Escribe: Juan Carlos Serqueiros
Más allá de las payasadas tristes que protagonizó y del servilismo propio de lacayos que evidenció durante el... no sé cómo llamarlo... evento, digamos, siendo buenos; le propongo que dejemos un instante de lado al bruto, ridículo y cipayo Macri y pongamos el foco en la cuestión de la lengua castellana propiamente dicha.
La revolución independentista americana fue consecuencia del abandono que, en los hechos, la corona española hizo de sus reinos en Indias, que pasaron de su condición de tales, a ser considerados meras colonias a partir del cambio de Austrias o Habsburgos por Borbones. Tal mudanza trajo aparejada la burocratización del otrora reconocido y poderoso Consejo de Indias, que en adelante languidecería hasta convertirse en un ente inútil y desprestigiado. Después, a partir del rechazo que en 1783 Carlos III hizo del sabio consejo del conde de Aranda en el sentido de propugnar una alianza estrecha, íntima, trascendental e inmarcesible entre España y la América central y meridional; y de dejar, en 1806 y 1807, a Buenos Aires librada a su propia suerte ante el invasor inglés, el divorcio sólo era cuestión de tiempo. De poco, muy poco, tiempo.
En épocas de Figueroa Alcorta y Roque Sáenz Peña, la Argentina procuró restablecer su vínculo ancestral con la península, y décadas más tarde; Perón dio otro paso en pos de ello, mandando trigo a una España asolada por el hambre (y no precisamente el hambre en sentido metafórico, figurativo; sino el hambre de verdad, flagelo real y terrible).
La respuesta a la generosidad argentina por parte de una España ensoberbecida por su novedosa condición "europea" desde su ingreso en 1986 a una CEE (actual UE) que siempre la miró (y aún la mira) como "carne de cogote", como al "pariente pobre" que "no hay más remedio que aguantarse"; fue el cachetazo en forma de ese peyorativo "sudacas" con que se dignó "bendecirnos".
Y obviamente, en lo que atañe a la lengua, la actitud española está concatenada a lo antedicho y en coherencia y consonancia con ello: las normas las estipula y fija la RAE, el marco operativo es designio privativo del Instituto Cervantes, y los argentinos no tenemos vela en ese entierro.
El tan cacareado VIII Congreso de la Lengua Española -que (burla cruel del destino) se realizó en la misma mediterránea y docta Córdoba que fuera contrarrevolucionaria en 1810- está tan distante de ser un encuentro académico, como lo está La Quiaca de Algeciras; se trata, en realidad, de una mesa de negocios vinculados al idioma. Simple, lisa y llanamente eso.
Y de allí la identificación entre el reyezuelo Felipe, proveniente de una dinastía degenerada que se caracteriza por la superabundancia de cretinos, ladrones, cornudos y putas; y un presCiNdente fantoche como Macri. Es que -ya que tratamos acerca de idioma- ambos hablan el lenguaje que tienen en común: el de las transas y las corruptelas.
-Juan Carlos Serqueiros-
Es triste y evidente que así es, cómo se han bajado los pantalones para ser toqueteados por el rey.
ResponderEliminarAl menos quiero ver el congreso completo para ver qué dijeron aquellos que pudieron decir algo importante, como Mundtock, Sabina o Dolina, algo para rescatar de todo este guiso
Abrazo!