Rosario es hija de su propio esfuerzo. (Juan Álvarez, “Historia de Rosario: 1689-1939”).Rosario, ciudad extranjera, cosmopolita, remedo horripilante de las fealdades de Buenos Aires, no puede en este concepto ponerse frente a Santa Fe, pueblo de abolengo colonial que tiene carácter propio y, ante todo, es argentino. (Manuel Gálvez, “El diario de Gabriel Quiroga. Opiniones sobre la vida argentina”).
Apenas iniciada la segunda década del siglo XX, Rosario ya cobijaba doscientas mil almas. Los altos destinos que para el caserío antaño conocido como Pago de los Arroyos primero y Villa del Rosario después; devenido en ciudad a partir de 1852 como El Rosario de Santa Fe, y que ya por 1910 era llamada en la cotidianeidad lisa y llanamente Rosario —sin ese “de Santa Fe” que valga (el que ocasionalmente se mantenía sólo como una mera formalidad tolerada a regañadientes, más no aceptada como vínculo y mucho menos con sentido de pertenencia)—, habían avizorado nítido en el horizonte hombres de la talla de, entre otros, Francisco Antonio Candioti, Tiburcio Benegas, Nicasio Oroño, Justo José de Urquiza, Ángel de los Dolores “Eudoro” Carrasco y Julio A. Roca; eran, estaban, allí demostrados como una realidad tangible. La ciudad constituía un importante enclave portuario-ferroviario, próspero, cosmopolita, y comenzaba a erigirse en un gran emporio industrial, comercial, bursátil y financiero. Los cuatro kilómetros de muelles, las imponentes grúas, la usina eléctrica, la Bolsa, las chimeneas de las fábricas, las lujosas casas de comercio, las fastuosas mansiones, los elegantes bulevares y los primeros edificios en altura, se evidenciaban como epítome del positivismo spenceriano.
El contraste surgía al confrontar tanta opulencia con los salarios misérrimos, las extenuantes jornadas de trabajo, los conventillos, los ranchos, las casillas de madera y lata, las lagunas convertidas en vertederos de basura, el trabajo infantil y la tristeza lánguida de las barriadas obreras de los arrabales. Pero la oligarquía rosarina, estulta y fenicia, se negó a aceptarlo, e inconmovible, se atuvo a su convicción: el sufrimiento de las clases populares no era sino el costo a pagar por la instauración del modelo positivista que había hecho posible el crecimiento de la ciudad, un sacrificio ofrendado al dios Mercurio; ya transcurrido algún tiempo, el progreso se encargaría de remediar esa situación, favoreciendo en alguna medida a los que lograran sobrevivir al estadio de darwinismo social.
La élite rosarina del primer centenario de la Revolución de Mayo se había anticipado, de hecho y posiblemente sin adquirir cabal consciencia de ello, a lo que quince años después reiteraría, ya blanqueado conveniente, oficial y explícitamente en el enunciado discursivo: repudiar su propio mito fundacional (me refiero al que fuera relatado por Pedro Tuella y reafirmado por Eudoro Carrasco), para en cambio; aferrarse empecinadamente a la opaca grisura de un origen borroso, indefinido, sin fundador ilustre, sin patres ni héroes ni glorias, infinitamente más aplicable a una factoría que a una pretendida metrópoli. Se estipulaba así, clara e inequívocamente, que Rosario no reconocía y mucho menos quería tener, similitud y/o característica alguna en común con todas y cualesquiera de las por entonces catorce ciudades capitales de provincia, y dentro de éstas; muy especialmente con la de Santa Fe.
Se encomendó a Juan Álvarez, el historiador de la ciudad —a la sazón, secretario de la Intendencia—, la misión de instalar en el imaginario colectivo el retrato-relato de una Rosario que por mérito propio se situaba entre las ciudades del mundo "con más veloz crecimiento", debiendo además poner, desde luego, especial cuidado en soslayar toda información que delatase las consecuencias indeseables de pobreza y de marginalidad social, como así también los indicadores que señalaban a las claras el déficit espiritual al que conducía el modelo adoptado. Por su parte, Manuel Gálvez salió al ruedo con su magistral "El diario de Gabriel Quiroga", en el cual desde una visión desencantada del progreso y nostálgica de un nacionalismo criollista y aristocrático, azotaba sin piedad al mercantilismo rosarino enrostrándole carencia de virtudes y de verdadera cultura.
En aquel contexto surgió la revista dominical acerca de la cual trataré en este opúsculo: Monos y Monadas, autodefinida como “semanario festivo, literario y de actualidades”. Fundada y administrada por Abel Elizagaray como director propietario, se publicó de modo regular entre junio de 1910 y diciembre de 1911, y luego irregular y esporádicamente hasta abril de 1913. Al principio, la administración se situaba en calle San Luis n° 675 (en que Elizagaray poseía un negocio dedicado a la comercialización de capotas para coches tirados por caballos), para después mudarla a calle San Lorenzo n° 1222, donde se hallaba la redacción. Y sobre la misma acera, unos metros más adelante, en el n° 1230, se alzaban los talleres de impresión. José de la Guardia y Carlos Lac Prugent fungieron como director artístico y director literario respectivamente.
