jueves, 13 de febrero de 2025

ANDRESITO Y EL CONDE DE CASA FLÓREZ










































Escribe: Juan Carlos Serqueiros

Para saber lo que un documento oficial tiene o no tiene de verdadero, sobre todo si participa de un carácter diplomático, es menester que no se lo tome así nomás y a ciegas por lo que en él se diga, sino comparándolo cuidadosamente con las circunstancias del tiempo, con la índole de los sucesos y de los hombres que lo produjeron y con otros documentos que le sean relativos en esas mismas circunstancias y tiempos. (Vicente Fidel López, Historia de la República Argentina)

… Por lo visto, los españoles no se juntan con los americanos, a lo menos con los de este rumbo... (Ignacio Alvarez Thomas a Manuel de Sarratea, en carta del 10.07.1815)

En la imagen que oficia de portada del presente opúsculo puede apreciarse el texto de la carta fechada el 4 de mayo de 1821 y enviada por Andrés Guacurarí y Artigas (en adelante Andresito) al ministro plenipotenciario de España ante la corte portuguesa residente en Río de Janeiro: José Antonio Joaquín de Flórez y Pereyra, conde de Casa Flórez (en adelante Casa Flórez o el conde):
Don Andrés Artigas, coronel y comandante general que fue nombrado por el jefe principal de la Banda Oriental José Artigas, de los 15 pueblos de Misiones, ante V. E. con el debido respeto:
Que después de un año y cuatro meses de una rígida prisión incomunicado y sin luz en un calabozo de la fortaleza de esta plaza, la Lage, he sido puesto en mi natural libertad, sin más proceso ni sentencia, que cuanto ha sido la voluntad de S.M.F. (Su Majestad Fidelísima), pero desnudo y lleno de las miserias que V. E. puede considerar son resultivas (sic) de un padecimiento tan inhumano, y como lo que tengo vestido es ajeno, y es preciso volverme a mi país natal, y recogerme al abrigo de los míos, ocurro lleno de necesidad al paternal corazón de V. E. para que se digne proporcionarme algún auxilio que pueda cubrir mi desnudez, y emprender dicho viaje, pues de lo contrario me será imposible sin recibir auxilio del que siempre llamé padre, don José Artigas a quien debo mi educación, pues como tal me ha criado: en unos términos y haciendo el más respetuoso pedimento a V. E. suplico así lo determine en justicia que pido y para ello imploro la benignidad del gobierno a cuyo amparo me he recogido.

