domingo, 10 de noviembre de 2013

CON VISO DE ASTUCIA... Y DE SUERTE








































Escribe: Juan Carlos Serqueiros


Antonio del Viso había nacido en Córdoba el 10 de febrero de 1830. Emparentado y relacionado con las familias más tradicionales de la provincia mediterránea, se recibió de abogado y comenzó a incursionar en la política local formando parte del grupo que giraba en la órbita del general Julio A. Roca, quien había sido designado comandante de frontera con asiento en Río Cuarto.
Después de Pavón se había instaurado en el país a sangre y fuego un orden cuya piedra fundamental era el centralismo a ultranza. La oligarquía porteña expresada en el mitrismo y el alsinismo ("nacionalismo" mitrista y "autonomismo" alsinista, las dos caras de la misma moneda) imponía de ese modo su voluntad caprichosa y sectaria al resto. Era ese un statu quo que no podía mantenerse indefinidamente a no ser por la fuerza; que era precisamente a través de la cual se lo había establecido. Y como toda fuerza implica la existencia de una igual pero en sentido contrario; vendría la reacción: las aristocracias provincianas reclamándole a la de Buenos Aires no sólo su porción de la torta sino además el arbitrio de cómo ésta habría de repartirse.
Alsina, que de zonzo no tenía nada, por lo contrario; se dió perfecta cuenta del peligro que representaba Roca para sus indisimuladas aspiraciones presidenciales y ya en 1872 había intentado forzar la supresión de las comandancias de frontera (de "frontera" con los indios, se entiende, y que eran solamente dos: una la del Chaco y otra la de Río Cuarto, al mando de Manuel Obligado y Julio A. Roca respectivamente) alegando "razones presupuestarias". La partida la ganó el Zorro moviendo magistralmente sus alfiles (uno de los cuales era Del Viso) colocándolos en fianchetto. En ese orden de ideas por esa época le escribió a su concuñado Miguel Juárez Celman:

"Los miembros de la comisión de presupuesto de la cámara de diputados, por insinuaciones indudables de Alsina, proponen la supresión de las comandancias generales de fronteras. El tiro es para mí... Es conveniente que Del Viso le escriba a Vélez (Nota mía: se refiere a Luis Vélez, a la sazón, diputado nacional por Córdoba) que se oponga con su voto a esta medida, que no es sino un plan político... Conviene no sólo que yo triunfe en esta cuestión, sino que aparezca con muchos amigos en el congreso." (Negritas y subrayados míos).

¡Y vaya si triunfó Roca en esa oportunidad y si habrá hecho bien los deberes Del Viso! La cuestión se dirimió por 50 votos en contra del proyecto, contra sólo 8 a favor. El Zorro se quedó en su comandancia en Río Cuarto y Alsina, muy a su pesar, desde el ministerio de Guerra debió tascar el freno; porque Roca, con astucia, se recostó en el presidente Avellaneda y se dedicó a influir en los gobiernos de las provincias cuyanas.
En ese contexto se desarrollaron en Córdoba en 1877 los comicios para gobernador. Roca había hecho elegir senador provincial a Juárez Celman y apoyaba sus aspiraciones al ejecutivo. Pero aconteció que entre Alsina y Mitre -con el beneplácito de Avellaneda, a quien habida cuenta de lo débil de su posición la matufia le convenía largamente- habían urdido una conciliación (eufemismo empleado para designar lo que era a todas luces un pacto espurio) en función de la cual ambos partidos se obligaban a apoyar candidaturas previamente consensuadas.
Así las cosas, se convino en lanzar para las elecciones de las que habría de surgir el sucesor del gobernador Enrique Rodríguez una fórmula encabezada por el doctor Clímaco de la Peña. Y claro, la situación provincial era autonomista, y lógicamente Alsina (cuya mira era suceder a Avellaneda en la presidencia de la nación) no podía resignarla en favor del mitrismo; por eso se optó por De la Peña, hombre de prestigio en las clases populares, de fluída y excelente relación con el presidente Avellaneda y cuya postulación conformaba a todos, autonomistas y mitristas. A Roca no le quedó más remedio que allanarse, tragar amargo y escupir dulce; pero como su infuencia en la región era un factor de peso muy considerable, logró en ese juego reservarse la designación del segundo término de la fórmula, el cual hizo recaer en Del Viso.
El Zorro debió extremar esfuerzos (y también componendas y camándulas) para que cuajara Del Viso, porque Avellaneda propugnaba para vice a Felipe Díaz, que era un puntal del mitrismo. Y las jugarretas del destino: Del Viso pertenecía a la tradicional familia de los Bulnes y Felipe Díaz era hijo del coronel José Xavier Díaz, quien fuera el primer gobernador federal de Córdoba, que había mantenido un precario equilibrio entre artiguistas y directoriales y que en 1816, al negarse a prestar ayuda a Santa Fe invadida por Buenos Aires; había sido combatido y derrotado por Juan Pablo Bulnes. Sesenta y un años después de aquellos sucesos, la política argentina volvía a enfrentar a un Díaz contra un Bulnes. 
Celebrados los comicios el 19 de noviembre de 1876, el 17 de enero de 1877 se reunió la Asamblea Electoral compuesta por 38 delegados y proclamó electos gobernador a Clímaco de la Peña por 32 votos contra 6 para Cayetano Lozano; y vicegobernador a Antonio del Viso por 21 votos contra 16 para Felipe Díaz (ajustada victoria que muestra a las claras cuánto debió de haberse esforzado Roca para sostenerlo al primero) y 1 para Jerónimo del Barco; fijándose el 17 de mayo como fecha en la que habrían de recibirse de sus cargos.
Sin embargo, no iba a ser así, o por lo menos no tan así. El 5 de mayo De la Peña concurrió a un almuerzo al que había sido invitado en casa de un médico italiano, el doctor Luis Rossi. Concluído el ágape, se retiró a su domicilio y al poco rato se sintió indispuesto, falleciendo en cuestión de minutos. Lo súbito del deceso dió pábulo a los chismes y pronto empezó a correr el rumor de que había sido envenado; lo cual era un dislate sin asidero alguno.
La muerte de De la Peña variaba sustancialmente la cosa. Y es que era liberal, sí, pero un liberal "conservador", católico practicante (cuestión no menor, tratándose de Córdoba) y de índole poco proclive a las mudanzas bruscas como las que propiciaba el ala más "radical" del liberalismo cordobés encarnada en Del Viso, Juárez Celman, etc.
Cuenta Ramón José Cárcano en su Recordando el pasado que la noche misma del velatorio de Clímaco de la Peña, en un carruaje que llevaba a sus casas al referente principal del mitrismo cordobés, Cleto Peña; al vicegobernador electo Antonio del Viso y a Miguel Juárez Celman; se abordó la discusión sobre qué  correspondía hacer: si el 17 de mayo debía recibirse de la gobernación Del Viso (que estaba dubitativo), como sostuvo Juárez Celman; o si era el caso de llamar nuevamente a elecciones, como especulaba Peña. Llegados a la casa de Del Viso, Juárez Celman redactó un telegrama dirigido a su concuñado el general Roca que estaba en Río Cuarto y éste llegó al día siguiente a Córdoba matando caballos
Por su parte, al gobernador saliente Enrique Rodríguez (que se había desempeñado de manera muy eficaz durante su mandato, dicho sea de paso) le había complacido en grado sumo lo de la conciliación y la postulación de Clímaco de la Peña (que pensaba de manera muy similar a él) y en cambio no le gustaban ni un poquito así los liberales al estilo Del Viso, Juárez Celman, Bouquet y Zavalía (este último, vicegobernador suyo); de modo que a la muerte del primero, decidió someter el asunto a consideración de la Asamblea Electoral, solicitando a ésta que volviera a reunirse para elegir un nuevo gobernador  por fallecimiento del electo. Pero claro, no justipreciaron adecuadamente ni Rodríguez, ni Cleto Peña y mucho menos los hermanos Luis e Ignacio Vélez la capacidad, la energía y la astucia de Roca, que el mismo día que arribó a Córdoba empezó a fabricar la escalera que llevaría a Del Viso hasta el despacho de la gobernación; mientras los otros perdían el tiempo en consultas e idas y vueltas sin que atinara ninguno de ellos a evidenciar firmeza y decisión en el criterio que sustentaban ni hacer nada práctico y efectivo para ponerlo en planta.
Por indudable influencia del Zorro, el presidente de la Asamblea Electoral, Belindo Soaje, le respondió a Rodríguez que ese cuerpo ya había cumplido con el cometido para el que había sido convocado, al momento de votar y proclamar electos a De la Peña y Del Viso para gobernador y vice, y que no veía motivos para que el organismo tuviera que reunirse otra vez. En buen romance equivalía a decirle: "Señor, el problema del fallecimiento de un gobernador electo y quién debe sustituírlo no es electoral sino político, y deben resolverlo los políticos, para eso están". Rodríguez, decepcionado por la respuesta de Soaje, delegó el gobierno en Fernando de Zavalía y se fue al campo.
Roca jugó hábilmente sus naipes, tirando y aflojando (esto último más en la apariencia que en la realidad efectiva). Se entendió rápidamente con Zavalía a quien prometió apoyarlo en su candidatura a senador tras lo cual, dando una voltereta en el aire; negoció con Luis Vélez que a cambio de aceptar éste que Del Viso fuese gobernador, finalmente resultara él electo senador. Pero ni siquiera ese cabo quiso dejar suelto el Zorro, que no daba puntada sin hilo; porque por esos días le escribía a Juárez Celman:

