otras mujeres con quienes compartir las preferencias sexuales que tenían en común. Se ha propagado hasta el hartazgo (y se lo sigue haciendo), que en las dos últimas décadas del siglo XIX, aquel establecimiento se había convertido en un “café para lesbianas”. 
Se trata de una exageración, de la afirmación de un presunto “hecho histórico” que no se puede sostener al momento de confrontar el relato con la evidencia que surge de la heurística: lo cierto es que no se registran en los archivos de la policía parisina, procedimientos, arrestos y detenciones de mujeres, indicativos de que hubo una persecución al lesbianismo.
Obviamente, ello no implica negar en redondo que concurriesen lesbianas a Le Rat Mort, porque de hecho; sí iban algunas (o posiblemente varias y quizá hasta muchas), tal como se desprende de artículos periodísticos y obras literarias de la época, y tal como taxativamente escribí más arriba. Pero de allí a considerar válida y veraz la aseveración de que era un “café para lesbianas”… bueno… ciertamente ¡hay un campo de distancia!
Y agregaré: sí existían, en tiempos de Le Rat Mort, cafés exclusivos para lesbianas, como —por ejemplo y por citar sólo un par de ellos—: La Brasserie du Hanneton y La Souris. Incluso, el primero se promocionaba así: “Por la noche, rara vez te encuentras con un representante del sexo fuerte; mujeres emasculadas, amantes del lugar incluidas, cenan solas, en mesas pequeñas, y se ofrecen luego los cigarrillos, los dulces y los besos. Ver como curiosidad patológica.” (sic). Y en ambos se desalentaba sin ambages la entrada de hombres y como presencia masculina sólo se admitía y era bienvenida la de Henri de Toulouse-Lautrec, por concesión especial de quienes los regentaban: Madame Armande, la Hanneton; y madame Palmyre, La Souris (que además; eran amigas entrañables del artista).
El relato edulcorado que procura (y mayormente consigue) instalar en el colectivo una mirada romántica, idílica, sobre los establecimientos y centros de diversión nocturnos que combinaban lo artístico con lo literario y el espectáculo de entretenimientos en París, en el período que se extiende entre las tres últimas décadas del siglo XIX y fines de la primera mitad del XX, se acerca mucho más a la ficción que a la verdad histórica.
La visión de una París-faro irradiando al mundo desde Montmartre, Pigalle y el Quartier Latin los rayos de una vanguardia cultural y artística transformadora en realidad tangible de los postulados de liberté, égalité, fraternité para todo el orbe (y de paso, también para los distintos géneros), es nada más que un espejismo, una fantasía. Creer seriamente que las demandas de la mujer en procura de sus derechos encontraron allí y en esa época, favorable eco, constituye, cuanto menos, una ingenuidad inadmisible.
Y asimismo lo es la percepción de la Belle Époque como un tiempo en el que floreció el arte y a su mágico conjuro desapareció el flagelo de las miserias humanas. Como si Pierrot hubiese dejado de ser el zonzo que sufre por Colombina, y ésta hubiera derivado, de voluble y miserable pizpireta, en EL amor puro e idealizado. Como si las grisettes, milagrosamente, ya no murieran de tisis o de consunción por el hambre en los talleres de costura o en la sórdida estrechez de las buhardillas parisinas en que malvivían, o ya no languidecieran de pena, desarraigo y fracaso, trasplantadas a la orilla del Plata por aquel argentino que entre tango y mate la alzó de París (Enrique Cadícamo dixit). O que por decreto divino, todos los pintores y poetas, de pronto pudieran hacer tres comidas decentes al día y ya no muriesen como moscas, atrapados en el delirium tremens, en los vahos etílicos y mentirosamente felices de la verde diosa absenta o en la telaraña letal de la sífilis. O como si las presuntamente alegres y divertidas hetairas parisinas no fueran, a menudo, protagonistas de su propio infierno como esclavas de la morfina cuando no de la atropina o del éter. O como si la sola pertenencia al mundillo de la bohemia creativa, bastara para garantizar la inexistencia en él de lacras como el colonialismo, el racismo, la xenofobia y la misoginia.
Obviamente, lo antedicho no debe leerse en modo alguno como menoscabo de la trascendental importancia de toda esa movida en torno a las artes, la literatura y la filosofía que tuvo lugar en la ciudad luz durante el período precitado, ni ocultar o negar la influencia que ejerció en el mundo (o al menos, en el occidental y cristiano). Ni tampoco, debe llevarnos a caer en el error de analizar las actitudes de aquellos hombres y de los hechos que protagonizaron, utilizando los parámetros culturales, los valores ético-morales y la percepción que de esas cuestiones tenemos vigentes en la actualidad; porque ellos fueron hombres de su tiempo y lo que corresponde es estudiarlos situándonos en la época y en el contexto en que vivieron, tan aproximadamente como nos sea posible hacerlo. Rasgarnos las vestiduras y condenarlos, cual si fuésemos un tribunal póstumo de justicia, por los prejuicios que muchos de ellos tuvieron, por la frontera entre géneros que establecieron y por la misoginia que evidenciaron, equivaldría poco más o menos a que condenemos al ostracismo definitivo la memoria y el pensamiento de Aristóteles porque consideraba que la esclavitud era natural.
Le Rat Mort llegó al apogeo en cuanto a notoriedad y afluencia de clientes a partir de la Exposición Universal de París de 1889 (y vaya uno a saber, mi apreciado lector, cuántos argentinos habrán pasado por aquel café restaurante y habrán disfrutado allí sus cenas y se habrán solazado en la compañía de las bellas damiselas que a él concurrían… ¡riche comme un argentin!), y su existencia se prolongó hasta después de la finalización de la Segunda Guerra Mundial, cuando hubo de cerrar para siempre sus puertas. Actualmente, en ese edificio del 7 de la Rue Pigalle hay instalado un banco.