Corte del Río de Janeiro y mayo 4 de 1821

Andrés Artigas (está su firma)
Este documento histórico adquiere una extraordinaria relevancia en tanto del mismo se desprende que:
a) Los portugueses habían reconocido en Andresito su grado militar de coronel (que era el que efectivamente detentaba) y asimismo; lo reconocían en su condición de gobernante de los “15 pueblos" (sic) de las Misiones.
b) Por entonces, Andresito ya había sido liberado (“he sido puesto en mi natural libertad”, consigna inequívocamente).
c) Andresito era a la vez, un prisionero de guerra y un preso político que, en circunstancias particularmente adversas y aún terribles para él, se había resignificado a sí mismo, y en la coyuntura se consideraba y definía como súbdito de la corona española (“benignidad del gobierno a cuyo amparo me he recogido”, escribe derechamente).
A todo esto, debe decirse que a instancias de y en comunidad de criterios con, Mateo Magariños (riquísimo comerciante español, a la sazón, emigrado de Montevideo y residente en Río de Janeiro) y el hijo de éste (por entonces en Madrid como diputado americano a las cortes): el oriental-español Francisco de Borja Magariños; el conde de Casa Flórez (n. Buenos Aires, 05.07.1759) intercedió ante el monarca portugués Juan VI solicitándole la liberación de los prisioneros artiguistas recluidos en Ilha das Cobras alegando que su condición era la de españoles y como tales se les debía considerar. Esta intervención de Casa Flórez fue de capital importancia, ya que efectivamente todos (incluido Andresito, claro) fueron puestos en libertad.
¿En qué contexto se daban estas circunstancias y cómo se interrelacionaron e interactuaron en él los factores económicos, políticos y sociales? Veamos:
El 1 de enero de 1820 estalló en España la revolución liberal encabezada por Rafael de Riego que obligó a Fernando VII a acatar la Pepa (constitución de Cádiz de 1812) y que dio al traste con el propósito de enviar al Plata la formidable expedición militar que venía anunciándose desde 1814-1815 con el fin de aplastar la revolución en las Provincias Unidas (aún cuando éstas ya había declarado la independencia en 1816) y recuperar mediante el uso de la fuerza armada las colonias del antiguo virreinato del Río de la Plata, de la capitanía general de Chile, y de impedir la concreción del plan de San Martín para libertar al Perú. Más temprano que tarde, la revolución liberal española se extendió a Portugal, donde el pueblo a través de las cortes exigió el regreso a Lisboa del monarca lusitano residente en el Brasil, a lo cual debió allanarse Juan VI (previamente a embarcarse hacia ese destino fue que, accediendo a la solicitud de Casa Flórez, dispuso la libertad de los prisioneros artiguistas).
Al propugnar y finalmente obtener la liberación de éstos, ¿obraba Casa Flórez por humanitarismo o existían otras razones que lo movían a hacerlo así? Y… digamos, que existieron factores concurrentes: él había gastado en 1808, durante la guerra de la independencia española y hallándose prisionero de los franceses, la fortuna de su esposa y hasta empeñado su crédito personal ayudando económicamente a sus compañeros de infortunio, pero más allá de eso; no debe perderse de vista que se trataba de un militar de altísimo rango (detentaba en el ejército español nada menos que el grado de teniente general), y a la vez de un fino, eficaz y astuto diplomático al servicio de Fernando VII que había cumplido con creces las misiones que se le encomendaron, esto es, hacer espionaje sobre el proceso independentista de las Provincias Unidas, y paralelamente, estrechar vínculos con Juan VI a fin de contar con el auxilio de las tropas portuguesas llegado el momento de dar el proyectado zarpazo sobre Buenos Aires una vez recuperada Montevideo y consolidado el poder español en ella (para lo cual, dicho sea de paso, entendía imprescindibles la adhesión y el concurso de los artiguistas).
En cuanto al otro factor importante: el comercio, es decir, los grandes comerciantes, representados en la figura de Mateo Magariños, era consciente de los perjuicios que la guerra ocasionaba al intercambio, y por ello propugnaba la aplicación de una política conciliadora, ponía énfasis en afirmar que no debía hostilizarse a los independentistas y hasta afirmaba que eventualmente España debería reconocer la independencia de sus colonias. Obviamente, más allá de tan desinteresadas intenciones; subyacía la expectativa de lograr el control del comercio de ultramar vía Montevideo, para lo cual había “sugerido” (también desinteresadamente, claro) a Casa Flórez constituirla en un obispado al frente del cual se pondría al canónigo Luis de Chorroarín (emparentado con él), si éste aceptaba pese a su convencimiento independentista, o de última, si se negaba; suplirlo con Dámaso Antonio Larrañaga, ex artiguista devenido en adherente a la ocupación portuguesa y besamanos de Juan VI (lo cual a Magariños al parecer poco le importaba, quizá por conocerlo muy bien).
A todo esto, en aquel guignol tragicómico (el ribete de comicidad lo daba, entre otras ridiculeces, el hecho de que en su increíble ingenuidad los liberales de las cortes españolas y del gobierno, pensaban en financiar la campaña militar solicitándoles dinero a los ingleses a cambio de concesiones comerciales —lo cual equivalía más o menos a que Pulgarcito le pidiese al ogro miguitas de pan para reemplazar las que le habían comido las palomas—) fungía de titiritero el cretino (Salvador Ferla dixit) Fernando VII, quien no tenía intención alguna de sujetarse a la constitución, sino que de hecho; obraba de tal modo de sacudírsela de encima y volver lo antes posible al absolutismo. Lo cual logró al cabo del corto período que la historiografía designa como Trienio Liberal, recurriendo a la intervención francesa conocida como la invasión de los Cien mil Hijos de San Luis.
En fin… sería un trabajo de Hércules (y no sé… tengo para mí que hasta el propio Hércules fracasaría si intentara llevarlo a cabo) sustraer a Fernando VII de los primeros —sino del primero— puestos en el ranking de grandes hijos de puta de la historia universal (a lo cual, convengamos, es más que justo acreedor por merecimientos propios; pues en materia de hijoputez no dejó sin cometer una sola abyección).
Y sin embargo, a pesar de lo miserable, felón, rastrero, cobarde, falso, patán, terco y arrogante que era, y a su incapacidad para sentir culpa y remordimiento; en España las clases populares, los más desposeídos, el campesinado, en suma, el pobrerío, paradojalmente lo quería y más aún, lo aclamaba (no por nada se lo llamó “El Deseado”).
Desde luego, no me apresto a esbozar aquí un perfil psicológico de aquel repugnante sujeto ni me propongo analizar, acotado como estoy a la estrechez de un artículo, los motivos para que tal fenómeno se haya producido (para lo cual, por otra parte; no calificaría pues no soy psicólogo ni sociólogo); simplemente lo traigo a colación como dato objetivo y comprobado que conduce a elucidar un aspecto que llamativamente quienes abordaron el tema soslayaron considerar o bien “resolvieron” limitándose a atribuirle a Vicente Pazos Kanki el hecho de contactar a los prisioneros artiguistas con el conde de Casa Flórez “a partir de lo cual empezaron las gestiones para su liberación”, etc. Sostengo, pues, que más allá de la evidencia incontrastable de la activa participación de Pazos Kanki —por entonces preso en Ilha das Cobras y posteriormente liberado junto con los demás— en el asunto; Casa Flórez y Magariños buscaron reproducir en el Plata el apoyo en la península del “bajo pueblo” hacia Fernando VII; espejándolo en la adhesión del artiguismo en tanto expresión identificada con los pobres, los negros, los indios y en fin; los menos favorecidos, los postergados. De hecho, los jefes artiguistas Otorgués, Andresito, Berdún, Acevedo, Manuel Artigas y demás, efectivamente juraron la constitución española y firmaron el memorial conocido como de “los españoles de ambos mundos”.
¿Por la suerte que corrieron las figuras históricas citadas en este artículo, me pregunta, mi querido amigo lector? Le cuento:
Andresito murió, presumiblemente en el escenario carioca, a poco de ser liberado y en circunstancias que se ignoran, probablemente como consecuencia de una intoxicación alcohólica o del impacto en su organismo de las durísimas condiciones de la prisión que hubo de sufrir.
Juan VI reinó en Portugal hasta 1826, año en que falleció el 10 de marzo, asesinado por envenenamiento con arsénico, en una conspiración que se supone fue instigada por su hijo Miguel o por su esposa Carlota Joaquina de Borbón (hermana de Fernando VII).
Mateo Magariños (que se mantuvo empecinadamente realista aún tras el fracaso del proyecto de recuperación de las colonias americanas por parte de España) fue nombrado para integrar la Real Audiencia de Charcas, pero cuando se dirigía a posesionarse de su cargo, fue detenido por las tropas patriotas en 1824 y condenado al destierro, pena que no pudo efectivizarse pues enfermó gravemente, y tiempo después, se le permitió radicarse en Arequipa, Perú, donde ejerció la abogacía hasta su muerte en setiembre de 1838. Su hijo, Francisco de Borja Magariños (n. Montevideo, 1795), una vez desengañado definitivamente de los proyectos que como diputado americano a las cortes españolas había propiciado y sostenido sin éxito alguno, regresó a Montevideo, donde en 1829 fue designado contador general, y después, en 1841 ministro plenipotenciario en el Brasil y en 1846 ministro de Relaciones Exteriores. Murió en 1855, en Río de Janeiro, a causa de un derrame cerebral.
El conde de Casa Flórez, tras su regreso a España en 1822, fue sucesivamente designado ministro plenipotenciario en Lisboa primero, luego en Viena, y por último; otra vez en Portugal, hasta 1827 en que le fue concedido el retiro. Murió en Madrid el 27 de octubre de 1833.
Fernando VII siguió siendo el azote que invariablemente fue siempre, a pesar de lo cual su popularidad y la fidelidad de sus vasallos hacia su ruin persona se mantuvo. Falleció el 29 de setiembre de 1833.
El historiador que me constituye de seguro se espantará ante lo que a continuación voy a manifestar, pero a fuer de honesto y sincero, no puedo no sentir y pensar que para la hispanidad toda, sea americana o europea, desgracias y Borbones fueron (y son) sinónimos.