"Siento que no haya sido Zavalía el senador. Desearía hablase usted con Vélez y le diga que soy yo el iniciador de su candidatura y que siempre ha sido mi candidato para ese cargo y para todos los de la República inclusive el de arzobispo (Nota mía: lo de "inclusive el de arzobispo" era una sutil ironía para referirse al acendrado catolicismo de Vélez). A cada momento necesita uno el voto de esos señores senadores."

No se engañaba Roca en su percepción, y o bien no debe haber resultado Juárez tan efectivo en el cumplimiento del encargo, o bien Vélez no era tan ingenuo como para tragarse ese cuento; porque andando el tiempo se pasó del autonomismo al mitrismo y sería enconado opositor tanto del Zorro como de su concuñado.
El 17 de mayo de 1877 Del Viso asumía la gobernación prestando juramento ante la legislatura provincial. Instalado en su despacho, inmediatamente designó en las carteras de Gobierno y de Hacienda a Miguel Juárez Celman y Carlos Bouquet respectivamente.
Hacer gobernador a Del Viso le significó a Roca sin dudas poner la piedra basal de su primera presidencia en 1880, pues llevó adelante este último una muy buena gestión y administración (si bien opacada un tanto por la cesión de grandes extensiones a pocas personas al querer darle solución definitiva al problema de la tierra fiscal que era desaprensivamente utilizada sin que reportara rédito alguno al estado provincial, lo cual daría origen a latifundios), pero además de ello; afianzó y acrecentó las relaciones con los gobiernos de las provincias cuyanas (sobre las cuales había influído Roca, como vimos antes) constituyendo una liga de gobernadores que a poco se engrosaría, convirtiéndose en la fuerza impulsora y sostén principalísimo de la candidatura presidencial del Zorro. Cuando éste, siendo el flamante ministro de Guerra de Avellaneda luego de la muerte de Alsina, creyó que no podría llevar adelante sus pretensiones de ser presidente; pensó en apoyar la candidatura de Carlos Tejedor, reservando la vicepresidencia para Del Viso. En ese orden de ideas, el 24 de julio de 1878 le escribía a Juárez Celman en obvia alusión irónica a la suerte que había tenido Del Viso al acceder a la gobernación de Córdoba por el fallecimiento del titular electo y especulando con la posibilidad de que Tejedor (que era de edad avanzada) muriese también:

"Daremos la presidencia, pero reservaremos la vicepresidencia para el doctor Del Viso que de derecho le corresponden todas las vices, y tiene tanta suerte que todavía se le han de morir otros. También reservaremos el ministerio de la Guerra y algo más si se puede." (Negritas y subrayados míos).

Llegado en 1880 al término de su período gubernamental en Córdoba, el doctor Antonio del Viso fue electo senador. Y después, al acceder el general Roca a la presidencia de la Nación; fue designado por éste ministro del Interior. 
Nombrado ministro plenipotenciario de nuestro país ante Italia, falleció en Roma el 11 de marzo de 1904.
-Juan Carlos Serqueiros- 

sábado, 19 de octubre de 2013

EL CABALLERO DEL AIRE


Escribe: Juan Carlos Serqueiros

Cuando uno ya ha derribado a su primero, segundo o tercer adversario; entonces empieza a encontrar el truco de cómo se hace. (Manfred von Richthofen)

El freiherr (barón) Manfred Albrecht von Richthofen había nacido en el seno de una familia de la nobleza prusiana el 2 de mayo de 1892 cerca de Breslau, ciudad capital de Silesia que por entonces formaba parte del Imperio Alemán y que hoy con el nombre de Wroclaw, pertenece a Polonia.



