El "loco" (se refiere a Sarmiento, comillas mías) se nos entregará en cuerpo y alma y nos dará todo lo que le pidamos, inclusive la capital de la República en el Rosario. (Julio A. Roca, en carta de mayo de 1880)
Julio A. Roca dispensaba a Rosario un afecto especial. Desde allí (y también desde Córdoba, alternando su residencia entre ambas ciudades después de su renuncia al cargo de ministro de Guerra) había lanzado y afianzado su candidatura presidencial para el período 1880-1886. A Rosario había vuelto, ya presidente de la Nación, primero en 1882, y su gente lo había colmado de homenajes, y después; el 4 de noviembre de 1883 para inaugurar entre apoteóticos festejos populares el ferrocarril del Oeste santafesino. No pudo hacerla capital de la República por la cerrada oposición de Buenos Aires y los avatares de la política vernácula; pero sin dudas el Zorro quería y distinguía a Rosario, y ésta le correspondía de igual modo.
Y ya en su segunda presidencia, se debió a Roca la concreción de un anhelo muy caro a los rosarinos: el puerto moderno.
En 1880 era el de Rosario el primer exportador del país, y resultaba impostergable satisfacer las muchas y variadas necesidades que evidenciaba en materia de infraestructura. Por ello, en 1899 envió al Congreso un proyecto para su construcción y explotación, el cual votado favorablemente, se convirtió en ley n° 3885, que fuera sancionada en diciembre de ese año. Paralelamente, urgió a Emilio Civit, titular del flamante ministerio de Obras Públicas, la realización del dragado que posibilitara el ingreso de buques de ultramar de gran calado, y después; en setiembre de 1901 dispuso el llamado a una licitación internacional en la que resultó gananciosa la propuesta del consorcio francés Hersent et Fils et Schneider et Cie., previéndose para 1902 el inicio de las obras que debían concluirse en un plazo de cinco años, estipulándose que en tres, el nuevo puerto debía comenzar a funcionar.
En 1880 era el de Rosario el primer exportador del país, y resultaba impostergable satisfacer las muchas y variadas necesidades que evidenciaba en materia de infraestructura. Por ello, en 1899 envió al Congreso un proyecto para su construcción y explotación, el cual votado favorablemente, se convirtió en ley n° 3885, que fuera sancionada en diciembre de ese año. Paralelamente, urgió a Emilio Civit, titular del flamante ministerio de Obras Públicas, la realización del dragado que posibilitara el ingreso de buques de ultramar de gran calado, y después; en setiembre de 1901 dispuso el llamado a una licitación internacional en la que resultó gananciosa la propuesta del consorcio francés Hersent et Fils et Schneider et Cie., previéndose para 1902 el inicio de las obras que debían concluirse en un plazo de cinco años, estipulándose que en tres, el nuevo puerto debía comenzar a funcionar.
El 26 de octubre de 1902, a bordo del acorazado Libertad y acompañado de una numerosa comitiva escoltada por 900 efectivos del Ejército y de la Marina de Guerra transportados en los buques Entre Ríos, Espora, Gaviota, Maipú, Patagonia y Patria; el presidente Roca llegó a Rosario para poner la piedra fundamental. Allí lo esperaban: el intendente de la ciudad, Luis Lamas; el gobernador de la provincia de Santa Fe, Rodolfo Freyre, y una multitud estimada por entonces en 30.000 personas (sobre una población total de 115.000 habitantes, podía decirse que toda la ciudad se había volcado a las calles para recibir al primer mandatario de la Nación y asistir a los actos).
Poco tenía que ver aquel Roca audaz e innovador de la primera presidencia, enemigo acérrimo del mitrismo y lo que éste encarnaba; con el político recocido en el cinismo de la segunda: el del acercamiento a Mitre y el distanciamiento de colaboradores de la talla de Wilde, Magnasco, etc. Los conflictos sociales y las demandas obreras se sucedían, y la ciudad había sido luctuoso escenario de ello: el año anterior, la policía rosarina había matado a un huelguista, y la prédica del anarquismo había encontrado campo fértil entre los estibadores y entre la mayoría de los demás gremios.
Así las cosas, no fue de extrañar un piedrazo arrojado por alguien desde la multitud agolpada al paso de las autoridades que iban hacia el Palacio Municipal, que dirigido contra el landó que llevaba a Roca, fue a dar en el palco oficial. El presidente no le dio trascendencia al hecho, pero después empezó a circular insistentemente la especie de que el Zorro, recordando aquel momento, habría dicho: "En Rosario hasta las piedras son radicales". Caras y Caretas lo ilustró así:
Y no sólo eso, sino que además; la revista no se privó de mencionar a Monges, el sujeto que en 1886 intentó asesinar a Roca (cliquear sobre este ENLACE para acceder a mi artículo "10 de mayo de 1886: Atentado contra el presidente Julio A. Roca").
