Escribe: Juan Carlos Serqueiros
Sus tan leales y constantes
vasallos que por servir a V.M. se han quedado en regiones tan remotas y
espantables. (Pedro Sarmiento de Gamboa, Memorial a Su Majestad Felipe II, 21 de noviembre de 1591)
De ciento doce hombres entre marinos y soldados (todos y cada uno de ellos cuidadosamente seleccionados por el propio Sarmiento de Gamboa) se componía la expedición.
Las instrucciones que le impartió Alvarez de Toledo abarcaban, desde el mandato de realizar un reconocimiento profundo y la descripción detallada de las regiones del estrecho, hasta el de la clasificación taxonómica, pasando por el de entablar relaciones con "los de la tierra" (los indios que hallare); sin perder de vista el objetivo principal: la determinación de los puntos del estrecho que habrían de fortificarse de modo de impedir el paso de navíos piratas ingleses a través del mismo. Luego de concluida la empresa, uno de los dos barcos volvería al Perú; mientras que el otro se dirigiría a España a dar cuenta de todo al rey y preparar la segunda expedición, esta vez, colonizadora, que fundaría en esos puntos que se hubiesen elegido, los reales y ciudades. Y obviamente, se le ordenaba confeccionar la crónica de todo. En virtud de lo antedicho, fue que escribió Sarmiento de Gamboa su excepcional Viage al Estrecho de Magallanes por el capitán Pedro Sarmiento de Gamboa en los años de 1579 y 1580 y noticia de la expedición que después hizo para poblarle, obra que fue editada en Madrid recién en 1768.
No debe extrañar que hayan transcurrido casi dos siglos hasta su publicación por primera vez; pues obviamente, el relato de Sarmiento de Gamboa estaba dirigido a la corona española, es decir, el rey y sus funcionarios, por constituir una cuestión de estado y por lo tanto, secreta. El diplomático e historiador chileno José Miguel Barros descubrió en Filadelfia, Estados Unidos, el manuscrito original redactado de puño y letra por Sarmiento de Gamboa, rubricado por él, con las firmas, además, de todos los tripulantes del Nuestra Señora de Esperanza y autenticado por el escribano real Juan de Esquivel. Con posterioridad a la edición de 1768, hubieron varias, entre ellas, una de 1987 de Juan Bautista González, a cuya versión digital en el sitio web Artehistoria puede accederse aquí: http://www.artehistoria.com/v2/contextos/11491.htm. Del texto se infiere un Sarmiento de Gamboa que se vio obligado a poner en caja a su segundo, Juan de Villalobos (quien iba al mando de la nave almiranta y que tenía tendencia a adelantarse siempre), ordenándole, so pena de la vida, que la almiranta no se apartase de la capitana ni de día ni de noche; a sofocar un motín ejecutando a su promotor y cabecilla, el alférez Juan Gutiérrez de Guevara, a quien mandó dar garrote por traidor; y a poner en fuga un barco francés, pese a la superioridad de éste en hombres y cañones. Su ego estaba por las nubes: mandaba, como general en jefe, una armada del virrey del Perú, se hallaba resuelto a cumplir su misión a pesar de cualquier contingencia y no estaba dispuesto a tolerar debilidades. Se arrogaba el descubrimiento (descubrimiento formal, quiere significar, pues dispone de escribano) del estrecho, al cual puso el nombre de Madre de Dios (y agregaba: "antes llamado de Magallanes").
El 15 de agosto de 1580, a diez meses de haber zarpado del Callao, cruzado el estrecho en sentido oeste-este y después de afrontar innumerables vicisitudes y privaciones; un macilento pero exultante Sarmiento de Gamboa llegaba a España con sus hombres e inmediatamente solicitaba audiencia al rey, quien a fines de setiembre lo recibió en Badajoz.
Allí expuso al monarca su proyecto, el cual consistía en fundar y poblar en el estrecho dos ciudades con fortificaciones artilladas, ciudades esas las cuales, sostenía, "podían bastecerse por sí solas", pues "las regiones inmediatas a esos mundos eran ricas ('hay perlas de mixillones muchas, que serán de provecho beneficiándose') y fértiles", y también que "hay otras cosas de mucho provecho, que andado el tiempo se verá (?), y será España muy aprovechada y la Real Hacienda acrecentada y la Iglesia de Dios guardada", convencimiento este en el que descansaba y que debíase, además de a la fantasía a la que su índole soñadora lo inclinaba; a las leyendas y mitos que habían surgido a partir del relato atribuido a un capitán de Gaboto, Francisco César, en tiempos de aquél, y que circulaban profusamente por las Indias. Luego de escucharlo, Felipe II se mostró interesado en el asunto y encargó su planificación al Consejo de Indias. El duque de Alba, Fernando Alvarez de Toledo; y el general de la Armada de la Carrera de Indias, Cristóbal de Eraso, estimaron que era más efectiva la creación de una gran flota que vigilase la costas de Chile y Perú y las protegiese de los piratas; antes que una dificultosa y más que problemática erección de fortalezas en el estrecho. El tiempo demostraría que era ese un consejo atinado; pero prevaleció la opinión favorable al proyecto.
