Escribe: Juan Carlos Serqueiros
Anoche, un rato antes de cenar, se me habían ocurrido un par de frases en torno a las cuales podía bosquejar un poema. Me dije: "después de la sobremesa lo hago, total... en mi cabeza ya está y los versos van a salir de una". Resultado: terminó la sobremesa, llegó el momento de escribirlos y hete aquí que... se me habían olvidado las frases. ¡El pelotudo que soy, no las había anotado!
Estaban referidas a algo que en mi infancia, mi viejo, mis tíos y los amigos de mi viejo, decían siempre, y que después, en mi adolescencia y primera juventud; los tipos más grandes con los que me juntaba, repetían como si fuera un credo: "los hombres no lloran, eso es de maricones". Pero resulta que… ¡yo a veces lloraba! Y entonces, me escondía para que nadie me viera, porque me daba vergüenza.
Lloraba cuando era pibe y el Gordo (Cachito, el hijo de doña Pepa, la verdulera), abusándose de su tamaño (era una bestia grandota que me excedía en estatura por más de una cabeza y pesaba quince kilos más que yo), me cagaba a piñas en el potrero, en la escuela o donde me encontrara. Lloraba después, en mi adolescencia, cuando me agarraba un metejón con alguna minita. Y luego, ya más grande, lloraba con alguna canción, con algún libro o con alguna película.
Y la verdad sea dicha, aún hoy, con 67 pirulos por el lomo, sigo llorando; sólo que ya no me avergüenzo del llanto cada vez que me acomete. Es que aprendí que era mentira eso de “los hombres no lloran”.
En síntesis, lo de las frases olvidadas se trataba de un par de ellas que giraban en torno a eso de llorar. Y estaban buenas, pero se perdieron vaya uno a saber en qué nebulosa…
Siempre, SIEMPRE, las cosas tienen un porqué. Y que a menudo uno no perciba la causa de algo ni se dé cuenta de dónde ésta reside, no quiere decir que no exista; así que supuse que probablemente, si se me olvidaron esas frases, por ahí el poema que proyectaba escribir iba a ser especialmente malo. O quizá no tanto, qué sé yo…
Pero más allá de la calidad buena o mala de esos versos que no llegué a escribir, seguramente la cosa estuvo fundada en lo que me respondió Gabriela, mi esposa, cuando le conté lo que me había pasado. Me dijo: “el olvido esconde verdades que no queremos tener tan presentes; deberían de ser esas verdades que hubieses necesitado poner en papel como la pesa al hombre atado a un globo blanco que se ilustra en esta imagen que te muestro" (que es la que adopté para que oficiara de portada de este texto).
-Juan Carlos Serqueiros-
No hay comentarios:
Publicar un comentario