Y pensando bien la cosa (Borges dixit), existe cierta ironía cruel en el hecho de que en el mismo sitio donde antaño se hicieran transacciones, digamos... gastronómicas y sexuales (y por ende, placenteras); se realicen hoy por hoy, asimismo transacciones, sólo que… financieras.  
Pero volvamos a Lautrec y esa pintura suya en particular. No existe, entre los historiadores y críticos de arte que han analizado e interpretado (o, más apropiadamente expresado; han tratado de interpretar) este cuadro, coincidencia de opiniones en cuanto a lo que pretendió transmitir el artista en su obra, ni tampoco en lo que atañe a la motivación que lo impulsó a pintarla. Veamos.
Está representada, en primer plano, Lucie Jourdan, una célebre demi-mondaine de la Belle Époque, ricamente ataviada con un vaporoso vestido y tules que se extienden incluso hasta su cabeza, en una especie de caperuza coronada con un moño negro. A su lado aparece un caballero rubio del que no se ve su rostro más que parcialmente. No obstante ello, sabemos —o al menos; creemos saber, por los testimonios de la época que nos han llegado a través de la tradición oral— que se trata de Charles Conder, un pintor e ilustrador de la corriente simbolista nacido en Londres y formado en Australia, que vivió en París, donde trabó estrecha amistad con Lautrec. Ambos personajes están instalados en un reservado del Rat Mort, en el que presumiblemente, han disfrutado o se aprestan a hacerlo, de una opípara cena y se hallan junto a una fuente llena de frutas, tomando champagne (o al menos, la dama; porque la copa del hombre no se visualiza en la escena). Ella tiene ante sí, además; otra copa que, o bien es para el agua, o bien nos sugiere (por los reflejos verdes) que bebió o se dispone a beber, absenta.
Puede usted estar tranquilo, mi querido amigo lector: no voy a aburrirlo con consideraciones pseudo explicativas de la obra (para lo cual no califico, y por otra parte; ello significaría entrar en materia propia de esa deleznable especie que son los críticos de arte), ni tampoco me atreveré a esbozar un perfil psicológico del artista (tengo un acuerdo con Gabriela, mi esposa, y me propongo atenerme a él: ella no se mete con la historia ni yo con la psicología). Pero sí voy a mencionar determinados aspectos, los cuales estimo importantes.
Pintado en 1899, este cuadro significó la rentrée de Toulouse-Lautrec a la actividad artística (y de paso; también su recaída en el consumo desenfrenado de alcohol y su vuelta al mundo de la noche, las mujeres galantes y los amigos de juergas y francachelas), después de haber estado recluido, por disposición de su familia, en el sanatorio de Neuilly, entre febrero y mayo de ese año, en procura de desintoxicarlo y curarlo de sus adicciones. Así, no me parece casual (de casualidad, maldita palabreja a la que se apela cuando no se tiene explicación para determinadas coincidencias) esa ambigüedad de los reflejos verdes en la copa de la dama, como insinuando que, minga de agua; lo que hay en ella es ajenjo. ¿No estaría eso que en el cuadro aparece como incierto, originado en el mono que sufría Lautrec por la abstinencia que se le había ordenado? Qué sé yo... se me ocurre…
Y en cuanto a lo de aparecer cortado por el extremo derecho del cuadro el rostro de Conder, para representarlo sólo parcialmente, y que algunos sabihondos se arrogan "explicar" atribuyéndolo a que el hombre "quiso mantenerse en el anonimato para que no se supiera de su relación con una prostituta", diré que tal inferencia me parece un disparate; porque ¿para qué cuernos querría Conder, que contaba por entonces 31 años y era soltero y descomprometido (se casaría recién en 1902, en Inglaterra, y con una inglesa), “mantenerse en el anonimato” evitando aparecer en un cuadro que lo mostraba cenando con una de las más codiciadas mujeres de París? Máxime, cuando en 1893, esto es, seis años antes, ya había sido retratado por Lautrec en su cuadro “Aux Ambassadeurs: Gens Chic”, en el cual aparecía representado cenando con una dama en el célebre café concert Les Ambassadeurs, situado en los Campos Elíseos.