Cuando contaba 11 años, ingresó a la escuela de cadetes de Wahlstaff, graduándose como oficial en 1912 en la academia de Berlin-Lichterfelde, luego de lo cual fue destinado a un cuerpo de élite: el Regimiento 1° de Ulanos. Desde siempre, evidenció afición a la caza y se distinguía por su notabilísima puntería.
Al estallar en 1914 la Primera Guerra Mundial combatió con heroísmo, cayendo sucesivamente prisionero de rusos y franceses. Por sus méritos, fue condecorado con la Cruz de Hierro y se lo pasó del arma de caballería a la de infantería, en la que fue designado oficial de intendencia. 
Pero como el propio von Richthofen consignó en su diario, la vida en las trincheras se le antojaba "inhumana y aburrida", por lo cual solicitó incorporarse a la fuerza aérea imperial, la Luftstreitkräfte; petición esta que le fue concedida en mayo de 1815. 
Sus comienzos en el arma no fueron nada halagüeños: inicialmente fue observador en un biplaza y luego, durante su adiestramiento, estrelló su avión al aterrizar. Pese a sus tropiezos iniciales, logró recibirse de piloto en la Navidad de ese año, y en marzo de 1916 fue destinado al frente occidental como piloto observador de las fortificaciones de Verdún, en el nordeste francés. Al igual que durante el aprendizaje, su desempeño no fue muy lucido que digamos, y en sendos accidentes estrelló dos aviones Fokker E.I que tripulaba. Dada la poca pericia en vuelo que evidenciaba, lo enviaron al frente oriental como piloto de bombarderos biplaza. 
Allí comenzó a despuntar la aurora de su gloria: despreciando el peligro, volaba a tan baja altura por sobre las tropas rusas (que no tenían defensas antiaéreas porque de hecho, las desconocían), que las ametrallaba y bombardeaba a voluntad, causándoles gran mortandad. Es presumible que le hayan quedado amargos recuerdos de cuando anteriormente cayó prisionero de los rusos; porque en su diario se jactó de las enormes bajas que les había ocasionado y después, andando el tiempo, escribiría: "Es una pena que entre todos mis derribos no haya un solo ruso".
Ya por entonces había ganado una incipiente fama, pero su orgullo de aristócrata y su temperamento individualista lo impelían siempre a su suprema ambición: ser piloto de caza; que creyó irremisiblemente postergada para siempre al serle denegada una petición en tal sentido. 
Sin embargo, el azar vendría en su auxilio (la suerte siempre ayuda a quien la busca): durante un viaje en tren, se encontró con el as de la aviación germana, Oswald Boelcke (que por unos meses nomás no nació argentino, ya que su padre había llegado a nuestro país a ejercer su profesión de maestro, para decidir después regresar al suyo en 1891, poco antes del nacimiento de Oswald). 
La Luftstreitkräfte había sido modificada a mediados de 1916, unificando la conducción de la misma en la persona del teniente general Ernst von Hoeeppner y distribuyendo las fuerzas en escuadrillas que fueron llamadas  Jagdstaffel (jauría de caza) y colocando al comando de cada uno de ellas a un piloto experimentado y de comprobadas pericia y eficiencia entre los cuales, por supuesto, estaba el mejor de todos: Boelcke. 
Éste reclutó para su Jasta Nr. 2 a von Richthofen, quien pudo así acceder a su anhelo de tripular su propio avión de caza. A poco recibieron doce flamantes Albatros D.II dotados cada uno con dos ametralladoras Maxim LMG 08/15 sincronizadas, que tenían una velocidad de ascenso y un poder de fuego superiores a los de los aviones de los aliados, lo cual sumado a la extraordinaria eficacia de los pilotos germanos; hizo que el fiel de la balanza en la lucha por la supremacía en el aire empezara  a inclinarse para el lado de Alemania.

Albatros D.II.jpg

El 17 de setiembre de 1916, en Cambrai, Francia, Manfred von Richthofen logró su primer derribo oficial abatiendo a un avión inglés de reconocimiento. Esa misma noche telegrafió a su joyero en Berlín pidiéndole que le confeccionara una copa de plata con una inscripción en la que constara el número de orden del derribo, el tipo de avión vencido, la cantidad de tripulantes y la fecha de la victoria obtenida. Apenas seis días después, tras un nuevo triunfo, encargaría otra copa, y otra, y otra...
Fallecido su maestro y mentor Boelcke en un accidente (un camarada y amigo suyo rozó involuntariamente el ala de su avión, que se precipitó a tierra); más temprano que tarde Von Richthofen se convertiría en el as de la aviación germana. Los derribos se sucederían uno tras otro y muy pronto, al llegar al número 60, su joyero tuvo que escribirle que ante la escasez de plata, si quería seguir encargando copas; las mismas tendrían que ser confeccionadas con algún metal innoble.
En enero de 1917 fue ascendido a rittmeister (capitán) y condecorado con la medalla Pour le Mérite, la Blauer Max. Era para los alemanes un héroe nacional y para los enemigos un adversario que imponía consideración, respeto y hasta admiración. Se hacían miles y miles de postcards con su imagen. Aquí podemos observar una de ellas, en la que aparece luciendo la Blauer Max al cuello y la Cruz de Hierro en la izquierda de la pechera de su uniforme:  


Coincidentemente con todo ello, también se le confirió el mando de la Jasta 11, cuyo eficacísimo desempeño llegaría a ser legendario. Su hermano menor, Lothar von Richthofen (que sería también uno de los ases de la aviación alemana con 40 derribos), pidió unirse a la misma. El discípulo preferido de Manfred era un joven de apenas 21 años, el teniente Kurt Wolff, a quien por su enjuta constitución física y su rostro aniñado, sus camaradas habían "bautizado" Zarte Blümlein (Florcita Delicada). En esta imagen aparecen, atrás y de izquierda a derecha: el sargento Sebastian Festner, el teniente Karl-Emil Schäffer y el teniente Lothar von Richthofen; y adelante y de izquierda a derecha, el capitán Manfred von Richthofen y el teniente Kurt Wolff:


El barón Von Richthofen estaba por entonces en la cúspide de su gloria, en el cenit de su fama y celebridad. Había pintado su avión de rojo, algunos sostienen que por su "inmensa egolatría", otros que era debido a una "acción psicológica de los mandos alemanes para infundir el terror entre el enemigo" y otros que era por "el color del regimiento de Ulanos", y se lo consideraba "el caballero del aire"; lo cual es atribuíble, según la leyenda difundida copiosamente, a que "les permitía escapar a sus víctimas malheridas". La imagen de él que se ha instalado en el colectivo, es la de un piloto cuya destreza acrobática era notable. Se esparció también abundantemente y se aceptó como cierto que "tenía un carácter hosco", que era "retraído, solitario y poco afecto a la camaradería" y que "andaba siempre taciturno y malhumorado". 
Todas pavadas. Inexactitudes que se van transmitiendo como si fueran la verdad revelada, en lugar de un mito ora a favor, ora en contra.  Lo cierto es que había pintado de rojo su avión porque su índole era inclinada al individualismo (característica esta muy común entre los aviadores, fueran estos de los alemanes o de los aliados) y lo movía a la búsqueda de la diferenciación; y (detalle inexplicablemente inadvertido) porque ese es el color de Marte, el dios de la guerra. Y el barón era exactamente eso: un guerrero formidable, un Aquiles, una eficiente y aceitada máquina de abatir enemigos. ¿Qué otro color que no fuera el rojo podría entonces preferir? Al respecto escribió:

No sé por qué motivo se me ocurrió un día la idea de pintar mi aparato de un rojo chillón, y el resultado fue que mi pájaro llamaba la atención de todo el mundo. Este detalle del color, al parecer, tampoco se le escapó al enemigo.
Sucedió una cosa muy divertida. Uno de los ingleses a quien habíamos derribado y a quien hicimos prisionero, estaba hablando con nosotros. Por supuesto hizo preguntas respecto a mi avión rojo. Este no es desconocido entre las tropas de las trincheras, y es llamado por ellos "le diable rouge". En el escuadrón inglés al que pertenecía, corría el rumor de que el avión rojo era manejado por una muchacha, una especie de Juana de Arco. Se sorprendió intensamente, cuando se le aseguró que la supuesta muchacha se encontraba ante él. No intentó hacer un chiste. En realidad, se hallaba convencido de que sólo una muchacha podría volar en un aparato pintado de manera tan extravagante.


