Escribe: Juan Carlos Serqueiros
El Instituto Nacional de Revisionismo Histórico Argentino e Iberoamericano Manuel Dorrego creado por el gobierno sigue dando que hablar, aunque no precisamente acerca de historia; sino de las ora desopilantes, ora deplorablemente tristes, polémicas que en torno a él y quienes lo integran se generan.
La última se suscitó a raíz de la promoción post mortem al generalato de Felipe Varela por parte del gobierno. Aprovechando la volada, ni lerdo ni perezoso, el ex alfonsinista - menemista - delarruista y ahora devenido en kirchnerista presidente del citado instituto, Mario Pacho O'Donnell batió ¡cuándo no! el parche a través de una publicación (que pueden ver en este ENLACE) del 05.06.12 en el periódico Página/12, en la cual reprodujo parcialmente una proclama de Felipe Varela, a la que se le habían "podado" las expresiones antirrosistas que el caudillo catamarqueño vertía en ella.
Eso motivó que Norberto Galasso saliera al día siguiente a enmendarle la plana a O'Donnell (ENLACE), destacando que la transcripción de la proclama era incompleta, que había error de fecha y que se habían omitido párrafos sustanciales de la misma en los cuales se fijaba taxativamente la oposición a Rosas por parte de Varela (todo lo cual en efecto, era absolutamente cierto: O'Donnell había cortado a su gusto y paladar partes de la proclama, la misma era de fecha 6 de diciembre de 1866 y no del 10 de ese mes y año, y dichas partes "olvidadas" -tijera mediante- por O'Donnell estaban referidas a lo que Varela reputaba como "centralismo odioso vencido en Caseros").
Atrás de Galasso (y como O'Donnell no podía contestar, porque ¿qué iba a argumentar, toda vez que había quedado en evidencia que recurrió a la "avivada" -o no tanto, ya que se le hizo boomerang- de quitar de un documento lo que no le convenía citar?), el prosecretario del Instituto Dorrego, Marcelo Gullo, salió el 13.06.12 (ENLACE) a tratar de arreglar la gaffe de su coequiper, pero no encontró mejor viga para apuntalar su argumentación -al principio, bien enunciada, dicho sea de paso; aunque después "se mancó en el codo"-, que tirarle por la cabeza a Galasso con Arturo Jauretche, su pensamiento acerca de Rosas, bla bla bla...
Lo cual, a su vez; provocó que Galasso volviera por más, con una andanada contra Gullo (ENLACE).
En toda esa ensalada, el "debate" (que no fue tal, porque lo que hubo, en realidad, fue una remake de la alleniana Robó, huyó y lo pescaron por parte de O'Donnell, y un débil intento de "operación apoyo" de Gullo -al que más le hubiera valido no meterse a redentor-, esterilizado desde el vamos por la supina estupidez de citar a Jauretche, como si el precio de la papa en el mercado de Tombuctú y la sociedad de fomento del barrio tuviesen algo que ver entre sí) lo ganó Galasso. Y por añadidura, con baile y por estrepitosa goleada. Un papelón -otro más y van...- del devaluado Instituto Nacional (¿o nació-mal?) Dorrego. Pero salgamos de la pista a respirar y volvamos a la historia y a Felipe Varela:
Más allá de que Galasso se floree y arrime hacienda a su corral -y es perfectamente lógico, legítimo y esperable que se aproveche de la circunstancia, ¡mirá si se la iba a perder!-; lo real es que el paupérrimo nivel exhibido por sus contendientes, lleva a que deba situarse la "victoria" de aquél en el rango adecuado: el de las obtenidas a expensas de un rival no calificado. Porque para Galasso, los merecimientos de Felipe Varela al generalato radican en su actuación en esa etapa en la que se convirtió en un bastión de rebeldía contra el horror de la inicua guerra del Paraguay desatada por el tiranuelo Francisco Solano López, y de lucha por la unión con los demás pueblos hispanoamericanos; y no en su juvenil oposición a Rosas, que ejerció -junto al Chacho Peñaloza, también hay que decirlo- integrado a la Coalición del Norte, en la cual claramente puede divisarse al -otra vez: para Galasso- "adalid del federalismo" Varela, de la mano de otros "federales verdaderos" tales como el zarco Brizuela, Avellaneda, Lavalle, Lamadrid, Cubas y demás. Lindos "federales"...
