En Tucumán, la noche del 28 de agosto de 1821, el general Abraham González se alzó contra el gobierno de Bernabé Aráoz, derrocándolo. El 3 de setiembre era proclamado gobernador, y la República del Tucumán creada por Aráoz había dejado de existir.
Inmediatamente de recibido del cargo, González circuló la novedad a los gobiernos de Buenos Aires y de las demás provincias, y también al general San Martín y a O'Higgins. En ese contexto, el 29 de octubre de 1821 le escribía a Martín Rodríguez, por entonces gobernador de Buenos Aires, en respuesta a una anterior que éste le había cursado:
Para que V. no extrañe que aquí no se adopte el sistema representativo como me insinúa en sus oficios, quiero decirle a V., que conoce el país, lo siguiente: V. sabe que una representación diminuta, o es una facción o dista una línea de serlo, y creo que por este principio es que se ha sabiamente doblado la representación provincial de Buenos Aires; sabe V. también, que ella no puede subsistir; sino dotada o compuesta de hombres con comodidad y espíritu público bien grande y sostenido de buenas luces. Supuesto esto, eche la vista sobre esta provincia y si separa al Dr. García asesor de Cabildo, al Dr. Paz, juez de alzadas, al Dr. Molina, que huye de todo asunto de esta clase, y al Dr. Perico Aráox, no encuentra V. más quienes formen el Cuerpo Representativo. Suponga V. que todos estos se allanaran a servir sin sueldo y reunirse ¿de qué serviría un cuerpo tan diminuto, y en que es preciso callar circunstancias particulares de los individuos? Si en las otras clases hubiera medianas luces, espíritu público como en esa, yo estaría allanado; pues aún cuando estuviera lleno de ambición por este triste mando, sé como V. sabe que en América hasta pasados muchos años, los gobernantes con un poquito de política, harán de estos cuerpos lo que Augusto con el Senado y Enrique VIII con el Parlamento; pero V. conoce este país, y si me da media docena de hombres capaces del cargo, aunque muy buenos por otra parte, le agradeceré mucho el hallazgo. Esta y no otra es la causa de no entrar en ello. (sic)
Como se desprende del tenor de la carta, Rodríguez le había escrito a González al recibir la comunicación de éste enterándolo de que estaba en el gobierno de Tucumán, extrañándose de la ausencia de legislatura en la provincia y sugiriéndole su implementación. Y tal como vemos, González le respondía que eso no debiera sorprenderlo, pues en Tucumán sólo había cuatro personas capacitadas para integrarla; en función de lo cual le parecía (y convendremos en que tenía razón) ridículo e inconducente formar una representación tan escasa.
Es que en efecto, tal como certeramente consigna González en su carta, una legislatura de sólo cuatro diputados —y hasta eso, suponiendo que aquel "Dr. Molina que huye de todo asunto de esta clase" aceptara el cargo, y que el “Perico Aráox” mencionado, hiciera lo mismo (cosa altamente improbable, si consideramos que el tal Perico no era otro que Pedro Miguel Aráoz, pariente y mano derecha de Bernabé Aráoz, a quien González había derrocado)—, más temprano que tarde se constituiría en una facción. Y nadie mejor para saberlo, en tanto él mismo provenía de una facción (bien que heterogénea y por eso mismo frágil e inestable) que se había ido conformando por los vínculos, familiares y de clase, con la oficialidad del ejército.
Pero ¿quién fue Abraham González? Veamos: había nacido en fecha y mes no precisados del año 1782, en las Misiones, más precisamente en Concepción de la Sierra, y hallándose en la Banda Oriental, participó de la lucha contra los realistas hasta la toma de Montevideo por las fuerzas patriotas. Luego, siguió a Rondeau, integrado al Ejército Auxiliar del Perú. Acantonado éste en Tucumán luego de la catástrofe de Sipe-Sipe, en 1816 el por entonces capitán contrajo enlace con una dama de la elite local, Catalina de La Madrid y Aráoz, vinculándose así al grupo encolumnado detrás de la figura de Bernabé Aráoz. Posteriormente, y ya reducida la presencia del ejército a una guarnición puesta al mando del coronel Domingo Arévalo; González sublevó la misma y derrocó al gobernador Mota Botello (a quien apresó junto a Arévalo, y pretendió hacer lo mismo con el general Belgrano, que se hallaba en Tucumán, ya gravemente enfermo). De resultas de ese movimiento, González hizo convocar a un cabildo abierto, el cual eligió gobernador al instigador y beneficiario principal de la sublevación, Bernabé Aráoz, quien lo promovió a teniente coronel, primero, y después a coronel. Posteriormente, al estallar el conflicto entre Tucumán y Salta, Aráoz lo puso al frente del ejército que derrotaría al de los salteños en la batalla de Rincón de Marlopa, y como consecuencia de su eficiente desempeño en ese hecho de armas, lo ascendió a general. Pero disconforme con el manejo y los procederes de Aráoz en su gestión, Abraham González lo derrocó el 28 de agosto de 1821 y asumió el gobierno días después. Por poco tiempo, ya que no pudo sostenerse, y a principios de 1822, la poderosa familia Aráoz lo desplazó. Había durado en el cargo tan sólo 4 meses. Tras su caída, González abandonó la política y terminó sus días c. 1838 en la provincia de Buenos Aires, trabajando un campo de su hermano.