Y también había aparecido Conder pintado, junto a Toulouse-Lautrec, Jean Moréas, Henri Bourges y Louis Anquetin en una acuarela obra de este último, titulada “Rencontre d'amis à Bougival” (“Encuentro de amigos en Bougival”), en la que se representa una escena que los muestra a todos en ese sitio de las afueras de París, en un alegre y desprejuiciado picnic en el cual las mujeres están desnudas.


Así las cosas, se convendrá conmigo en que resulta absurdo eso de que Conder quería “mantenerse en el anonimato” y que se deba a ello el que su rostro no aparezca totalmente en el cuadro.
Prefiero suponer como más probable, que Lautrec lo haya pintado por iniciativa propia, y no “por encargo del barón de W.” (?), quien supuestamente sería “un caballero adinerado, cliente fijo de esa prostituta y que por obvias razones, no quería que se lo representase en la obra”, como afirman otros. Infiero que Lautrec, que era buen gourmet y mejor cocinero, y odiaba tener que cenar solo, habrá buscado la compañía de su amigo Conder, antiguo camarada de borracheras y lupanares. Y si le sumamos la presencia de la amante de Conder por esos días: Lucie Jourdan, que era pelirroja… bueno, ¡bingo en la sala! (las pelirrojas eran el fetiche de Lautrec). La cena en Le Rat Mort debe de haberla sufragado la damisela en cuestión (que era, reitero, una demi-mondaine y no una “prostituta” como la califican, con escasa caballerosidad, los sabios críticos de arte), o quizá el propio Lautrec; porque Conder invariablemente andaba de la cuarta al pértigo, sin un centavo en el bolsillo. Y de allí también lo de representar en primer plano a Lucie.
De todos modos, no deja de ser peligrosa la pretensión de narrar la historia fundándose en elementos intrínsecamente subjetivos, tales como obras de arte, ya sea que se traten estas de cuadros, esculturas o poesías; porque sabido es que en ellas no se expresa o traduce la realidad tal como fue y ocurrió, sino como la percibió y representó simbólicamente el artista.
Así que no corramos riesgos innecesarios incursionando en un terreno tan fangoso, y dediquémonos, mejor, a disfrutar de la contemplación de este cuadro magistral y a tener a mano la copa llena de bon vin para brindar por la memoria de Henri de Toulouse-Lautrec, Lucie Jourdan y Charles Conder. Y desde luego, también por la felicidad de usted, mi apreciado lector, que ha tenido la gentileza de favorecerme con su paciente interés.
À votre santé!

