miércoles, 29 de febrero de 2012

EL FOGÓN DE LOS ARRIEROS


















Escribe: Juan Carlos Serqueiros

Si en algún momento anda por Resistencia, la capital chaqueña, no deje de darse una vuelta por El Fogón de Los Arrieros, sito en el N° 350 de la calle Brown. ¡Después no diga que no le avisé, eh!
Está SIEMPRE abierto (excepto los 20 de agosto, fecha instaurada como Día del Fogón), por supuesto, de noche, a partir de las 21 hs., porque como todo el mundo sabe -todo el mundo inteligente, quiero decir-, el día -salvo el momento del crepúsculo, o a lo sumo una radiante aurora- está hecho (lastimosamente) para laburar y cumplir con lo de llevar la injusta condena de toda esa carga a que nos somete el estar en este universo cruel al que nadie pidió venir; mientras que la noche está creada pura y exclusivamente para VIVIR.
Pero no hay por qué desesperarse, ya que si usted, amigo, perteneciese por desgracia a la odiosa e insoportablemente maleducada comunidad de los que se empecinan en “vivir” (¿o malvivir?) de día; siempre le quedará la posibilidad de contactarse con algún llave, persona esta que vendría a ser, según la definición del diccionario Petit Fogonet Illustré: "Individua o individuo a quien por méritos misteriosos y siempre muy justos, se le ha otorgado la posesión de la Llave del Fogón", quien podrá abrirle la puerta y acompañarlo en su concurrencia fuera del horario habitual (y la próxima vez, trate de no ser tan desconsiderado como para atreverse a visitar el Fogón en ese horario ridículo, carajo, ¿a quién se le ocurre? ¡Habráse visto!).
Es difícil, si no imposible, definir qué es el Fogón. Simplemente le diré que se trata de una institución cultural dedicada a las manifestaciones artísticas, la bohemia creativa y la amistad; museo, sala de exposiciones, auditorio musical, refugio de artistas plásticos, poetas y músicos, creada a partir de la iniciativa del dueño del solar donde funciona, una extraordinaria persona que se llamó Aldo Boglietti; y del gran escultor Juan de Dios Mena. Precisamente, este último fue quien le dio su nombre, al considerarlo un lugar “para hacer noche, pero no para aquerenciarse”.
En la vereda, frente a la entrada, se encontrará con la tumba de Fernando, el perro melómano, amigo e ícono de la Ciudad de los Esculturas, y al toque nomás, se topará con un molinete en el cual campea la primera advertencia: “PARA QUE NO PASEN LOS ANIMALES”, aviso este al que deberá darle la correspondiente pelota. Y si se considerase incluido en dicha categorización; sea honesto: dé la media vuelta y márchese por donde vino; no sea desconsiderado. Por favor, no joda.
Aparte de esta imprescindible advertencia, hay alguna que otra norma que obligatoriamente deberá atender (para lo cual es conveniente munirse de la Guía Fogonis), como por ejemplo, la de “PROHIBIDO ENTRAR CON RULEROS”. ¿Eh? ¿Cómo que “por qué no se puede entrar con ruleros”? No pregunte estupideces, caramba; hasta las obviedades tengo que andar explicando… A ver, como dice la gente del Fogón: “¿Cambia usted los pañales de su nene en el mostrador del banco? ¿Lleva la brocha para afeitarse mientras almuerza en un restaurante? ¿Sale a la calle con el cepillo de dientes en la boca? ¿Se imagina a Sophia Loren con ruleros y llena de crema? Cuando su esposa, novia, hija, amiga, maestra o secretaria salga con ruleros, llévela a algún lugar donde usted pueda entrar en camiseta, tiradores o pijama; ¡pero no venga al Fogón!”.
Tómense su tiempo para admirar la arquitectura del sitio, que como escribiera Hilda Torres Varela: (Aldo Boglietti) rompió con mitos y temores, y encontró en la sensibilidad y la inteligencia del arquitecto Horacio Mascheroni, a quien fue capaz de comprender y dar forma a su idea: una casa que fuese inusual y de su tiempo, donde se reacomodasen tantos mundos pequeños…”.
Bueno, ahora (y con las salvedades consignadas) ya está en condiciones de acceder al Fogón (no olvide dedicarle un emocionado recuerdo al perro Fernando; aunque no lo haya conocido, ¿o qué otra ciudad del mundo cree usted que se dio el lujo de tener un perro melómano que se hacía servir el desayuno en el despacho del mismísimo gerente del Banco Nación y que iba en taxi a cuanto acontecimiento musical hubiese? Piense: usted está ante su tumba), y los recibirá sobre la puerta de acceso, la siguiente leyenda: "SI HAS DE AGREGAR UNA SONRISA AL VINO / Y A LA SAL QUE TE OFRECE NUESTRA CASA, / DETÉN PASAJERO TU CAMINO, / ABRE LA PUERTA SIN LLAMAR Y PASA".
Adentro, se encontrará con obras de Pettoruti, Castagnino, Paéz Vilaró, Soldi, Mena, Mariscal, Quinquela Martín, Bonimi y muchos artistas más, conviviendo en cambalachesco y anárquico orden (si me es permitido el oxímoron, diría el inefable Georgie Borges); con un botón del corpiño de Rita Hayworth exquisitamente enmarcado, o un chaleco del penal de Ushuaia, o un par de medias de Ariel Ramírez antes de ser famoso, u objetos tales como la gallina de los huevos de oro (¡ah! ¿usted creía que era un mito?, pues lamento desengañarlo; no lo es), o la hélice del avión de Jean Mermoz.
También puede conocer su cementerio "Salsipuedes", en el cual verá “lápidas” con inscripciones como esta: “Aquí yace Boglietti Efraín / Dicen que Dios juntó / adoquín con adoquín”; su pulpería, o sublimarse ante la contemplación de su pista de aterrizaje de platos voladores.
Ah, y una pequeña, insignificante, acotación: es posible ¿por qué no? que sea usted una persona con una suerte increíble y acierte a visitar el Fogón casualmente en uno de esos rarísimos jueves en que yo haya recalado (seguramente, impelido por impostergables y urgentes obligaciones profesionales) en Resistencia y haya sido arrastrado (compulsivamente y contra mi voluntad, desde luego; porque no suelo frecuentar esa clase de sitios) por algún amigote a ese verdadero antro de perdición. Entonces, ¡gloria de titanes!, porque los jueves del Fogón están consagrados al tango y será usted bendecido por los dioses, que le otorgarán el privilegio de extasiarse y rendirse ante lo sublime de mi arrobadora, recia, varonil y a la vez tierna, voz. Si tal circunstancia no se da, paciencia, amigo, quelevachache, no es pa’ todos la bota ‘e potro... Puede usted suicidarse tranquilamente, sin remordimientos ni culpas, porque eso significa que su vida es absolutamente inútil y que está usted en este mundo, como quien dice, alpedamente.
Chau.

-Juan Carlos Serqueiros-

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