Una vez aprobado el plan, el propio rey intervino activamente en él. A propuesta del Consejo de Indias (y contra la opinión de Eraso), designó general de la armada que se formaría, a Diego Flores de Valdés, quien gozaba del favor de importantes personajes de la corte. Tal nombramiento cayó como un mazazo sobre Sarmiento de Gamboa, que esperaba ser él quien condujera la expedición y que, dolido al enterarse; en carta del 6 de marzo de 1581 pidió al rey que le concediera licencia para regresar al Perú "a mis casas de Lima y el Cuzco" y se le reintegraran los gastos en que había incurrido durante el viaje desde el estrecho.
Para desagraviarlo, Felipe II no se la dispensó y le confirió una suerte de adelantazgo, nombrándolo gobernador del Estrecho y otorgándole el cargo -más nominal que efectivo- de "general adjunto de la Armada", fijándole como retribución de la corona la suma de cien ducados de entretenimiento al mes por el tiempo que durare el viaje, y dispuso que se le diesen tres mill ducados de renta que al Consejo pareció y otros tres mill de salario con el gobierno en los frutos de la tierra y dos mill ducados de ayuda e costa, ordenando que se le librase de inmediato el pago de la mayor parte o por lo menos, de la mitad. La pesada, asfixiante burocracia española inclumpiría la disposición real.
El nombramiento de Flores de Valdés por parte del Consejo y Felipe II fue absolutamente desacertado y desafortunado. El asturiano era un bueno para nada, irresponsable, flojo, indolente, pusilánime, altanero, negligente, indiscreto, antipático, inescrupuloso y corrupto, y más temprano que tarde, se malquistó con todo el mundo.
La empresa colonizadora y militar, de las más costosas, formidables y ambiciosas que encarara la corona española (veintitrés navíos que transportaban casi tres mil personas entre hombres, mujeres y niños), resultó en desastre.
La cosa empezó mal, seguiría peor y terminaría en calamidad. Baste con decir que la flota zarpó de San Lúcar de Barrameda el 25 de setiembre de 1581 y, ni bien salió del puerto, un terrible temporal se abatió sobre las naves, naufragando cinco de ellas y pereciendo ahogados ochocientos hombres. Volvió a partir desde Cádiz el 9 de diciembre, y después de arrostrar grandes peligros, mil desgracias, tempestades, epidemias, motines, padecimientos indecibles, hambre, desnudez y las manifiesta ineptitud y declarada enemistad de Flores de Valdés (quien desertó y regresó a la península, donde en 1588, en el marco de la guerra hispano-inglesa de 1585 a 1604, se le imputó cobardía y fue encarcelado); Sarmiento de Gamboa llegó al estrecho el 1 de febrero de 1584, fundando solemnemente, cerca del cabo Vírgenes el 11 de ese mes, la ciudad Nombre de Jesús y seguidamente, cerca de Punta Arenas, el 25 de marzo, la ciudad Rey Don Felipe, dando así cumplimiento al mandato de la corona. Ninguna de las dos podría perdurar.
El 26 de mayo, estando a bordo de su nave anclada junto a Nombre de Jesús, un temporal cortó las amarras y lo arrastró hasta el Atlántico. Ante la imposibilidad de volver a cruzar el estrecho, se dirigió al Brasil, y luego de enviar muchas cartas a España en procura de socorros para las colonias sin obtener respuesta (Felipe II había ordenado el envío de ayuda, el cual sufrió indecibles demoras en esa maraña que era la exasperante burocracia española, pero claro; eso no podía saberlo Sarmiento); decidió ir él mismo a la península a reclamarla.