-Juan Carlos Serqueiros-
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REFERENCIAS DOCUMENTALES Y BIBLIOGRÁFICAS

Albert, Nicole G. Saphisme et Décadence dans Paris fin-de-siècle. La Martinière, París, 2005.
Baxter, John. Chronicles of Old Paris. Exploring the Historic City of Light. Museyon Inc., Nueva York, 2011.
Balducci, Richard. Les Princesses De Paris: L'âge d'or des Cocottes. Les Presses de la Cité, París, 1994.
Bibliothèque nationale de France. a) Guide des Plaisirs à Paris. Édition Photographique, París, 1899.
                                                       b) Semanario Le Courrier français, edición del 25 de febrero de 1894.
Carcas Castillo, M. Rosario. El alcohol entre la vida y la obra de Toulouse-Lautrec. Prensas de la Universidad, Zaragoza, 2012.
Coquiot, Gustave. Lautrec. Libraire Ollendorff, París, 1921.
Dumas, Alejandro (h). Demi-Monde: comedia en cinco actos. Editorial Estrella, Madrid, 1919.
Duret, Théodore. Lautrec. Bernheim-jeune, éditeurs. París, 1920.
Galbally, Ann. Charles Conder: The Last Bohemian. Melbourne University Press, Melbourne, 2003.
Guigon, Catherine. Les Cocottes - Reines du Paris 1900. Parigramme, París,  2012.
Lepage, Auguste. Les cafés politiques et littéraires de Paris. J. Clayer, imprimeur, París, 1874.
Morrow, William C. Bohemian Paris of To-Day. J. B. Lippincott Company, Filadelfia, 1899.
Néret, Gilles. Henri de Toulouse-Lautrec: 1864-1901. Taschen, Colonia, 2009.
Rodríguez Suárez, María. El cronista de la noche: La temática de Henri Toulouse-Lautrec. Universidad de La Laguna, San Cristóbal de La Laguna, 2015.

viernes, 22 de julio de 2022

THE DOORS, L.A. WOMAN, ALDOUS HUXLEY, JOANNA KARPOWICZ Y ANUBIS


























Escribe: Juan Carlos Serqueiros

Todo está en todo. Todo es realmente cada cosa. (Aldous Huxley, "Las puertas de la percepción").

La imagen de la portada en este opúsculo corresponde al cuadro "Anubis i L.A. kobieta" ("Anubis and L.A. Woman" en inglés y "Anubis y Mujer de Los Ángeles" en castellano), de la pintora polaca Joanna Karpowicz.
En dicha obra (acrílico sobre tela, pintada en 2015), la artista rinde tributo a los adoradores del filósofo y escritor Aldous Huxley: la banda de rock psicodélico The Doors que lleva precisamente ese nombre por el libro The Doors of Perception (ed. 1954)—, representando a la deidad egipcia Anubis como alter ego de Jim Morrison, confortable y placenteramente instalado en un motel, paladeando su trago mientras contempla a la bella Mujer de Los Ángeles, la cual se apresta a lanzarse a la piscina desde el trampolín.
L.A. Woman (que según los propios Doors refleja la esencia de la banda) es un blues compuesto y escrito entre fines de 1970 y principios de 1971 por Jim Morrison, Robby Krieger, Ray Manzarek y John Densmore, que fue incluido en el álbum del mismo nombre. Y el Mr. Mojo risin' mencionado en la letra, no es otra cosa que un anagrama de “Jim Morrison”.

L.A. WOMAN

Well, I just got into town about an tour ago
Took a look around, see which way the wind blow
Where the little girls in their Hollywood bungalows
Are you a lucky little lady in The City of Light
or just another lost angel?
City of Night,
City of Night,
City of Night

L.A. Woman, L.A. Woman
L.A. Woman Sunday afternoon
L.A. Woman Sunday afternoon
L.A. Woman Sunday afternoon

Drive through your suburbs
Into your blues, into your blues, into your blues

I see you hair is burning
Hills are filled with fire
If they say I never loved you
You know they are a lair
Driving down your freeways
Midnite alleys roam
Cops in cars, the topless bars
Never saw a woman…
So alone
Motel, Money, Murder, Madness
Let’s change the mood from glad to sadness

Mr. Mojo rising
Mr. Mojo rising
Mr. Mojo rising
Mr. Mojo rising, Got to keep on rising

Mr. Mojo rising
Mr. Mojo rising
Mr. Mojo rising
Mr. Mojo rising, gotta

Well, I just got into town about an tour ago
Took a look around, see which way the wind blow
Where the little girls in their Hollywood bungalows
Are you a lucky little lady in The City of Light
or just another lost angel?
City of Night,
City of Night,
City of Night

