Escribe: Gabriela Borraccetti *
A diario mueren mujeres en todos los países a manos de novios, amantes, maridos, encuentros ocasionales, etc. Y las mujeres pedimos al Estado, a la pareja, al esposo o al hombre con quien estamos, que nos trate bien. Sin embargo; todos ellos son los causantes de guerras, desguaces y violencia. Las armas no las empuñan las mujeres, pero aún así; tenemos que ir un poco hacia atrás y hacernos cargo de nuestras mentiras, esas cuyos efectos creímos piadosos, pero son ahora devastadores.
Este estado de cosas, no nació de un "brote" de locura, ni está aislado de un contexto mundial en el que para vivir, hay que ser prácticamente de hierro, feroz y descarnado al punto de ver muertos en televisión y poder seguir comiendo. Nació de aplaudir la crueldad con la que se trató todo lo femenino, suave y fértil.
Esta es una cultura violenta que amenaza a todo el globo, porque ha creado un estado de total falta de compasión, ternura, protección, cariño y empatía. La gente es arrancada de sus trabajos, hambreada, pisoteada en sus derechos, contada como si fueran cuentas de un collar y puestas en una planilla Excel en forma de números y estadísticas, igual que el hombre que contabiliza las mujeres con las que tuvo sexo.
Se arman guerras por un pozo de petróleo y se mete cianuro en la tierra para sacar millonarias ganancias para dos o tres, como se sacan las entrañas de un bicho por puro placer de un par de enfermos o se despellejan animales porque a algunos les place ponerse su piel o adoran ver cómo se quema su pelaje.
Todo lo que sea receptivo como la tierra, bello como la naturaleza, paciente como una mujer que espera un hijo, cuenco que recibe la vida, cuenca de un río que corre con el agua que riega y fertiliza para que todo crezca, está en peligro de extinción.
Pero… ¿cómo llegamos ahí? Creando / criando / procreando / participando / alimentando / aplaudiendo, una cultura llena de agresividad. Para empezar, nosotras nos plantamos por fuera de nuestra sensibilidad y natural tendencia a proteger a todo lo que está creciendo, hasta desprotegernos a nosotras mismas. Nos transformamos en fingidoras profesionales de orgasmos y placer para hacerlos sentir bien, en objetos sexuales y atractivos para cazarlos / casarlos. Con eso, pensábamos atraerlos para formar un hogar. Creíamos que dándoles lo que tanto querían, nos iban a amar. "Se van con otra si no lo hacés", y “más vale que les des bien de ‘comer’ en casa para que no te meta los cuernos” (cosa que les dejó creer que el apetito sexual era nuestra necesidad natural y no nuestro temor a que nos dejen por otra).
Es que en el fondo, nosotras sabíamos que así como no teníamos tantas ganas de ir a la cama sobre todo después del año de convivir, teníamos claro que afuera había otra que soñaba con tener un hombre en casa y estaría dispuesta a la misma treta con tal de no ser “la soltera”.
El problema es que para ellos fue haciéndose un trofeo (como vemos ahora, provisorio), pero para nosotras fue el comienzo del auto-engaño que hoy recogemos con dolor. Para ambos fue la mentira de disfrazar al sexo con amor, porque mientras los hombres reclaman lo primero; las mujeres nos quejamos por lo segundo.
Nos hemos dejado confundir, hemos sido inconscientes, hemos mentido y nos hemos mentido, sin tomar dimensión aún de cuánto hacemos hoy en nuestra contra.
Son miles de mujeres las que aplauden mensajes misóginos y eso es alarmante. Tenemos lavado el cerebro, nos han educado por décadas bajo preceptos falsos de lo que es ser mujer mientras el hombre aún no cree que se ha deglutido una cantidad alucinante de orgasmos fingidos por mujeres que no eran ninfómanas, sino desesperadas de afecto y compañía. Nos hicieron creer que amor era igual a sexo, por eso había que casarse con el que te hubiera desvirgado. Es como decir que sólo te podés comer un chocolate a partir del día en que decidís obligarte a comértelo todos los días. Pero la obligación es el antídoto del placer.