No hay que perder de vista que estaba en guerra, no jugando a los soldaditos. Y la guerra es una calamidad, algo horroroso; no una cosa naif, un juego de héroes románticos. "El espíritu agresivo, la ofensiva, es el factor que prima en cualquier aspecto de la guerra. Y el aire no es la excepción", escribió. Y también: "Los pilotos de caza han de patrullar por el área que se les asigne, de la forma que prefieran, y cuando avisten a un enemigo, han de atacarle y derribarle; cualquier otra cosa es basura". Más clarito, echale agua...
Pero su condición de guerrero nato no le impedía la estricta observancia del derecho de gentes y mucho menos torcía su propósito de hacer la guerra un poco más "humanitaria". Además, por su origen aristocrático era todo un caballero, y eso era reconocido y apreciado por sus enemigos; pero de allí a la exageración de que "permitía huir a sus víctimas malheridas" hay un campo de distancia. Lo real era que no mataba adversarios rendidos. Pero quién mejor que el mismo Von Richthofen para explicarlo. Veamos:

Mi adversario no me facilitó las cosas. Sabía combatir y fue particularmente peligroso para mí el que fuera buen tirador. Para mi pesar, eso se me hizo bastante claro. 
Un viento favorable vino en mi auxilio. Nos condujo a ambos dentro de las líneas alemanas. Mi adversario descubrió que el problema no era tan sencillo como había imaginado. Así que se lanzó hacia una nube y despareció dentro de ella. Casi logró salvarse.
Me zambullí tras él y por suerte, al salir me encontré tras de su aeroplano, a corta distancia. Nos disparamos sin ningún resultado tangible. Al fin lo toqué. Noté una cinta de blanco vapor de bencina. Tenía que aterrizar, pues su motor estaba detenido. Era un tipo obstinado. Debía reconocer su derrota. Si continuaba disparando podría matarlo, pues se hallaba ahora a una altura de unos 300 metros. Sin embargo, el inglés se defendió exactamente como lo hizo su compatriota ésa mañana. Peleó hasta aterrizar. Cuando tocó tierra, volé sobre él a una altura de 10 metros para saber si había muerto o no. ¿Qué hizo entonces el granuja? Tomó su ametralladora y perforó mi avión.
Después, Werner Voss me dijo que si eso le hubiera sucedido a él, habría matado al aviador en tierra. De hecho, debí hacerlo, pues aún no se rendía. Fue uno de los pocos tipos afortunados que escapó con vida.
Me sentí dichoso, volé de regreso al campo y celebré mi victoria número treinta y tres.

Como cité precedentemente, el Von Richthofen acróbata del cielo es sólo un mito amañado por las frondosas imaginaciones de "biógrafos"... poco serios, digamos. No era en modo alguno un aviador sumamente hábil en hacer piruetas en el aire (ya he narrado sus varios tropiezos y chapucerías) y además, no era afecto a ello ni falta que le hacía; porque era un piloto extraordinariamente eficaz a la hora de conjugar coraje, puntería, táctica y sangre fría. Con todo eso, le bastaba y sobraba para ser el as que sin dudas fue.
Él no creía que el triunfo fuera privilegio de iluminados, sino que confiaba en la constancia y el esfuerzo. Al respecto escribió: "El éxito sólo brota de una perseverancia constante, perseverancia sin descanso".
El 6 de julio de 1917 fue un preanuncio de la declinación de su estrella: había recibido un nuevo Fokker triplano y en él volaba por el cielo de Francia, cuando avistó un biplaza enemigo al que atacó. Pero su adversario no se amilanó por tenerlo enfrente y le disparó con su ametralladora con tanta puntería, que una bala lo impactó, por suerte para él, no de lleno pero sí infligiéndole una herida de consideración en el cráneo. Logró sobreponerse al desvanecimiento y cegado por la sangre que manaba en abundancia, consiguió pese a todo, aterrizar detrás de las líneas germanas. Fue hospitalizado en Courtrai, Bélgica, y el alto mando alemán se apresuró a destacar allí, por vía aérea, a sus mejores cirujanos, quienes concluyeron en que la herida, si bien grave; no era mortal de necesidad y no había afectación del cerebro. Toda Alemania estaba pendiente de la evolución de su héroe y en la prensa se publicaban diariamente los partes médicos. Durante los casi dos meses que pasó de convalecencia, Von Richthofen escribió su libro El piloto rojo (que fuera también editado bajo el título El barón rojo, con lo que es posible hallarlo con cualquiera de ambos). Las citas que he incluído en este artículo pertenecen al mismo.
En esta imagen, lo vemos con la cabeza vendada, en una visita que le hicieran camaradas y amigos suyos:   


Desoyendo los consejos e instrucciones de los médicos, Von Richthofen, conservando la cabeza aún vendada y no restablecido completamente; se reintegró el 23 de octubre de 1917 al Servicio Aéreo Imperial para recibir los flamantes triplanos Fokker Dr.I (Dr. como abreviatura de dreidecker, o sea, triplano en alemán)  con los cuales Alemania buscaba emparejar la superioridad tecnológica que en ese momento evidenciaban los aviones ingleses. Pero el nuevo modelo resultó al principio un fiasco: tres pilotos germanos sufrieron accidentes mortales, y Lothar y hasta el propio Manfred von Richthofen tuvieron que realizar aterrizajes de emergencia; todo debido a fallas originadas en defectos de fabricación. Pese a ello, el Barón Rojo persistió en su decisión de usarlo.
Desde que Oswald Boelcke se había fotografiado el mismo día en que sufrió el accidente que le causara la muerte, los aviadores alemanes evitaban cuidadosamente retratarse antes de salir a una misión. Pero aquel 21 de abril de 1918 von Richthofen, que se reía de tales supersticiones y no creía en cábalas ni amuletos; insistió en ser fotografiado junto a su perro Moritz, al que adoraba con locura y consideraba "la criatura más hermosa que se haya puesto en el mundo", momentos antes de emprender su vuelo. Que sería el último. 



Sobre las 11 de la mañana de ese día, hubo en el cielo de la localidad francesa de Cerisy, situada a orillas del río Somme, un combate entre aviones alemanes e ingleses, apoyados estos últimos por baterías antiaéreas australianas, en el transcurso del cual Von Richthofen halló la muerte en la forma de un balazo que le atravesó el corazón; pero como estaba volando a bajísima altura, consiguió aterrizar en un campo de remolachas con el último estertor de vida que le quedaba.
Como no se le realizó autopsia a su cadáver, permanecerá por siempre en el misterio si lo abatió en el aire el piloto canadiense al servicio de Inglaterra capitán Arthur Brown que tripulaba un Soptwith Camel, como se creyó en un principio; o si fue el artillero antiaéreo australiano William Evans desde tierra, como se afirmaría después.
Pero si bien jamás podremos tener la certeza de quién lo mató; sí podemos conocer en detalle las circunstancias de su muerte: ya sea que fuera alcanzado por uno de los disparos de las ametralladoras del avión de Brown o lo haya sido por una bala de la ametralladora antiaérea de Williams; lo concreto es que pagó caro tributo a un alarde de arrojo; porque estaba persiguiendo tenazmente al Soptwith Camel  de un novel piloto inglés llamado Wilfred May, quien luego de abatir a un avión alemán; quiso ir por el de von Richthofen, cuando con horror descubrió que se le habían encasquillado ambas ametralladoras de su caza y estaba inerme ante el temible Barón Rojo; ante lo cual quiso escapar despavorido hacia sus líneas descendiendo y volando apenas diez o doce metros por sobre las aguas del Somme con el prusiano pisándole la cola de su avión listo para derribarlo. Por fortuna para May, apareció la bala de Brown o de Williams que truncó la vida del as alemán salvando así la suya. ¿Habrá querido vengar el barón la muerte del aviador germano que había volteado May? Quizá... Nunca lo sabremos.
¿Que fue el de Von Richthofen un acto de coraje temerario e imprudente adentrándose en las líneas enemigas y para colmo, volando a bajísima altura, me dice usted? Y... sí; pero también fue imprevisora Tetis  cuando dejó sin mojar el talón de Aquiles al sumergirlo en las aguas de la inmortalidad de la laguna Estigia. Fueron guerreros, héroes; no dioses inmortales. Y como dijo el ínclito Libertador General San Martín: "Es la guerra".
Los soldados australianos de las baterías antiaéreas extrajeron el cadáver de Von Richthofen de la carlinga de su avión y lo velaron esa noche. Estas dos fotografías que se conservan en el Museo Australiano de la Primera Guerra Mundial, revisten un gran valor documental, porque son las únicas que existen del cuerpo sin vida del barón.