Tanto el formato como el estilo y la estética de Monos y Monadas replicaban los del semanario porteño Caras y Caretas, y si bien éste casi triplicaba a aquella en cantidad de páginas; el precio de tapa de ambas publicaciones era el mismo (20 centavos). En cuanto al nombre, Elizagaray lo había… tomado prestado, digamos, siendo buenos, de una revista de sátira política así titulada, que en período que va de 1905 a 1907 editó en Lima el malogrado poeta y dramaturgo peruano Leonidas Yerovi.
Su propuesta editorial consistía básicamente en publicitar a Rosario como una ciudad “con bellas mujeres y burgueses amables, sonriente y habitada por seres felices” (sic), y se dirigía a potenciales lectores y anunciantes de las alta y media burguesía, sectores a los que asimila a “un campo virgen que sólo aguarda la buena semilla” (sic). Obviamente, auto atribuyéndose el ser esa buena semilla que una vez sembrada, redundaría en el florecimiento del arte. Debo decir, si me es permitido algo que puede sonar a jactancia pero que no pretende serlo, que en tanto me confieso autor de algunos malos versos y relatos cortos, y sin creerme ni por asomo una autoridad en materia de arte; por más números de Monos y Monadas que exploré cuidadosamente con empeño digno de mejor causa; no logré encontrarlo en dicha revista, más allá de algunos cuentos y poemas de cierta valía, y entre éstos, el primero de Alfonsina Storni en ser publicado: “Anhelos” (ignoro si usted, querido amigo lector, sabrá que ella vivió muchos años en Rosario, en el barrio Echesortu), el cual figura inserto en la página 17 de la edición n° 82 del 08.01.1912; así que es de estricta justicia adjudicar a Monos y Monadas el correspondiente mérito.
En cuanto al resto del contenido, además de la profusión de anuncios publicitarios de los más variados rubros; el mismo se componía principalmente de asuntos de índole política y de la actividad social desarrollada por la clase a la cual se dirigía la revista: banquetes, enlaces, homenajes, semblanzas de personalidades destacadas de la industria y del comercio, moda, turf, fútbol, rugby, esgrima, etc., todo ilustrado con fotografías de los distintos eventos; más dos secciones fijas, a doble página, que los redactores reservaban para la crema de la sociedad rosarina: una denominada “Hombres de peso y pesos” en la que se destacaban y comentaban elogiosamente la generosidad y el altruismo cuando no las hazañas financieras de empresarios y profesionales acaudalados, y otra titulada con el nombre de la revista, en la cual los monos eran elegantes y atildados caballeros de nota, y las monadas eran invariablemente bellas y agraciadas damiselas exquisitamente vestidas.
No deja de llamar la atención lo peyorativo y burlón hasta la crueldad de Monos y Monadas a la hora de publicar notas relativas a las características de los barrios habitados por las capas menos favorecidas de la población rosarina. Tengo para mí que en algún punto, esa guaranguería brutal debe de haberle resultado chocante por lo menos a algunos de los integrantes de aquella estulta y arribista oligarquía en la peor de sus versiones: la del dinero. Una cosa era aliviar la conciencia aportando plata en la colecta para el Hospital del Centenario, o enorgullecerse de haber hecho fortuna y ostentarla torpemente, o descansar en el conformismo hipócrita e irresponsable de creer que el progreso se encargaría per se de elevar aunque más no sea mínimamente el nivel de vida de las clases populares; y otra muy distinta experimentar divertido la íntima satisfacción de una mirada complaciente a la hora de contemplarla reflejada en un espejo que le devuelve su miserabilidad humana tal como su retrato se la devuelve a Dorian Gray. Quizá por ello, en la edición del 12.06.1910 enfatiza la caridad (que no la solidaridad, concepto que recién adoptaría nuestro país con el surgimiento del primer peronismo) de un empresario que había obsequiado a los niños asilados en el Hospicio de Huérfanos, con masas, chocolate y juguetes.
En lo que a política local se refiere, Monos y Monadas insistía en proclamarse independiente y se declaraba exenta de preferencias partidarias. Todas macanas. Sus simpatías por Lisandro de la Torre y su cercanía con éste y los suyos no dejaban de ser harto evidentes, así como es innegable que no ponía mayor empeño en disimular su escasa buena voluntad y hasta su malquerencia hacia el oficialismo provincial (el partido Constitucional) ni dejaba de zaherir y ridiculizar al gobernador Ignacio Crespo con las frecuentes caricaturizaciones que de él hacía.
