Escribe: Gabriela Borraccetti
Hay personas que padecen, sin saberlo, de un complejo edípico mal resuelto, pues las consecuencias de una actitud infantil, se arrastran muchas veces como producto de ello, contaminando los vínculos del presente.
Son sujetos que se meten a tallar en triángulos no sólo amorosos, sino también amistosos, filiales, fraternales, etc. . Son seres que en forma casi constante, se encuentran en un estado ansioso, y en gran cantidad de casos, se hallan elucubrando o planeando provocar cortocircuitos como forma de descargar una bronca que no saben de dónde les viene. Suelen sentirse ofendidos, desairados, olvidados, marginados, discriminados, envidiados, despreciados, minimizados, instigados, etc., muy a menudo; y por ello buscan alguna manera de seducir, intentando cautivar así, una mirada que tiene destinatario y competencia a la cual querrán herir, dañar o destruir.
Son sujetos que se meten a tallar en triángulos no sólo amorosos, sino también amistosos, filiales, fraternales, etc. . Son seres que en forma casi constante, se encuentran en un estado ansioso, y en gran cantidad de casos, se hallan elucubrando o planeando provocar cortocircuitos como forma de descargar una bronca que no saben de dónde les viene. Suelen sentirse ofendidos, desairados, olvidados, marginados, discriminados, envidiados, despreciados, minimizados, instigados, etc., muy a menudo; y por ello buscan alguna manera de seducir, intentando cautivar así, una mirada que tiene destinatario y competencia a la cual querrán herir, dañar o destruir.
También son diestros para instigar indirectamente disputas, sembrando desconfianzas entre los miembros del par. Suele ser la típica persona que se ofrece como confidente y gusta de los grandes embrollos, prodigando a quien quiere como su cómplice, halagos que no siente en modo alguno y que por supuesto, exagera.
Son entonces como niños que buscan llamar la atención; y para ello utilizan varios disfraces que les permitan fingir ingenuidad o fragilidad, camaradería y servicio; hasta apelar a la mismísima lástima o conmiseración de sí. En otros casos, suelen recurrir al humor o al doble sentido, buscando obtener con la risa o la sonrisa, eso que ellos consideran "aprobación".
Cada uno hará gala de su mayor don, según lo que ha sido valorado desde su infancia: quien haya sido educado bajo la exigencia de buenas notas, hará brillar su inteligencia; quien haya recibido una exigencia de modales, será sumamente complaciente; y los que en su hogar hayan valorado la bondad, se pondrán su mejor máscara de seres inmaculados y blancos. Cada uno, según su concepto, buscará descollar por aquello que ha sido considerado desde su hogar parental, una condición deseable y esperada.
Por contrapartida, sus sentimientos principales son la envidia y la venganza, los cuales se despiertan cada vez que se sienten frustrados, derrotados o excluídos de algún paraíso. El principal motor es la rabia competitiva hacia el que inconscientemente, considera "rival"; y cuando se sienta amenazado/a, inferior o en desventaja en cualquier asunto, su mecanismo interno se dispara en forma automática, creando embrollos innecesarios en o entre sus relaciones.
Las personas chismosas, incluso las bien dispuestas a hacer circular versiones; y también las secretivas, son un fiel reflejo de lo que significa un Edipo mal tramitado. Como síntoma conexo, suelen perder súbitamente el interés cuando logran su cometido; ya que su "amor" o interés, está supeditado a la triangularidad sostenida y no en una relación yo-tú, donde la paridad iguala a sus miembros. Si se alió en algún momento a "A", para que se pelee con "B", ni bien esto sucede, se olvida de "A" como por arte de magia, buscando otro triángulo en donde hallar la confirmación que jamás podrá alcanzar.
Por eso, si alguna vez estás tentado de vengarte de alguien y echar a rodar algún dardo, real o fantaseado, fíjate bien qué parte tuya está aún dando alaridos de niño colérico. No poder superar esa impotencia, implica pensar que el éxito sigue siendo aniquilar al competidor para ocupar su puesto; en lugar de saber forjar el propio.
Por eso, si alguna vez estás tentado de vengarte de alguien y echar a rodar algún dardo, real o fantaseado, fíjate bien qué parte tuya está aún dando alaridos de niño colérico. No poder superar esa impotencia, implica pensar que el éxito sigue siendo aniquilar al competidor para ocupar su puesto; en lugar de saber forjar el propio.
Lic. Gabriela Borraccetti
Psicóloga Clínica
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