Escribe: Juan Carlos Serqueiros
Es seguro que nunca olvidaremos el pabellón azul y blanco que fue el primero en buscarnos en la hora de la angustia. (Otto Nordenskjöld, conferencia del 9 de diciembre de 1903)
Durante los últimos días de noviembre y los primeros de diciembre de 1903 la Argentina acaparó los titulares de los principales diarios de todo el mundo, que traían la buena nueva de una proeza humanitaria realizada por nuestra marina de guerra.
A fines de 1901 a bordo del Antarctic, buque de bandera sueca al mando del capitán noruego Carl Anton Larsen, llegó a nuestro país una expedición encabezada por el científico sueco Otto Nordenskjöld, que se dirigía a explorar el continente antártico. Inmediatamente, el presidente Julio A. Roca instruyó a su ministro de Marina, capitán de navío Onofre Betbeder, para que se prestara todo el auxilio y cooperación posibles a la misma, y en ese orden de ideas se designó a un prometedor marino argentino de tan sólo 21 años, el alférez José María Sobral, para que se sumase a ella. En estas imágenes podemos ver una semblanza y una caricatura suyas publicadas en la revista Caras y Caretas en sus ediciones del 28 de diciembre de 1901 y 5 de diciembre de 1903 respectivamente:
El 21 de diciembre de 1901 el Antarctic zarpó del puerto de Buenos Aires. El 14 de febrero de 1902 llegó a la isla Cerro Nevado, cerca de la Seymour (donde se encuentra la actual Base Marambio), en la cual desembarcaron los seis científicos a quienes vemos en esta fotografía en la cual aparecen, atrás, de izquierda a derecha, Ole Jonassen, Erik Ekelöf y Gustav Akerlund; y adelante, también de izquierda a derecha, Gösta Bodman, Otto Nordenskjöld y José María Sobral:
Luego de construída la cabaña en la cual invernarían mientras realizaban sus investigaciones y descargados los víveres e instrumentos; el Antarctic -que de acuerdo a lo previsto debía volver a la isla al comienzo de la primavera para recogerlos- dedicaría ese tiempo a investigaciones complementarias geográficas, oceanográficas y zoológicas.
Pero transcurrió la primavera, pasó el verano y parte del otoño, y el Antarctic aún no había regresado a buscar a los expedicionarios ni se tenían noticias suyas (posteriormente, se sabría que había quedado atrapado entre los hielos, naufragando el 12 de febrero; pero que todos sus tripulantes habían podido desembarcar sanos y salvos, y se habían encaminado a encontrarse con sus compañeros). Para abril de 1903 había en todos los países del globo más que fundados temores en relación a la suerte corrida tanto por los científicos que habían quedado en la isla Cerro Nevado, como por la tripulación del Antarctic. Suecia y Francia aprestaron expediciones de rescate; pero sería nuestra Argentina la que tomaría sobre sí el peso de tan tremenda responsabilidad. El ministro Betbeder ordenó al jefe del Estado Mayor General de la Marina de Guerra, capitán de navío Manuel Barraza, que se ocupara del asunto; y éste inmediatamente dispuso el acondicionamiento de la corbeta Uruguay, la cual al mando del por entonces teniente de navío Julián Irizar, zarpó del puerto de Buenos Aires el 8 de octubre siendo despedida en la dársena Norte por el mismísimo presidente Julio A. Roca. Todos los ojos del mundo estaban fijos sobre ella... y sobre nuestra patria.
Exactamente un mes después, el 8 de noviembre, la Uruguay encontraba en la isla Cerro Nevado a los seis científicos y a tres integrantes de la tripulación del Antarctic, y al día siguiente, esos esforzados hombres volvían a emocionarse con la llegada al sitio del capitán Larsen con seis hombres más, anoticiándose de que los restantes se hallaban en la isla Paulet todos sanos y salvos a excepción del marinero Ole Wenneesgard, quien había fallecido de una cardiopatía durante el invierno.
Así, rescatados y embarcados todos los expedicionarios, incluidos los perros que tiraban de los trineos y el gato que era la mascota del grupo; la Uruguay emprendió el regreso. Todavía tendría que sortear, el 15 de noviembre, un terrible chubasco que le arrancó el palo mayor y el trinquete. El 22 de ese mes fondeaba en Puerto Santa Cruz (último punto austral del país que contaba con oficina de telégrafos de resultas del viaje presidencial de principios de 1899 a la Patagonia, durante el cual el general Roca se comprometió a la extensión de las líneas de ese servicio, tal como consigné en mi artículo Cuando el Chubut quiso ser británico. Tercera y última parte, al cual pueden acceder a través de este ENLACE) y desde allí, a las 21 hs. en punto, el comandante Irizar envió un telegrama al ministro Betbeder comunicándole la feliz conclusión de la empresa. Pocas horas más tarde, la noticia salía en primera plana en todos los diarios del mundo, que unánimemente ensalzaban la actitud humanista del pueblo y el gobierno de la República Argentina, y el arrojo y la pericia de sus marinos.
El 2 de diciembre de 1903 la corbeta Uruguay entraba al puerto de Buenos Aires desarbolada pero gloriosa en su heroísmo. El recibimiento que se le preparó fue apoteótico: una inmensa multitud de más de cien mil personas se había volcado a las calles para esperarla; en el momento mismo de desembarcar, el comandante Irizar fue ascendido a capitán de navío por el propio ministro Betbeder; y la gente, al paso de los expedicionarios, oficiales y tripulación, prorrumpía en vivas y arrojaba sobre ellos flores desde los balcones y las veredas:
La revista Caras y Caretas en su edición del 5 de diciembre de 1903 ilustraba en la tapa el acontecimiento, con un epígrafe que rezaba: Buenos Aires con júbilo sincero / recibió a la "Uruguay" y parecía / que en su entusiasta aplauso traducía / el ¡viva! colosal del globo entero.
Un mes después, el explorador escocés William Bruce, reconocido a la Argentina por la ayuda y el apoyo recibidos, transfería a nuestro país las instalaciones e instrumental que había dejado en la isla Laurie, de las Orcadas del Sur. Y dos años antes, el gran Julio Verne había escrito su monumental novela El faro del fin del mundo, con elogiosos conceptos hacia la República y con personajes argentinos.
En fin, eran tiempos en los que rayábamos a gran altura en el concierto de las principales naciones del mundo...
-Juan Carlos Serqueiros-
Pobre la Argentina de hoy que antonimo de esa epoca. Por la negligencia de estos politicos que quieren tapar el sol con el dedo.
ResponderEliminarComo se infla el corazón de orgullo cuando se leen estas proezas nacionales. Gracias por tan hermoso articulo Juan Carlos.
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