Fue sepultado al día siguiente, 22 de abril de 1918, en el cementerio de Bertangles, muy cerca del lugar donde cayó, con todos los honores militares: su ataúd cubierto de flores fue llevado a pulso por seis pilotos ingleses y se dispararon tres salvas de fusilería en su homenaje. Esta imagen corresponde a su funeral: 


Los pilotos ingleses confeccionaron, con la hélice de su avión, una cruz para su tumba: 


Y como epitafio colocaron una leyenda que rezaba: "Aquí yace un valiente, un noble adversario y un verdadero hombre de honor. Que descanse en paz".
Amén.

-Juan Carlos Serqueiros-

jueves, 17 de octubre de 2013

¡FARRELL Y PERÓN, UN SOLO CORAZÓN!





















Escribe: Juan Carlos Serqueiros


Sobre las 18 hs. del 17 de octubre de 1945, el presidente de la Nación, general Edelmiro Farrell, se asomó a una de las ventanas de la Casa Rosada y al contemplar la multitud que ya empezaba a colmar la Plaza de Mayo y sus adyacencias, miró socarronamente a  sus ministros el general Ávalos y el almirante Vernengo Lima, y exclamó: “¡Esto se está poniendo lindo!”.
El tono irónico y la mirada burlona del presidente estaban más que justificados: Ávalos y Vernengo Lima, el primero valiéndose de las fuerzas de Campo de Mayo y el segundo de las de la Marina, lo habían forzado a destituir a Perón de sus cargos de vicepresidente, ministro de Guerra y secretario de Trabajo y a confinarlo en Martín García. Ahora, que arreglaran el balurdo… si podían. Que no podían, obviamente.
Vernengo Lima era un mamarracho, y Ávalos un bueno para nada que no atinaba a dar un paso para salir del atolladero en el que se habían metido. Y la gente, el pueblo -“el subsuelo de la patria sublevado”, al decir de Scalabrini Ortiz- incontenible, seguía llegando y llegando…
Ávalos había entrado en una componenda con su amigo, el radical Sabattini, para que el Procurador General de la Nación, Juan Alvarez, formase un ministerio integrado por él mismo y personalidades notables, y en consecuencia; estaba a la espera de que éste llegase con la “lista salvadora”. Pero la presión popular se hacía insostenible. 
Ya a esa altura desesperado, Ávalos ordenó traer al coronel Mercante (a quien había hecho arrestar) y le pidió que hablara por los micrófonos a la multitud y la instara a desconcentrarse. Mercante aparentó obedecerle, pero mucho más vivo y perceptivo que el otro, tomó el micrófono y empezó: “El general Ávalos me dice…”. La rechifla fue estruendosa y el grito, unánime: “¡Ávalos traidor, queremos a Perón!”. Demudado, le arrebató el micrófono a Mercante y le ordenó volver al arresto.
A todo esto, Vernengo Lima seguía insistiéndole a Avalos para que ordenase a las tropas del ejército reprimir al pueblo.
Farrell, zumbón, les dijo: “Bien, señores, mientras ustedes deciden qué es lo que van a hacer; yo me voy a la Residencia Presidencial”. Salió tranquilamente de la Casa Rosada, se subió a su automóvil y se fue. La gente, al distinguir de quién se trataba, le abrió paso y comenzó a aplaudirlo. Ávalos, que mudaba de colores pasando por todos los del arco iris, miraba y escuchaba desde el balcón. Allí, el infeliz, al comparar los silbidos que la mención de su apellido provocaba y los aplausos que cosechaba Farrell, habrá comprendido de golpe muchas cosas…
A las 23 hs., ante el delirio del pueblo, Perón, del brazo de Farrell salía al balcón. "¡Farrell y Perón, un solo corazón!", fue la gritería exultante.
Mientras tanto, Ávalos, escondido, escaldado y compungido, redactaba su pedido de retiro. Muchos años más tarde, preguntado acerca del porqué de su enfrentamiento con Perón después de haber sido su amigo; diría que la culpa la había tenido “esa mujer”. Imagino, quiero creer, que no es necesario que mencione a quién se refería, ¿no?
Definitivamente, hay algunos que no aprenden nunca. Ávalos era uno de esos.

-Juan Carlos Serqueiros-

sábado, 5 de octubre de 2013

ALLÁ LEJOS Y HACE TIEMPO. EL CAFÉ DE BENIGNO



Escribe: Juan Carlos Serqueiros

Pesadumbre de barrios que han cambiado / y amargura del sueño que murió. (Homero Manzi)

Por eso tengo el corazón mirando al sur. (Eladia Blázquez)

En el marco de la gran oleada inmigratoria arribaron a Buenos Aires sobre la última década del siglo XIX cuatro hermanos españoles apellidados Fernández, que resolvieron encarar, en el Matadero del Sud ubicado en la meseta de los Corrales, en la calle La Rioja N° 1920, un negocio al que "bautizaron" con el nombre de pila del mayor de ellos. Así nació el Almacén y Fonda de Benigno.
La iniciativa de los Fernández era atinada y la elección del rubro, certera. Mucha gente trabajaba en el matadero y la zona era propicia para el objeto que perseguía el Benigno: proveer comestibles y bebestibles, servir comidas (que según las mentas, eran muy buenas y abundantes) y eventualmente; alojar a algún resero o tropero que se quedaba a pernoctar, a hacer noche. Así las cosas, el negocio más temprano que tarde tenía que prosperar. Y prosperó, nomás...
Pero esos límites difusos entre ciudad y pampa que eran los arrabales del sur, iban siendo corridos en desmedro de la segunda y a favor de la primera al impulso del progreso que se buscaba imprimirle a la zona, y en 1896 (ejercía la presidencia de la Nación José Evaristo Uriburu tras la renuncia del titular, Luis Sáenz Peña) la municipalidad de Buenos Aires resolvió el traslado del matadero; lo cual se efectivizaría en 1902.
El alumbrado público, el empedrado, el tranvía, el ferrocarril y la parquización tramaron el calamaco del poncho que cubriría los hombros de un tiempo ido. Los troperos, reseros y matarifes dejaron paso a los obreros de las distintas industrias allí radicadas; el percal de las fabriqueras que volvían de los talleres floraba las tardecitas con encanto arrabalero; de los abigarrados conventillos brotaban la inquietud social, la bronca... y también la esperanza.
Y taura, cadenciosa y prepotente, una música inefable y pegadiza empezaba a expresarlo todo, todo... todo.