Pero veamos, ¿pronunció efectivamente aquellas palabras el presidente? Rotundamente no. En primer lugar, se trató sólo de una bola echada a rodar, un dicen que Roca dijo, y nada más que eso, un rumor. Y en segundo lugar; Rosario no era (al menos, en 1902) radical, y muchísimo menos al punto de que hasta las piedras lo fuesen. Sea como haya sido, lo concreto es que la cosa no pasó de la anécdota y los actos prosiguieron, ya en el Palacio Municipal, tal como estaban previstos: el intendente Lamas recibió a Roca con un florido discurso, que éste retribuyó a su vez con uno suyo.
Las palabras del Zorro estuvieron dirigidas a ensalzar "la laboriosidad de los rosarinos", y tuvo elogiosos conceptos para "su comercio, su espíritu cosmopolita y su amor al trabajo, que sólo encuentra parecido en la gran
República del Norte" (refiriéndose a los Estados Unidos). Y luego, llevado por la oratoria, echó una parrafada acerca de las diferencias que a su juicio existían entre nuestro pasado y el de los yanquis:
Decididamente los genios y hadas que rodearon la cuna de la República de Washington no fueron los mismos que presidieron el advenimiento de las democracias sudamericanas. Los fieros conquistadores cubiertos de hierro que pisaron esta parte de América, con raras nociones de la libertad y del derecho, con fe absoluta en las obras de la fuerza y la violencia, eran muy diferentes de aquellos puritanos que desembarcaron en Plymouth sin más armas que el Evangelio ni otra ambición que la de fundar una nueva Sociedad bajo la ley del amor y la igualdad. De ahí que las repúblicas latinas necesiten mayor suma de perseverancia de juicio y energía para lavar su pecado original, asimilarse las virtudes que no heredaron, formar una nueva educación y constituirse definitivamente.
Caras y Caretas puso el grito en el cielo por lo que reputó como "ofensivo a la numerosa colectividad española y que provocó el rechazo de sus miembros", y consignó que "resulta sugestivo que no fuera rectificado ni por el canciller ni por el presidente, quienes restaron importancia al polémico texto".
Veamos: la versión acerca de los crueles y sanguinarios conquistadores españoles expresada en cualesquiera de sus muchas formas metafóricas, era uno de los tantos mitos de la historiografía mitro-lopista impuesta como oficial, de modo que caerle con todo a Roca por repetir un concepto machacado hasta el hartazgo e instaurado como principio fundacional era, cuanto menos; injusto. Y sin embargo, Caras y Caretas lo hizo.
Aunque claro, lo que la revista no hizo, fue cuestionar a aquellos que precisamente habían instaurado ese postulado erróneo. Mucho escandalizarse por las palabras de Roca, pero nada de crítica a los libros de Mitre y de López (que en todo caso, debían necesariamente resultarle a la comunidad española muchísimo más ofensivos que ese corto párrafo del discurso del Zorro).
Más allá de esas nimiedades a las que nadie (y Roca menos que nadie) prestó atención, los festejos y celebraciones en Rosario siguieron. Hubo desfiles militares en la plaza 25 de Mayo, y la Asociación Popular Canalización de los Ríos y Puerto del Rosario se encargó de distribuir entre la gente volcada a las calles nueve toneladas de pan y carne. Rosario era una fiesta, y literalmente tiró la casa por la ventana. Si esto no es el pueblo...
En esta imagen puede verse una postal firmada por Roca aquel día memorable:
Tres años después de todo esto, en 1905 fue inaugurado el puerto moderno de Rosario, tal como estaba estipulado:
Todo habitante de Rosario era consciente de que su propia suerte y la de la ciudad estaban indisolublemente vinculadas a la del puerto. Y también de que la concreción de ese puerto moderno la debía al presidente Roca. A pesar de algunos defectos que se hicieron perceptibles a poco de concluida su construcción (capacidad de tráfico y tarifas, entre otros) y que plantearon cuestiones nuevas a resolver y sortear; fue sin dudas el basamento de su progreso y grandeza.
Lo mínimo que debe exigírsenos a quienes gustamos de bucear en nuestro pasado y narrarlo, es que más allá de los criterios que asumamos y las interpretaciones que hagamos; tengamos la honestidad intelectual imprescindible para contar las cosas como fueron en la realidad.
Si de algo estoy seguro, es de que no serán ni Rosario ni los rosarinos quienes se suban a o tiren de, la carroza farisaica de quienes con una visión maniquea, tendenciosa y sesgada de nuestra historia, exigen el sacrificio de ciertas figuras notables de la misma en aras de un declamado revisionismo muy mal entendido y además falso; porque lo que de cierto buscan no es la verdad histórica, sino digitar el futuro a través de la manipulación torpe e inescrupulosa del pasado.
-Juan Carlos Serqueiros-