Poema de Martha Piccat
Antiyer cerró la casa de putas de mi pueblo.
Algunas cosas han cambiado,
las mujeres decentes ya concilian el sueño.
Sus hijas, esos tiernos capullos
concebidos en legítimos lechos,
ya no verán ese ejemplo maldecido
por la falta de Dios y de preceptos.
Esa casa que encendía sus ventanas
cuando acataba el pueblo la orden de dormir,
(como acontece con los mansos y los buenos)
ha subastado sus inmundos trastos:
diez camas de pecar y diez percheros,
jofaina de lavar,
las herramientas,
espejos, baúles y
roperos.
¡Y las putas! ¿Qué
harán con ellas?
No quedarán
dispersas por el pueblo.
Los niños las verán y no hay palabras
que nombren a esos seres venidos del infierno.
Pobrecitas, en serio. Pobrecitas.
En nombre de la moral, partieron.
La que extraña el doctor, partió hacia el sur,
y hacia el norte la que llora el estanciero.
La madama, resignada a puta vieja,
hizo yunta con un pobre jornalero.
Barre el patio, guarda el lecho, y se gana el puchero
enroscada en la estola decalvada del refriegue tanguero.
Y usted no va a creer lo que le digo:
¡Hay como un aire de santidad en todo el pueblo!
Con un doble repique de campanas
festeja el cura su castidad, salvada por un pelo.
Los hombres disimulan su nostalgia
de noches de molicie y cachondeo,
ocultos tras los lentes y el sombrero.
Las mujeres, despiden a sus maridos en la puerta, con un
beso.
Pobrecitas en serio, pobrecitas.
Las que quedaron.
Y las que se fueron.
muy bueno!!
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