El Gallego Manuel Fernández tuvo que adaptar su negocio al soplo de los vientos de cambio... ¡y vaya si supo hacerlo! En La Rioja N° 2177 (2077 de la vieja numeración), ahí nomás al toque de la esquina con Caseros, aquel antiguo almacén y fonda mutó en Café de Benigno, que a poco se constituyó en el epicentro de una contracultura pretenciosa, con ansias de país.
Sus mesas siempre colmadas vieron en 1908 el debut de un adolescente de 15 años que hacía gala de una magistral destreza en el bandoneón: José Arturo la Vieja Severino, que después sería la atracción del lugar, el crédito del barrio; y asistieron tristonas a aquella luctuosa Semana Trágica de 1919 en los Talleres Vasena bajo un peludismo que se mostró impotente a la hora de evitarla. 
Esas mismas mesas que nunca preguntan se extasiaron con los zurdos arabescos geniales del fueye mágico de Floreano el Negro Eduardo Benavento, eternamente encopao de caña o ginebra; se alegraron con los triunfos y lloraron con las derrotas de los jugadores de Huracán que ante ellas se concentraban.
Promediando la década de 1920, aquel hombre esforzado y perspicaz que fue el Gallego Manuel Fernández depositó la administración del Benigno en manos de su hijo José, obviamente apodado Pepe
Las trajinadas mañanitas del Benigno veían a un Homero Manzi forjista y forjador, tanto de sueños de patria redimida y reivindicaciones gremiales, como de versos sublimes y películas memorables; por las tardes llegaba la guapeza bondadosa del hercúleo Mortero del Globito, el gran Herminio Masantonio, aventando la ansiedad quemera de algún purrete con un sereno: "No te aflijas, pibe, el domingo ganamos"; y por las noches se enseñoreaba de sus mesas la barra trashumante de Julián Centeya, el Negro Celedonio Flores y ese enorme guitarrista y compositor que fue Guillermo Barbieri. En el Benigno paraban también Armando Discépolo, el pianista Pascual Biafore y el violinista y cantor Antonio Buglione, compositor de ese tango extraordinario que se titula La maleva.
En esta fotografía tomada allá por la década del 40 que se conserva en el Archivo General de la Nación, podemos apreciar desde la misma esquina de Caseros y La Rioja el antiguo café, que ya tenía por entonces otros dueños y que había trocado su cartel por uno más moderno que decía: "BAR BENIGNO".


Un gélido 28 de junio de 1958 la piqueta implacable de un nuevo orden impuesto en el país para peor, impactó de lleno y decretó el cese de actividades en el Benigno.
Las ansias, los sueños y la lírica no son materia, no nacen en una partícula originaria que desencadena un Big Bang; sino que surgen de un proceso creativo que se inicia a partir de una férrea y mayoritaria voluntad transformadora y progresista.
El Benigno no cerró porque quedara anticuado ni porque estuviera administrado deficientemente ni porque raleara su clientela; bajó la persiana porque tres años antes se había truncado a sangre y fuego un proyecto de nación (uno más) al que se reemplazó por otro, bajo paradigmas muy distintos. Los benignos esplenden siempre y cuando hayan severinos, huracanes, barbieris, masantonios, centeyas y manzis; sin ellos, nada es posible.
Habría que esperar hasta fines de los sesenta y principios de los setenta para que el inconformismo y la rebeldía se tradujesen en otra contracultura. Pero ésta no se dio en las orillas... sino en el centro.
Y desde entonces, el sur de Buenos Aires aguarda el momento de ir por la redención y el desquite. Espera y espera... a que rompa otra aurora.

-Juan Carlos Serqueiros-

martes, 1 de octubre de 2013

PODER POLÍTICO SUBORDINADO AL PODER ECONÓMICO


Escribe: Juan Carlos Serqueiros

Las resonantes (y cínicas) declaraciones del operador Alessio Rastani, con perlitas tales como "los gobiernos no gobiernan el mundo, Goldman Sachs gobierna el mundo", reafirmando una vez más (y por si hubiera aún quien albergara dudas) que el gobierno efectivo es ejercido por el poder económico, y que el poder político (lo ejerza Obama, Sarkozy, Berlusconi, Cameron o cualquier otro gerente por el estilo) es mero testaferro de aquel y sometido a su arbitrio; me llevaron a recordar lo sucedido en el siglo XIV entre Felipe IV, el papa Bonifacio VIII y los Caballeros Templarios.
La "mala prensa" que ha tenido Felipe el Hermoso, ha provocado que habitualmente se lo juzgue como un monarca extremadamente cruel e injusto; pero si pensamos que su conflicto con el papado se produjo al querer imponerle contribuciones a la iglesia y negarse a ello Bonifacio VIII, y el estar económicamente asfixiado por los Templarios (que fueron los primeros banqueros del mundo y principales acreedores del reino de Francia); se abren otras hipótesis.
¿No sería plausible suponer que las acciones de Felipe IV contra Bonifacio VIII y la Orden de los Caballeros Templarios posiblemente pudieron deberse más a la puja poder político vs. poder económico, que a las maquinaciones atribuídas por la historia "oficial" a un monarca absolutista? Digo, es como para pensar, qué sé yo...
Y seguramente (por lo menos hasta el hallazgo de nueva comprobación histórica -en caso de existir esta- que aclare lo que está oscuro) no se estará en condiciones de afirmar ni lo uno ni lo otro, pero hasta ese momento, déjenme inferir la posibilidad de que Felipe IV, más que un monarca cruel y despiadado; haya sido un gobernante que no quiso dejarse manejar por el poder económico. 
¿Puedo?

-Juan Carlos Serqueiros-

lunes, 9 de septiembre de 2013

ACQUAFORTE. Y FUE EN MI TIEMPO LA REINA DE MONTMARTRE




















Escribe: Juan Carlos Serqueiros

En alguna noche de 1930, dos argentinos que se hallaban circunstancialmente en Italia: Juan Carlos Marambio Catán y Horacio Pettorossi, compusieron en ese país un tango al que titularon Acquaforte, cuya letra dice:

Acquaforte
Música: Horacio Pettorossi
Letra: Juan Carlos Marambio Catán

Es media noche. El cabaret despierta.
Muchas mujeres, flores y champán.
Va a comenzar la eterna y triste fiesta
de los que viven al ritmo de un gotan.
Cuarenta años de vida me encadenan,
blanca la testa, viejo el corazón:
hoy puedo ya mirar con mucha pena
lo que otros tiempos miré con ilusión.

Las pobres milongas,
dopadas de besos,
me miran extrañas,
con curiosidad.
Ya no me conocen:
estoy solo y viejo,
no hay luz en mis ojos...
La vida se va...

Un viejo verde que gasta su dinero
emborrachando a Lulú con el champán
hoy le negó el aumento a un pobre obrero
que le pidió un pedazo más de pan.
Aquella pobre mujer que vende flores
y fue en mi tiempo la reina de Montmartre
me ofrece, con sonrisa, unas violetas
para que alegren, tal vez, mi soledad.