Aún no tenemos la más mínima consciencia de que fingirles los orgasmos alimentaba su ego. Llegamos a hacerles creer que ellos eran la causa de nuestra felicidad: "estar bien cogidas" era hasta un remedio para nuestra histeria (algo que por otra parte; salió de la mala e incompleta interpretación del “psicoanálisis en chancletas” que irresponsablemente se difunde por la web a nombre de Freud.
Alimentando el mito del poder mágico que su miembro viril tenía sobre nosotras, se nos fue la mano sin entender ahora las consecuencias. Ellos fijaron su importancia y poder en el tamaño (de sus penes, de sus posesiones, de su crueldad), en cantidad de polvos al hilo (quitando importancia al ser humano que tenían enfrente y dándole a lo sumo un número, un puntaje), en cuántas "minas" se habían volteado (tal como se hacen los balances contables), y cuál era más cruel que el otro en tomarlas y descartarlas como a objetos. “Fulano se las hace al brochet”, “Mengano la partió como a un queso”…
Esto ¿remite / remitía al amor? ¿Ver a alguien como una "comida", como un corazón desangrado? ¿O me van a contar que hablar amorosamente de alguien es decir que el tipo “se las enhebra" o que ellas "se mean de a chorritos por el campeón sexual" o que "tiene la pija de oro"?
Todo dicho popular guarda sabiduría. Tenemos que revisarlos, porque estos son unos de los pocos monumentos recopilados en este artículo para definir al falocentrismo a través de los cuales, entre machos, se felicitaban por el fruto de sus hazañas y cacerías. La cantidad, el dominio el poder y el distingo que creaba ser el "poronga", era el sello de ser un verdadero hombre. Ni siquiera un animal hace eso, pero bueh... aquí estamos. Tratando de mostrarles que su crudeza no nos causa felicidad.
Tenemos una ardua tarea: enfrentar un mundo en guerra, una forma de economía relacionada a la escalada del poder y el dominio, una forma de vivir egoísta y sin compasión, llenas de sangre en noticieros que se miran a la hora de comer o mirando a un jubilado que llora porque no tiene para comprar una fruta, como si todo eso fuera algo normal. Nosotras participamos de este juego por no ser conscientes de que nos comportamos como cosas. Seguimos mirando a Tinelli y aceptando que información es ver programas insulsos y banales, y novelas pedorras. Nosotras somos las que les damos rating a las telenovelas del hombre rico que seduce a la sirvienta, rescata a la pobre mujer desdichada, cura la ceguera de una condenada a la oscuridad o hasta le devuelve la memoria o la vida con un beso. ¡Dios nos libre!
Pero algunas de nosotras empezamos a entender que no tenemos dueño, nos ponemos la pollera no para que la corten sino porque se nos canta. Y si pesamos 100 kilos, también usamos calzas.
Nos costó mucho sufrimiento y desdén empezar a quitarnos el lavaje de cerebro. Y nos costó (y nos cuesta) sobre todo, entender que tener sexo NO ES HACER EL AMOR. Se hace el amor cuando nadie es objeto de nadie, nadie le finge nada a nadie, nadie es tan animal con el otro como para castigarlo cuando no tiene ganas.
Podemos cogernos a medio mundo, pero hay que tener en claro que el AMOR no viene por ese lado. El sexo es UNA ATRACCIÓN HORMONAL, que encima; hoy está en entredicho. Paradojalmente, la libertad sexual puede requerir que cerremos las piernas antes que un loco enfermo nos mate si no queremos acostarnos con él. Y si antes las abuelas te decían que no hagas nada antes del casamiento, hoy la cosa pasaría por no hacer nada a cambio de nada; de droga, de cariño, de promesas…
Recuerda que amor no es sexo. Que no se canjea. Que no se finge. Es difícil ser libre de cualquier cosa, incluso sexualmente, cuando somos esclavos de un sistema que se basa en la crueldad sobre todo lo que es tierno.
Lic. Gabriela Borraccetti
Psicóloga Clínica
M. P. 16814
* Gabriela Borraccetti (n. 1965, Vicente López, Buenos Aires), es licenciada en Psicología por la Universidad Argentina John F. Kennedy. De extensa trayectoria profesional, ejerce como psicóloga clínica especializada en el diagnóstico y tratamiento de la angustia, el estrés, los temas de la sexualidad y los conflictos derivados de situaciones familiares, de pareja y laborales. Es, además; poetisa, cuentista y artista plástica.