Por ello, no casual sino causalmente, elegí para la portada de este artículo una imagen con la tapa de la edición n° 10 del 14.08.1910: alusiva a la Liga del Sur, antecedente inmediato del partido Demócrata Progresista, y de la elección local de autoridades policiales, jueces de paz, etc. En la cabecera de la mesa, Lisandro de la Torre, rodeado por otros comensales, se apresta a disfrutar del banquete con que será agasajado. El manjar principal es pavo asado (al que se representa con la cabeza del gobernador Crespo); mientras le acercan tortas con las leyendas “capital Rosario” (por su propuesta de hacer de Rosario la capital de la provincia de Santa Fe), y “voto a los extranjeros” (la Liga del Sur propiciaba otorgar a los extranjeros el derecho a voto en las elecciones municipales).
El banquete ilustrado con el dibujo de tapa no era ficcional, pues real y efectivamente había tenido lugar en el teatro Colón durante la noche del domingo 14 (seguramente por pura coincidencia, nomás, el mismo día en que salía a la calle la revista, como perspicazmente habrá notado usted). Y de hecho, se constituyó en EL acontecimiento principal reflejado en la edición subsiguiente, la n° 11 de fecha 21.08.1910, publicado a doble página y con profusión de detalles y fotos. Por supuesto, Monos y Monadas se vanagloria de ser la única revista presente en el evento. ¡Ah!, y un dato interesante: la nota consigna que en lo que hace a la gastronomía, tanto el servicio como los platos, vinos y licores, estuvieron a cargo de la “reconocida casa Cifré” (sic). Y si vamos al número anterior, encontraremos en él un aviso publicitario de… ¡casa Cifré! ¿Acaso usted, mi apreciado amigo lector, infiere, sospecha, que el banquete fue auspiciado por la revista y que hubo allí un cambio de figuritas: servicio gastronómico en canje por publicidad? Pero por favor… no sea malpensado, quiere.
La identificación de Monos y Monadas con la Liga del Sur, que no por encubierta dejaba de ser real y no pasaba desapercibida en absoluto; resultaría a la postre en el cese de la publicación, poniendo, de paso, fin a las aspiraciones de Elizagaray y su equipo editorial de integrar aquella oligarquía a que tan afecto habíase demostrado. Las elecciones provinciales de marzo de 1912 significaron un triunfo rotundo del radicalismo, que se alzó con 25.000 sufragios para Manuel Menchaca; mientras que el partido de Lisandro de la Torre sólo obtuvo 17.000. Se inauguraba así la etapa del liberalismo plebeyo y corrupto característico de la mayor de las desgracias argentinas: la Unión Cívica Radical.
A partir de allí, la revista empezó a declinar hasta poco después entrar en caída libre: de publicarse regularmente cada domingo, pasó a editarse esporádicamente, hasta su edición postrera en abril de 1913.
-Juan Carlos Serqueiros-
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REFERENCIAS
Álvarez, Juan. Historia de Rosario:1689-1939. Imprenta López, Buenos Aires, 1943.
Carrasco, Eudoro y Carrasco, Gabriel. Anales de la ciudad del Rosario de Santa Fe, con datos generales sobre historia argentina, 1527-1865. Impr. de J. Peuser, Buenos Aires, 1897.
Cossia, Lautaro. El Centenario en la revista “Monos y Monadas”. De la mitología nacional a la representación de una mitología rosarina [en Malosetti Costa, Laura y Gené, Marcela (comps.) Atrapados por la imagen. Arte y política en la cultura impresa argentina, Edhasa, Buenos Aires, 2013].
Fossati, Humberto. Catálogo de publicaciones periódicas existentes en hemerotecas de la ciudad de Rosario (en Cuadernos de Cátedra del IES nº 28 “Olga Cossettini”, n° 4. Rosario, 2019).
Gálvez, Manuel. El diario de Gabriel Quiroga. Opiniones sobre la vida argentina. Arnoldo Moen & Hno. Editores, Buenos Aires, 1910.
Megías, Alicia. De “Monos y Monadas” a “Gestos y Muecas”: el impacto de la política sobre el campo periodístico rosarino (en XVI Jornadas Interescuelas, Departamento de Historia, Universidad Nacional de Mar del Plata, 2017).
Municipalidad de Rosario. Biblioteca Argentina “Dr. Juan Álvarez” - Hemeroteca - Monos y Monadas.
Prieto, Agustina; Megías, Alicia; D’Amelio, Raúl; Montini, Pablo y Rigotti, Ana María. Ciudad de Rosario. Editorial Municipal, Rosario, 2010.
Revista Monos y Monadas. Vs. eds. de 1910, 1911 y 1912.
Roldán, Diego P. La invención de las masas: Ciudad, corporalidades y culturas. Rosario, 1910-1945. UNLP, La Plata, 2015.
Tuella, Pedro. Relación histórica del Pueblo y Jurisdicción del Rosario de los Arroyos, en el Gobierno de Santa Fe, Provincia de Buenos-Ayres (en Telégrafo mercantil, rural, político, económico e historiográfico del Río de la Plata, t. III, nº 14-16, 4, 11 y 18.04.1802). Junta de Historia y Numismática Americana. Cía. Sudamericana de Billetes de Banco, Buenos Aires, 1915.
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