L.A. Woman, L.A. Woman

MUJER DE LOS ÁNGELES

Bien, bajé a la ciudad hace como una hora
Me di una vuelta para ver de qué lado soplaba el viento
Donde están las chicas en sus bungalows de Hollywood
¿Eres una pequeña chica con suerte en la ciudad de la luz
o sólo otro ángel perdido?
Ciudad de la noche
Ciudad de la noche
Ciudad de la noche

Mujer De Los Ángeles, Mujer De Los Ángeles,
Mujer De Los Ángeles, tarde de domingo
Mujer De Los Ángeles, tarde de domingo
Mujer De Los Ángeles, tarde de domingo

Maneja por los suburbios
Para entrar en tu blues

Veo que tu cabello está en llamas
Las colinas están llenas de fuego
Si te dicen que nunca te he amado
Sabes que ellos están mintiendo
Manejando por las autopistas
Vagando por los callejones a media noche
Policías en autos, los bares topless
Nunca vi a una mujer…
Tan sola
Motel, asesinato, locura
Vamos a cambiar el  humor de placentero a tristeza

Sr. Mojo que se eleva
Sr. Mojo que se eleva
Sr. Mojo que se eleva
Sr. Mojo que se eleva, debe seguir elevándose

Sr. Mojo que se eleva
Sr. Mojo que se eleva
Sr. Mojo que se eleva
Sr. Mojo que se eleva, tengo que…

Bien, bajé a la ciudad hace como una hora
Me di una vuelta para ver de qué lado soplaba el viento
Donde están las chicas en sus bungalows de Hollywood
¿Eres una pequeña chica con suerte en la ciudad de la luz
o sólo otro ángel perdido?
Ciudad de la noche
Ciudad de la noche
Ciudad de la noche

Mujer de Los Ángeles, Mujer de Los Ángeles

En cuanto a lo de “City of Night”, lo declaró tantas veces Ray Manzarek, que es ocioso repetirlo, pero vaya esto para los pocos que lo desconozcan: se trata de una referencia a una obra literaria en particular, esa que inspiró tanto el ambiente como parte de la poética: la novela homónima de John Rechy editada en 1963, en cuya trama se describe la persecución de que la policía —"Cops in cars" ("Policías en autos"), se consigna en la letra— hace objeto a lesbianas, gays y travestis, provocando la reacción de la gente y generándose un gran disturbio, el cual fue ferozmente reprimido.
Pero mejor, escuchemos la canción de The Doors y disfrutemos el arte de Joanna Karpowicz, así dejamos a Anubis solazándose con su trago y admirando a su hermosa y pelirroja Mujer de Los Ángeles.


Chin chin y hasta la próxima.

-Juan Carlos Serqueiros-

domingo, 17 de julio de 2022

CUANDO TALLAN LOS RECUERDOS

























Escribe: Juan Carlos Serqueiros

Jabón de tocador Manuelita, el que nos compraba mi vieja.


Claro, el que nos compraba... cuando había —cosa que raramente ocurría— unos pesos para jabón de tocador, porque si no; la mayoría de las veces nos bañábamos con el de lavar la ropa: el viejo y fiel Federal, que allá por 1957 tenía una propaganda con el equipo de Huracán:



Aquella casa chorizo (alquilada, desde luego) del pasaje Turín "al 46" (porque los rosarigasinos no decimos "al cuatro mil seiscientos", sino al cuarenta y seis) en un barrio pobre (muy), de esos... bravos, digamos, que había en mi Rosario natal: La Guardia.



Y mi perra, la Rory... una cuzquita mediana tirando a grande, de noble raza tajungapul, que mis viejos habían rescatado de la calle, una noche de lluvia, y con la cual aprendí a caminar, prendido del pelo de su lomo. La Rory, que tenía una cuestión personal con don Felipe, el lechero, al que se quería manducar crudo. Y por supuesto, tenía razón la Rory: era un reverendo guacho ese don Felipe, que le pegaba al caballo que tiraba del carro en el que repartía la leche y que siempre le mezquinaba a mi vieja la yapa en el jarrito de latón. Sí, don Felipe era un mal parido.
En cambio; don Raúl, y su señora, doña Felisa, eran macanudos. Esos dos me adoraban, y también sus hijos: el Chani, el Raulito y la Pichi. Bueno, en realidad, sobre la Pichi tenía mis dudas de que me quisiera, porque era la enfermera del barrio, la que ponía las inyecciones... Y la casa de don Raúl y doña Felisa era la embajada en que me "asilaba" cuando mi vieja me arreaba alguna soba con el cinto o la chancleta. Fue don Raúl (que para mí era don Nanú) el que me puso Calile; porque en el barrio, en las quintas, yo era "el Calile, el rubiecito ruliento ese, che, el hijo de la gringa Ilda, la que labura en la toldería".