Durante el viaje fue atacado, el 11 de agosto de 1586 cerca de las islas Terceras, por tres barcos piratas ingleses, tomado prisionero y llevado a Plymouth (Plemut, escribió Sarmiento en su Relación a Felipe II del 15 de setiembre de 1590). Allí se enteró que Telariscandi (es decir, el pirata Thomas Cavendish) había partido desde dicho puerto para el estrecho. Fue trasladado a Güinsar (Windsor), "donde estaba la reina Elisabet" (Elizabeth I de Inglaterra) y donde fue muy bien recibido y mejor tratado por Guaterales, que era "gentilhombre de la reina y señor de los baxeles que me prendieron" (Walter Raleigh, que en efecto, era el armador de los barcos que lo habían apresado, favorito de la reina y quien habló a ésta en favor de Sarmiento, con el que llegó a trabar amistad al punto de obsequiarle mil escudos en piezas de oro y perlas de la India). Elizabeth I quiso conocerlo y se reunió con él en Londres, manteniendo un "coloquio que duró más de hora y media, en latín". La reina quedó tan impactada con sus personalidad, trato y vastedad de conocimientos; que ordenó ponerlo en libertad, le dio mensajes verbales para Felipe II ("para más particular relación para V.M. solo", escribió Sarmiento, ofreciéndose, de paso; como eventual diplomático: "volver a Inglaterra, si fuese necesario") y un pasaporte y salvoconducto. Partió de Londres el 30 de octubre y el 21 de noviembre estaba en París con el ministro español ante la corte de Francia, Bernardino de Mendoza, quien le entregó pliegos para Felipe II. En el trayecto entre Burdeos y Bayona, en la madrugada del 9 de diciembre, fue apresado por los hugonotes, en el marco de la guerra de religión en Francia, quienes solicitaron por él un rescate a Felipe II, caso contrario; sería "echado en el río", "enviado al degolladero" o "tapiado en tinieblas infernales".
Era la burla más cruel del destino: el antes perseguido por la Inquisición católica; era ahora un secuestrado con grandes probabilidades de ser muerto ¡por católico! Si eso no es colmo de la desgracia...
Después de tres años de espantoso cautiverio en un húmedo calabozo ("un infierno increíble, sin luz ni día ni claridad", consignó) y tras muchas y arduas negociaciones en medio de la angustia terrible del prisionero, que rogaba en cartas a su monarca que lo liberase de aquellos tormentos; Felipe II firmó, en diciembre de 1589, una cédula ordenando el pago de su rescate: "seis mill ducados y cuatro caballos escogidos". Un espectral Sarmiento de Gamboa flaco, en los huesos mismos, desdentado, blanco como la nieve el escaso cabello que le quedaba y en parihuelas, pues había quedado inválido ("de la humidad tullido") volvía a su patria, estableciéndose en El Escorial, a la espera de ser recibido por Felipe II.
¿Qué pasó con las gentes de las ciudades que fundó me pregunta, estimado lector? Desembarcaron y quedaron en el estrecho trescientas treinta y siete personas, (sin contar al propio Sarmiento de Gamboa). Todas ellas murieron allí, menos una que fue rescatada por el pirata inglés Thomas Cavendish.
Algunos, los menos, murieron en combates con los indios o ajusticiados por orden de Sarmiento de Gamboa (como por ejemplo, cuatro soldados que fueron degollados por la nuca por amotinarse y planear asesinarlo -aunque él, en su relato, dice que hizo ejecutar sólo al cabecilla, Juan Rodríguez; perdonando a los otros-) o los oficiales que quedaron después de su involuntaria partida del estrecho; y el resto, falleció de enfermedades, frío y sobre todo, hambre; excepto un soldado: Tomé Hernández, natural de Badajoz, quien fue rescatado el 7 de enero de 1587 por el pirata inglés Thomas Cavendish. A esa fecha, sólo quedaban con vida quince hombres y tres mujeres que, escuálidos y desfallecientes, vagaban por la costa buscando marisco. Hernández logró evadirse de los ingleses el 30 de marzo en la bahía Quintero, y recién treinta y tres años después, el 21 de marzo de 1620, por disposición del virrey del Perú Francisco de Borja, príncipe de Esquilache, se le tomó declaración para que narrara lo sucedido a las gentes de Nombre de Jesús y Rey Don Felipe; gracias a lo cual hoy lo sabemos. Fíjese usted, querido lector, lo que precedentemente citaba yo de la burocracia española...
En 2003, 2005 y 2006 un equipo de científicos argentinos encabezado por la historiadora y antropóloga doctora María Ximena Senatore, realizó estudios y excavaciones que permitieron determinar el lugar exacto donde se situaba Nombre de Jesús, descubriéndose su iglesia (y cementerio) con cinco enterratorios que contenían los esqueletos de cuatro individuos adultos jóvenes (tres masculinos y uno femenino, con evidencias de patologías relacionadas con el estrés nutricional) y de un niño-adolescente; y hasta la moneda de plata, las dos planchas de hierro y la botija que el propio Sarmiento de Gamboa refirió en su relato haber puesto en un hoyo: "... puso en el hoyo la primera piedra en el nombre de Jesucristo nro. Sr. en nombre de V. mag. puniendo vna gran moneda de plata con las armas y nombre de V. mag. con año y dia testimonio i ynstrumento scripto en pergamino en vn breado entre carbón por ser yncorrutible en vna botija con el testimonio de la possesion...".
