Escribe: Juan Carlos Serqueiros
Durante la Belle Époque, esto es, el período que va desde 1871 hasta 1914, muchos artistas recurrieron al erotismo e incluso a la pornografía, como herramientas destinadas a la sátira social y política. Uno de ellos, quizá el más célebre y prolífico, fue el ilustrador Frédillo.
Paradojalmente —dada la gran difusión y popularidad que tuvo su obra, quiero significar—, poco… no, perdón, me corrijo; más apropiadamente expresado: NADA, se conoce de él en tanto persona física de existencia civil real y tangible, ya que se ignoran tanto su nombre y su apellido, como su nacionalidad (que se presume francesa pero que también pudo ser belga, italiana o española; y más aún, arriesgo: estimo como probable que haya sido catalán y que su pseudónimo resulte de apocopar el diminutivo de Alfred —Alfredillo > Fredillo—, afrancesado con el tilde en la e: Frédillo) y las fechas, años y sitios de su nacimiento y de su muerte.
Pero si bien es verdad que lamentablemente estamos en la inopia acerca de su identidad; no es menos cierto que sí nos han quedado, en cambio; sus trabajos, realizados en una vasta producción artística que se extendió durante casi cuatro décadas, profusamente divulgados en libros (tanto de ediciones clandestinas como públicas), y también en revistas como, por ej., La Lanterne, L'Écho des Jeunes y La Plume.
Entre las “víctimas” de Frédillo en sus ilustraciones, se contaba, ¡cómo no!, la iglesia católica con sus frailes, curas y monjas a los cuales representó tanto individual como grupalmente protagonizando escenas lujuriosas en las que hay de todo, banquetes orgiásticos, masturbación y sodomía incluidos:
Pero lo suyo, en lo tocante a ese aspecto en particular, no quedó acotado a pegarle a la iglesia católica; porque para la islámica... también había palo, eh:
Tampoco se privó Frédillo de burlarse de la "sacrosanta" institución del matrimonio y de la presunta fidelidad (minga) de los cónyuges, con la consiguiente carga de cuernos a troche y moche;
De los “maestros de música” y de sus “discípulas”;
De lacras como la pedofilia y el estupro;
De la genitalidad en la temprana adolescencia;
De las pobres grisettes, obligadas por la miseria a engrosar sus misérrimos salarios en los establecimientos textiles y talleres de costura, con el aporte económico “desinteresado” a cargo de algún “amigo”, en las... pensiones, digamos (en realidad, burdeles disfrazados bajo ese rótulo), en que vivían.
Porque cabe destacar que Frédillo, en su crítica satírica, no excluyó en modo alguno al mundillo de la bohemia creativa, ya que no consideraba que la pertenencia a él bastase a garantizar la ausencia de lacras como la miseria, el hambre, el proxenetismo, el colonialismo, el racismo, la xenofobia y la misoginia.
Y es que después de todo, mi querido lector, el relato edulcorado que procura —y mayormente consigue— instalar en el colectivo una mirada romántica, idílica, sobre lo artístico, lo literario y el espectáculo de entretenimientos en París en el período que se extiende entre las tres últimas décadas del siglo XIX y fines de la primera mitad del XX, se acerca mucho más a la ficción que a la verdad histórica. La visión de una París-faro irradiando al mundo desde Montmartre, Pigalle y el Quartier Latin los rayos de una vanguardia cultural y artística transformadora de los postulados de liberté, égalité, fraternité, en una realidad tangible para todo el orbe (y de paso, también para los distintos géneros), es nada más que un espejismo, una fantasía.
Como asimismo lo es la percepción de la Belle Époque como un tiempo en que floreció el arte y a su mágico conjuro desapareció el flagelo de las miserias humanas. Como si Pierrot hubiese dejado de ser el zonzo que sufre por Colombina y ésta hubiera derivado, de voluble y miserable pizpireta, en EL amor puro e idealizado. Como si las grisettes, milagrosamente, ya no murieran de tisis o de consunción por el hambre en los talleres de costura o en la sórdida estrechez de las buhardillas parisinas en que malvivían, o ya no languidecieran de pena, desarraigo y fracaso, trasplantadas a la orilla del Plata por "aquel argentino que entre tango y mate la alzó de París" (Enrique Cadícamo dixit). O que por decreto divino, todos los pintores y poetas, de pronto pudieran hacer tres comidas decentes al día y ya no muriesen como moscas, atrapados en el delirium tremens, en los vahos etílicos y mentirosamente felices de la verde diosa absenta o en la telaraña letal de la sífilis. O como si las presuntamente alegres y divertidas hetairas parisinas no fueran, a menudo, protagonistas de su propio infierno como esclavas de la morfina cuando no de la atropina o del éter.
Como consigné precedentemente, se desconoce el dato de hasta cuándo su arte permaneció activo. Su última obra registrada, está datada en 1914.
¿Aparecerán otras? Chi lo sa…
-Juan Carlos Serqueiros-
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