¿Y aquellas revistas de nuestras niñez y adolescencia? Pa'l fulbo, teníamos El Gráfico:

 

Y para el automovilismo, Automundo o Parabrisas (esta última, furtiva, cuidadosa y sigilosamente escamoteada al viejo en las morosas, interminables horas de la siesta). Infaltables, eran de rigor:

 
  

Evocación de un tiempo irremisiblemente ido... Mi viejo, creciendo la tarde dominguera, mateando bajo el pomelo y sufriendo el partido del Globo. Mi vieja, lavando en el piletón del fondo. Y yo, feliz, en el potrero, remontando un barrilete hecho con cañas, engrudo y papel de diario, escapándole al gordo Cachito, el hijo de doña Pepa, la verdulera, ese que siempre me cascaba; o con el Chuna y el Tito, pateando una Pulpo mientras soñaba y me sentía el Toscano Rendo, para terminar a la nochecita asando camotes o pescando ranas en la zanja; maliciando los rezongos (o llegado el caso, los chirlos) de mi vieja cuando yo volviera a mi casa y ella advirtiese el estado de las pilchas tan esforzadamente adquiridas cuando lo permitía la siempre magra economía familiar de los Serqueiros. Y aquel terrible olor a pata que surgía en vahos emanados desde las entrañas mismas de las castigadas Skippy, las championes o los Sacachispas...


¿Y los primeros fasos comprados y fumados a escondidas, de contrabando? A ver si esto te refresca la memoria:


¿Y? ¿Te acordás ahora? Un saratoga, comprado suelto con unas monedas, en el kiosquito que estaba frente al colegio, fue mi primer cigarrillo, a los 12 años... Venían sin filtro, y era como fumar pasto encendido, un espiral...
Y ya me empezaba a tirar el rugby, que fue otra escuela de vida. Y que debo a la sugerencia que a mi vieja le hizo mi invalorable maestra de 7°, la por mí siempre adorada y recordada seño Radojka Pletikosic, con aquel atinadísimo consejo: "Ilda, sería bueno que Juancarlitos vaya a rugby, porque es un chico muy estudioso y aplicado, pero también; tímido, retraído, hosco y en ocasiones, agresivo. El rugby va a modelar su carácter y allí va a aprender a socializar, a compartir, a ganar, a perder y a canalizar en el juego tanta energía como tiene".
Pero para qué recordar... A qué viene tanta nostalgia... Por qué esa melancolía... si los recuerdos sólo son cenizas de un tiempo ido. La vida (¿quién dijo que es justa?) impone dar vuelta la hoja. 
Si seguramente, al final, como escribió Marta Mendicute: "La magia ya se ha perdido, / quién la pudiera encender... / Ni la tierra ya es de tierra... / Entonces, a qué volver...".

-Juan Carlos Serqueiros-

sábado, 16 de julio de 2022

UNA FLOR SOBRE TU ESCRITORIO




















UNA FLOR SOBRE TU ESCRITORIO
(Poema de Juan Carlos Serqueiros)

La noche cayó hace rato
Las luces se han apagado
Y se asocian a la penumbra
Los astros allá en lo alto
Que iluminan tenuemente
El nublado cielo protestando.

Todo es quietud en derredor mío
Después de un día ajetreado
Y vos también te has dormido
Tus párpados se han cerrado
Y pienso en las dos estrellas
Que con ellos se apagaron.

Me resisto a la tentación
De refugiarme en tus brazos
Para no despertarte
Para que sigas soñando.

Entonces salgo a la noche fría
Y me dirijo a tu consultorio
Para que mañana tu sonrisa
Muy temprano ilumine todo
Cuando encuentres esa flor
Que dejé sobre tu escritorio.

-Juan Carlos Serqueiros-