-Juan Carlos Serqueiros-
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REFERENCIAS
    
AHN (Archivo Histórico Nacional, Madrid, España). Carta de Andrés Artigas a Casa Flórez 4.V.1821-Legajo n° 3768.
Bonaudo, Marta. Francisco de Magariños: un americano tensionado entre la fidelidad a la monarquía y la construcción de una nueva república (en Secuencia. Revista de Historia y Ciencias Sociales, n° 92, México D. F., 2015).
Caula, Elsa. Entre expectativas e incertidumbres: funcionarios y oficiales del Ejército Español en Río de Janeiro durante el Trienio Liberal (en Revista Complutense de Historia de América n° 49 pp. 215-238, 2023).
García, Flavio A. Los prisioneros artiguistas en Río de Janeiro (en Boletín del Ejército n° 55, Estado Mayor del Ejército de la R.O.U., Montevideo, 1955).
Machón, Jorge F. Los prisioneros artiguistas en Río de Janeiro. El caso del coronel Andrés Artigas (en Investigaciones y Ensayos. Revista de la Academia Nacional de la Historia de la República Argentina, n° 58, Buenos Aires, 2009).
Machón, Jorge F. y Cantero, Oscar D. Andrés Guacurarí y Artigas. El líder guaraní-misionero del artiguismo. Tierradentro Ediciones, Montevideo, 2013.
Pérez Calvo, Lucio R. El condado de Casa Flórez y su progenie española y americana (en revista Hidalguía, Año LX , n° 361, Madrid, 2013).
Ricca, Javier. Artigas 1814: secretos de una revolución. El Mendrugo, Montevideo, 2015.
Schlez, Mariano. Los fundamentos materiales del vínculo político entre Buenos Aires, España y Gran Bretaña durante el Trienio Liberal (en La ilusión de la Libertad. El liberalismo revolucionario en la década de 1820 en España y América. Ariadna Ediciones, Santiago de Chile, 2021).


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