miércoles, 23 de junio de 2021

PLATAFORMA 26


Escribe: Juan Carlos Serqueiros

El tipito madrugó aunque había dormido poco, casi nada. Amaneció por detrás de los vahos tenaces de alcoholes mentirosos trasegados a hectolitros, miedos no cuajados y… otras yerbas (la carne es débil). Emergió desde una noche que se le había antojado interminable, con luna artificial y fugaces estrellas de fasos hurtados a sí mismo a fuerza de pura promesa olvidada (pues raramente, esa vez le falló la palabra que —craso error— había empeñado ante Ella sin detenerse a pensarlo mucho).
Miró el reloj sobre la mesa de luz. Eran las 6:20. Saltó de la cama y encaminó sus pasos a la cocina. Se preparó un café al que agregó unas gotas de leche, y deglutió dos tostadas con manteca. Luego se zampó un sobrecito con sal de frutas que disolvió en un vaso de soda, y eructando ruidosamente se dirigió al baño.
Frente al espejo se le ocurrió que estaba ante el retrato de Dorian Gray: ojeras antiguas, de noches antiguas, reas de culpas aún más antiguas, las que a solas solía reprocharse (pero sólo en contadas ocasiones), entre loables propósitos de enmienda cuya perdurabilidad equivalía más o menos a la de una pompa de jabón. En el lavabo, se afeitó cuidadosamente el rostro, y al hacerlo se lastimó un lunar del que empezó a manar un hilo de sangre. Rápidamente, aplicó sobre su mejilla un trocito de papel higiénico doblado en cuatro. —¡La puta que lo parió! —imprecó. Se miró el lunar, que apenas un minuto después ya no sangraba (siempre había tenido buena coagulación), y trascartón, entre pensativo y preocupado, se pasó un dedo sobre otro lunar que tenía en la sien, luego sobre otro que tenía en la ingle, después sobre otro que tenía en una rodilla, y sucesivamente sobre otro que tenía en el empeine de un pie y sobre otro que… Estaba lleno de lunares, incluso; unos cuantos en el culo, entre las nalgas, muy cerca del ano. —Debería consultar con un dermatólogo —murmuró para sí, sabedor de que se mentía, consciente de que no lograría superar la repugnancia que sentía por los médicos, ni el espanto que le provocaba cualquier cirugía, ni el celo con que protegía su intimidad (intimidad esa a la cual, pese a la incontable cantidad de mujeres que habían pasado por su lecho; nadie-nunca-jamás había tenido acceso; salvo Ella, porque Ella… era distinta, su alma gemela, la única persona en el mundo que lo sabía todo, absolutamente TODO, sobre él).
Seguidamente, procedió a afeitarse la cabeza. Diez años llevaba ya haciéndolo, un poco porque empezó a caérsele el cabello y otro poco harto de acudir religiosamente cada semana a la peluquería para mantener prolijos los rulos rebeldes que aún le quedaban. Se cepilló los dientes durante diez minutos, hizo buches con enjuague bucal durante otros cinco, y luego se metió bajo la ducha. Sintió el placer intenso del agua caliente sobre su cuerpo, se enjabonó, frotándose obsesivamente con esponja, y luego, meticuloso, se rasuró el pubis y los genitales librándolos hasta de un atisbo de pendejos por minúsculo que fuese, porque a Ella (que también se depilaba muy cuidadosamente) le gustaba sentirlo así: terso, suave y sin un solo vello imprudente e inoportuno. Salió de la ducha, se envolvió en un toallón, y una vez que se hubo secado, se dirigió al dormitorio para vestirse.
De un cajón de la cómoda sacó un slip negro, un par de medias del mismo color y un pañuelo gris. Abrió el placar, seleccionó un traje negro, una camisa blanca y una corbata, también negra con pintitas blancas. Se vistió sin apuro, morosamente, y por fin; se calzó unos zapatos negros lustrados a espejo.
Volvió a mirar el reloj. —¡Carajo, las 8 ya! —exclamó. Se abrigó con un sobretodo pied de poule y un echarpe blanco, echó sobre su figura alta, elegante, una última mirada satisfecha y aprobadora, y bajó a la cochera en procura de su auto. El micro que traía a Ella arribaría 8:30.
Llegó a la terminal y consultó el enorme cartel electrónico para saber a qué plataforma dirigirse: 26. Entonces recorrió infinidad de veces de uno a otro extremo ese andén sembrado de colillas, sucio de esperas trajinadas, nerviosas, ansiosas y… odiosas.
Hasta que casi puntual, el bondi llegó apenas pasada la hora, y el tipito la distinguió a Ella sonriéndole desde la ventanilla, agitando su mano e iluminando la mañana con su divina presencia. Se sintió renacer ese día, fuerte, enorme, embargado por la felicidad, murmurando entre dientes: —No me importaría morir en este instante para perpetuarlo en mi alma por toda la eternidad (suponiendo que tal cosa exista, claro).
Y así renació el tipito; puro otra vez, rescatado de lo que había sido una constante en su vida durante años: una insoportable espera añeja de esperar sin deseo, agobiado por ese esplín incurable que llevaba como marca en el orillo y atrapado en un torbellino de placeres efímeros que después del goce se demostraban como meros sucedáneos y que pronto lo sumían en la más espantable de las oquedades: el sinsentido.
Renació, nuevamente nuevo, ahora… pasadas las 8:30.