Y pienso en la vida:
las madres que sufren,
los hijos que vagan
sin techo ni pan,
vendiendo "La Prensa",
ganando dos guitas...
¡Qué triste es todo esto!
¡Quisiera llorar!

Como lo recuerda el propio Marambio Catán en su libro editado en 1972 El tango que yo viví: 60 años de tango, él y Pettorossi estaban en Milán, en un cabaret que se llamaba Excelsior, y el ambiente de ese sitio les inspiró la obra.
Parece que en aquella Italia mussoliniana, algún tanito que quiso ser más papista que el papa (o quizá el propio Duce), molesto con la letra del tema, permitió su estreno a cargo del tenor local Gino Franci; pero siempre y cuando quedase previa y expresamente aclarado que "no se trataba de música italiana, sino de un tango argentino". Y es que el bruto aquel, sea quien fuere, había "entendido" que sus versos constituían una crítica a la situación social que se vivía allí por entonces.
Y debe ser, también, que la estulticia y la estupidez son enfermedades contagiosas, porque hubo y hay muchos en esta nuestra bendita tierra, que cojean del mismo pie, y si bien no lo hacen para prohibirlo o restringirlo, al contrario; se empeñan en atribuirle a ese tango el ser de "denuncia social", de "protesta" y demás etcéteras por el estilo. Y hasta se intentó instalar en el imaginario colectivo que el tango era en realidad, autoría de Roberto Arlt. 
Todas zonceras, sandeces, pavadas, voceo de otarios...
La obra es, sin asomo de duda, de Horacio Pettorossi en la música, y fue asimismo Horacio (apodado "el Marqués") quien le llevó el tema a Gardel, que lo cantó y grabó en 1933, acompañado por las guitarras de Guillermo Barbieri, Ángel Riverol, Domingo Vivas y del propio Pettorossi, según pueden escuchar en este ENLACE); y de Juan Carlos Marambio Catán en la letra.


Ah, antes de olvidarme: estoy seguro de que usted, mi apreciado lector, posee una vista de lince y se habrá percatado del pin que en la solapa de su saco exhibe Riverol (y el de Barbieri no se ve, porque en la foto lo tapa la cabeza de Pettorossi; pero lo tenía también, esté seguro de ello): es el globo de Newbery, la insignia de Huracán, que en tanto quemeros ostentaban orgullosamente ambos. Perdón por la digresión; sigo con el tema:
Y así está registrado Acquaforte en SADAIC el 18 de octubre de 1938 bajo el código de obra 12179, ISWC T-037005986-1, lo cual puede comprobar cualquiera que desee hacerlo, simplemente ingresando a la web oficial de esa entidad.


La interpretación del Mudo es tan, pero tan elocuente, que pareciera hecha por el mismísimo Demóstenes, mire vea... Traspasa los sentidos y se anida en la psique tornando ocioso cualquier esfuerzo por entender qué quiso transmitir Marambio Catán en esos versos, ya que ese trabajo "intelectual" sería absolutamente innecesario, toda vez que basta con escuchar a Gardel para comprender al autor en ese hito de su obra.


No obstante, y habiendo tanto pavote suelto dando vueltas, tal vez fuera mejor leer y sentir la letra en conjunto, ¿les parece? Y después  de ello, espero que vuestra gentileza me disculpe el atrevimiento de algunas reflexiones.
Primero el título, porque "a la mulita hay que agarrarla por la cabeza", como acertadamente dijera ño Juan Manuel de Rosas: Acquaforte significa aguafuerte en italiano. Es una técnica que se emplea en las artes plásticas para realizar grabados sobre láminas o planchas metálicas, generalmente de cobre, con ácido nítrico diluido en agua. Y como ese método se usaba habitualmente para estampar imágenes costumbristas; por extensión se recurrió también al término para rotular como aguafuertes a escritos que versaban sobre dicha temática, tal como hizo Roberto Arlt en sus célebres, geniales, Aguafuertes porteñas, publicadas como artículos en el diario El Mundo. Y Marambio Catán, que era —en tanto docente, actor y cantor, además de poeta— un hombre de la cultura, contemporáneo y admirador de Arlt, escogió precisamente esa palabra para titular el tango que había compuesto con Pettorossi. Pero en italiano, simplemente porque estaba por entonces en Tanolandia (en SADAIC figura registrado en italiano, y además; en francés y en español, es decir, como Acquaforte y también como Eau-Forte y Agua Fuerte).


Vayamos ahora al cuerpo de la letra. La primera estrofa dice: "Es media noche. El cabaret despierta. / Muchas mujeres, flores y champán. / Va a comenzar la eterna y triste fiesta / de los que viven al ritmo de un gotan. / Cuarenta años de vida me encadenan, / blanca la testa, viejo el corazón: / hoy puedo ya mirar con mucha pena / lo que otros tiempos miré con ilusión". Se advierte claramente que no hay celebración alguna, que al cabaret que antes, "en otros tiempos", miró "con ilusión"; hoy, con esos "cuarenta años de vida" que lo "encadenan", lo contempla desazonado ("eterna y triste fiesta"). ¿Y por qué? ¿Tanto cambió el cabaret desde ese tiempo que él evoca? ¿Tan viejo está con esos cuarenta años que carga, que un ambiente a priori festivo que antes lo atraía; ahora sólo le produce tristeza y nostalgia?


No, es que no cambió el cabaret (o el mundo, si vamos al caso), sino que cambió él, o mejor dicho; cambió su manera de verlo, la perspectiva desde la cual lo contempla. Entiende que muchos de esos cuarenta pirulos que lleva sobre el lomo, los de su primera juventud, fueron una oquedad en tanto los vivió alegre y despreocupadamente, y eso, hoy, lo apesadumbra. Está desencantado, y lo que antes le parecía alegre y glamoroso; ahora lo ve ajado por una pátina de sordidez. Y por eso siente "viejo el corazón".
La segunda: "Las pobres milongas, / dopadas de besos, / me miran extrañas, / con curiosidad. / Ya no me conocen: / estoy solo y viejo, / no hay luz en mis ojos... / La vida se va...". Subraya la sensación de fracaso y desesperanza. Antes, esas a las que ahora ve como "pobres milongas dopadas de besos" (en metafórica alusión a las alternadoras drogadas); se le antojaban hadas que lo transportaban a una dimensión mágica y placentera. Se le ocurre que esas chicas lo "miran extrañas, con curiosidad" y que ya no lo "conocen" como sí lo conocían aquellas, las de antes, las de su tiempo; un tiempo irremisiblemente ido en el cual él también soñaba con integrarse a un ambiente que lo ilusionaba.



Y por supuesto, se trata sólo de una percepción suya; porque las "milongas" esas a las que observa dopadas, no hacen otra cosa que lo mismo que hacían las de antes: drogarse. Las de ahora se dan con cocaína, y las otras... también se fajaban, y con morfina, además de con papusa.