Lo de presentar a Varela como un "federal auténtico" oponiéndose al "unitario" Rosas, no resiste análisis serio alguno; así como tampoco lo soporta la delirante ocurrencia de mostrar a éste como un continuador del centralismo rivadaviano y un antecesor del mitrista. Con focalizarse brevemente en eso, bastaba para dar por tierra con la antojadiza y caprichosa interpretación de Galasso, pero en un rapto de imbecilidad difícilmente igualable; Gullo optó por meter a Jauretche en la cuestión. Y lo de O'Donnell fue peor aún: en la misma proclama de Varela estaban las pruebas de lo desacertado de su oposición a Rosas, pero él no las vio; prefirió hacer la gran Mitre y "olvidó" transcribir parte del mismo documento que pretendió utilizar en abono de lo que sostenía. Fue por lana y salió trasquilado.
El revisionismo debe ser ejercido puntillosa y honestamente, y no apelando a los recursos ilegítimos que fueran utilizados por la historiografía otrora oficial, porque si se incurre en sus mismas malas praxis y engaños; lo que se está haciendo es comerse al caníbal so pretexto de combatir al canibalismo.
La mediocridad reinante en el Instituto Dorrego no es de extrañar. Ese engendro, infiero, debe de haberse dado a través de los trapicheos de un grupejo que, de algún modo y merced a la influencia de dos o tres politicastros cercanos a él colocados en puestos estratégicos de poder, lograron convencer a la presidente de la "imperiosa necesidad" de su existencia; y el haberle puesto el nombre Manuel Dorrego, obedece a la intencionalidad -vana pretensión- de nuclear en él a las distintas corrientes revisionistas: recurrieron a un "offside pasivo" como Dorrego, buscando quedar bien con tirios y troyanos, y como invariablemente ocurre cuando así se procede; quedaron mal con ambos.
Los de la vereda de enfrente, esto es, las viudas de Mitre pusieron el grito en el cielo apenas se enteraron de la creación del Instituto Dorrego por parte del gobierno: el adlátere del cipayaje, Luis Alberto Romero; la añosa Beatriz Sarlo -vívida patentización de que no siempre es cierto que los años traen aparejados el sentido común y la sabiduría-; y demás etcéteras, se desgañitaron vociferando en La Nación (¿dónde más, si no?) que "se avanza hacia la imposición del pensamiento único, una verdadera historia oficial". Y claro, su inveterada desmemoria los lleva a "olvidar" que eso y no otra cosa fue lo que hicieron Mitre, López, Ramos Mexía y en general toda la constelación de astros del celeste firmamento liberal, como así también les conviene no acordarse de que la petulante Academia Nacional de la Historia de la República Argentina "funciona" (no se sabe muy bien para qué) en dependencias del antiguo Congreso de la Nación, y que precisamente, la historia oficial son ellos mismos. Identificación proyectiva, que le dicen.
Y de nada le sirvió al saltimbanqui O'Donnell, presidente del Instituto Dorrego, salir desesperado a aclararle a esa "gente como uno" (como él, quiero decir) de La Nación, que él es "un revisionista que nunca ha hecho anti mitrismo" (lo cual es cierto: Pacho nunca hizo anti mitrismo, bah, en realidad, no podría haberlo hecho aunque quisiera; simplemente porque no es revisionista como se auto atribuye, y ni siquiera es historiador, por más que presuma de tal; es -en el mejor de los casos- divulgador y a gatas). Y quizá, el no haber hecho anti mitrismo, se deba a su mímesis con el patriarca de la calle San Martín, identificación esta la cual, a la luz de los hechos, O'Donnell lleva al extremo de emularlo en la manipulación de la heurística de modo de hacerla servir a la hermenéutica que mejor le acomode.
Es inevitable algún grado de subjetividad en quienes nos ocupamos de la historia, porque no hay historia ni historiadores asépticos; de la misma manera en que con llamativa frecuencia los gobiernos no quieren sustraerse al pecado de emplear la historia con fines de servir a su política (después de todo ¿qué otra cosa es la historia si no la política del pasado?). Pero aún así, lo cierto es que ni este ni ningún otro gobierno debieran destinar fondos y recursos del Estado para financiar instituciones dedicadas a la actividad histórica, toda vez que para eso está el CONICET.
Que existan, en buena hora, todos los institutos, academias, centros de estudio y fundaciones de historia que se quieran; pero que se sostengan por sí mismos. Y si bien es cierto que es de imposible alcance la objetividad en materia histórica, por lo menos -creo, me parece-; sí debiera ser una exigencia sine qua non la honestidad intelectual.
Amén.
-Juan Carlos Serqueiros-
Muy atinadas reflexiones
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