-Juan Carlos Serqueiros-

martes, 15 de junio de 2021

MERCEDES PUJATO CRESPO. PATRIA, MUJER Y POESÍA





















Escribe: Juan Carlos Serqueiros


¿Acaso se piensa que el trabajo intelectual femenino no merece remuneración? (Mercedes Pujato Crespo, discurso en el Primer Congreso Patriótico de Mujeres, 1910)

Mercedes Constancia Pujato Crespo, nacida en Santa Fe, el 23 de setiembre de 1871, en el hogar formado por el doctor Cándido del Rosario Pujato, egregio y abnegado médico higienista y destacado político y filántropo; y doña María del Rosario Crespo, una dama de las más linajudas familias de rancio abolengo de la provincia; fue una poetisa, escritora e historiadora que consagró su vida a las letras, a la asistencia a los más humildes y necesitados, y a la afirmación permanente de la nacionalidad y sus valores; al tiempo de bregar infatigablemente por los derechos de las mujeres y de contarse entre las precursoras que formaron parte de las organizaciones defensoras de los mismos.
Dotada de una despierta inteligencia, un especial gracejo y un encantador savoir-faire, comenzó a publicar sus poesías en 1899 en las revistas El Correo Argentino y Pirámide, bajo el pseudónimo Reina Topacio. Y en enero de ese año, el diario santafesino Nueva Época anunciaba que en ocasión de una velada en el teatro Politeama al efecto de recaudar fondos con destino a la construcción del nuevo hospital, "la señorita Mercedes Pujato Crespo declamó Marina, poesía de la que es autora, obteniendo un triunfo tan ruidoso como sostenido" (sic).
Pero a Mechunga, como la llamaban sus familiares y amistades, no le bastaba con que la élite de aquella vieja Santa Fe pacata y cancerbera de las antiguas tradiciones hispano-criollas le "permitiera" escribir poemas y participar (y sólo hasta donde lo legitimaran los cánones por entonces establecidos, desde ya) en actividades ligadas al quehacer socio-cultural; quería algo que trascendiese la acotada multitud de una tertulia, algo en lo cual poder volcar el fuego patriótico que en su pecho ardía. La oportunidad para ello se le había presentado el año anterior. Y no la desaprovechó.
Para 1898 el conflicto con Chile se había agudizado al punto de hacer presagiar la guerra, debiendo tomar el gobierno nacional presidido por José Evaristo Uriburu las medidas tendientes a lograr la equivalencia en cuanto a poderío naval con el vecino país de allende la cordillera. Entonces, la tesonera voluntad y el acendrado nacionalismo de Mercedes Pujato Crespo la llevaron a concebir y concretar, el 24 de marzo de 1898, la iniciativa de fundar la Asociación Pro-Patria, con el propósito de recaudar fondos para ese fin. Se formó así dicha asociación, con sede en Santa Fe, y de la cual se procedió a constituir inmediatamente una comisión especial en Buenos Aires y delegaciones en doce provincias (después, en 1908, se trasladaría la central a Buenos Aires). En 1900, el semanario Don Quijote le rendía homenaje en esta ilustración:




Mechunga publicó en 1903 su primer libro de poesía, titulado Albores, al cual subseguirían uno de sonetos bajo el título Flores del campo, editado en 1914; Liropeya, en 1928, poema dramático en tres actos basado en una leyenda indiana y dedicado a Leopoldo Lugones; Días de sol, en 1929, un poema en prosa, y el que sería su contribución a la historia: La provincia de Santa Fe. Escribió, además; en los diarios santafesinos Unión Provincial y Nueva Época, y también en publicaciones de Uruguay, Colombia, Guatemala y España.
Incansable en sus múltiples actividades, aparte de ejercer la presidencia de la Asociación Pro-Patria; formó parte desde el nacimiento del mismo, del Consejo Nacional de Mujeres, teniendo a su cargo la comisión de prensa. 
Ese Consejo, presidido por Albina Van Praet de Sala, fue el que en 1908 (presidencia de José Figueroa Alcorta) organizó la Fiesta del Libro, con un concurso literario cuya entrega de premios se realizó el 15 de junio. Después, en 1924, por decreto del presidente Marcelo T. de Alvear, se instituyó aquel evento como Feria del Libro; y en 1941, el presidente Roberto M. Ortiz dispuso que en dicha fecha se celebrase el Día del Libro.
En 1926, Mercedes Pujato Crespo apoyó entusiastamente el proyecto Primer viaje aéreo al Polo Sur, abocándose a la tarea de conseguir y allegar recursos para su realización (que lamentablemente, no se concretó), con insistentes llamados al espíritu nacional y al despertar de una conciencia antártica.
En 1948, el presidente Juan Domingo Perón dispuso, a través del Ministerio de Guerra, que se le cediese a la Asociación Pro-Patria el local en que funcionaba.
Mercedes Pujato Crespo falleció en Buenos Aires el 19 de octubre de 1954.   
Vaya uno a saber por cuáles rumbos habrán tomado mis pensamientos como para ponerme súbitamente a evocar, sin ninguna razón —o por lo menos, sin ninguna razón consciente a una mujer (gran mujer, por otra parte) que creció, vivió y murió inclaudicable en su sentimiento profundo de argentinidad.
Es que se ha machacado tanto, que se logró instalar en el imaginario colectivo la idea de que las inquietudes en pos de los derechos civiles y políticos de las mujeres se deben exclusivamente a iniciativas de aquellas que fueron socialistas o anarquistas; y a las que no lo fueron... ni pa' vela, como dice Larralde. Y es ese un mito que continúa difundiéndose más y más, producto de la ignorancia de nuestro pasado y del desdén por conocerlo. Porque ¿sabe usted, querido lector?, también se miente la historia cuando se ocultan partes de ella y se soslaya la participación de determinadas figuras. 
Así que quizá, tal vez, haya estado influido mi subconsciente por la intención de hacer notar que las cosas no fueron como algunos pretenden hacernos creer que ocurrieron.
Vaya uno a saber...

-Juan Carlos Serqueiros-