Y entonces lo miran, no con ojos de extrañeza como él cree, sino con los del interés; esos mismos con los cuales miran a cualquier otro cliente del cabaret al que puedan darle un poco de amor mentido, retribuido con unos pesos. ¿Y cómo puede sentirse "viejo" a los cuarenta años? Sencillamente, porque está en una edad meridiana y sumido en una crisis existencial, y contempla escéptico, lleno de abatimiento, todo lo mismo que antes miró "con ilusión".
Y llegamos a las estrofas por las cuales se pretendió y pretende clasificar a este tango como "de protesta". La tercera dice: "Un viejo verde que gasta su dinero / emborrachando a Lulú con el champán / hoy le negó el aumento a un pobre obrero / que le pidió un pedazo más de pan. / Aquella pobre mujer que vende flores / y fue en mi tiempo la reina de Montmartre / me ofrece, con sonrisa, unas violetas / para que alegren, tal vez, mi soledad". Y la cuarta y última: "Y pienso en la vida: / las madres que sufren, / los hijos que vagan / sin techo ni pan, / vendiendo 'La Prensa', / ganando dos guitas... / ¡Qué triste es todo esto! / ¡Quisiera llorar!".
Pero mejor vayamos por partes, dijo Jack the Ripper, y veamos primero lo del vejete que despilfarra su guita atosigando a Lulú con burbujas de champagne.


Seguramente, Lulú preferiría que el efectivo, el jovino lo gastara en ella en lugar de dilapidarlo en extra brut; pero bueno, se sabe: el dueño del cabarulo también tiene que vivir, che, qué tanto joder... En realidad, el viejo verde que escandaliza y entristece al personaje imaginado por Marambio Catán, no es sustancialmente diferente a los viejos —y ya que estamos, a los no tan viejos— verdes de ese tiempo y ese ambiente. A fines del siglo XIX lo teníamos —por ejemplo y entre una inacabable lista de etcéteras— al príncipe de Gales tirando plata a lo pavote en los cabarets parisinos; mientras su mamita, la reina Victoria, permitía y alentaba una moralina hipócrita que disimulaba los miles de prostitutas que yiraban por Whitechapel y por toda Londres, el trabajo esclavo de niños en las minas de carbón, los fumaderos de opio y las clases obreras sumidas en la miseria y el hambre; en tanto Conan Doyle describía a su Sherlock Holmes inyectándose cocaína de aburrido que estaba, el pobre... O sea, nada nuevo bajo el sol, bah.
Y después repara en "aquella pobre mujer que vende flores", que fue en su tiempo la "reina de Montmartre" y que le "ofrece, con sonrisa, unas violetas" que sirvan para "alegrar, tal vez", esa "soledad" que lo invade.


Pero, ¿cómo puede sentirse "solo" en un cabaret? Porque la soledad que lo embarga es metafísica, es la soledad del alma, la que puede llegar a experimentarse aún estando en medio del bullicio de una multitud... por más que se trate de la multitud acotada y amarreta de un cabaret.
Inexplicablemente, a todos quienes analizaron este tango y se distrajeron llenándose las bocas llamándolo "progresista" y de "izquierda", les pasó inadvertido a quién se refiere Marambio Catán con lo de "aquella pobre mujer que vende flores". Quizá si no hubiesen delirado tanto con lo de "denuncia social", habrían reparado en que el propio autor lo dice en la letra: a "la reina de Montmartre". Pero claro, lo de siempre: el árbol no les dejó ver el bosque. Seamos buenos y démosles la noticia: alude a Louise Weber, apodada La Goulue (La Glotona, en francés) por su apetito voraz y su afición a los bombones de chocolate con menta, quien fuera la más famosa bailarina de french cancan de aquel París de la Belle Époque, a quien llamaban "la reina de Montmartre" y quien habiendo ganado fama y fortuna; terminó vendiendo flores por los cabarets y muriendo en 1929 en la más desoladora pobreza y sin más compañía que los perros y gatos que rescataba de las calles. Compañía esa que, dicho sea de paso, seguramente debe de haberle deparado infinitamente más felicidad que la que experimentó con los exponentes de la especie humana que la frecuentaron. Quizá en algún momento escriba un artículo sobre ella, mientras tanto; que baste con estas imágenes suyas.






 
No hay que buscar en el tema una traducción ideológica de lo que el autor manifiesta líricamente. Marambio Catán tenía algo para decir, y lo dijo en los versos de ese tango, tal como hace cualquier artista que pretende dar su visión sobre alguna cuestión: con el arte; a través de la poesía, de la plástica, de la actuación, de la prosa o de la música.
Y lo hace desde lo individual, no desde lo colectivo. Acquaforte es el lamento angustioso de alguien conmovido por algo; no la protesta de un cuerpo social doliente. El tango —como cultura, digo; que no meramente como género musical— proviene de una pasión creadora que es pura individuación. Y si el alma tiene un lenguaje, seguro que ese lenguaje es el tango.
La repulsa, el esplín, la desazón y el desconsuelo que al personaje creado por Marambio Catán le provocan unas coperas drogadas; un viejo verde que por un lado explota miserablemente a un obrero que labura para él y por otro agasaja con champagne a una puta; una bataclana que viene de una añeja decadencia y vende flores para no desterrarse definitivamente del lugar que fue testigo de su pretérito triunfo; el asistir a la desgarradora contemplación de pibes desangelados que venden diarios para ganar dos chirolas ante la resignación obligada y sufriente de sus madres, es moral, es existencial, es desespero y es llanto; y no el llamado a armar un sóviet comunista, ni a la revolución proletaria, ni la instigación a poner una bomba anarquista, como deliran ciertos trasnochados.
Acquaforte no es un tango "revolucionario". No podría serlo, por cuanto revolución socio-política e individuación se dan de patadas y se excluyen mutuamente. No es tampoco de "denuncia social" ni de "protesta" ni "izquierdista". Es sí, un tango (un gran tango, por otra parte) moral y ético; porque el pathos del personaje de Marambio Catán deriva de su ethos. Y salvador, porque precisamente en la tristeza infinita que experimenta; está implícita su redención.
El autor se vale de dos grandes escalones para situarse a una distancia suficiente, de modo de poder contemplar en perspectiva ese cabaret porteño que no frecuentaba, y escribir versos que resuenan musicalmente por sí mismos, aún con prescindencia de la melodía creada por Pettorossi: uno es la lejanía geográfica: Milán distante de Buenos Aires; y otro, el bagaje intelectual que traía consigo —porque era hombre que venía del teatro, el folclore y la docencia— y que le posibilitaba saber muy bien a qué atenerse con respecto al esplendor del cabaret parisino de la Belle Époque y tener mentas de personajes como La Goulue. El resultado es esa viñeta ácida de una realidad lastimosa y doliente, es decir; un aguafuerte. De nacionalidad argentina, parición italiana y ascendencia francesa.
No pueden comprender la lírica y se quedan en una mera intelectualidad estéril quienes montan el caballo de una soberbia guaranga y prejuiciosa que los lleva a creer erróneamente que justicia social e izquierda político-filosófica son ineludiblemente sinónimos.
Marambio Catán falleció el 15 de febrero de 1973, al año siguiente de editarse su libro El tango que yo viví: 60 años de tango. Tengo para mí que se debe haber muerto para evitarse el espectáculo de ver a tanto zonzo que no entendía nada de nada.
Lo cual seguramente le provocaría una tristeza mucho más profunda que la experimentada por el personaje de su magistral tan-ga-zo Acquaforte.

-Juan Carlos Serqueiros-