A los aspectos y detalles arqueológicos y antropológicos puede accederse a través de este enlace:
Volvamos a nuestro biografiado. Felipe II lo recibió en audiencia, negándole (con buen criterio, por más duro que resulte reconocerlo) los socorros que pedía para los infelices que habían quedado en el estrecho; pero premiando su tesón, lealtad a la corona y devoción a su persona real, con el cargo de Censor Literario primero (seguramente a la espera de su restablecimiento físico hasta donde el mismo fuera posible -recordemos que había quedado tullido-), y de esta época datan sus poemas, y después, el 30 de noviembre de 1591; el de Almirante de la armada que custodiaba los barcos que llevaban a España el oro y la plata de las Indias. Navegaba cerca de Lisboa, cuando el 14 de julio se sintió muy indispuesto y fue llevado a esa ciudad, en la cual concluyeron sus días, el 17 de julio de 1592, ignorándose la situación de su tumba.
El ilustre Benito Pérez Galdós en La vuelta al mundo en la Numancia, lo caracterizó como "más terco que la misma terquedad", mencionó su "insana testarudez" y lo definió como "un héroe loco, un explorador animoso y exaltado hasta el delirio, que hizo creer a Felipe II en la conveniencia de establecer, en medio de todas las desolaciones de la Naturaleza, una colonia fortificada".
Metafóricamente hablando, incurrió Sarmiento de Gamboa en la hybris y los dioses lo castigaron abatiendo sobre él todas las sucesivas desgracias que le acontecieron, haciendo de sus viajes, para él una odisea y para quienes, voluntaria o involuntariamente lo siguieron en ellos; un calvario.
Ecce homo, presentado en apretadísima síntesis. ¿Un genio, un loco o qué? Estará en cada uno el discernirlo. Para este servidor que escribe, fue ambas cosas; además de héroe, científico y hombre de letras y de espada. Una personalidad tan compleja y multifacética como su vida misma, la cual quemó en aras de su utopía. Y al fin y al cabo, como reza un proverbio ruso, "las grandes obras las sueñan los genios locos, las ejecutan los luchadores natos, las disfrutan los felices cuerdos, y las critican los inútiles crónicos".
Y tenía un alto grado de consciencia de su propio valer, por decirlo así. Tan alto, que hasta el más ególatra de los ególatras que hemos tenido por estas tierras: su homónimo (una homonimia cojitranca, parida con fórceps y precariamente sostenida con plasticola, clips y banditas elásticas, pero bueno; vaya y pase) Faustino Valentín Quiroga, alias Domingo Sarmiento; lo admiraba tanto, que lamentó, en Recuerdos de provincia, no poder vincular el origen de su familia con tan noble linaje como el de Sarmiento de Gamboa.
Ah!, casi me olvido: el 21 de noviembre de 1591, le escribía un memorial a Felipe II rogándole ordenara al Consejo de Indias hiciera las cuentas para que se le abonen las deudas de años y años que con él se mantenían, pidiendo incluso que se le descuente el importe del rescate que por él se había pagado ("de la suma que se le debiere, se descuente el dicho rescate, y la resta se
le mande pagar"). Pues bien (o mal), la severa contabilidad española procedió a descontarle "la suma" del rescate, pero... nunca le fue pagada "la resta".
En fin, Pedro Sarmiento de Gamboa: ¡ni el tiro del final te va a salir! (Cátulo Castillo dixit).
-Juan Carlos Serqueiros-
Muy buena nota
ResponderEliminarMuy interesante, todo este desencuentro me mantuvo en vilo hasta el final. ¡Qué mala suerte la de este tipo!
ResponderEliminarDesconocía toda esta historia. Hay que sumarlo al panteón de los que más mala suerte tuvieron a lo largo de la historia. En eso me recuerda a Álvar Nuñez Cabeza de Vaca, de quien algo escribí aunque más bien comparé sus escritos con la película mexicana de los noventa.
http://frodorock.blogspot.com.ar/2014/12/conquistador-conquistado-alvar-nunez.html
Me llamó la atención la cita de Domingo F. Sarmiento sobre su linaje, que su historia se haya conocido 330 años después (vuelvo a repetir: ¡qué leche la del tipo!) y todo lo que le pasó con los piratas ingleses.
Excelente las tres partes!
Saludos!