La semblanza que de él hacen tanto Mitre —quien lo describe como “un hombre vulgar, gran charlatán y de malas costumbres nacido en la Banda Oriental”— como su epígono tucumano Páez de la Torre —quien en el colmo de lo disparatado consigna que era “uruguayo, nacido en Concepción de Misiones”—, es absolutamente negativa. Tendamos un piadoso manto de olvido sobre esas inexactitudes (o mendacidades, diríamos mejor) y notemos que el susodicho González poseía cierto grado de cultura, lo cual se evidencia a través de las citas que hace de las historias romana (el emperador Augusto con el Senado) e inglesa (Enrique VIII con el Parlamento) en ese párrafo extraído de su carta. Y quien se tome el trabajo de leer su correspondencia, podrá comprobar que también en otros oficios suyos campean menciones a los clásicos.
Pero más allá de González, de los Aráoz, de Martín Rodríguez y del intercambio entre dos gobernadores; me interesa remarcar el detalle en que repara el primero: no había en Tucumán (y esto a fines de 1821, eh; no ya al principio de la revolución) más que cuatro personas letradas capaces de desempeñarse en una legislatura, y encima, de las cuatro, sólo podía contarse de fijo con dos; y a las otras dos, en circunstancias normales no cabría considerarlas, ya que el “Dr. Molina que huye de todo asunto de esta clase” no quería saber nada con la política, y el otro, el “Dr. Perico Aráox”, era el cura de la iglesia matriz, o sea que para conformar una representación, había sí o sí que sacarle el cura a la catedral.
Y eso no se daba solamente en Tucumán; ya que Jujuy, Salta, Catamarca, La Rioja, Santiago del Estero, Chichas, Mizque, Mendoza, San Juan y San Luis, adolecían del mismo problema. Únicamente Buenos Aires, Charcas y Córdoba escapaban a la regla general. En cuanto a las provincias nucleadas en los Pueblos Libres o Liga Federal (coalición político-militar creada al influjo de Artigas y ya extinguida para la fecha de la carta de Abraham González), la situación no variaba mayormente: tanto la Banda Oriental como así también Corrientes, las Misiones, Santa Fe y Entre Ríos, no se caracterizaban precisamente por la abundancia de ilustración que en ellas había.
Avancemos en la historia hasta 1834. En ese extraordinario documento político que conocemos como Carta de la Hacienda de Figueroa, un perspicaz Juan Manuel de Rosas le escribía, el 20 de diciembre de ese año, a Juan Facundo Quiroga:
¿Habremos de entregar la administración general a ignorantes, aspirantes, unitarios, y a toda clase de bichos? ¿No vimos que la constelación de sabios no encontró más hombre para el Gobierno general que a don Bernardino Rivadavia, y que éste no pudo organizar su Ministerio sino quitándole el cura a la Catedral (nota mía: Rosas se refería a Julián Segundo de Agüero), y haciendo venir de San Juan al Dr. Lingotes (nota mía: Rosas mencionaba el apodo que le habían puesto a Salvador María del Carril, por su idea de pagar las deudas en metálico) para el Ministerio de Hacienda, que entendía de este ramo lo mismo que un ciego de nacimiento entiende de astronomía? (sic)
Y estamos hablando de... ¡trece años después!, sin que la situación hubiese variado.
En semejantes condiciones, el logro de fundar una nueva nación y darle su independencia, agiganta aún más, si cabe, la gloria del general Belgrano. Y también (en otra "vereda" ideológica y metodológica) la del general Artigas. Belgrano, con su infatigable prédica en favor de la educación, demostrada también en lo tangible, en los hechos concretos; y Artigas, declamando aquello de "seamos ilustrados y valientes", nos mostraban el camino, único posible de recorrer para forjar la grandeza de una nación: la ilustración de sus ciudadanos.
Y en pos de esa ansiada ilustración estamos, o por lo menos; decimos que estamos. Y usted, mi querido amigo lector, ¿qué opina? ¿Estamos?
-Juan Carlos Serqueiros-
_____________________________________________________________________
REFERENCIAS
AGN. Sala X, Legajo 5-10-5, Tucumán 1820-33.
AHT. Fondo Cabildo v. 10.
Diario La Gaceta. Edición del 14.02.2016.
Imagen de portada: Emeric Essex Vidal, “Gauchos de Tucumán en la playa”, acuarela, 1819.
Mitre, Bartolomé. Historia de Belgrano y la Independencia Argentina t. III. Talleres Gráficos Rodolfo Buschi, Buenos Aires, 1942.
Morea, Alejandro H. El legado de la guerra. La carrera política de los oficiales del Ejército Auxiliar del Perú: Abraham González y el gobierno de Tucumán, 1816-1821 (en Anuario IEHS 31, Universidad Nacional del Centro de la Provincia de Buenos Aires, 2016).
Páez de la Torre, Carlos (h). Historia de Tucumán, Editorial Plus Ultra, Buenos Aires, 1987.
Tío Vallejo, Gabriela. Antiguo Régimen y Liberalismo, Tucumán, 1770-1830. UNT Facultad de Filosofía y Letras, Tucumán, 2001.
Zinny, Antonio. Historia de los gobernadores de las Provincias Argentinas. Hyspamerica, Buenos Aires, 1987.
No hay comentarios:
Publicar un comentario